Cuando
salimos de la caseta, PETER me pasa un brazo por los
hombros
e intenta que nadie me roce. Su protección hacia mí
me
gusta y me hace sonreír. Es terrenal. No soporta que los
hombres
me miren o me toquen, pero luego, en nuestros
momentos
íntimos, le excita ofrecerme a ellos.
Al
principio de nuestra relación, yo misma no conseguía
entenderlo.
¡Era de locos! Pero tras meses practicando el mismo
sexo
que él, sé diferenciar una cosa de otra. La vida, el respeto y
el
día a día son una cosa, y las fantasías sexuales, cuando nosotros
lo
decidimos, otras.
Yo
tampoco soporto que ninguna mujer mire o se insinúe a
PETER.
¡Me pongo mala! Pero sin embargo, cuando jugamos, me
gusta
ver que disfruta.
Sé
que nuestra relación, en especial nuestra sexualidad, es
algo
difícil de entender para mucha gente. Mi hermana seguramente
pondría
el grito en el cielo y me llamaría degenerada,
cochina
y cosas peores, y mi padre no me lo quiero ni imaginar.
Pero
es nuestra relación, y con nuestras propias normas todo
funciona
de maravilla y no quiero que cambie. ¡Me niego! PETER
me
ha descubierto un mundo morboso y placentero que yo
desconocía
y me siento atraída por él.
Me
gusta que me observen cuando practico sexo...
Me
gusta que me disfruten cuando mi pareja me abre las
piernas
para otros...
Y
me gusta ver cómo mi pareja disfruta...
Voy
sumida en mis pensamientos, mientras PETER se abre
paso
entre la gente. Cuando salimos de la marabunta, para un
taxi
y, tras darle la dirección, me mira y dice:
—Estás
muy callada, ¿qué piensas?
Lo
miro. Quiero ser sincera y contesto:
—Pienso
en lo que va a ocurrir.
Sonríe
y, acercando su boca a mi oído para que el taxista no
nos
oiga, murmura:
—¿Y
qué quieres que ocurra?
—¿Qué
quieres tú?
Mi
chico apoya la cabeza en el respaldo del taxi, coge aire y,
mirándome
con intimidad, susurra en español:
—Quiero
mirar, quiero follarte y quiero que te follen. Anhelo
besar
tu boca mientras tus gemidos salen de ella. Deseo todo,
absolutamente
todo lo que tú estés dispuesta a darme.
Como
un muñequito vuelvo a asentir y mi estómago de
nuevo
se contrae. Escuchar en su boca la palabra «follar» me
excita,
¡me pone! Mis braguitas ya están húmedas sólo de
pensarlo
y respondo:
—Te
daré todo lo que tú quieras.
Mi
amor sonríe y cuchichea:
—De
momento, dame tus bragas.
Suelto
una carcajada. Él y mi ropa interior.
Con
disimulo, hago lo que me pide sin que el taxista se dé
cuenta,
de lo contrario me moriría de vergüenza; y una vez se las
doy,
primero se las acerca a la nariz y luego se las guarda en el
bolsillo
del pantalón.
Veinte
minutos más tarde y sin bragas, el taxi para en una
calle
transitada. Una vez nos bajamos, mi amor me agarra
posesivo
por la cintura y caminamos hacia la puerta de un bar
iluminado
llamado «Sensations». El portero nos mira y, al ver
nuestras
pintas aún con los vestidos bávaros, sonríe y nos deja
pasar.
Al
entrar veo que muchas de las parejas que hay ahí van
vestidos
como nosotros. Eso me deja más tranquila. Sin
pararnos,
caminamos hacia el fondo. PETER abre una puerta y
entramos
en una segunda estancia. Allí la música no está tan
alta
como en el primer lugar y observo que los presentes nos
miran.
Somos los nuevos y atraemos su atención.
PETER
me lleva hacia una barra, donde veo que dos hombres y
una
mujer se tocan íntimamente. Eso no me sorprende y sonrío
y
los observo en su morboso juego, mientras PETER pide unas
copas.
—Quiero
saber por qué te ríes —me dice mi marido al oído.
Divertida,
me siento en uno de los taburetes y, tras señalar al
trío
que disfruta cerca de nosotros, le pongo los brazos
alrededor
del cuello y contesto:
—Acabo
de recordar cuando en Barcelona me llevaste a
aquel
bar de intercambio, me sentaste en un taburete y me
hiciste
abrir las piernas para que otros miraran. —PETER sonríe y
yo
añado—: Esa noche me calentaste para nada.
—Fue
mi castigo por irte del hotel sin decirme nada,
pequeña
—responde divertido y, besándome en el cuello, murmura
mimoso—:
Eso te excitó mucho.
—Sí.
Mi
respiración se agita cuando PETER, mi PETER, mi amor, coge
mi
falda larga y comienza a subirla lentamente hasta mis
muslos.
¡Qué juguetón es!
—Hay
un hombre a tu derecha que no para de observarnos y
a
mí me excitaría que pudiera ver algo más de mi mujer.
¿Quieres?
Sus
manos suben por la cara interna de mis muslos hasta
llegar
al centro de mi deseo. Lo toca. Yo lo miro con pasión y
susurro:
—Sí,
quiero.
No
espera más. Me besa y, acto seguido, da la vuelta a mi
taburete.
El hombre, de unos cincuenta años, atractivo, nos
observa.
Clava su mirada en mí y veo cómo la baja. Desde atrás,
PETER
me abre más las piernas y veo cómo los ojos del desconocido
se
dilatan y brillan.
Excitada,
yo misma me subo más la falda, cuando PETER dice
en
mi oído:
—Se
muere porque lo invitemos a meterse entre tus piernas.
Míralo.
Sus ojos te poseen, ¿lo ves?
