Al
día siguiente, PABLO y Norbert regresan a Alemania. PABLO
tiene
un par de juicios y no puede faltar. Llamo por teléfono a
Marta
y Sonia y, al saber lo ocurrido se asustan y vuelan rápidamente
a
Londres.
Marta,
al ver el estado de los ojos de su hermano, se reúne
con
los médicos del hospital. Al final decide esperar para ver si
el
tiempo o la medicación lo resuelven. De no ser así, una vez en
Alemania
programará una operación para drenar la sangre.
Aclarado
este punto, el médico nos da el alta para dos días
después.
¡Bien,
podemos regresar a casita!
Sonia
se vuelve loca al saber que va a tener otro nieto y
Marta
aplaude contenta. Que la familia aumente los llena a
todos
de felicidad. EUGE y NICO llaman y se tranquilizan al
hablar
directamente con PETER, y ni que decir tiene lo alegres que
se
ponen al saber de mi embarazo.
Cuando
llamamos a Flyn para que éste hable con su tío, no le
decimos
nada del embarazo ni a él ni a Simona. Norbert nos
guarda
el secreto hasta que regresemos.
Una
de las tardes en que estoy con PETER en la habitación
aparece
NATALIE.
Su
presencia me sigue incomodando, pero reconozco que lo
que
hizo por mí me permitió ver que no era la persona que yo
pensaba.
Durante una hora, habla con PETER de trabajo y yo
decido
aprovechar el ratito para llamar a mi padre. Quiero darle
la
noticia.
Emocionada
a la par que nerviosa, salgo de la habitación y
marco
el teléfono de Jerez. Tras dos timbrazos, es la voz de mi
sobrina
Luz la que me saluda:
—¡Titaaaaaaaaaaaaa!
—Hola,
maestra Pokémon, ¿cómo estás?
—Pues,
como diría el abuelo, jodida pero contenta.
—¡Luz!,
esa boquita —la regaño.
Es
tan natural, tan auténtica, que no puedo evitar sonreír.
—Hoy
la profe, la Colines, me ha puesto un cuatro en un trabajo
que
se merecía al menos un siete.
Me
río. Recuerdo quién es la Colines y respondo.
—Bueno,
cariño, quizá te tienes que esforzar más.
—Esa
bruja con cara de rata me tiene manía. Tita, me he
esforzado
mucho, pero es que en este cole son mu tiquismiquis.
—Bueno,
cariño, yo creo que...
Pero
de pronto hace eso que tan bien se le da a mi hermana,
cambia
de tema y pregunta:
—¿Cómo
está el tito? ¿Está mejor?
—Sí,
cariño, está cogiendo fuerzas y en unos días regresaremos
a
Alemania.
—¡Qué
guay! ¿Y Flyn?
—En
Múnich con Simona y Norbert. Por cierto, está
deseando
que lleguen las navidades para volver a verte.
—Qué
enrollao que es el tío —suelta con su habitual desparpajo—.
Dile
que me voy a llevar los juegos que le dije para la
Wii
y que se prepare, que le voy a dar una paliza, ¿vale?
—Por
supuesto, se lo diré.
—Tita,
te dejo que mi madre quiere hablar contigo. ¡Qué
pesada!
Un beso grande, grande.
—Otro
para ti, mi amor.
Sonrío.
¡Qué linda que es mi Luz!
—Cuchufleta,
¿cómo está PETER? —pregunta mi hermana,
preocupada.
Cuando
llamé a mi padre y a ella para contarles que PETER
estaba
en el hospital, querían viajar a Londres. Los paré. Sé que
tanta
gente a PETER lo agobiaría.
—Bien.
Pasado mañana regresamos a casa. Estoy agotada.
—Ay,
cuchu..., qué pena que estés tan lejos. Me encantaría
espachurrearte
y darte ánimos.
—Lo
sé. Ya me gustaría a mí teneros cerquita. ¿Qué tal
Lucía?
—Ceporra.
Esta niña come mucho. Cualquier día nos come a
nosotros.
Ambas
reímos y canturreo:
—A
que no sabes una cosaaaaaaaaaa...
—¿El
qué?
—Adivina.
—¿Os
venís a vivir a España?
—Nooooooo.
—¿Te
has teñido de rubia?
—No.
