domingo, 1 de noviembre de 2015

CAPITULO 11

Dos días después comienza la Oktoberfest, la fiesta de la cerveza
más importante del mundo. PETER ha quedado allí con los amigos
y la familia.
Cuando termino de vestirme, me miro al espejo. Parezco una
campesina alemana con el dirndl, que es el traje típico, compuesto
por falda larga, delantal, corpiño y blusa blanca. Divertida,
empiezo a hacerme unas trenzas y, al mirarme al espejo,
sonrío. Estoy convencida de que mi apariencia lozana a PETER le
encantará.
Suena una llamada en la puerta de mi habitación y entra
Flyn. Está guapísimo con sus pantalones cortos de cuero marrón,
sus tirantes, el gorrito verde y la chaqueta de paño grisácea.
—¿Estás preparada?
—Pero qué guapo estás, Flyn.
El pequeño sonríe y yo, dándome una vuelta ante él,
pregunto:
—¿Parezco una alemana así vestida?
—Estás muy guapa, pero te pasa como a mí, no tenemos cara
de alemán.
Ambos nos reímos y, divertida por lo que ha dicho, me hago
la otra trenza.
—Dile a tu tío que bajo en cinco minutos.
El crío sale despepitado de la habitación y, cuando termino
de peinarme y me doy la vuelta, me sorprendo al ver a PETER
apoyado en el quicio de la puerta.
Me mira... y luego dice con una sonrisa torcida:
—No sé cómo lo haces, pero siempre estás preciosa.
Se me reseca la boca.
Madre mía, qué pedazo de marido tengo.
Aquí el guapo, el precioso, el impresionante, el alucinante ¡es
él!
Vestido con unos pantalones largos de cuero marrón oscuro,
una camisa beige y unas botas marrones de caña alta está
impresionante. Nunca imaginé que vestido de bávaro PETER pudiera
estar tan sexy.
Por cierto, me gusta cómo le queda el cuero. Debo exigirle
que se compre algo de ese material.
Cuando consigo reaccionar, repito la misma operación que
segundos antes de hecho con Flyn. Me doy una vueltecita y,
cuando vuelvo a mirar a PETER, sus manos ya están en mi cintura
y me besa con aire posesivo.
Oh, sí... adoro esta intensidad.
Sin cortarme un pelo, me agarro a su cuello, salto y, rodeándole
la cintura con las piernas, digo:
—Si sigues besándome así, creo voy a cerrar la puerta, echar
el cerrojo y la fiestecita la vamos a organizar tú y yo en la
habitación.
—Me gusta la idea, pequeña.
Nuevos besos...
Mayor intensidad...
—Pero ¿qué hacéis? —pregunta Flyn, sorprendiéndonos—.
Dejad de besaros y vámonos de fiesta. Todos nos esperan.
Nos miramos y sonreímos.
Y al ver que el pequeño, con los brazos en jarras, no se
mueve de la puerta esperando que nosotros salgamos, PETER me
deja en el suelo y murmura:
—Esto no acaba aquí.
Divertida, asiento y corro tras Flyn, mientras sé que PETER
sonríe y camina detrás de mí.
Dexter y Graciela nos esperan y están monísimos con sus
trajes bávaros. Una vez estamos todos, nos despedimos de
Simona, que se niega a acompañarnos, y subimos al coche.
Norbert nos deja lo más cerca posible de la explanada Theresienwiese,
lugar donde se celebra la multitudinaria fiesta.
El tumulto es increíble y, sorprendida, le digo a PETER:
—¿Te puedes creer que esto me recuerda a la Feria de Abril
de Sevilla? Estoy por gritar «¡Olé... torero...!».
PETER suelta una carcajada y yo añado:
—Eso sí, aquí vais vestidos de bávaros y bebéis cerveza y allí
vamos de flamencos y bebemos rebujito.
Mi chico, feliz, me da un beso en la cabeza, mientras cientos
de alemanes y extranjeros vestidos de todas las maneras posibles
se disponen a divertirse entre música y litros y litros de
cerveza.
PETER agarra mi mano con fuerza y con la otra sujeta a Flyn.
No quiere perdernos a ninguno de los dos y, mirando a Dexter y
Graciela, dice:
—Seguidme.
Caminamos entre la gente y me fijo en que las casetas llevan
los nombres de las marcas de cerveza. Al llegar a una de ellas, el
grandullón que hay en la puerta, al ver a PETER, nos deja pasar.
Suena música. La gente canta, baila y bebe. Se lo pasan bien,
¡qué guay! PETER se para, mira a su alrededor y, cuando localiza lo
que busca, seguimos andando.
—Esto está a reventar de gente —grito.
Él asiente y dice:
—Tranquila, nosotros tenemos nuestro sitio reservado todos
los años.
Al fondo, entre el tumulto, de pronto veo a EUGE y Sonia con
el pequeño Glen en brazos, mientras Marta y NICO bailan.
—Pero ¿quién ha venido? —grita Sonia al ver a su nieto.
Tras abrazarla, Flyn comienza a hacerle monerías a Glen,
que le sonríe.
