Dos
días después comienza la Oktoberfest, la fiesta de la cerveza
más
importante del mundo. PETER ha quedado allí con los amigos
y
la familia.
Cuando
termino de vestirme, me miro al espejo. Parezco una
campesina
alemana con el dirndl, que es el traje típico, compuesto
por
falda larga, delantal, corpiño y blusa blanca. Divertida,
empiezo
a hacerme unas trenzas y, al mirarme al espejo,
sonrío.
Estoy convencida de que mi apariencia lozana a PETER le
encantará.
Suena
una llamada en la puerta de mi habitación y entra
Flyn.
Está guapísimo con sus pantalones cortos de cuero marrón,
sus
tirantes, el gorrito verde y la chaqueta de paño grisácea.
—¿Estás
preparada?
—Pero
qué guapo estás, Flyn.
El
pequeño sonríe y yo, dándome una vuelta ante él,
pregunto:
—¿Parezco
una alemana así vestida?
—Estás
muy guapa, pero te pasa como a mí, no tenemos cara
de
alemán.
Ambos
nos reímos y, divertida por lo que ha dicho, me hago
la
otra trenza.
—Dile
a tu tío que bajo en cinco minutos.
El
crío sale despepitado de la habitación y, cuando termino
de
peinarme y me doy la vuelta, me sorprendo al ver a PETER
apoyado
en el quicio de la puerta.
Me
mira... y luego dice con una sonrisa torcida:
—No
sé cómo lo haces, pero siempre estás preciosa.
Se
me reseca la boca.
Madre
mía, qué pedazo de marido tengo.
Aquí
el guapo, el precioso, el impresionante, el alucinante ¡es
él!
Vestido
con unos pantalones largos de cuero marrón oscuro,
una
camisa beige y unas botas marrones de caña alta está
impresionante.
Nunca imaginé que vestido de bávaro PETER pudiera
estar
tan sexy.
Por
cierto, me gusta cómo le queda el cuero. Debo exigirle
que
se compre algo de ese material.
Cuando
consigo reaccionar, repito la misma operación que
segundos
antes de hecho con Flyn. Me doy una vueltecita y,
cuando
vuelvo a mirar a PETER, sus manos ya están en mi cintura
y
me besa con aire posesivo.
Oh,
sí... adoro esta intensidad.
Sin
cortarme un pelo, me agarro a su cuello, salto y, rodeándole
la
cintura con las piernas, digo:
—Si
sigues besándome así, creo voy a cerrar la puerta, echar
el
cerrojo y la fiestecita la vamos a organizar tú y yo en la
habitación.
—Me
gusta la idea, pequeña.
Nuevos
besos...
Mayor
intensidad...
—Pero
¿qué hacéis? —pregunta Flyn, sorprendiéndonos—.
Dejad
de besaros y vámonos de fiesta. Todos nos esperan.
Nos
miramos y sonreímos.
Y
al ver que el pequeño, con los brazos en jarras, no se
mueve
de la puerta esperando que nosotros salgamos, PETER me
deja
en el suelo y murmura:
—Esto
no acaba aquí.
Divertida,
asiento y corro tras Flyn, mientras sé que PETER
sonríe
y camina detrás de mí.
Dexter
y Graciela nos esperan y están monísimos con sus
trajes
bávaros. Una vez estamos todos, nos despedimos de
Simona,
que se niega a acompañarnos, y subimos al coche.
Norbert
nos deja lo más cerca posible de la explanada Theresienwiese,
lugar
donde se celebra la multitudinaria fiesta.
El
tumulto es increíble y, sorprendida, le digo a PETER:
—¿Te
puedes creer que esto me recuerda a la Feria de Abril
de
Sevilla? Estoy por gritar «¡Olé... torero...!».
PETER
suelta una carcajada y yo añado:
—Eso
sí, aquí vais vestidos de bávaros y bebéis cerveza y allí
vamos
de flamencos y bebemos rebujito.