—¿Mi
cuñadísimo te ha regalado un Ferrari rojo?
—No.
—¿Qué
es, cuchuuuuuu?
Divertida,
me carcajeo y, deseosa de decirlo, suelto ya:
—Creo
que a alguien la van a llamar tita CANDE dentro de
poco.
El
grito de mi hermana es ensordecedor.
Ni
Tarzán en sus mejores momentos lo hubiera podido hacer
mejor.
Empieza
a aplaudir como loca y oigo cómo se lo dice a mi
sobrina
Luz. Las dos gritan y aplauden. Me río sin poderlo
remediar
y entonces oigo la voz de mi padre que dice:
—¿Es
cierto, morenita? ¿Es cierto que me vas a dar otro
nietecito?
—Sí,
papá, es cierto.
—Ojú,
mi arma, me acabas de alegrar la vida. ¿Tienes fatiguita,
mi
niña?
—Sí,
papá, una poquilla.
Su
risa y su felicidad, como siempre, me hinchan el corazón.
Hablo
con él y con CANDE al mismo tiempo. Los dos quieren
hablar
conmigo y mostrarme su alegría. Mi hermana le quita el
teléfono
y dice:
—Cuchu...,
en cuanto llegues a casa, llámame y hablamos.
Tengo
mogollón de cositas de Lucía que te pueden servir para
los
primeros meses. Oh, Dios..., oh, Dios... Tú embarazada. ¡No
me
lo puedo creer!
—Ni
yo, CANDE, ni yo —murmuro.
Oigo
un ruido y, de pronto, mi sobrina pregunta:
—Tita,
¿te puedo hacer una pregunta?
—Claro,
cariño.
—¿El
bebé va a salir con los ojos de Flyn?
Me
entra la risa y oigo reír también a mi padre y a mi hermana.
Divertida
por su comentario, respondo:
—No
lo sé, pichurri. Cuando nazca, lo primero que haré será
mirárselos.
De
nuevo ruido y forcejeos. Es mi padre.
—Morenita,
¿comes bien?
—Sí,
papá. No te preocupes.
—¿Has
ido ya al médico?
—Sí.
—Tu
hermana me dice que si te tomas nosequé de folclórico.
Suelto
una carcajada.
—Sí,
papá. Dile que me tomo el ácido fólico.
—Ojú,
morenita, qué contento estoy. ¡Otro nietecito!
—Sí,
papá, otro nietecito.
—Ojalá
sea un chicote.
Eso
me hace gracia y pregunto:
—¿Y
si es una niña, qué?
Mi
padre suelta una carcajada y responde:
—Pues
tendré otra mujercita más a la que querer y mimar,
mi
vida.
Ambos
nos reímos y entonces dice:
—¿PETER
está mejor?
—Sí,
papá, está mucho mejor. En un par de días le dan el
alta.
—Bien...,
bien y, oye, ¿está feliz por lo del bebé?
Sonrío.
PETER casi no duerme desde que lo sabe. Está continuamente
preocupándose
de que coma y descanse y cuando ve
que
vomito se pone enfermo, pero respondo:
—PETER
está como tú..., encantado.
Hablamos
varios minutos más y, cuando veo salir a NATALIE
de
la habitación, me despido rápidamente de mi familia. Ella me
mira
y digo:
—Te
acompaño hasta la puerta del hospital.
Asiente
y las dos echamos a andar hacia el ascensor.
Sabemos
que tenemos una conversación pendiente y, cuando
paramos,
digo:
—Gracias
por avisarme.
NATALIE
me mira y, retirándose su sedoso pelo de la cara,
cuando
entramos en el ascensor, responde:
—Enhorabuena
por lo del bebé.
—Gracias,
NATALIE.
Entonces,
mirándome, dice:
—No
te avisé antes porque PETER me lo prohibió. Pero al tercer
día
me salté sus órdenes y lo hice. Tú tenías que saber lo que
ocurría.
Asiento
y sonrío. Es de agradecer el detallazo.
La
tensión entre nosotras se corta con un cuchillo y, cuando
llegamos
a la puerta del hospital, me mira y dice:
—LALI,
quiero que sepas que las cosas me quedaron muy
claras
hace tiempo. PETER es un hombre felizmente casado y yo
ahí
no entro.