EUGE, contenta de verme, me mira y exclama:
—Chicaaaaaaaa..., te pongas lo que te pongas te queda bien.
Yo sonrío con picardía y, acercándome a ella, respondo:
—Eso, más que a mí díselo a mi marido. ¿Has visto qué
guapo está?
Mi buena amiga lo mira de arriba abajo y dice:
—La verdad es que sí, tu maridito tiene muy buena planta,
pero mi Andrés también está muy guapo y... bueno... bueno...
para guapo el que viene, y lo bien acompañado que va.
Sigo la dirección de su dedo y veo que PABLO, en todo su
esplendor, llega del brazo del caniche Fosqui y de otra rubia
más. La gente los mira. La tal Agneta es muy conocida por salir
en la televisión y pronto la rodean para pedirle autógrafos.
Al acercarse puedo ver que la otra rubia es Diana. PABLO consigue
arrancar a su chica de las garras de sus fans y cuando
llegan hasta nosotros, tras darle un beso a él, intento ser amable
con la presentadora.
—Hola, Agneta.
Ella me mira y, tras repasarme de arriba abajo, dice:
—Perdona, no recuerdo tu nombre, ¿cómo te llamabas?
—LALI.
—Ah sí, es cierto. —Y, volviéndose hacia su amiga, añade—:
Ésta es LALI.
Diana asiente. Ya nos conocemos y, acercándose a mí, dice:
—Encantada de volver a verte, LALI.
Mi estómago se contrae al recordar lo que esta mujer sacó de
mí aquella noche en el local de intercambio de parejas y, acalorada,
respondo:
—Yo también estoy encantada.
De pronto, oigo que el caniche estreñido exclama:
—¡PETER! Qué alegría volver a verte. Ven, quiero presentarte a
Diana.
La madre que parió a Fosqui.
¿Se acuerda del nombre de él y no del mío?
Esta tía si me gustaba poco, ahora menos.
Como si me leyera la mente, mi guapo marido las saluda a
ella y a Diana, pero luego, inmediatamente se acerca a mí. Sabe
lo que pienso. Por ello, me coge en brazos y, levantándome
delante de todos, dice:
—Amigos, es el primer Oktoberfest de mi preciosa mujer en
Alemania y me gustaría que brindarais por ella.
En ese momento, todos los alemanes, conocidos y desconocidos,
que hay a nuestro alrededor levantan sus enormes jarras
de cerveza y, tras dar un grito de guerra, brindan por mí. Yo
sonrío y PETER me besa.
¡Se acabó mi mala leche!
Flyn quiere ir a montar en las atracciones y Marta y yo nos
ofrecemos voluntarias para acompañarlo. Necesito que me dé el
aire.
Cuando salimos de la carpa, la muchedumbre nos absorbe.
Marta me mira y yo le indico que no se preocupe que voy tras
ella. Cuando llegamos a una de las atracciones para niños, Flyn
se monta encantado. Marta y yo lo esperamos.
—Madre mía, qué melopea llevan ésos. —Señalo a unos que
van borrachos hasta las trancas.
Marta sonríe y responde:
—Tienen pinta de ingleses. ¿Sabes cuál habrá sido su problema?
—Yo niego con la cabeza y Marta me aclara divertida—:
Seguro que han intentado seguir el ritmo cervecero de algún
alemán y lo que no saben es que la cerveza que se sirve en esta
fiesta es mucho más fuerte de lo habitual. —Yo me río a carcajadas—.
Pero si la jarra más pequeña es del tamaño de un libro,
¿qué te puedes esperar?
Entre risas, esperamos a que Flyn acabe y, cuando lo hace,
corremos a un par de atracciones más. Cuando regresamos de
nuevo a la carpa, PETER me guiña un ojo y EUGE me coge de la
mano y me hace subir a una de las mesas para cantar una canción
típicamente alemana. Divertida, los sigo. Curiosamente, me
la sé y PETER sonríe junto a su madre.
Cuando voy a bajar de la mesa, un hombre se acerca a mí y
me ayuda. Me coge por la cintura y, cuando estoy en el suelo,
dice sin soltarme:
—¿Sabes que eres una joven muy bonita?
Yo sonrío, se lo agradezco y me voy con mi grupo, pero al
acercarme me paro y siento que la furia sube por todo mi cuerpo
a borbotones al ver a NATALIE frente a PETER.
¿Qué hace aquí ATALIE?
¡Odio a esa maldita mujerrrrrrrrrrrrrr!
Me pica el cuello. Me rasco y maldigo en español, para que
nadie me entienda.
De repente, ella me ve. PETER, al ver su gesto incómodo, mira y
me ve también. Molesta, me doy la vuelta y me encuentro de
frente con el hombre que segundos antes me piropeaba y que
pronto me doy cuenta de que está como una cuba.
—Hola de nuevo, preciosa.
No le respondo y él insiste:
—Déjame invitarte a una cerveza.
—No, gracias.
