lunes, 2 de noviembre de 2015

CAPITULO 12

Cuando salimos de la caseta, PETER me pasa un brazo por los
hombros e intenta que nadie me roce. Su protección hacia mí
me gusta y me hace sonreír. Es terrenal. No soporta que los
hombres me miren o me toquen, pero luego, en nuestros
momentos íntimos, le excita ofrecerme a ellos.
Al principio de nuestra relación, yo misma no conseguía
entenderlo. ¡Era de locos! Pero tras meses practicando el mismo
sexo que él, sé diferenciar una cosa de otra. La vida, el respeto y
el día a día son una cosa, y las fantasías sexuales, cuando nosotros
lo decidimos, otras.
Yo tampoco soporto que ninguna mujer mire o se insinúe a
PETER. ¡Me pongo mala! Pero sin embargo, cuando jugamos, me
gusta ver que disfruta.
Sé que nuestra relación, en especial nuestra sexualidad, es
algo difícil de entender para mucha gente. Mi hermana seguramente
pondría el grito en el cielo y me llamaría degenerada,
cochina y cosas peores, y mi padre no me lo quiero ni imaginar.
Pero es nuestra relación, y con nuestras propias normas todo
funciona de maravilla y no quiero que cambie. ¡Me niego! PETER
me ha descubierto un mundo morboso y placentero que yo
desconocía y me siento atraída por él.
Me gusta que me observen cuando practico sexo...
Me gusta que me disfruten cuando mi pareja me abre las
piernas para otros...
Y me gusta ver cómo mi pareja disfruta...
Voy sumida en mis pensamientos, mientras PETER se abre
paso entre la gente. Cuando salimos de la marabunta, para un
taxi y, tras darle la dirección, me mira y dice:
—Estás muy callada, ¿qué piensas?
Lo miro. Quiero ser sincera y contesto:
—Pienso en lo que va a ocurrir.
Sonríe y, acercando su boca a mi oído para que el taxista no
nos oiga, murmura:
—¿Y qué quieres que ocurra?
—¿Qué quieres tú?
Mi chico apoya la cabeza en el respaldo del taxi, coge aire y,
mirándome con intimidad, susurra en español:
—Quiero mirar, quiero follarte y quiero que te follen. Anhelo
besar tu boca mientras tus gemidos salen de ella. Deseo todo,
absolutamente todo lo que tú estés dispuesta a darme.
Como un muñequito vuelvo a asentir y mi estómago de
nuevo se contrae. Escuchar en su boca la palabra «follar» me
excita, ¡me pone! Mis braguitas ya están húmedas sólo de
pensarlo y respondo:
—Te daré todo lo que tú quieras.
Mi amor sonríe y cuchichea:
—De momento, dame tus bragas.
Suelto una carcajada. Él y mi ropa interior.
Con disimulo, hago lo que me pide sin que el taxista se dé
cuenta, de lo contrario me moriría de vergüenza; y una vez se las
doy, primero se las acerca a la nariz y luego se las guarda en el
bolsillo del pantalón.
Veinte minutos más tarde y sin bragas, el taxi para en una
calle transitada. Una vez nos bajamos, mi amor me agarra
posesivo por la cintura y caminamos hacia la puerta de un bar
iluminado llamado «Sensations». El portero nos mira y, al ver
nuestras pintas aún con los vestidos bávaros, sonríe y nos deja
pasar.
Al entrar veo que muchas de las parejas que hay ahí van
vestidos como nosotros. Eso me deja más tranquila. Sin
pararnos, caminamos hacia el fondo. PETER abre una puerta y
entramos en una segunda estancia. Allí la música no está tan
alta como en el primer lugar y observo que los presentes nos
miran. Somos los nuevos y atraemos su atención.
PETER me lleva hacia una barra, donde veo que dos hombres y
una mujer se tocan íntimamente. Eso no me sorprende y sonrío
y los observo en su morboso juego, mientras PETER pide unas
copas.
—Quiero saber por qué te ríes —me dice mi marido al oído.
Divertida, me siento en uno de los taburetes y, tras señalar al
trío que disfruta cerca de nosotros, le pongo los brazos
alrededor del cuello y contesto:
—Acabo de recordar cuando en Barcelona me llevaste a
aquel bar de intercambio, me sentaste en un taburete y me
hiciste abrir las piernas para que otros miraran. —PETER sonríe y
yo añado—: Esa noche me calentaste para nada.
—Fue mi castigo por irte del hotel sin decirme nada,
pequeña —responde divertido y, besándome en el cuello, murmura
mimoso—: Eso te excitó mucho.
—Sí.
Mi respiración se agita cuando PETER, mi PETER, mi amor, coge
mi falda larga y comienza a subirla lentamente hasta mis
muslos. ¡Qué juguetón es!
—Hay un hombre a tu derecha que no para de observarnos y
a mí me excitaría que pudiera ver algo más de mi mujer.
¿Quieres?
Sus manos suben por la cara interna de mis muslos hasta
llegar al centro de mi deseo. Lo toca. Yo lo miro con pasión y
susurro:
—Sí, quiero.
No espera más. Me besa y, acto seguido, da la vuelta a mi
taburete. El hombre, de unos cincuenta años, atractivo, nos
observa. Clava su mirada en mí y veo cómo la baja. Desde atrás,
PETER me abre más las piernas y veo cómo los ojos del desconocido
se dilatan y brillan.
Excitada, yo misma me subo más la falda, cuando PETER dice
en mi oído:
—Se muere porque lo invitemos a meterse entre tus piernas.
Míralo. Sus ojos te poseen, ¿lo ves?