—Me
alegra saber lo que piensas —respondo—. Eso nos facilitará
la
convivencia a las dos.
Sonríe
y, señalando a un hombre trajeado que la espera en
un
impresionante Audi A8, dice:
—Te
dejo. Me esperan.
Moviéndome
rápidamente, me acerco a ella y le planto un
beso
en cada mejilla. Nos miramos y sé que el gesto que hemos
tenido
cada una, ella avisándome de lo de PETER y yo dándole dos
besos,
nos hace firmar la paz.
Después,
sin moverme de la puerta del hospital, veo cómo
esa
tigresa rubia contonea sus caderas hasta el hombre del Audi,
se
sube al coche y, tras besarle en los labios, se van.
Cuando
regreso a la habitación, PETER trabaja con su ordenador
y
sonríe al verme entrar.
Su
aspecto ha mejorado y, acercándome, lo beso y murmuro:
—Te
quiero.
Dos
días después, regresamos a Múnich.
¡Hogar,
dulce hogar!
Tener
todas mis cosas a mano, mi cama y mi baño es lo que
más
necesito.
Cuando
Flyn y Simona ven a PETER, sus caras lo dicen todo.
¡Se
asustan!
PETER
sonríe y yo también, mientras acaricio la cabeza de
Calamar.
—Tranquilos,
aunque parezca el vampiro malvado de
Crepúsculo con esos ojos, ¡juro que es PETER! Y
no muerde
cuellos.
Mi
comentario distiende un poco el ambiente. Veo la alarma
en
sus caras y lo entiendo, sus ojos son como para asustarse.
Flyn,
como niño que es, se acerca a su tío y, tras abrazarlo,
pregunta:
—¿Se
te van a poner bien o ya se te quedan así para siempre?
—Se
le pondrán bien —afirmo, deseosa de recuperar su
mirada.
—Eso
espero —murmura PETER, abrazando a su sobrino.
Lo
miro y no digo más. Sé que, aunque no diga nada, mi
alemán
está preocupado con el tema. Sólo hay que ver cómo él
mismo
se mira al espejo para percatarse de ello. No hemos hablado
del
asunto. No quiero atosigarlo. Sólo espero que la medicación
consiga
drenar la sangre y todo se solucione.
Como
dice siempre mi padre, la positividad llama a la positividad.
Por
lo tanto, ¡positiva!
Observo
a Simona, que no puede dejar de mirar los ojos de
PETER.
La
entiendo.
Esto
es lo que impresiona más a todos. Verlo con la pierna
enyesada
te hace mirarlo, pero verdaderamente lo que impacta
son
sus ojos completamente ensangrentados. Sin un ápice de
blancura.
Rojos y azules, una extraña combinación.
Por
la noche, cuando nos sentamos a cenar, les pedimos a
Norbert
y Simona que se sienten con nosotros en los postres.
Necesitamos
hablar con ellos. Y cuando les damos la buena
nueva
del embarazo, Flyn grita:
—¡Voy
a tener un primo! ¡Cómo mola!
PETER
y yo nos miramos y digo:
—Vas
a ser el hermano mayor y necesitaremos que le
enseñes
muchas cosas.
Todos
me miran. El comentario en cierto modo los sorprende
y
aclaro, totalmente convencida:
—Flyn
es mi niño y Medusa también lo será...
—¡¿Medusa?!
—preguntan al unísono Simona y Flyn.
Norbert
sonríe. PETER también y yo aclaro, señalando mi plano
vientre.
—Lo
llamo Medusa hasta que sepa si es niña o niño. —Ellos
asienten
y, mirando a Flyn, que no me quita ojo, pregunto—: Tú
quieres
ser su hermano mayor, ¿verdad?
Él
asiente y murmura con gesto asombrado:
—Guayyyyyyyyyy,
mamá.
En
ocasiones me llama mamá, en otras, tía, en otras, JLALI.
Aún
no ha decidido cómo hacerlo, pero a mí eso no me importa.
Lo
único que quiero es que me llame.
Simona,
muy emocionada por todo, coge la mano de Norbert
y
exclama:
—¡Qué
alegría! Otro niño correteando por la casa. ¡Qué
alegría!