Mi
chico, feliz, me da un beso en la cabeza, mientras cientos
de
alemanes y extranjeros vestidos de todas las maneras posibles
se
disponen a divertirse entre música y litros y litros de
cerveza.
PETER
agarra mi mano con fuerza y con la otra sujeta a Flyn.
No
quiere perdernos a ninguno de los dos y, mirando a Dexter y
Graciela,
dice:
—Seguidme.
Caminamos
entre la gente y me fijo en que las casetas llevan
los
nombres de las marcas de cerveza. Al llegar a una de ellas, el
grandullón
que hay en la puerta, al ver a PETER, nos deja pasar.
Suena
música. La gente canta, baila y bebe. Se lo pasan bien,
¡qué
guay! PETER se para, mira a su alrededor y, cuando localiza lo
que
busca, seguimos andando.
—Esto
está a reventar de gente —grito.
Él
asiente y dice:
—Tranquila,
nosotros tenemos nuestro sitio reservado todos
los
años.
Al
fondo, entre el tumulto, de pronto veo a EUGE y Sonia con
el
pequeño Glen en brazos, mientras Marta y NICO bailan.
—Pero
¿quién ha venido? —grita Sonia al ver a su nieto.
Tras
abrazarla, Flyn comienza a hacerle monerías a Glen,
que
le sonríe.
EUGE,
contenta de verme, me mira y exclama:
—Chicaaaaaaaa...,
te pongas lo que te pongas te queda bien.
Yo
sonrío con picardía y, acercándome a ella, respondo:
—Eso,
más que a mí díselo a mi marido. ¿Has visto qué
guapo
está?
Mi
buena amiga lo mira de arriba abajo y dice:
—La
verdad es que sí, tu maridito tiene muy buena planta,
pero
mi Andrés también está muy guapo y... bueno... bueno...
para
guapo el que viene, y lo bien acompañado que va.
Sigo
la dirección de su dedo y veo que PABLO, en todo su
esplendor,
llega del brazo del caniche Fosqui y
de otra rubia
más.
La gente los mira. La tal Agneta es muy conocida por salir
en
la televisión y pronto la rodean para pedirle autógrafos.
Al
acercarse puedo ver que la otra rubia es Diana. PABLO consigue
arrancar
a su chica de las garras de sus fans y cuando
llegan
hasta nosotros, tras darle un beso a él, intento ser amable
con
la presentadora.
—Hola,
Agneta.
Ella
me mira y, tras repasarme de arriba abajo, dice:
—Perdona,
no recuerdo tu nombre, ¿cómo te llamabas?
—LALI.
—Ah
sí, es cierto. —Y, volviéndose hacia su amiga, añade—:
Ésta
es LALI.
Diana
asiente. Ya nos conocemos y, acercándose a mí, dice:
—Encantada
de volver a verte, LALI.
Mi
estómago se contrae al recordar lo que esta mujer sacó de
mí
aquella noche en el local de intercambio de parejas y, acalorada,
respondo:
—Yo
también estoy encantada.
De
pronto, oigo que el caniche estreñido exclama:
—¡PETER!
Qué alegría volver a verte. Ven, quiero presentarte a
Diana.
La
madre que parió a Fosqui.
¿Se
acuerda del nombre de él y no del mío?
Esta
tía si me gustaba poco, ahora menos.
Como
si me leyera la mente, mi guapo marido las saluda a
ella
y a Diana, pero luego, inmediatamente se acerca a mí. Sabe
lo
que pienso. Por ello, me coge en brazos y, levantándome
delante
de todos, dice:
—Amigos,
es el primer Oktoberfest de mi preciosa mujer en
Alemania
y me gustaría que brindarais por ella.
En
ese momento, todos los alemanes, conocidos y desconocidos,
que
hay a nuestro alrededor levantan sus enormes jarras
de
cerveza y, tras dar un grito de guerra, brindan por mí. Yo
sonrío
y PETER me besa.
¡Se
acabó mi mala leche!