Asiento, mientras noto cómo me humedezco y mi respiración
se acelera. PETER lo sabe y, poniéndome una mano sobre el
corpiño, me toca un pecho y murmura:
—Eres apetecible, cariño. Muy... muy apetecible. —Y, mientras
el maduro desconocido no nos quita ojo, PETER pregunta—:
¿Alguna vez has tenido relaciones con un hombre de esa edad?
Niego con la cabeza.
—No. El más mayor has sido tú.
Mi chico asiente y, apoyando la cabeza en mi hombro,
inquiere:
—¿Qué te parecería tener sexo con él?
—Bien —respondo sin pensar.
En un momento así y con lo caliente que estoy, sólo deseo
que me satisfagan. Imagino cosas y, dándome la vuelta, sonrío.
—¿Por qué sonríes, preciosa?
Clavo mis ojos en él, me humedezco el labio inferior y
contesto:
—Esta noche yo también quiero jugar contigo.
PETER me entiende. Lo veo en su mirada. No sonríe y susurro:
—Quiero volver a ver cómo un hombre te hace una felación.
Mira el suelo. Después me mira a mí y, levantando las cejas,
pregunta:
—¿Tanto te gusta verlo?
—Sí.
—¿Y no temes que me pueda gustar más eso que otras cosas?
Suelto una carcajada. Si algo tengo claro es que las mujeres
siempre le gustarán más y respondo:
—A ti te gusta verme con otra mujer, ¿verdad?
—Sí.
—¿Y no temes que me pueda gustar más eso que otras cosas?
PETER sonríe. Entiende lo que acabo de decir. Mueve la cabeza
y, besándome, dice:
—Muy bien, pequeña. Juguemos los dos. Pero sólo felación.
—PETER, ¡cuánto tiempo sin verte por aquí!
Esa voz nos saca de mi burbujita calentorra y sonrío. Saber
que PETER está dispuesto a entrar en mi juego me excita aún más.
Mucho más.
Mi amor y el desconocido se estrechan la mano.
—Hola, Roger. —Y, mirándome, dice—: Ella es mi mujer,
LALI.
Acalorada, sonrío. No puedo ni hablar cuando PETER pregunta.
—¿Has visto a PABLO?
El hombre asiente y saluda con un guiño a una mujer que
pasa por nuestro lado.
—Está en el reservado diez.
Vaya... nuestro amigo no pierde tiempo.
Cierro las piernas y me bajo la falda. Al verlo, PETER sonríe y
me da un beso en la frente. Durante unos veinte minutos, charlamos
los tres y veo que el hombre maduro que me miraba ya ha
encontrado otra pareja con la que pasarlo bien y desaparece con
ella tras unas cortinas rojas. Pero también me percato de que
Roger no para de mirarme los pechos, hasta que dice:
—Tu mujer es preciosa.
Mi marido asiente.
—Sus pechos te enloquecerían.
Roger me los mira de nuevo y, alejándose, dice:
—Llámame.
Sorprendida por esa extraña conversación, pregunto:
—¿A qué venía hablar de mis pechos?
PETER sonríe y, acercándose, responde:
—A Roger le encantan los pechos. Adora chupar pezones.
Eso me asombra. Pero no puedo continuar preguntando,
porque PETER me hace bajar del taburete y vamos hacia la cortina
roja por la que he visto desaparecer al maduro y a otras parejas.
Al traspasarla, oigo jadeos. Muchos jadeos y grititos de
gusto. Miro alrededor y veo varios reservados separados por
cortinas de colores. PETER descorre varias cortinas y yo miro. En
los cubículos veo a varias personas manteniendo relaciones de
todo tipo.
—¿Qué te parece? —pregunta PETER ante uno de los
reservados.
Tras pasar mis ojos curiosos por la estancia y ver a un
hombre con dos mujeres, respondo:
—Que lo pasan bien.
Salimos de allí y PETER abre el cortinaje de otro. Dentro hay
una pareja con varios hombres. Juegan con la mujer y entre
ellos y disfrutan. El maduro atractivo que nos miraba en la
barra al vernos se detiene y se levanta, mientras los otros continúan
su jueguecito. Sus ojos vuelven a recorrer mi cuerpo
cuando PETER entra en el reservado y dice:
—Túmbate en la cama, LALI.
Sin cuestionarlo, hago lo que me pide. Me pone a cien
cuando me ordena algo con ese tono de voz. La cama se mueve
por las embestidas de las otras personas y yo me acelero al mirarlos.
Me percato de que la mujer me mira y de que no le
molesta nuestra presencia. Sonríe y yo le sonrío. PETER se me
acerca, se sienta en la cama e, inclinando la cabeza, murmura:
—Deseo que te toque para mí, ¿te parece bien?
Tumbada en la cama, asiento. Lo deseo, pero susurro:
—Antes yo quiero otra cosa.
PETER me mira. Me va conociendo e intuye lo que le voy a
pedir, cuando digo:
—Ya sabes lo que quiero, ¿verdad?
Mi chico se resiste y, dispuesta a conseguir mi propósito,
insisto:
—Es nuestro juego. Sólo felación, ¿recuerdas?
Asiente con la cabeza. Sonrío. Miro al madurito que está
frente a nosotros y digo:
—Arrodíllate ante él.
Sin dudarlo un segundo, el desconocido hace lo que le pido.
Se arrodilla ante PETER. Desabrocho el botón del pantalón de éste
y le ordeno al otro hombre:
—Dale placer.
Él posa las manos en el pantalón de PETER, que da un
respingo, pero no se mueve ante mi mirada. Con delicadeza, el
hombre baja los pantalones de mi amor y en su camino se lleva
el bóxer, dejándoselo todo a media pierna.