Los
miro con cariño. Ellos no han tenido hijos. Meses atrás,
Simona
me confesó que lo intentaron durante años, pero que el
destino
nunca se los concedió. Sé que la noticia a ella particularmente
le
llega al corazón y que Medusa será como su nietecillo.
—Entonces
no compramos la moto para mis clases, ¿verdad?
—pregunta
Flyn.
Al
oírlo, suspiro. ¡La moto de Flyn! No había vuelto a pensar
en
ello.
PETER
me mira, luego mira a su sobrino y dice:
—Ahora
LALI no puede enseñarte. Con el embarazo no puede
montar
en moto, pero si tú quieres, este fin de semana la compramos
y
el primo Jurgen te enseñará.
PETER
tiene razón. Ahora, ni debo ni puedo. Pero su buena disposición
hacia
el niño me encanta. Me parece una fantástica
solución
lo que propone, pero me sorprendo cuando Flyn
responde.
—No.
Yo quiero que me enseñe LALI.
Mirándolo
con cariño le explico:
—Ahora
no puedo montar en moto ni correr mucho detrás
de
ti.
El
crío me mira y pregunta:
—Pero
después de tener a Medusa si podrás, ¿verdad?
Asiento.
Está claro que, para él, es importante que sea yo
quien
le enseñe. Miro a PETER, que sonríe y, besando a mi
pequeñajo
en la cabeza, respondo segura de mí misma:
—Pues
no se hable más. Las clases y la moto llegarán cuando
Medusa
ya esté durmiendo en su cuna.
Por
la noche, cuando PETER y yo llegamos a nuestra habitación
estamos
agotados. Con cuidado, se sienta en la cama y deja la
muleta
a un lado. Se siente feliz por estar en casa y mirándole
pregunto:
—¿Te
ayudo a desnudarte?
Con
una ardiente sonrisa, mi chico asiente y yo procedo.
Primero
le desabrocho la camisa, se la quito y, con mimo, le
toco
los hombros. Madre mía, cómo me gusta. Después de eso,
lo
hago levantar y, sin rozarle la pierna enyesada, le bajo el pantalón
del
chándal negro que lleva. Al ver su prominente erección
bajo
el calzoncillo, murmuro:
—Oh,
sí..., justo lo que necesito.
PETER
se ríe y yo añado:
—Llevo
demasiados días sin... y quiero... quiero... quiero.
Deseosa,
acerco mi boca a la suya. Ya nos podemos besar con
tranquilidad.
La herida del labio ha sanado y por fin puedo ser
devorada
y devorar a mi marido con deleite y pasión. Acelerada
en
segundos por la cercanía del hombre que me tiene locamente
enamorada,
con cuidado me siento en sus piernas a horcajas y
pregunto:
—¿Te
molesta si me siento aquí? —Él niega con la cabeza y,
mimosa,
susurro—: Pues entonces de aquí no me muevo.
PETER
besa mis labios y, colocando sus ardientes manos en mis
caderas,
dice:
—Seguro
que no te vas a mover.
Sonrío.
¡Qué ladrón! Y, mordisqueándole los labios,
respondo:
—Voy
a moverme tanto que tus gemidos los van a oír hasta
en
Australia.
—Qué
tentador —ronronea.
Dichosa
por tenerlo de nuevo entre mis brazos, lo miro y
digo:
—Aunque,
ahora que lo pienso, creo recordar que te dije que
te
castigaría.
PETER
se para, me mira con el semblante descompuesto y
aclaro:
—Te
portaste muy mal conmigo. Desconfiaste de mí y...
—Lo
sé, cariño. Nunca me lo perdonaré.
No
sonrío. Quiero que crea que lo voy a castigar e insiste:
—Te
necesito, LALI... por favor. Castígame otro día sin ti, pero
hoy...
—Tú
me has castigado sin ti muchos días, PETER, ¿lo has
pensado?
—Sí...
—Y acercando su boca a mí, implora—: Por favor,
LALI...
Oírlo
rogar es música para mis oídos.
Lo
tengo a mi merced.
Me
necesita tanto como yo a él y respondo:
—El
castigo debe ser acorde a tu delito.
No
se mueve. Sé que eso lo está amargando. Me mira a la
espera
de mi siguiente comentario e, incapaz de seguir torturándolo
así,
digo:
—Por
ello, tu castigo será satisfacerme hasta que caiga
rendida.