Asiento,
mientras noto cómo me humedezco y mi respiración
se
acelera. PETER lo sabe y, poniéndome una mano sobre el
corpiño,
me toca un pecho y murmura:
—Eres
apetecible, cariño. Muy... muy apetecible. —Y, mientras
el
maduro desconocido no nos quita ojo, PETER pregunta—:
¿Alguna
vez has tenido relaciones con un hombre de esa edad?
Niego
con la cabeza.
—No.
El más mayor has sido tú.
Mi
chico asiente y, apoyando la cabeza en mi hombro,
inquiere:
—¿Qué
te parecería tener sexo con él?
—Bien
—respondo sin pensar.
En
un momento así y con lo caliente que estoy, sólo deseo
que
me satisfagan. Imagino cosas y, dándome la vuelta, sonrío.
—¿Por
qué sonríes, preciosa?
Clavo
mis ojos en él, me humedezco el labio inferior y
contesto:
—Esta
noche yo también quiero jugar contigo.
PETER
me entiende. Lo veo en su mirada. No sonríe y susurro:
—Quiero
volver a ver cómo un hombre te hace una felación.
Mira
el suelo. Después me mira a mí y, levantando las cejas,
pregunta:
—¿Tanto
te gusta verlo?
—Sí.
—¿Y
no temes que me pueda gustar más eso que otras cosas?
Suelto
una carcajada. Si algo tengo claro es que las mujeres
siempre
le gustarán más y respondo:
—A
ti te gusta verme con otra mujer, ¿verdad?
—Sí.
—¿Y
no temes que me pueda gustar más eso que otras cosas?
PETER
sonríe. Entiende lo que acabo de decir. Mueve la cabeza
y,
besándome, dice:
—Muy
bien, pequeña. Juguemos los dos. Pero sólo felación.
—PETER,
¡cuánto tiempo sin verte por aquí!
Esa
voz nos saca de mi burbujita calentorra y sonrío. Saber
que
PETER está dispuesto a entrar en mi juego me excita aún más.
Mucho
más.
Mi
amor y el desconocido se estrechan la mano.
—Hola,
Roger. —Y, mirándome, dice—: Ella es mi mujer,
LALI.
Acalorada,
sonrío. No puedo ni hablar cuando PETER pregunta.
—¿Has
visto a PABLO?
El
hombre asiente y saluda con un guiño a una mujer que
pasa
por nuestro lado.
—Está
en el reservado diez.
Vaya...
nuestro amigo no pierde tiempo.
Cierro
las piernas y me bajo la falda. Al verlo, PETER sonríe y
me
da un beso en la frente. Durante unos veinte minutos, charlamos
los
tres y veo que el hombre maduro que me miraba ya ha
encontrado
otra pareja con la que pasarlo bien y desaparece con
ella
tras unas cortinas rojas. Pero también me percato de que
Roger
no para de mirarme los pechos, hasta que dice:
—Tu
mujer es preciosa.
Mi
marido asiente.
—Sus
pechos te enloquecerían.
Roger
me los mira de nuevo y, alejándose, dice:
—Llámame.
Sorprendida
por esa extraña conversación, pregunto:
—¿A
qué venía hablar de mis pechos?
PETER
sonríe y, acercándose, responde:
—A
Roger le encantan los pechos. Adora chupar pezones.
Eso
me asombra. Pero no puedo continuar preguntando,
porque
PETER me hace bajar del taburete y vamos hacia la cortina
roja
por la que he visto desaparecer al maduro y a otras parejas.
Al
traspasarla, oigo jadeos. Muchos jadeos y grititos de
gusto.
Miro alrededor y veo varios reservados separados por
cortinas
de colores. PETER descorre varias cortinas y yo miro. En
los
cubículos veo a varias personas manteniendo relaciones de
todo
tipo.
—¿Qué
te parece? —pregunta PETER ante uno de los
reservados.
Tras
pasar mis ojos curiosos por la estancia y ver a un
hombre
con dos mujeres, respondo:
—Que
lo pasan bien.
Salimos
de allí y PETER abre el cortinaje de otro. Dentro hay
una
pareja con varios hombres. Juegan con la mujer y entre
ellos
y disfrutan. El maduro atractivo que nos miraba en la
barra
al vernos se detiene y se levanta, mientras los otros continúan
su
jueguecito. Sus ojos vuelven a recorrer mi cuerpo
cuando
PETER entra en el reservado y dice:
—Túmbate
en la cama, LALI.
Sin
cuestionarlo, hago lo que me pide. Me pone a cien
cuando
me ordena algo con ese tono de voz. La cama se mueve
por
las embestidas de las otras personas y yo me acelero al mirarlos.
Me
percato de que la mujer me mira y de que no le
molesta
nuestra presencia. Sonríe y yo le sonrío. PETER se me
acerca,
se sienta en la cama e, inclinando la cabeza, murmura:
—Deseo
que te toque para mí, ¿te parece bien?
Tumbada
en la cama, asiento. Lo deseo, pero susurro:
—Antes
yo quiero otra cosa.
PETER
me mira. Me va conociendo e intuye lo que le voy a
pedir,
cuando digo:
—Ya
sabes lo que quiero, ¿verdad?
Mi
chico se resiste y, dispuesta a conseguir mi propósito,
insisto:
—Es
nuestro juego. Sólo felación, ¿recuerdas?
Asiente
con la cabeza. Sonrío. Miro al madurito que está
frente
a nosotros y digo:
—Arrodíllate
ante él.
Sin
dudarlo un segundo, el desconocido hace lo que le pido.
Se
arrodilla ante PETER. Desabrocho el botón del pantalón de éste
y
le ordeno al otro hombre:
—Dale
placer.
Él
posa las manos en el pantalón de PETER, que da un
respingo,
pero no se mueve ante mi mirada. Con delicadeza, el
hombre
baja los pantalones de mi amor y en su camino se lleva
el
bóxer, dejándoselo todo a media pierna.
La
verga de PETER aparece erguida y dura y yo suspiro mientras
el
hombre arrodillado ante mi marido se la toca. Le
encanta.