La verga de PETER aparece erguida y dura y yo suspiro mientras
el hombre arrodillado ante mi marido se la toca. Le
encanta. Disfruta con ello. Pasea su mano por su miembro y por
sus testículos, endureciéndolo más. Instantes después, con delicadeza,
se la lava y después se la seca.
PETER me mira y yo sonrío.
Acto seguido, el madurito le acerca su boca hasta la punta
del pene, saca la lengua y lo chupa. Al sentir el contacto, PETER
cierra los ojos y a mí se me pone el vello de punta.
¡Excitante!
Con deleite y disfrute personal, observo cómo el desconocido
es todo un experto. Recorre cada milímetro del miembro de PETER
con su lengua, lenta y pausadamente, para después introducírselo
entero en la boca una y otra vez.
¡Ardor!
Sus manos le tocan los testículos, se los aprieta con delicadeza
y, cuando se saca el pene de la boca, se los chupa, los
succiona.
PETER jadea. Su cuerpo vibra de placer, mientras echa la
cabeza hacia atrás.
¡Calor!
La respiración de mi amor se acelera por segundos y la mía
también. Ver esto me parece morboso, excitante, caliente y más
cuando observo que mi chico lo disfruta y que las venas del
cuello se le marcan.
¡Combustión!
Todo en la habitación es morboso. A mi lado, tres hombres
proporcionan placer a una mujer y un desconocido a mi loco
amor, mientras observo el espectáculo que yo he provocado y
me excito. Me humedezco. Me empapo.
En ese instante, el madurito desliza una de sus manos hacia
el trasero de PETER, se lo aprieta y le separa las cachas del culo.
Pero cuando va a meterle un dedo en el ano, mi marido lo para.
El hombre no insiste y vuelve a centrarse en su enorme erección.
Entiende la negativa. Incrementa sus lametazos y oigo de
nuevo gemir a PETER.
¡Quemazón!
Con la mano derecha, éste empieza a empujar la cabeza del
desconocido con fuerza, para introducirle todo el pene en la
boca. El hombre se vuelve loco con esa exigencia.
Yo más.
Se arrima más a PETER y, agarrándolo con fuerza por el culo
una y otra vez, repite la misma acción hasta que mi amor, mi
maravilloso amor no puede más, suelta un potente gruñido y se
deja ir.
¡Fuego!
Cuando acaban, el desconocido se va a la ducha. Yo me
levanto de la cama y, cogiendo la jarrita de agua, la echo con
cuidado por el pene de mi marido. Lo lavo, lo seco y pregunto:
—¿Todo bien?
PETER asiente a su vez, sonríe y susurra:
—¿Excitada?
—Mucho.
Instantes después, el madurito regresa con nosotros. Sin
necesidad de que PETER diga nada, me vuelvo a tumbar en la cama
y mi chico asiente.
Sin hablar, el hombre me sube la falda hasta la cintura y yo
me muevo nerviosa. Acto seguido, pasea sus manos por mis
muslos y me los separa un poco para echarme agua sobre el
sexo. Lee mi tatuaje y sonríe.
El frescor se agradece. Cierro los ojos y PETER susurra:
—Abre las piernas y dale acceso a ti.
Hago lo que me pide. Me excita hacerlo y siento el aliento del
hombre sobre mi húmeda entrepierna. Sus manos me abren los
labios, me tocan y noto que uno de sus dedos entra en mí.
Juega...
Aprieta...
Abro los ojos y PETER dice:
—Así... déjale entrar... así.
El momento...
Su voz...
Sus peticiones...
Todo me exalta por segundos, mientras las otras personas
desatan su pasión a nuestro lado.
El desconocido introduce y saca el dedo de mi interior,
mientras su lengua succiona mi clítoris y mi respiración se
vuelve sibilante. No sé el tiempo que estamos así, sólo sé que
disfruto el momento.
De pronto, se para, se pone un preservativo y se tumba sobre
mí. En ese instante, PETER aclara:
El desconocido asiente y, pasando uno de sus brazos por
debajo de mi trasero, me levanta y, con impaciencia y exigencia,
me penetra. Oh, sí..., es lo que necesito.
—Mírame —pide PETER.
Lo hago. Sin parar, ese hombre con el que ni siquiera he
hablado ni sé cómo se llama, entra y sale de mí una y otra vez y
yo quiero más profundidad. Necesito más y pongo las piernas en
sus hombros. Ese gesto lo excita. Sonríe y, agarrándome de las
caderas, se empala en mí y yo me sofoco cuando PETER, acercándose
a mi boca, murmura:
—Dame tus gemidos cariño..., dámelos.
Me falta el aire, pero beso a mi amor y le entrego lo que me
pide. Mi boca jadea bajo la suya. Sus dientes muerden mis
labios y se bebe mis gemidos. Eso lo excita, lo pone, lo vuelve
loco, mientras el hombre sigue su particular baile dentro de mí y
yo me entrego al disfrute. Hasta que él no puede más y, tras un
último empellón que me hace gritar, llega al clímax.
El desconocido sale de mí y vuelve a echar agua sobre mi
sexo.
¡Frescor!
Después coge un paño limpio y me seca. Pasados unos
segundos, mi corazón se relaja y PETER, asiéndome de la mano,
dice:
—Levanta, cariño.
La falda me cae hasta los pies y, sin mirar atrás ni cruzar
palabra con ese hombre desconocido, salimos del reservado.
PETER tiene prisa.
Al llegar al pasillo, donde se oyen mil jadeos, mi dueño, mi
amor, mi marido, me coge entre sus brazos, me arrincona contra
la pared y me besa. Su beso es exigente, loco, asolador.
Embriagada por la locura que me demuestra, le respondo.
Entonces siento que me sube la falda, se abre el pantalón y me
penetra.