PETER
suelta una carcajada y yo sonrío. ¡Paso de castigos!
Me
tienta con su boca.
Pasea
sus labios por los míos y, cuando abro mi boca dispuesta
a
que la tome, hace eso que tanto me gusta. Saca la lengua,
me
chupa el labio superior, después el inferior, luego me lo
mordisquea
y finalmente me besa. Me devora. Me vuelve loca.
Su
duro pene late bajo mi cuerpo y, poseída por el deseo,
susurro:
—Rómpeme
el tanga.
—Hum...,
pequeña, esto se pone interesante. —Y, sin
demora,
hace lo que le pido.
Da
un tirón seco a ambos lados de mis caderas y el tanga se
desintegra.
¡Sí!
Deseosa
de tenerlo dentro de mí, me incorporo. Cojo el
tentador
pene de mi marido y, llevándolo al centro de mi deseo,
lo
introduzco poco a poco y murmuro:
—Te
echaba de menos.
Las
manos de PETER van directas a mi trasero y me da un
azote.
Dos. Tres. Y, sin hablar, exige que me mueva. Obedezco y,
cuando
lo hago, él da un respingo, echa la cabeza hacia atrás y
cierra
los ojos.
Oh,
sí..., disfruta..., disfruta, mi amor.
Me
agarro a su cuello y, mordiéndole la barbilla con cuidado,
muevo
las caderas de atrás adelante y me uno a sus jadeos. Me
empalo
una y otra vez en la verga de mi alemán, sin resuello,
mientras
mi cuerpo se eriza por lo que esto me hace sentir.
Mis
hormonas, mi cuerpo y yo pedimos más. PETER, consciente
de
lo que quiero, a pesar de que no se puede mover con
su
pierna escacharrada, me agarra por las caderas y, parando mi
ritmo,
murmura:
—Déjame
cumplir mi castigo, pequeña.
Eso
me desconcierta, no quiero parar. De pronto, da un giro
seco
a mis caderas que me empala más en él y me hace gritar.
Sonríe.
Sabe que me gusta y repite la operación. Esta vez gritamos
los
dos. Su seco movimiento profundiza más en mi
cuerpo.
Siete, ocho, nueve veces lo repite y, cuando el éxtasis
nos
llega, tras tantos días de sequía, nos dejamos llevar.
Una
hora después, abrazada a él en la cama, me estoy
quedando
dormida cuando dice:
—LALI...
—¿Qué?
—Fóllame.
Abro
los ojos de golpe y, volviéndome hacia él, lo miro y
explica:
—Te
lo haría yo a ti cariño, pero mi pierna no me deja y
quiero
continuar con mi castigo.
Miro
el reloj, las 00.45.
Es
tardísimo para los alemanes y, divertida, pregunto:
—¿Estás
juguetón?
Mi
chico sonríe y, tocándome las caderas, contesta:
—Te
he añorado mucho estos días y necesito recuperar el
tiempo
perdido.
Sonrío
y rápidamente me reactivo. Abro la mesilla, cojo el
neceser
donde hay varios de nuestros juguetitos y digo:
—Me
quitaré el tanga antes de que me lo rompas. Dos en una
noche
son muchos. —Oigo la risa de PETER cuando pide:
—No
enciendas la luz.
—¿Por
qué?
—Quiero
oscuridad para fantasear.
Sonrío,
me quito el tanga y me siento sobre él en la cama. Le
bajo
el pijama y, al ver en la oscuridad cómo está aquello de
revolucionado,
murmuro:
—Vaya...
vaya... vaya, señor LANZANI, está usted muy
pero
que muy necesitado.
PETER
sonríe.
—Demasiados
días sin ti, señora LANZANI.
—¿Ah,
sí? —Y, tras empalarme totalmente en el erecto
miembro
de mi marido, susurro, acercando mi boca a la suya—:
Tu
culpa fue no confiar en mí.
El
cachete que PETER me da en el trasero suena sordo y seco.
Después,
con sus grandes manos me aprieta el culo y murmura:
—Pídeme
lo que quieras, pequeña, pero fóllame.
El
momento tan íntimo...
Su
voz...