Disfruta con ello. Pasea su mano por su miembro y por
sus
testículos, endureciéndolo más. Instantes después, con delicadeza,
se
la lava y después se la seca.
PETER
me mira y yo sonrío.
Acto
seguido, el madurito le acerca su boca hasta la punta
del
pene, saca la lengua y lo chupa. Al sentir el contacto, PETER
cierra
los ojos y a mí se me pone el vello de punta.
¡Excitante!
Con
deleite y disfrute personal, observo cómo el desconocido
es
todo un experto. Recorre cada milímetro del miembro de PETER
con
su lengua, lenta y pausadamente, para después introducírselo
entero
en la boca una y otra vez.
¡Ardor!
Sus
manos le tocan los testículos, se los aprieta con delicadeza
y,
cuando se saca el pene de la boca, se los chupa, los
succiona.
PETER
jadea. Su cuerpo vibra de placer, mientras echa la
cabeza
hacia atrás.
¡Calor!
La
respiración de mi amor se acelera por segundos y la mía
también.
Ver esto me parece morboso, excitante, caliente y más
cuando
observo que mi chico lo disfruta y que las venas del
cuello
se le marcan.
¡Combustión!
Todo
en la habitación es morboso. A mi lado, tres hombres
proporcionan
placer a una mujer y un desconocido a mi loco
amor,
mientras observo el espectáculo que yo he provocado y
me
excito. Me humedezco. Me empapo.
En
ese instante, el madurito desliza una de sus manos hacia
el
trasero de PETER, se lo aprieta y le separa las cachas del culo.
Pero
cuando va a meterle un dedo en el ano, mi marido lo para.
El
hombre no insiste y vuelve a centrarse en su enorme erección.
Entiende
la negativa. Incrementa sus lametazos y oigo de
nuevo
gemir a PETER.
¡Quemazón!
Con
la mano derecha, éste empieza a empujar la cabeza del
desconocido
con fuerza, para introducirle todo el pene en la
boca.
El hombre se vuelve loco con esa exigencia.
Yo
más.
Se
arrima más a PETER y, agarrándolo con fuerza por el culo
una
y otra vez, repite la misma acción hasta que mi amor, mi
maravilloso
amor no puede más, suelta un potente gruñido y se
deja
ir.
¡Fuego!
Cuando
acaban, el desconocido se va a la ducha. Yo me
levanto
de la cama y, cogiendo la jarrita de agua, la echo con
cuidado
por el pene de mi marido. Lo lavo, lo seco y pregunto:
—¿Todo
bien?
PETER
asiente a su vez, sonríe y susurra:
—¿Excitada?
—Mucho.
Instantes
después, el madurito regresa con nosotros. Sin
necesidad
de que PETER diga nada, me vuelvo a tumbar en la cama
y
mi chico asiente.
Sin
hablar, el hombre me sube la falda hasta la cintura y yo
me
muevo nerviosa. Acto seguido, pasea sus manos por mis
muslos
y me los separa un poco para echarme agua sobre el
sexo.
Lee mi tatuaje y sonríe.
El
frescor se agradece. Cierro los ojos y PETER susurra:
—Abre
las piernas y dale acceso a ti.
Hago
lo que me pide. Me excita hacerlo y siento el aliento del
hombre
sobre mi húmeda entrepierna. Sus manos me abren los
labios,
me tocan y noto que uno de sus dedos entra en mí.
Juega...
Aprieta...
Abro
los ojos y PETER dice:
—Así...
déjale entrar... así.
El
momento...
Su
voz...
Sus
peticiones...
Todo
me exalta por segundos, mientras las otras personas
desatan
su pasión a nuestro lado.
El
desconocido introduce y saca el dedo de mi interior,
mientras
su lengua succiona mi clítoris y mi respiración se
vuelve
sibilante. No sé el tiempo que estamos así, sólo sé que
disfruto
el momento.
De
pronto, se para, se pone un preservativo y se tumba sobre
mí.
En ese instante, PETER aclara:
El
desconocido asiente y, pasando uno de sus brazos por
debajo
de mi trasero, me levanta y, con impaciencia y exigencia,
me
penetra. Oh, sí..., es lo que necesito.
—Mírame
—pide PETER.
Lo
hago. Sin parar, ese hombre con el que ni siquiera he
hablado
ni sé cómo se llama, entra y sale de mí una y otra vez y
yo
quiero más profundidad. Necesito más y pongo las piernas en
sus
hombros. Ese gesto lo excita. Sonríe y, agarrándome de las
caderas,
se empala en mí y yo me sofoco cuando PETER, acercándose
a
mi boca, murmura:
—Dame
tus gemidos cariño..., dámelos.
Me
falta el aire, pero beso a mi amor y le entrego lo que me
pide.
Mi boca jadea bajo la suya. Sus dientes muerden mis
labios
y se bebe mis gemidos. Eso lo excita, lo pone, lo vuelve
loco,
mientras el hombre sigue su particular baile dentro de mí y
yo
me entrego al disfrute. Hasta que él no puede más y, tras un
último
empellón que me hace gritar, llega al clímax.
El
desconocido sale de mí y vuelve a echar agua sobre mi
sexo.
¡Frescor!
Después
coge un paño limpio y me seca. Pasados unos
segundos,
mi corazón se relaja y PETER, asiéndome de la mano,
dice:
—Levanta,
cariño.
La
falda me cae hasta los pies y, sin mirar atrás ni cruzar
palabra
con ese hombre desconocido, salimos del reservado.
PETER
tiene prisa.
Al
llegar al pasillo, donde se oyen mil jadeos, mi dueño, mi
amor,
mi marido, me coge entre sus brazos, me arrincona contra
la
pared y me besa. Su beso es exigente, loco, asolador.
Embriagada
por la locura que me demuestra, le respondo.
Entonces
siento que me sube la falda, se abre el pantalón y me
penetra.
Oh,
sí..., ése es el roce y la profundidad que yo necesito.