Oh, sí..., ése es el roce y la profundidad que yo necesito.
¡PETER!
Sin mediar palabra, mi exigente marido entra en mí una y
otra vez y yo me acoplo a él mientras jadeo, y me agarro a sus
hombros dispuesta a recibirlo más.
Como si fuese una muñeca, PETER me mueve entre sus brazos
y yo enloquezco mientras dice:
—Lo siento, pequeña, pero me voy a correr ya.
Está muy excitado por lo que ha visto y sus penetraciones
buscan un desahogo que yo sé que necesita y que le quiero dar.
Instantes después, mi útero se contrae, PETER rechina los dientes
y se deja ir.
Sin soltarme, susurra:
—Siento que haya sido tan corto, pero me ha excitado mucho
ver lo que hacías.
Con una pícara mirada, contesto:
—No te disculpes, cariño, ahora te voy a exigir mucho más.
PETER sonríe y yo también. Me besa y me baja al suelo. Siento
cómo su fluido corre por mis piernas y digo:
—Necesito una ducha.
Él asiente y echamos a andar por el pasillo de los jadeos. De
pronto, se para, abre una de las cortinas donde pone número
diez y dentro veo a PABLO y a Diana. Cada uno de ellos está con
dos mujeres. Parecen pasarlo bien. PABLO nos ve. Su azulada
mirada nos mira y dice:
—Nos vemos en la sala de los espejos. Está reservada.
PETER asiente y, mientras caminamos, comento:
—Veo que conoces muy bien el lugar.
Mi chico sonríe y, besándome, murmura:
—Te aventajo en años, cariño.
Al llegar frente a una puerta, PETER la abre y entramos. Está
oscuro, pero al encender la luz, me sorprendo al ver que las
paredes, el techo y el suelo está todo cubierto de espejos. De
pronto, la luz se torna violeta y, besándome, mi chico dice:
—Tu color preferido.
Sonrío y lo beso. Adoro sus carnosos labios y entonces él me
agarra por el trasero.
—Vamos a ducharnos.
Entre risas, nos quitamos los trajes de bávaros y nos metemos
bajo una moderna ducha.
—¿Todo bien, cariño?
Sonrío y asiento. Ya echaba yo de menos la pregunta.
El agua corre por nuestros cuerpos y estamos disfrutando el
momento cuando PETER dice:
—Estás consiguiendo de mí cosas que nunca pensé posibles.
Sé que se refiere al hombre de antes y contesto:
—Adoro ver tu cara cuando un hombre te da placer.
Los dos sonreímos y nos besamos.
Cuando salimos de la ducha, el impresionante jacuzzi que
hay en un lateral de la habitación, lleno de agua que cambia de
color, nos llama a gritos. PETER me coge en brazos y nos metemos
en él.
Me besa... lo beso.
Me mima... lo mimo.
Me toca... lo toco.
Todo entre nosotros es puro morbo cuando la puerta se abre
y entra PABLO, acompañado por Diana. Ambos vienen desnudos,
pero llevan unas bolsas en la mano, que dejan sobre la cama. Al
vernos en el jacuzzi, sonríen, van directos a la ducha. Cuando
salen, PABLO se mete también en el jacuzzi y Diana saca unos CD
de música de su bolsa. Los ojea. Elige uno y el resto los deja
sobre una silla. Instantes después, oigo la voz de Duffy cantar
Mercy.
Diana se mete en el jacuzzi y, al ver que tarareo la canción,
murmura con voz melosa:
—Me encanta esta mujer.
Durante un rato, charlamos los cuatro. Nuestra conversación
gira sobre lo que hemos hecho esta noche en el local y yo me
sorprendo siendo tan sincera como ellos. Hablo de sexo con
normalidad y disfruto de nuestra conversación.
—¿En serio no has probado el sado? —pregunta Diana.
PETER sonríe y PABLO también cuando respondo:
—No. No me va eso del dolor. Prefiero otro tipo de disfrute.
Diana asiente y PETER dice:
—LALI, el sado no te va, pero me he dado cuenta de que en el
sexo eres sumisa y acatas mis órdenes. ¿Te has percatado de
ello?
Asiento y aclaro:
—También me excita que tú me obedezcas.
Ambos sonreímos y mi chico murmura:
—Eres mi dueña y yo tu dueño.
—Y el sexo es sólo sexo —finalizo yo.
Mimosa, me acerco a él y, sentándome entre sus piernas,
digo, mientras siento su pene juguetón bajo el agua:
—Soy tuya y tú eres mío. No lo olvides, amor.
Sin preocuparse de los cuatro ojos que nos observan, PETER
murmura:
—Tus juegos se van ampliando día a día. Primero conociste
los vibradores, después los tríos y los intercambios de pareja y el
día que estuvimos con Dexter me di cuenta de lo mucho que te
gusta complacer y obedecer.
PABLO sonríe.
—A Dexter le va el sado. Disfruta mucho con ciertas cosas.
Los dos amigos se miran. Su complicidad me encanta. Se
comunican con la mirada y PETER le aclara:
—Con LALI, ciertas cosas no las probará nunca, porque ella
antes le cortaría el cuello.
Todos nos reímos. No hace falta que me digan a qué se
refieren. Lo imagino. ¡Dolor! Algo que nunca entrará en mis
planes. Me niego.
PABLO, que bebe champán a nuestro lado, al ver cómo nos
miramos, dice, sorprendiéndonos:
—Espero conocer algún día a una mujer que me sorprenda, y
vivir el sexo y la vida como vosotros lo vivís. Reconozco que os
envidio.
PETER me besa y murmura:
—Algo bueno en mi vida. Ya tocaba, ¿no?