Flyn
quiere ir a montar en las atracciones y Marta y yo nos
ofrecemos
voluntarias para acompañarlo. Necesito que me dé el
aire.
Cuando
salimos de la carpa, la muchedumbre nos absorbe.
Marta
me mira y yo le indico que no se preocupe que voy tras
ella.
Cuando llegamos a una de las atracciones para niños, Flyn
se
monta encantado. Marta y yo lo esperamos.
—Madre
mía, qué melopea llevan ésos. —Señalo a unos que
van
borrachos hasta las trancas.
Marta
sonríe y responde:
—Tienen
pinta de ingleses. ¿Sabes cuál habrá sido su problema?
—Yo
niego con la cabeza y Marta me aclara divertida—:
Seguro
que han intentado seguir el ritmo cervecero de algún
alemán
y lo que no saben es que la cerveza que se sirve en esta
fiesta
es mucho más fuerte de lo habitual. —Yo me río a carcajadas—.
Pero
si la jarra más pequeña es del tamaño de un libro,
¿qué
te puedes esperar?
Entre
risas, esperamos a que Flyn acabe y, cuando lo hace,
corremos
a un par de atracciones más. Cuando regresamos de
nuevo
a la carpa, PETER me guiña un ojo y EUGE me coge de la
mano
y me hace subir a una de las mesas para cantar una canción
típicamente
alemana. Divertida, los sigo. Curiosamente, me
la
sé y PETER sonríe junto a su madre.
Cuando
voy a bajar de la mesa, un hombre se acerca a mí y
me
ayuda. Me coge por la cintura y, cuando estoy en el suelo,
dice
sin soltarme:
—¿Sabes
que eres una joven muy bonita?
Yo
sonrío, se lo agradezco y me voy con mi grupo, pero al
acercarme
me paro y siento que la furia sube por todo mi cuerpo
a
borbotones al ver a NATALIE frente a PETER.
¿Qué
hace aquí ATALIE?
¡Odio
a esa maldita mujerrrrrrrrrrrrrr!
Me
pica el cuello. Me rasco y maldigo en español, para que
nadie
me entienda.
De
repente, ella me ve. PETER, al ver su gesto incómodo, mira y
me
ve también. Molesta, me doy la vuelta y me encuentro de
frente
con el hombre que segundos antes me piropeaba y que
pronto
me doy cuenta de que está como una cuba.
—Hola
de nuevo, preciosa.
No
le respondo y él insiste:
—Déjame
invitarte a una cerveza.
—No,
gracias.
Me
doy la vuelta. Estoy cabreada, muy cabreada, cuando
siento
que alguien me coge de la cintura. Maldito borracho. Me
inclino
y lanzo un codazo hacia atrás para alejarlo de mí con
todas
mis fuerzas. Oigo una protesta y, al darme la vuelta, mi
corazón
se desboca al ver a PETER, que, encogido, me mira y
gruñe:
—Pero
¿qué te ocurre?
Su
reacción me indica que le he hecho daño.
¡Madre
mía, qué bruta soy!
Me
paralizo. Él se recupera, me coge con fuerza de la mano
y,
sin soltarme, me lleva hasta un lateral de la carpa. Cuando
llegamos,
dice enfadado:
—¿A
qué ha venido darme ese codazo?
Voy
a responder, pero no me deja e, inmediatamente,
continúa:
—Si
es por NATALIE, es alemana y está en su derecho de
venir
a la fiesta. Y antes de que sigas echando humo por las
orejas,
o propinando salvajes codazos, déjame decirte que no se
me
ha insinuado, no ha intentado ligar conmigo y no ha hecho
nada
de lo que se tenga que avergonzar, porque valora su
trabajo
y sabe que no quiero que nos ocasione problemas. Ella
en
su momento lo entendió, ¿lo has entendido por fin tú?
No
pienso decir nada.
¡Me
niego!
No
voy a contestar. Sigo molesta por haberla visto.