¡PETER!
Sin
mediar palabra, mi exigente marido entra en mí una y
otra
vez y yo me acoplo a él mientras jadeo, y me agarro a sus
hombros
dispuesta a recibirlo más.
Como
si fuese una muñeca, PETER me mueve entre sus brazos
y
yo enloquezco mientras dice:
—Lo
siento, pequeña, pero me voy a correr ya.
Está
muy excitado por lo que ha visto y sus penetraciones
buscan
un desahogo que yo sé que necesita y que le quiero dar.
Instantes
después, mi útero se contrae, PETER rechina los dientes
y
se deja ir.
Sin
soltarme, susurra:
—Siento
que haya sido tan corto, pero me ha excitado mucho
ver
lo que hacías.
Con
una pícara mirada, contesto:
—No
te disculpes, cariño, ahora te voy a exigir mucho más.
PETER
sonríe y yo también. Me besa y me baja al suelo. Siento
cómo
su fluido corre por mis piernas y digo:
—Necesito
una ducha.
Él
asiente y echamos a andar por el pasillo de los jadeos. De
pronto,
se para, abre una de las cortinas donde pone número
diez
y dentro veo a PABLO y a Diana. Cada uno de ellos está con
dos
mujeres. Parecen pasarlo bien. PABLO nos ve. Su azulada
mirada
nos mira y dice:
—Nos
vemos en la sala de los espejos. Está reservada.
PETER
asiente y, mientras caminamos, comento:
—Veo
que conoces muy bien el lugar.
Mi
chico sonríe y, besándome, murmura:
—Te
aventajo en años, cariño.
Al
llegar frente a una puerta, PETER la abre y entramos. Está
oscuro,
pero al encender la luz, me sorprendo al ver que las
paredes,
el techo y el suelo está todo cubierto de espejos. De
pronto,
la luz se torna violeta y, besándome, mi chico dice:
—Tu
color preferido.
Sonrío
y lo beso. Adoro sus carnosos labios y entonces él me
agarra
por el trasero.
—Vamos
a ducharnos.
Entre
risas, nos quitamos los trajes de bávaros y nos metemos
bajo
una moderna ducha.
—¿Todo
bien, cariño?
Sonrío
y asiento. Ya echaba yo de menos la pregunta.
El
agua corre por nuestros cuerpos y estamos disfrutando el
momento
cuando PETER dice:
—Estás
consiguiendo de mí cosas que nunca pensé posibles.
Sé
que se refiere al hombre de antes y contesto:
—Adoro
ver tu cara cuando un hombre te da placer.
Los
dos sonreímos y nos besamos.
Cuando
salimos de la ducha, el impresionante jacuzzi que
hay
en un lateral de la habitación, lleno de agua que cambia de
color,
nos llama a gritos. PETER me coge en brazos y nos metemos
en
él.
Me
besa... lo beso.
Me
mima... lo mimo.
Me
toca... lo toco.
Todo
entre nosotros es puro morbo cuando la puerta se abre
y
entra PABLO, acompañado por Diana. Ambos vienen desnudos,
pero
llevan unas bolsas en la mano, que dejan sobre la cama. Al
vernos
en el jacuzzi, sonríen, van directos a la ducha. Cuando
salen,
PABLO se mete también en el jacuzzi y Diana saca unos CD
de
música de su bolsa. Los ojea. Elige uno y el resto los deja
sobre
una silla. Instantes después, oigo la voz de Duffy cantar
Mercy.
Diana
se mete en el jacuzzi y, al ver que tarareo la canción,
murmura
con voz melosa:
—Me
encanta esta mujer.
Durante
un rato, charlamos los cuatro. Nuestra conversación
gira
sobre lo que hemos hecho esta noche en el local y yo me
sorprendo
siendo tan sincera como ellos. Hablo de sexo con
normalidad
y disfruto de nuestra conversación.
—¿En
serio no has probado el sado? —pregunta Diana.
PETER
sonríe y PABLO también cuando respondo:
—No.
No me va eso del dolor. Prefiero otro tipo de disfrute.
Diana
asiente y PETER dice:
—LALI,
el sado no te va, pero me he dado cuenta de que en el
sexo
eres sumisa y acatas mis órdenes. ¿Te has percatado de
ello?
Asiento
y aclaro:
—También
me excita que tú me obedezcas.
Ambos
sonreímos y mi chico murmura:
—Eres
mi dueña y yo tu dueño.
—Y
el sexo es sólo sexo —finalizo yo.
Mimosa,
me acerco a él y, sentándome entre sus piernas,
digo,
mientras siento su pene juguetón bajo el agua:
—Soy
tuya y tú eres mío. No lo olvides, amor.
Sin
preocuparse de los cuatro ojos que nos observan, PETER
murmura:
—Tus
juegos se van ampliando día a día. Primero conociste
los
vibradores, después los tríos y los intercambios de pareja y el
día
que estuvimos con Dexter me di cuenta de lo mucho que te
gusta
complacer y obedecer.
PABLO
sonríe.
—A
Dexter le va el sado. Disfruta mucho con ciertas cosas.
Los
dos amigos se miran. Su complicidad me encanta. Se
comunican
con la mirada y PETER le aclara:
—Con
LALI, ciertas cosas no las probará nunca, porque ella
antes
le cortaría el cuello.
Todos
nos reímos. No hace falta que me digan a qué se
refieren.
Lo imagino. ¡Dolor! Algo que nunca entrará en mis
planes.
Me niego.
PABLO,
que bebe champán a nuestro lado, al ver cómo nos
miramos,
dice, sorprendiéndonos:
—Espero
conocer algún día a una mujer que me sorprenda, y
vivir
el sexo y la vida como vosotros lo vivís. Reconozco que os
envidio.
PETER
me besa y murmura:
—Algo
bueno en mi vida. Ya tocaba, ¿no?