PABLO asiente, choca la copa con la de su amigo y yo añado:
—Como diría mi padre, tu media naranja seguro que existe,
¡sólo tienes que encontrarla!
Todos reímos y PETER me mira de una manera especial y dice:
—Si te ordeno cosas esta noche como un amo, ¿obedecerás?
Sonrío como una vampiresa.
—Depende...
Él sonríe. Le gusta mi respuesta y matiza:
—Nunca te ordenaría nada que no te gustara, cariño.
Convencida de ello, respondo:
—Ordéname..., amo.
Nuestro juego. Nuestro caliente juego comienza de nuevo y
su mirada ya me excita. Su boca me vuelve loca y sus órdenes sé
que me gustarán. PETER tiene razón, me gusta obedecer y
entregarle todo lo que quiere.
—A LALI la excita que le hablemos y seamos descriptivos
mientras la follamos, ¿verdad? —afirma PABLO, con su claridad
de siempre.
Asiento y PETER dice con seguridad:
—Sí, amigo. Mi mujercita es caliente, muy caliente.
Diana, que hasta el momento ha permanecido callada
escuchándonos, interviene:
—A mí lo que me tiene loca es eso de «Pídeme lo que
quieras». Ese tatuaje que llevas en cierto lugar me hace aflorar
el morbo y desear hacerte y pedirte muchas cosas, LALI.
—¿Y a qué esperas para hacerlo? —pregunta PETER y, con una
sonrisa torcida, me mira y susurra—: Jugamos a los amos.
Todos me miran. No sé qué decir. Mi respiración se acelera
cuando Diana dice:
—Prometo ser una ama... cariñosa.
Frunzo el cejo. Pienso que no sé si este jueguecito de amos
me va a gustar, cuando PETER dice con decisión:
—LALI, como soy tu amo, quiero que salgas del jacuzzi y te
tumbes en la cama para que Diana tome lo que quiera. Una vez
ella esté satisfecha, regresa al jacuzzi y siéntate entre PABLO y yo.
Esta noche tengo planes para ti y tú obedecerás.
Ufffff, ¡¡¡lo que me acaba de hacer el estómago!!!
Sin dudarlo, salgo del jacuzzi dispuesta a entrar en el juego.
Cuando cojo una toalla para secarme, PETER dice:
—LALI, no he dicho que te seques. Suelta la toalla y túmbate
en la cama.
Hago lo que me pide y segundos después veo que Diana sale
también del jacuzzi. PETER y PABLO nos observan en silencio. Sin
secarse tampoco, Diana se acerca a mí, toca el tatuaje que tanto
le gusta, lo besa y murmura:
—Date la vuelta.
No hace falta que lo repita. Lo hago y, cuando estoy boca
abajo, se tumba sobre mí y me toca. Siento cómo pasea su
monte de Venus por mi cuerpo.
—Incorpórate.
Me pongo a cuatro patas sobre la cama. Diana coge entonces
mis pechos mojados y me los estruja. Sus dedos me aprietan los
pezones y la sensación me gusta, mientras posa su monte del
amor en mi trasero. Me calienta.
La sala de espejos me hace tener una buena visión de todo y
sonrío al ver cómo la mirada de PETER habla por sí sola.
Entonces, Diana dice:
—Túmbate.
Cuando lo hago, ella coge una de las bolsas que PABLO y ella
han dejado sobre la cama y saca algo. Se lo enseña a PETER, que
asiente. Yo no sé qué es hasta que Diana dice:
—Entrégame tus pechos.
Lo hago y veo que se trata de unos clamps como los que Dexter
usó. Me tranquilizo. Me los pone en los pezones y, tirando de
la cadenita, dice mientras yo ronroneo:
—Tu amo te ha entregado a mí y ahora tu ama soy yo.
Miro a PETER y él asiente.
En ese instante, Diana me coge la cara con una mano y con
la otra me da un azote. Mirándome directamente a los ojos,
sisea:
—No lo mires a él. Mírame sólo a mí.
Estoy a punto de mandarla a tomar viento fresco, pero
reconozco que la situación me excita y la miro. Ella observa mi
boca, se acerca y, cuando me va a besar, se para y dice:
—Respetaré tu boca porque sé que sólo es de él, pero el resto
lo tomaré como mío, porque te quiero poseer para mi propio
placer.
Estoy desconcertada. Su voz es sibilante y su gesto agresivo.
Pero aun así, excitada, no me muevo, dejo que tome el mando
de la situación y espero acontecimientos.
Una vez me tiene como quiere, se deleita en lo que ve y, tirando
de los clamps y con ello estirando mis pezones, murmura
mirando mi tatuaje:
—Quiero saborearte, entrégame lo que deseo.
Separo las piernas y levanto las caderas en señal de entrega.
Diana sonríe y, deseosa de probar lo que le ofrezco, suelta la
cadenita, coge mi trasero con las manos y su boca baja hasta mi
sexo.
Me besa, lo mordisquea hasta que me lo abre con los dedos y
ataca directa a mi clítoris. Lo humedece con su lengua y luego lo
succiona. Siento un enorme placer. Me chupa ansiosa y yo enloquezco
y abro más las piernas, deseosa de que continúe.
Su manera exigente de tocarme y de chuparme siempre me
excita. Diana tiene la delicadeza de una mujer, pero el ansia de
un hombre. Asedia mi cuerpo y yo jadeo.
—Vamos, preciosa..., vamos... Dame tu jugo —exige.
Lametazo a lametazo, consigue lo que se propone y la fiera
que hay en mí le entrega lo que pide. Una y otra vez me
humedezco. Gemidos asoladores salen de mi boca ante las cosas
que me hace mientras murmura:
—Así..., así..., córrete así.