Y
la oscuridad de la habitación... nos enloquecen más
Tumbado
en la cama, lo tengo a mi merced y deseosa de
jugar
con él. Quiere fantasear. Yo también y, acercándome a su
oído,
murmuro:
—Una
pareja nos observa. Quiere vernos jugar.
—Sí.
—A
la mujer le gusta ver cómo me chupas los pezones y él
quiere
—digo, poniéndole algo en la mano— que le enseñes mi
trasero
y luego introduzcas la joya anal.
PETER
entra en el juego. ¡Le encanta!
Su
respiración se vuelve más profunda, más sibilante, mientras
se
deleita chupándome los pezones. Oh, sí... los tengo tan
sensibles
que la mezcla de gusto y dolor me encanta. Sin soltarme
los
pezones, me agarra de las cachas del culo, me las separa
y,
soltándome los pezones, murmura:
—Dejemos
que el hombre mire tu precioso culito.
—Sí
—susurro yo.
—Le
encanta tu trasero, pequeña. Lo mira. Lo disfruta. Y lo
desea.
—Sí...
—Pero
le gusta ver cómo te penetro con fuerza.
Un
fuerte empellón hace que yo jadee y le muerda el hombro,
mientras
él añade:
—La
mujer se muere por chupar tus bonitos pezones. La
boca
se le hace agua y con su mirada me pide que te suelte para
que
ella disfrute.
—No,
no me sueltes. Sigue disfrutando tú de mí y luego
entrégame
a ella.
Mi
respiración al decir eso cambia. Lo que mi chico dice me
excita
tanto como a él. Vuelve a darme otro azote en el trasero y,
arqueando
la espalda, murmuro:
—Así
te gusta que lo muestre.
—Arquéate
más, pequeña...
Lo
hago, mientras siento cómo mi cuerpo se estremece ante
nuestro
morboso juego. Nos gusta hablar. Nos gusta imaginar.
Nos
gusta el sexo e, introduciéndome la joya anal en la boca,
PETER
susurra:
—Chúpalo,
vamos..., chúpalo.
Hago
lo que me pide, mientras mi mente imagina que dos
personas
nos miran y disfrutan de nuestro íntimo momento.
Mis
pezones, duros e hinchados, son succionados por PETER
mientras
yo chupo la joya anal. La intensidad de mis lametazos
es
la misma que PETER emplea en mí, hasta que dice:
—Voy
a introducir lo que deseas y desean.
Excitada
y enloquecida por nuestro juego verbal, me arqueo
mientras
PETER pasea la joya por mi columna lentamente hasta
llegar
al agujero de mi ano. Está seco. No me ha puesto lubricación
y
murmura mientras lo introduce:
—Así,
pequeña..., así...
Jadeo
al notar la presión que eso ejerce en mí, pero mi
cuerpo
deseoso lo acepta. Cuando la joya está en mi interior,
PETER
la mueve y yo gimo mientras mis duros pezones chocan
contra
su pecho y lo oigo decir:
—Te
voy a follar y después, cuando yo esté saciado de ti, te
entregaré
a ellos. Primero a la mujer y después al hombre.
Abriré
tus piernas para que ellos tengan acceso y tú me
entregarás
tus jadeos, ¿de acuerdo?
—Sí...,
sí... —gimo enloquecida, mientras me aprieta contra
él
y siento que me va a partir en dos.
—Tus
piernas no se cerrarán en ningún momento. Dejarás
que
ella tome de ti lo que desea, ¿lo harás?
—Sí...,
lo haré.
El
tono de mi voz, las fantasías de ambos y el deseo crean el
ambiente
que ambos buscamos. Le pongo las manos en su duro
pecho
y me empalo una y otra vez en él, mientras PETER me tiene
agarrada
por la cintura y me aprieta con fuerza para dar más
profundidad.
Nuestro
lado salvaje vuelve a resurgir y, sin parar, como
posesos,
una y otra vez nos damos lo que ambos buscamos hasta
llegar
al clímax.
Esa
noche somos insaciables y, tras una última vez más,
cuando
decidimos descansar, murmuro entre sus brazos:
—Quiero
que cumplas tu castigo todas las noches.
PETER
me besa y, con una de sus grandes manos, comienza a
tocarme
el pelo.
—Duerme,
diosa del sexo.
Que monos los dos
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