PABLO
asiente, choca la copa con la de su amigo y yo añado:
—Como
diría mi padre, tu media naranja seguro que existe,
¡sólo
tienes que encontrarla!
Todos
reímos y PETER me mira de una manera especial y dice:
—Si
te ordeno cosas esta noche como un amo, ¿obedecerás?
Sonrío
como una vampiresa.
—Depende...
Él
sonríe. Le gusta mi respuesta y matiza:
—Nunca
te ordenaría nada que no te gustara, cariño.
Convencida
de ello, respondo:
—Ordéname...,
amo.
Nuestro
juego. Nuestro caliente juego comienza de nuevo y
su
mirada ya me excita. Su boca me vuelve loca y sus órdenes sé
que
me gustarán. PETER tiene razón, me gusta obedecer y
entregarle
todo lo que quiere.
—A
LALI la excita que le hablemos y seamos descriptivos
mientras
la follamos, ¿verdad? —afirma PABLO, con su claridad
de
siempre.
Asiento
y PETER dice con seguridad:
—Sí,
amigo. Mi mujercita es caliente, muy caliente.
Diana,
que hasta el momento ha permanecido callada
escuchándonos,
interviene:
—A
mí lo que me tiene loca es eso de «Pídeme lo que
quieras».
Ese tatuaje que llevas en cierto lugar me hace aflorar
el
morbo y desear hacerte y pedirte muchas cosas, LALI.
—¿Y
a qué esperas para hacerlo? —pregunta PETER y, con una
sonrisa
torcida, me mira y susurra—: Jugamos a los amos.
Todos
me miran. No sé qué decir. Mi respiración se acelera
cuando
Diana dice:
—Prometo
ser una ama... cariñosa.
Frunzo
el cejo. Pienso que no sé si este jueguecito de amos
me
va a gustar, cuando PETER dice con decisión:
—LALI,
como soy tu amo, quiero que salgas del jacuzzi y te
tumbes
en la cama para que Diana tome lo que quiera. Una vez
ella
esté satisfecha, regresa al jacuzzi y siéntate entre PABLO y yo.
Esta
noche tengo planes para ti y tú obedecerás.
Ufffff,
¡¡¡lo que me acaba de hacer el estómago!!!
Sin
dudarlo, salgo del jacuzzi dispuesta a entrar en el juego.
Cuando
cojo una toalla para secarme, PETER dice:
—LALI,
no he dicho que te seques. Suelta la toalla y túmbate
en
la cama.
Hago
lo que me pide y segundos después veo que Diana sale
también
del jacuzzi. PETER y PABLO nos observan en silencio. Sin
secarse
tampoco, Diana se acerca a mí, toca el tatuaje que tanto
le
gusta, lo besa y murmura:
—Date
la vuelta.
No
hace falta que lo repita. Lo hago y, cuando estoy boca
abajo,
se tumba sobre mí y me toca. Siento cómo pasea su
monte
de Venus por mi cuerpo.
—Incorpórate.
Me
pongo a cuatro patas sobre la cama. Diana coge entonces
mis
pechos mojados y me los estruja. Sus dedos me aprietan los
pezones
y la sensación me gusta, mientras posa su monte del
amor
en mi trasero. Me calienta.
La
sala de espejos me hace tener una buena visión de todo y
sonrío
al ver cómo la mirada de PETER habla por sí sola.
Entonces,
Diana dice:
—Túmbate.
Cuando
lo hago, ella coge una de las bolsas que PABLO y ella
han
dejado sobre la cama y saca algo. Se lo enseña a PETER, que
asiente.
Yo no sé qué es hasta que Diana dice:
—Entrégame
tus pechos.
Lo
hago y veo que se trata de unos clamps como los que Dexter
usó.
Me tranquilizo. Me los pone en los pezones y, tirando de
la
cadenita, dice mientras yo ronroneo:
—Tu
amo te ha entregado a mí y ahora tu ama soy yo.
Miro
a PETER y él asiente.
En
ese instante, Diana me coge la cara con una mano y con
la
otra me da un azote. Mirándome directamente a los ojos,
sisea:
—No
lo mires a él. Mírame sólo a mí.
Estoy
a punto de mandarla a tomar viento fresco, pero
reconozco
que la situación me excita y la miro. Ella observa mi
boca,
se acerca y, cuando me va a besar, se para y dice:
—Respetaré
tu boca porque sé que sólo es de él, pero el resto
lo
tomaré como mío, porque te quiero poseer para mi propio
placer.
Estoy
desconcertada. Su voz es sibilante y su gesto agresivo.
Pero
aun así, excitada, no me muevo, dejo que tome el mando
de
la situación y espero acontecimientos.
Una
vez me tiene como quiere, se deleita en lo que ve y, tirando
de
los clamps y con ello estirando mis pezones, murmura
mirando
mi tatuaje:
—Quiero
saborearte, entrégame lo que deseo.
Separo
las piernas y levanto las caderas en señal de entrega.
Diana
sonríe y, deseosa de probar lo que le ofrezco, suelta la
cadenita,
coge mi trasero con las manos y su boca baja hasta mi
sexo.
Me
besa, lo mordisquea hasta que me lo abre con los dedos y
ataca
directa a mi clítoris. Lo humedece con su lengua y luego lo
succiona.
Siento un enorme placer. Me chupa ansiosa y yo enloquezco
y
abro más las piernas, deseosa de que continúe.
Su
manera exigente de tocarme y de chuparme siempre me
excita.
Diana tiene la delicadeza de una mujer, pero el ansia de
un
hombre. Asedia mi cuerpo y yo jadeo.
—Vamos,
preciosa..., vamos... Dame tu jugo —exige.
Lametazo
a lametazo, consigue lo que se propone y la fiera
que
hay en mí le entrega lo que pide. Una y otra vez me
humedezco.
Gemidos asoladores salen de mi boca ante las cosas
que
me hace mientras murmura:
—Así...,
así..., córrete así.