Un escalofrío recorre mi cuerpo. Diana se para. Yo protesto y
ella susurra:
—Ponte de rodillas y separa las piernas.
Al incorporarme casi me mareo, pero recuperándome rápidamente,
me pongo de rodillas sobre la cama, como ella, y antes
de que pueda volver la cara para mirar a PETER, me sujeta por la
cintura y, acercándome totalmente, mete dos dedos en mi
húmeda vagina, mientras dice:
—Así..., vamos..., jadea para mí. Hazme saber cuánto te
gusta.
Sus dedos entran en mí una y otra vez. Dios, esta mujer sabe
lo que hace. Jadeo excitada, mientras a escasos centímetros su
boca me exige:
—Muévete..., vamos..., muévete. Así..., así... —Sonríe tras un
nuevo resoplido mío—. Quiero que te corras, que te empapes,
para después abrir tus piernas y beberme tu dulce elixir.
Me vuelvo loca al escuchar el chapoteo de mis jugos en su
mano al subir y bajar. Quiero sentir su boca entre mis piernas.
Deseo que su lengua chupe mi clítoris y beba mi elixir. Mi respiración
parece una locomotora y ella aumenta la rapidez, la
intensidad y la penetración.
No me lo puedo creer. Esta mujer me lleva de un orgasmo a
otro de una manera imparable. Estoy empapada. Me noto muy
mojada y cuando siento que el placer se propaga por mi cuerpo,
grito y caigo hacia atrás.
Al verlo, Diana me abre rápidamente los muslos y toma de
nuevo lo que la apasiona de mí. Chupa... lame y yo de nuevo se
lo entrego. Cedo ante ella, deseosa de que no pare.
Cuando creo que se ha saciado de mí, me quita los clamps y
me chupa los pezones. La suavidad de su lengua me reconforta y
más cuando sopla y siento un rico hormigueo en los pechos.
Hum... me encanta.
Pienso en PETER. En sus ojos. En cómo me mirará en este
momento e imagino lo duro y excitado que tiene que estar,
cuando oigo su voz que dice:
—Diana, usa el arnés doble e hinchable.
Ella se mueve y saca de la bolsa un arnés que nunca he visto
antes. Es una especie de braga de cuero con enganches, una bola
y dos penes. Uno por dentro de la braga y otro por fuera. Me lo
entrega y dice:
—Pónmelo.
Excitada, con los pezones como piedras y el arnés en la
mano, la miro. Yo nunca he puesto uno de esos y ella me aclara:
—Introdúceme el pene que hay dentro y luego átame el arnés
a la cintura para que yo te pueda follar a ti.
Sin más, se pone de rodillas sobre la cama, separa las
piernas y exige, dándome un azote:
—Hazlo.
Al meter las manos entre sus piernas, siento su calor. Por
norma, yo nunca suelo tocar a las mujeres, prefiero que me
toquen a mí, y a pesar de las ganas que me entran de hacerlo en
ese momento, me limito a hacer lo que me pide.
Separo con los dedos sus labios vaginales, que son suaves y
están mojados, y le introduzco el pene lentamente. Me gusta esa
sensación de controlar yo el momento.
¿Me gustaría ser ama?
Una vez el arnés se ha acoplado a su cuerpo, engancho las
correas a sus caderas y dice:
—Túmbate, abre las piernas y, cuando te haya penetrado,
rodéame la cintura con ellas y respóndeme, ¿entendido?
Asiento y me tumbo. De rodillas y con el arnés puesto, Diana
observa lo que hago y, cuando abro las piernas, se tumba sobre
mí. Tras introducir lentamente el otro pene en mi cuerpo,
murmura:
—Rodéame con las piernas.
Obedezco. Con una mano, ella aprieta la bola que está
enganchada al arnés y explica:
—Estoy inflando el pene que hay en tu interior. Voy a
dilatarte.
Segundo a segundo, mi vagina se llena más y más. Nunca he
tenido nada tan grueso dentro y cuando creo que voy a reventar,
ella para y dice:
—Dame las manos.
Hago lo que me pide y, cogiéndomelas, me las coloca por
encima de mi cabeza y, apretándomelas contra el colchón,
mueve las caderas y las dos jadeamos.
—¿Te gusta...?
—Sí...
De nuevo se aprieta contra mí y ambas gemimos. La sensación
es plena. Estoy totalmente llena y noto cómo mi vagina se
dilata para amoldarse al pene. Una y otra vez, entra y sale de mí
y jadeo.
En ese momento, oigo decir a PETER:
—Dale profundidad, Diana. A LALI le gusta.
Ella pone mis piernas en sus hombros y me da lo que PETER ha
pedido.
Mis jadeos se convierten en gritos de placer.
Oh, sí... me gusta.
Enloquecida, cojo los pechos de Diana, la obligo a que me los
meta en la boca y, mientras le muerdo los pezones y veo que le
gusta, ella me vuelve a penetrar sin piedad. Yo le araño la
espalda y gimo con sus pezones en mi boca.
—Sí..., sí..., no pares..., no pares.
No lo hace.
Me obedece.
Me da lo que le pido.
Tengo mucho calor...
Me abraso..., me quemo.
Y cuando el ardor se extiende a las dos, Diana cae sobre mí y
yo grito al sentir que llego al clímax.
Agotada, sudada y satisfecha, miro a los espejos del techo y
veo a PETER y PABLO.
—Mírame a mí —exige Diana.
Lo hago. Ella me agarra los hombros y me vuelve a hacer
gritar. Yo, a cambio, le muerdo un pezón. Eso la reactiva y,
como una posesa, aprieta su pelvis contra la mía y las dos
jadeamos.