PETER
espera... espera... espera y cuando veo que desespera,
suelto:
—Vale.
Entendido.
Su
gesto se relaja. Me toca el pelo y murmura:
—Pequeña...,
sólo me importas tú.
Me
va a besar, pero yo me retiro.
—¿Me
acabas de hacer la cobra, señora LANZANI?
Su
gesto, su voz y su risa, consiguen que finalmente yo sonría
y
responda:
—Ten
cuidado, o la próxima vez te haré la víbora,
¿entendido?
PETER
suelta una carcajada, me abraza y regresamos junto al
resto
de los amigos, donde me quedo sin habla al ver a Graciela
sentada
sobre las piernas de Dexter mientras él la sujeta y la
besa.
Vaya... creo que estos dos han vuelvo a beber cerveza de
Los
Leones.
Al
verlos, PETER me mira y murmura:
—Aquí
besa todo el mundo menos yo.
Su
ironía me hace gracia y, volviéndome hacia él, me agarro
a
su cuello con actitud posesiva y, mirándolo a los ojos, le pido:
—Bésame,
tonto.
No
se hace de rogar. Me besa ante todo el mundo y su madre
es
la primera en brindar y beber un trago de cerveza.
No
vuelvo a ver más a NATALIE. Se ha escabullido.
Entrada
la noche, la fiesta continúa. PABLO se marcha con sus
amigas
y Marta con Arthur. EUGE y NICO se van con el
pequeño
Glen, que ya está cansado, y Dexter y Graciela se
quieren
ir a casa. Tienen prisa y yo sonrío al ver la cara de la
chilena.
PETER,
sin preguntar, llama a Norbert con el móvil y quedan
en
el mismo lugar donde nos dejó. Cinco minutos más tarde,
Dexter
y Graciela, acompañados por Sonia y Flyn, desaparecen
y
PETER murmura en mi oído:
—Creo
que esta noche alguien lo va a pasar muy bien en
nuestra
casa.
Eso
me hace sonreír.
Por
fin, los dos le van a dar un gustazo al cuerpo y, si todo
funciona
bien, quizá se den una oportunidad.
Durante
una hora, PETER y yo lo pasamos bien divirtiéndonos,
hasta
que le vibra el móvil y, tras leer el mensaje, me dice:
—Es
PABLO.
Nuestros
ojos se encuentran. Nos miramos durante unos
segundos
y él añade:
—Está
en un local de intercambio llamado «Sensations» y
nos
pregunta si nos apetece ir.
Mi
cuerpo se calienta. Sexo. Y veo cómo mi chico no latino
curva
la comisura derecha de la boca y dice:
—Sólo
iremos si tú quieres.
¡Uf,
qué calor!
Acalorada
como estoy ya por tanta bebida, esto directamente
me
abrasa.
Bebo
de mi cerveza mientras Eric me observa. Me pongo
nerviosa
y, finalmente, pregunto:
—¿Estarán
las dos mujeres que lo acompañaban?
PETER
me mira. Ha intuido que el caniche y yo somos dos
razas
incompatibles y responde:
—Sólo
Diana.
Saber
que el caniche no estará me hace sonreír y entonces
experimento
un morbo increíble al ser consciente de que tres
depredadores
quieren jugar conmigo. PETER, PABLO y Diana. Me
gusta
la idea.
El
corazón se me acelera y PETER, al intuir lo que pienso, murmura
elevando
más mi calentón:
—Quiero
ofrecerte. Quiero follarte y quiero mirar.
Asiento...
Asiento...
Asiento...
Y
finalmente respondo con un hilillo de voz, mirándolo a los
ojos.
—Lo
deseo, PETER. Lo deseo mucho.
Mi
chico sonríe. Teclea algo en el móvil y, segundos después,
dice
levantándose:
—Vámonos.
Lo
sigo al fin del mundo, mientras mi cuerpo se revoluciona
y
mi mente piensa, ¡sexo!
Me mato de risa el codazo a peter jajajaja
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