Un
escalofrío recorre mi cuerpo. Diana se para. Yo protesto y
ella
susurra:
—Ponte
de rodillas y separa las piernas.
Al
incorporarme casi me mareo, pero recuperándome rápidamente,
me
pongo de rodillas sobre la cama, como ella, y antes
de
que pueda volver la cara para mirar a PETER, me sujeta por la
cintura
y, acercándome totalmente, mete dos dedos en mi
húmeda
vagina, mientras dice:
—Así...,
vamos..., jadea para mí. Hazme saber cuánto te
gusta.
Sus
dedos entran en mí una y otra vez. Dios, esta mujer sabe
lo
que hace. Jadeo excitada, mientras a escasos centímetros su
boca
me exige:
—Muévete...,
vamos..., muévete. Así..., así... —Sonríe tras un
nuevo
resoplido mío—. Quiero que te corras, que te empapes,
para
después abrir tus piernas y beberme tu dulce elixir.
Me
vuelvo loca al escuchar el chapoteo de mis jugos en su
mano
al subir y bajar. Quiero sentir su boca entre mis piernas.
Deseo
que su lengua chupe mi clítoris y beba mi elixir. Mi respiración
parece
una locomotora y ella aumenta la rapidez, la
intensidad
y la penetración.
No
me lo puedo creer. Esta mujer me lleva de un orgasmo a
otro
de una manera imparable. Estoy empapada. Me noto muy
mojada
y cuando siento que el placer se propaga por mi cuerpo,
grito
y caigo hacia atrás.
Al
verlo, Diana me abre rápidamente los muslos y toma de
nuevo
lo que la apasiona de mí. Chupa... lame y yo de nuevo se
lo
entrego. Cedo ante ella, deseosa de que no pare.
Cuando
creo que se ha saciado de mí, me quita los clamps y
me
chupa los pezones. La suavidad de su lengua me reconforta y
más
cuando sopla y siento un rico hormigueo en los pechos.
Hum...
me encanta.
Pienso
en PETER. En sus ojos. En cómo me mirará en este
momento
e imagino lo duro y excitado que tiene que estar,
cuando
oigo su voz que dice:
—Diana,
usa el arnés doble e hinchable.
Ella
se mueve y saca de la bolsa un arnés que nunca he visto
antes.
Es una especie de braga de cuero con enganches, una bola
y
dos penes. Uno por dentro de la braga y otro por fuera. Me lo
entrega
y dice:
—Pónmelo.
Excitada,
con los pezones como piedras y el arnés en la
mano,
la miro. Yo nunca he puesto uno de esos y ella me aclara:
—Introdúceme
el pene que hay dentro y luego átame el arnés
a
la cintura para que yo te pueda follar a ti.
Sin
más, se pone de rodillas sobre la cama, separa las
piernas
y exige, dándome un azote:
—Hazlo.
Al
meter las manos entre sus piernas, siento su calor. Por
norma,
yo nunca suelo tocar a las mujeres, prefiero que me
toquen
a mí, y a pesar de las ganas que me entran de hacerlo en
ese
momento, me limito a hacer lo que me pide.
Separo
con los dedos sus labios vaginales, que son suaves y
están
mojados, y le introduzco el pene lentamente. Me gusta esa
sensación
de controlar yo el momento.
¿Me
gustaría ser ama?
Una
vez el arnés se ha acoplado a su cuerpo, engancho las
correas
a sus caderas y dice:
—Túmbate,
abre las piernas y, cuando te haya penetrado,
rodéame
la cintura con ellas y respóndeme, ¿entendido?
Asiento
y me tumbo. De rodillas y con el arnés puesto, Diana
observa
lo que hago y, cuando abro las piernas, se tumba sobre
mí.
Tras introducir lentamente el otro pene en mi cuerpo,
murmura:
—Rodéame
con las piernas.
Obedezco.
Con una mano, ella aprieta la bola que está
enganchada
al arnés y explica:
—Estoy
inflando el pene que hay en tu interior. Voy a
dilatarte.
Segundo
a segundo, mi vagina se llena más y más. Nunca he
tenido
nada tan grueso dentro y cuando creo que voy a reventar,
ella
para y dice:
—Dame
las manos.
Hago
lo que me pide y, cogiéndomelas, me las coloca por
encima
de mi cabeza y, apretándomelas contra el colchón,
mueve
las caderas y las dos jadeamos.
—¿Te
gusta...?
—Sí...
De
nuevo se aprieta contra mí y ambas gemimos. La sensación
es
plena. Estoy totalmente llena y noto cómo mi vagina se
dilata
para amoldarse al pene. Una y otra vez, entra y sale de mí
y
jadeo.
En
ese momento, oigo decir a PETER:
—Dale
profundidad, Diana. A LALI le gusta.
Ella
pone mis piernas en sus hombros y me da lo que PETER ha
pedido.
Mis
jadeos se convierten en gritos de placer.
Oh,
sí... me gusta.
Enloquecida,
cojo los pechos de Diana, la obligo a que me los
meta
en la boca y, mientras le muerdo los pezones y veo que le
gusta,
ella me vuelve a penetrar sin piedad. Yo le araño la
espalda
y gimo con sus pezones en mi boca.
—Sí...,
sí..., no pares..., no pares.
No
lo hace.
Me
obedece.
Me
da lo que le pido.
Tengo
mucho calor...
Me
abraso..., me quemo.
Y
cuando el ardor se extiende a las dos, Diana cae sobre mí y
yo
grito al sentir que llego al clímax.
Agotada,
sudada y satisfecha, miro a los espejos del techo y
veo
a PETER y PABLO.
—Mírame
a mí —exige Diana.
Lo
hago. Ella me agarra los hombros y me vuelve a hacer
gritar.
Yo, a cambio, le muerdo un pezón. Eso la reactiva y,
como
una posesa, aprieta su pelvis contra la mía y las dos
jadeamos.