Minutos después, cuando su ataque finaliza, mi respiración
se normaliza. No me muevo. No sé si Diana se ha saciado ya de
mí. Ella manda y yo obedezco. Ése es el juego y me gusta. Me
gusta mucho.
Cuando sale de mi interior, mi vagina se deshincha.
Ella se tumba a mi lado y, mirándome, me explica:
—Te seguiría haciendo mía el resto de la noche, pero no
quiero ser egoísta. Ahora les toca a ellos. —Y levantando la voz,
dice—: PETER, de momento he acabado.
Sonrío. Me gusta oír eso de «¡de momento!».
Quiero repetir con Diana. Ella me pone mucho en el plano
sexual.
—LALI, ven al jacuzzi —dice PETER.
Me levanto. Las piernas me tiemblan, mis jugos chorrean
por ellas, pero camino hacia allá. Cuando me meto en el jacuzzi,
recuerdo que PETER ha dicho que al regresar me sentara entre los
dos. Lo hago y suspiro al notar el agua sobre mi piel.
¡Qué gustazo!
Por debajo del agua, siento que PETER busca mi mano. Se la
doy y se la aprieto. Soy consciente de lo que con ese gesto me
está preguntando.
Durante unos minutos nadie habla, nadie se mueve. Cierro
los ojos y disfruto del momento. Sé que esperan a que me
recupere.
Cuando oigo un ruido, abro los ojos. Diana se mete en la
ducha y PETER dice:
—Mastúrbanos.
Como tiene sujeta mi mano, la lleva hasta su pene. Está duro
y erecto. Lo acaricio y, sin demora, con la otra mano cojo el de
PABLO. Ambos están como piedras. Listos para mí y, aunque yo
les daría otro uso en ese momento, tengo que obedecer. Los
masturbo.
Mis movimientos son rítmicos. Subo y bajo las dos manos al
mismo tiempo hasta que se me descompasan por los movimientos
de ellos. Miro el espejo que tengo delante y observo que
tienen los ojos cerrados y disfrutan. Disfrutan, mientras yo continúo
dándoles placer.
Al poco rato me duelen los hombros. Esto es agotador, pero
no paro. No quiero decepcionarlos. Continúo mi movimiento y
mi chico dice con voz entrecortada:
—Diana, trae preservativos.
Ella los saca de la bolsa y se los entrega a PABLO. Está claro
para quién son. La mirada de él y la mía se encuentran, suelto
su erección y se levanta. Su pene es enorme y la boca se me hace
agua.
PABLO es tan sexy.
—Diana, cambia el CD y pon el azul.
La mujer obedece y, cuando suenan los primeros acordes de
Cry Me a River, de Michael Bublé, ambos sonreímos y dice:
—Esta cancioncita siempre me recuerda a ti.
PETER se mueve, su pene sobresale del agua y me olvido de
PABLO. Mi marido es lo más y me vuelvo loca.
Lo deseo.
Lo deseo dentro de mí con urgencia y ansia viva.
Con una sonrisa que me demuestra lo bien que lo está pasando,
se desplaza hasta una parte del jacuzzi donde casi se
puede tumbar y dice:
—Vamos, pequeña, móntate en mí.
Excitada, voy hasta él y lo beso. Su lengua se enreda en la
mía y ambos sonreímos. Jugamos, nos tocamos y me agarra
para, lentamente, introducirse en mí. Yo jadeo.
—Me vuelves loco, morenita.
Sonrío y, abrazándome, él murmura:
—Tu entrega me excita cada día más.
—Lo sé.
Mientras muevo las caderas y busco mi placer, susurro en su
oído:
—Me gusta lo que hacemos y me gusta que me des órdenes.
Mirándome a los ojos, él asiente y, penetrándome con
fuerza, sisea:
—Sé que has disfrutado. Tus gemidos me lo decían.
—Sí. Mucho.
Con una peligrosa sonrisa que me pone la carne de gallina,
PETER añade:
—Ahora disfrutarás más. —Y, mirando por encima de mi
hombro, dice—: PABLO, te esperamos.
Siento que el agua del jacuzzi se mueve y nuestro amigo se
pone detrás de mí.
—Tu culito me encanta, preciosa.
Mi mirada se intensifica al saber lo que va a pasar cuando mi
marido dice:
—En este instante es todo para ti, amigo. Disfrutemos de mi
mujer y volvámosla loca.
Björn me besa el cuello y, agarrándome desde atrás los doloridos
pezones, murmura:
—Estoy loco por hacerlo.
Cuatro manos me tocan bajo el agua, mientras Michael
Bublé canta.
PETER separa mis nalgas y PABLO guía su erección hasta mi ano.
Sin necesidad de lubricante, éste se dilata y, en cuestión de
segundos, dos hombres me poseen en el jacuzzi mientras Diana
nos observa y bebe de su copa.
—Así..., cariño..., así... Dime que te gusta.
—Me gusta... sí.
Desde atrás, PABLO pregunta:
—¿Cuánto te gusta?
—Mucho... mucho... —respondo.
—Quiero que disfrutes con nosotros, cariño.
—... Lo hago, cielo..., lo hago —susurro, convencida de ello.
Me hacen suya sin descanso.
Enloquezco entre mis dos hombres preferidos. A PETER lo amo
con locura y mi vida sin él ya no tendría sentido, y a PABLO lo
quiero como amigo personal y de juegos. Nuestro trío siempre
es caliente y morboso. Los tres nos hemos acoplado de manera
increíble y siempre que nos juntamos lo pasamos muy bien.
De pronto, PETER se reclina un poco más en el jacuzzi y dice
mirando a PABLO:
—Doble.
—¿Seguro? —pregunta él.
—Sí.