Me doy la vuelta. Estoy cabreada, muy cabreada, cuando
siento que alguien me coge de la cintura. Maldito borracho. Me
inclino y lanzo un codazo hacia atrás para alejarlo de mí con
todas mis fuerzas. Oigo una protesta y, al darme la vuelta, mi
corazón se desboca al ver a PETER, que, encogido, me mira y
gruñe:
—Pero ¿qué te ocurre?
Su reacción me indica que le he hecho daño.
¡Madre mía, qué bruta soy!
Me paralizo. Él se recupera, me coge con fuerza de la mano
y, sin soltarme, me lleva hasta un lateral de la carpa. Cuando
llegamos, dice enfadado:
—¿A qué ha venido darme ese codazo?
Voy a responder, pero no me deja e, inmediatamente,
continúa:
—Si es por NATALIE, es alemana y está en su derecho de
venir a la fiesta. Y antes de que sigas echando humo por las
orejas, o propinando salvajes codazos, déjame decirte que no se
me ha insinuado, no ha intentado ligar conmigo y no ha hecho
nada de lo que se tenga que avergonzar, porque valora su
trabajo y sabe que no quiero que nos ocasione problemas. Ella
en su momento lo entendió, ¿lo has entendido por fin tú?
No pienso decir nada.
¡Me niego!
No voy a contestar. Sigo molesta por haberla visto.
PETER espera... espera... espera y cuando veo que desespera,
suelto:
—Vale. Entendido.
Su gesto se relaja. Me toca el pelo y murmura:
—Pequeña..., sólo me importas tú.
Me va a besar, pero yo me retiro.
—¿Me acabas de hacer la cobra, señora LANZANI?
Su gesto, su voz y su risa, consiguen que finalmente yo sonría
y responda:
—Ten cuidado, o la próxima vez te haré la víbora,
¿entendido?
PETER suelta una carcajada, me abraza y regresamos junto al
resto de los amigos, donde me quedo sin habla al ver a Graciela
sentada sobre las piernas de Dexter mientras él la sujeta y la
besa. Vaya... creo que estos dos han vuelvo a beber cerveza de
Los Leones.
Al verlos, PETER me mira y murmura:
—Aquí besa todo el mundo menos yo.
Su ironía me hace gracia y, volviéndome hacia él, me agarro
a su cuello con actitud posesiva y, mirándolo a los ojos, le pido:
—Bésame, tonto.
No se hace de rogar. Me besa ante todo el mundo y su madre
es la primera en brindar y beber un trago de cerveza.
No vuelvo a ver más a NATALIE. Se ha escabullido.
Entrada la noche, la fiesta continúa. PABLO se marcha con sus
amigas y Marta con Arthur. EUGE y NICO se van con el
pequeño Glen, que ya está cansado, y Dexter y Graciela se
quieren ir a casa. Tienen prisa y yo sonrío al ver la cara de la
chilena.
PETER, sin preguntar, llama a Norbert con el móvil y quedan
en el mismo lugar donde nos dejó. Cinco minutos más tarde,
Dexter y Graciela, acompañados por Sonia y Flyn, desaparecen
y PETER murmura en mi oído:
—Creo que esta noche alguien lo va a pasar muy bien en
nuestra casa.
Eso me hace sonreír.
Por fin, los dos le van a dar un gustazo al cuerpo y, si todo
funciona bien, quizá se den una oportunidad.
Durante una hora, PETER y yo lo pasamos bien divirtiéndonos,
hasta que le vibra el móvil y, tras leer el mensaje, me dice:
—Es PABLO.
Nuestros ojos se encuentran. Nos miramos durante unos
segundos y él añade:
—Está en un local de intercambio llamado «Sensations» y
nos pregunta si nos apetece ir.
Mi cuerpo se calienta. Sexo. Y veo cómo mi chico no latino
curva la comisura derecha de la boca y dice:
—Sólo iremos si tú quieres.
¡Uf, qué calor!
Acalorada como estoy ya por tanta bebida, esto directamente
me abrasa.
Bebo de mi cerveza mientras Eric me observa. Me pongo
nerviosa y, finalmente, pregunto:
—¿Estarán las dos mujeres que lo acompañaban?
PETER me mira. Ha intuido que el caniche y yo somos dos
razas incompatibles y responde:
—Sólo Diana.
Saber que el caniche no estará me hace sonreír y entonces
experimento un morbo increíble al ser consciente de que tres
depredadores quieren jugar conmigo. PETER, PABLO y Diana. Me
gusta la idea.
El corazón se me acelera y PETER, al intuir lo que pienso, murmura
elevando más mi calentón:
—Quiero ofrecerte. Quiero follarte y quiero mirar.
Asiento...
Asiento...
Asiento...
Y finalmente respondo con un hilillo de voz, mirándolo a los
ojos.
—Lo deseo, PETER. Lo deseo mucho.
Mi chico sonríe. Teclea algo en el móvil y, segundos después,
dice levantándose:
—Vámonos.
Lo sigo al fin del mundo, mientras mi cuerpo se revoluciona

y mi mente piensa, ¡sexo!

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