Minutos
después, cuando su ataque finaliza, mi respiración
se
normaliza. No me muevo. No sé si Diana se ha saciado ya de
mí.
Ella manda y yo obedezco. Ése es el juego y me gusta. Me
gusta
mucho.
Cuando
sale de mi interior, mi vagina se deshincha.
Ella
se tumba a mi lado y, mirándome, me explica:
—Te
seguiría haciendo mía el resto de la noche, pero no
quiero
ser egoísta. Ahora les toca a ellos. —Y levantando la voz,
dice—:
PETER, de momento he acabado.
Sonrío.
Me gusta oír eso de «¡de momento!».
Quiero
repetir con Diana. Ella me pone mucho en el plano
sexual.
—LALI,
ven al jacuzzi —dice PETER.
Me
levanto. Las piernas me tiemblan, mis jugos chorrean
por
ellas, pero camino hacia allá. Cuando me meto en el jacuzzi,
recuerdo
que PETER ha dicho que al regresar me sentara entre los
dos.
Lo hago y suspiro al notar el agua sobre mi piel.
¡Qué
gustazo!
Por
debajo del agua, siento que PETER busca mi mano. Se la
doy
y se la aprieto. Soy consciente de lo que con ese gesto me
está
preguntando.
Durante
unos minutos nadie habla, nadie se mueve. Cierro
los
ojos y disfruto del momento. Sé que esperan a que me
recupere.
Cuando
oigo un ruido, abro los ojos. Diana se mete en la
ducha
y PETER dice:
—Mastúrbanos.
Como
tiene sujeta mi mano, la lleva hasta su pene. Está duro
y
erecto. Lo acaricio y, sin demora, con la otra mano cojo el de
PABLO.
Ambos están como piedras. Listos para mí y, aunque yo
les
daría otro uso en ese momento, tengo que obedecer. Los
masturbo.
Mis
movimientos son rítmicos. Subo y bajo las dos manos al
mismo
tiempo hasta que se me descompasan por los movimientos
de
ellos. Miro el espejo que tengo delante y observo que
tienen
los ojos cerrados y disfrutan. Disfrutan, mientras yo continúo
dándoles
placer.
Al
poco rato me duelen los hombros. Esto es agotador, pero
no
paro. No quiero decepcionarlos. Continúo mi movimiento y
mi
chico dice con voz entrecortada:
—Diana,
trae preservativos.
Ella
los saca de la bolsa y se los entrega a PABLO. Está claro
para
quién son. La mirada de él y la mía se encuentran, suelto
su
erección y se levanta. Su pene es enorme y la boca se me hace
agua.
PABLO
es tan sexy.
—Diana,
cambia el CD y pon el azul.
La
mujer obedece y, cuando suenan los primeros acordes de
Cry Me a River, de Michael Bublé, ambos sonreímos y
dice:
—Esta
cancioncita siempre me recuerda a ti.
PETER
se mueve, su pene sobresale del agua y me olvido de
PABLO.
Mi marido es lo más y me vuelvo loca.
Lo
deseo.
Lo
deseo dentro de mí con urgencia y ansia viva.
Con
una sonrisa que me demuestra lo bien que lo está pasando,
se
desplaza hasta una parte del jacuzzi donde casi se
puede
tumbar y dice:
—Vamos,
pequeña, móntate en mí.
Excitada,
voy hasta él y lo beso. Su lengua se enreda en la
mía
y ambos sonreímos. Jugamos, nos tocamos y me agarra
para,
lentamente, introducirse en mí. Yo jadeo.
—Me
vuelves loco, morenita.
Sonrío
y, abrazándome, él murmura:
—Tu
entrega me excita cada día más.
—Lo
sé.
Mientras
muevo las caderas y busco mi placer, susurro en su
oído:
—Me
gusta lo que hacemos y me gusta que me des órdenes.
Mirándome
a los ojos, él asiente y, penetrándome con
fuerza,
sisea:
—Sé
que has disfrutado. Tus gemidos me lo decían.
—Sí.
Mucho.
Con
una peligrosa sonrisa que me pone la carne de gallina,
PETER
añade:
—Ahora
disfrutarás más. —Y, mirando por encima de mi
hombro,
dice—: PABLO, te esperamos.
Siento
que el agua del jacuzzi se mueve y nuestro amigo se
pone
detrás de mí.
—Tu
culito me encanta, preciosa.
Mi
mirada se intensifica al saber lo que va a pasar cuando mi
marido
dice:
—En
este instante es todo para ti, amigo. Disfrutemos de mi
mujer
y volvámosla loca.
Björn
me besa el cuello y, agarrándome desde atrás los doloridos
pezones,
murmura:
—Estoy
loco por hacerlo.
Cuatro
manos me tocan bajo el agua, mientras Michael
Bublé
canta.
PETER
separa mis nalgas y PABLO guía su erección hasta mi ano.
Sin
necesidad de lubricante, éste se dilata y, en cuestión de
segundos,
dos hombres me poseen en el jacuzzi mientras Diana
nos
observa y bebe de su copa.
—Así...,
cariño..., así... Dime que te gusta.
—Me
gusta... sí.
Desde
atrás, PABLO pregunta:
—¿Cuánto
te gusta?
—Mucho...
mucho... —respondo.
—Quiero
que disfrutes con nosotros, cariño.
—...
Lo hago, cielo..., lo hago —susurro, convencida de ello.
Me
hacen suya sin descanso.
Enloquezco
entre mis dos hombres preferidos. A PETER lo amo
con
locura y mi vida sin él ya no tendría sentido, y a PABLO lo
quiero
como amigo personal y de juegos. Nuestro trío siempre
es
caliente y morboso. Los tres nos hemos acoplado de manera
increíble
y siempre que nos juntamos lo pasamos muy bien.
De
pronto, PETER se reclina un poco más en el jacuzzi y dice
mirando
a PABLO:
—Doble.
—¿Seguro?
—pregunta él.
—Sí.