No sé a qué se refieren. Sólo siento que PABLO sale de mí, se
levanta, se quita el preservativo y se pone otro. Después se
agacha de nuevo en el jacuzzi y, tocando la entrada de mi vagina
bajo el agua, lugar por donde me penetra PETER, murmura en mi
oído, mientras uno de sus dedos entra en mí.
—Mmmm... me encanta la estrechez.
Eso me tensa. ¿Doble penetración vaginal?
Miro a PETER. Está tranquilo, seguro del momento. Pero yo
tengo miedo al dolor. Lo ve en mi cara y, acercando su boca a la
mía, murmura:
—Tranquila, pequeña. Diana te ha dilatado. —Y, besándome.
susurra—: Nunca permitiría que sufrieras, cariño.
Asiento mientras su beso me asola y siento el dedo de PABLO
junto al pene de PETER en mi interior. Después de un dedo entran
dos, hasta que mi marido detiene sus enardecidas acometidas.
PABLO coloca entonces la punta de su pene en mi vagina, saca
los dedos y, tras un par de empujones, noto cómo su duro
miembro entra totalmente pegado junto al de mi amor.
—Así, pequeña..., así... Disfruta...
—Dios, LALI, qué maravilla —dice PETER en mi oído, mientras
se aprieta más contra mí.
Jadeo... Jadeo... Jadeo...
Mi vagina vuelve a estar totalmente dilatada. Dos penes juntos
y casi fusionados entran y salen de mí y yo sólo puedo jadear
y abrirme para ellos.
Oh, sí. Lo estoy haciendo. Estoy siendo doblemente penetrada
por la vagina.
Enloquecido, PETER me aprieta la cintura mientras pregunta:
—¿Todo bien, cariño?
Asiento. Sólo puedo asentir y disfrutar de ello.
Excitado, PABLO se mueve detrás. Sus manos me abren las
nalgas. Me las aprieta y dice:
—Dime qué sientes.
Pero no puedo hablar. Estoy tan embargada por el deseo que
sólo puedo jadear cuando PETER murmura:
—Dinos qué sientes o pararemos.
—No... no paréis por favor... No paréis... Me gusta... —consigo
balbucear.
Tengo mucho calor.
Me sube por todo el cuerpo. Me abraso y, cuando la calentura
llega a mi cabeza, grito y me dejo caer sobre PETER, mientras
ellos penetran mi cuerpo en busca de su placer.
Oh, Dios..., qué sensación. Toco el botón del jacuzzi y las
burbujitas nos rodean.
Estoy entre mis dos titanes.
Ambos me tocan, me mordisquean, me exigen, me penetran.
Sus duros penes, apretados el uno contra el otro, entran y
salen de mí mientras el placer me recorre y grito enloquecida,
apretándome a ellos.
El ruido del agua al moverse mitiga nuestras voces, nuestras
fuertes respiraciones, nuestros gritos de placer. Pero yo las oigo.
Oigo a mi amor, oigo a PABLO y me oigo a mí misma, hasta que
los tres nos dejamos llevar por un devastador clímax.
Esa noche, cuando llegamos a casa sobre las cinco de la
mañana, estoy agotada. Cuando el taxi nos deja en la verja, hace
fresquito. En septiembre, en Alemania ya refresca.
PETER me coge de la mano con seguridad y, en silencio, caminamos
hacia la casa. Susto y Calamar vienen a saludarnos. Con
mimo, PETER y yo los besuqueamos y ellos corren a nuestro
alrededor hasta desaparecer.
Sonrío. Me gusta mi vida. Todavía no puedo creer todo lo
que he hecho esta noche, pero soy consciente de que lo quiero
volver a repetir.
Menuda máquina sexual que soy. ¿Quién me lo iba a decir a
mí?
Cuando llegamos a la puerta de nuestra casa, tiro de PETER y,
mirándolo a los ojos, musito:
—Te quiero y adoro todo lo que hacemos juntos.
Él sonríe y susurra cerca de mi boca:
—Ahora y siempre, cariño.
Nos besamos...
Nos amamos...
Nos adoramos...
Acabado el cariñoso beso, abre la puerta de la casa y vemos
luz en la cocina. Sorprendidos, nos miramos, vamos hacia allí y
vemos a Graciela y Dexter besándose.
—Ejem... ejem...
Los tortolitos nos miran y, divertida, pregunto:
—¿Qué hacéis todavía despiertos a estas horas?
Sin levantarse de las piernas de Dexter, Graciela sonríe.
—Teníamos sed y hemos decidido tomar algo fresquito.
Sobre la mesa tienen una botellita con pegatinas rosa y PETER,
divertido, me mira y exclama:
—¡Buena elección!
—Por cierto, güey, este Moët Chandon rosado está
padrísimo.
PETER sonríe. Yo también y añado:
—Esa botellita con pegatinas rosa ¡está de muerte!
Entre risas, nos sentamos a tomarnos una copichuela con
ellos dos y en un momento en que PETER y Dexter hablan, Graciela
me mira y murmura:
—Si antes me gustaba este mexicano, ahora me enloquece.
—¿Todo bien entre vosotros?
—Más que bien, ¡colosal!
Eso me hace sonreír y pienso que, en ocasiones, el amor es
muy grande, ¡grandísimo! Y ésa es una de esas ocasiones.
Quince minutos después, nos despedimos de ellos y mi amor
y yo nos vamos a nuestra habitación. Estamos cansados y
cuando nos desnudamos y nos metemos en la cama, PETER me
toca con mimo el cuero cabelludo. Sabe que me encanta y
murmura:
—Duerme, pequeña.

Me acurruco entre sus brazos y, feliz y dichosa, me duermo.

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