No
sé a qué se refieren. Sólo siento que PABLO sale de mí, se
levanta,
se quita el preservativo y se pone otro. Después se
agacha
de nuevo en el jacuzzi y, tocando la entrada de mi vagina
bajo
el agua, lugar por donde me penetra PETER, murmura en mi
oído,
mientras uno de sus dedos entra en mí.
—Mmmm...
me encanta la estrechez.
Eso
me tensa. ¿Doble penetración vaginal?
Miro
a PETER. Está tranquilo, seguro del momento. Pero yo
tengo
miedo al dolor. Lo ve en mi cara y, acercando su boca a la
mía,
murmura:
—Tranquila,
pequeña. Diana te ha dilatado. —Y, besándome.
susurra—:
Nunca permitiría que sufrieras, cariño.
Asiento
mientras su beso me asola y siento el dedo de PABLO
junto
al pene de PETER en mi interior. Después de un dedo entran
dos,
hasta que mi marido detiene sus enardecidas acometidas.
PABLO
coloca entonces la punta de su pene en mi vagina, saca
los
dedos y, tras un par de empujones, noto cómo su duro
miembro
entra totalmente pegado junto al de mi amor.
—Así,
pequeña..., así... Disfruta...
—Dios,
LALI, qué maravilla —dice PETER en mi oído, mientras
se
aprieta más contra mí.
Jadeo...
Jadeo... Jadeo...
Mi
vagina vuelve a estar totalmente dilatada. Dos penes juntos
y
casi fusionados entran y salen de mí y yo sólo puedo jadear
y
abrirme para ellos.
Oh,
sí. Lo estoy haciendo. Estoy siendo doblemente penetrada
por
la vagina.
Enloquecido,
PETER me aprieta la cintura mientras pregunta:
—¿Todo
bien, cariño?
Asiento.
Sólo puedo asentir y disfrutar de ello.
Excitado,
PABLO se mueve detrás. Sus manos me abren las
nalgas.
Me las aprieta y dice:
—Dime
qué sientes.
Pero
no puedo hablar. Estoy tan embargada por el deseo que
sólo
puedo jadear cuando PETER murmura:
—Dinos
qué sientes o pararemos.
—No...
no paréis por favor... No paréis... Me gusta... —consigo
balbucear.
Tengo
mucho calor.
Me
sube por todo el cuerpo. Me abraso y, cuando la calentura
llega
a mi cabeza, grito y me dejo caer sobre PETER, mientras
ellos
penetran mi cuerpo en busca de su placer.
Oh,
Dios..., qué sensación. Toco el botón del jacuzzi y las
burbujitas
nos rodean.
Estoy
entre mis dos titanes.
Ambos
me tocan, me mordisquean, me exigen, me penetran.
Sus
duros penes, apretados el uno contra el otro, entran y
salen
de mí mientras el placer me recorre y grito enloquecida,
apretándome
a ellos.
El
ruido del agua al moverse mitiga nuestras voces, nuestras
fuertes
respiraciones, nuestros gritos de placer. Pero yo las oigo.
Oigo
a mi amor, oigo a PABLO y me oigo a mí misma, hasta que
los
tres nos dejamos llevar por un devastador clímax.
Esa
noche, cuando llegamos a casa sobre las cinco de la
mañana,
estoy agotada. Cuando el taxi nos deja en la verja, hace
fresquito.
En septiembre, en Alemania ya refresca.
PETER
me coge de la mano con seguridad y, en silencio, caminamos
hacia
la casa. Susto y
Calamar vienen a
saludarnos. Con
mimo,
PETER y yo los besuqueamos y ellos corren a nuestro
alrededor
hasta desaparecer.
Sonrío.
Me gusta mi vida. Todavía no puedo creer todo lo
que
he hecho esta noche, pero soy consciente de que lo quiero
volver
a repetir.
Menuda
máquina sexual que soy. ¿Quién me lo iba a decir a
mí?
Cuando
llegamos a la puerta de nuestra casa, tiro de PETER y,
mirándolo
a los ojos, musito:
—Te
quiero y adoro todo lo que hacemos juntos.
Él
sonríe y susurra cerca de mi boca:
—Ahora
y siempre, cariño.
Nos
besamos...
Nos
amamos...
Nos
adoramos...
Acabado
el cariñoso beso, abre la puerta de la casa y vemos
luz
en la cocina. Sorprendidos, nos miramos, vamos hacia allí y
vemos
a Graciela y Dexter besándose.
—Ejem...
ejem...
Los
tortolitos nos miran y, divertida, pregunto:
—¿Qué
hacéis todavía despiertos a estas horas?
Sin
levantarse de las piernas de Dexter, Graciela sonríe.
—Teníamos
sed y hemos decidido tomar algo fresquito.
Sobre
la mesa tienen una botellita con pegatinas rosa y PETER,
divertido,
me mira y exclama:
—¡Buena
elección!
—Por
cierto, güey, este Moët Chandon rosado está
padrísimo.
PETER
sonríe. Yo también y añado:
—Esa
botellita con pegatinas rosa ¡está de muerte!
Entre
risas, nos sentamos a tomarnos una copichuela con
ellos
dos y en un momento en que PETER y Dexter hablan, Graciela
me
mira y murmura:
—Si
antes me gustaba este mexicano, ahora me enloquece.
—¿Todo
bien entre vosotros?
—Más
que bien, ¡colosal!
Eso
me hace sonreír y pienso que, en ocasiones, el amor es
muy
grande, ¡grandísimo! Y ésa es una de esas ocasiones.
Quince
minutos después, nos despedimos de ellos y mi amor
y
yo nos vamos a nuestra habitación. Estamos cansados y
cuando
nos desnudamos y nos metemos en la cama, PETER me
toca
con mimo el cuero cabelludo. Sabe que me encanta y
murmura:
—Duerme,
pequeña.
Me
acurruco entre sus brazos y, feliz y dichosa, me duermo.
Que amor!!!
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