Oigo
un sonido constante e incómodo.
¡Maldito
despertador!
Intento
moverme para apagarlo, pero no puedo. ¡Qué
cansada
estoy!
Ruido.
Oigo voces. Qué jaleo.
Me
llaman. PETER me llama.
Intento
abrir los ojos. No puedo. Oscuridad.
No
sé cuánto tiempo pasa hasta que vuelvo a oír el
despertador.
Esta
vez puedo abrir los ojos y parpadeo. Muevo el cuello
con
cuidado y suspiro. Me duele la cabeza. ¿Qué he bebido?
Abro
lentamente los ojos y veo un televisor apagado anclado en
la
pared ¿Dónde estoy? Algo me sujeta la mano y, al mirar, veo
la
cabeza de PETER apoyada en ella.
¿Qué
ocurre?
Como
un fogonazo, todo vuelve a mi mente. Carrera. Curva
quince.
Caída por encima de la moto. Suspiro.
Madre
mía, qué leñazo me he tenido que dar. Respiro. Me
duele
el cuerpo, pero eso no me importa. Sólo me importa saber
que
PETER está bien. Lo conozco y sé que estará deprimido y
asustado.
Miro
su rubia cabellera. No se mueve, pero al mover yo la
mano,
rápidamente levanta la cabeza, me mira y a mí se me
paraliza
el corazón mientras murmuro:
—Hola,
guapo.
PETER
se incorpora y, acercándose a mí, susurra:
—Pequeña,
¿cómo te encuentras?
No
puedo hablar. Tiene los ojos enrojecidos, terriblemente
enrojecidos,
y pregunto:
—¿Qué
te ocurre, cariño?
Y
entonces hace algo que me deja totalmente sin habla,
cuando
su rostro, su bonito rostro se contrae y, con un sollozo
ahogado,
dice:
—No
vuelvas a asustarme así, ¿entendido?
Sin
entender aún qué ha pasado, quiero abrazarlo. Quiero
mimarlo,
consolarlo y, tirando de él, hago que me abrace. Las
lágrimas
se me saltan al notar cómo lo hace desesperado y llora.
Iceman,
mi serio, gruñón y testarudo alemán, llora como un
niño
en mis brazos, mientras yo lo arrullo y le beso la cabeza.
Así
estamos durante varios minutos, hasta que noto que su
respiración
se normaliza y, separándose de mí, murmura
avergonzado:
—Lo
siento, cariño. Perdóname.
Más
enamorada que nunca de este hombre, sonrío, le seco
las
lágrimas y respondo emocionada:
—No
tengo nada que perdonarte, cielo.
—Estaba
muy asustado... Yo...
—Eres
humano y los humanos tenemos sentimientos, cariño.
Mueve
la cabeza e, intentando sonreír, me da un beso en la
punta
de la nariz. Yo pregunto:
—¿Qué
ha ocurrido?
Más
tranquilo al hablar conmigo, me retira con mimo el pelo
de
la cara y explica:
—Ha
habido un accidente. Te has caído por encima de la
moto,
has perdido el conocimiento y no lo has recuperado hasta
llegar
al hospital. Me he asustado mucho, LALI...
—Cariño...
—Creí
que te perdía.
Su
desesperación me pone la carne de gallina. No quisiera
haber
estado en su lugar. Con lo histérica que soy, seguro que la
habría
liado parda. Intentando quitarle dramatismo al
momento,
pregunto:
—Pero
estoy bien, ¿verdad?
Emocionado,
PETER asiente.
—Sí,
cariño. Estás bien. Tienes un traumatismo craneal leve.
—Traga
el nudo de emociones que pugnan por salir y añade—:
Pero
estás bien. Te han examinado y no hay nada roto. Sólo una
fisura
en la muñeca izquierda.
—No
habrás llamado a mi padre, ¿verdad?
PETER
niega con la cabeza.
—Pensaba
hacerlo cuando te despertaras.
—No
lo llames. Estoy bien y no quiero asustarlo.
Mi
chico me da un beso en la mano y dice:
—Hay
que llamarlo, LALI. Si quieres, lo hacemos mañana,
cuando
te den el alta.
Protesto.
—¡¿Mañana?!
¿Y por qué no me la dan ya?
—Porque
quieren tenerte veinticuatro horas aquí en
observación.
—Pero
si estoy bien, ¿no lo ves?
Él
sonríe por primera vez y responde:
—Tu
testarudez me hace saber que en efecto estás bien, y no
sabes
cuánto lo celebro. Pero yo también quiero que te quedes
en
el hospital. Estaré más tranquilo. —Y al ver mi gesto,
añade—:
Yo estaré contigo. No me moveré de tu lado.
Eso
me gusta. Si tengo que estar aquí, la mejor compañía
que
puedo tener es él. En ese momento, la puerta se abre y entra
Marta
con una angustiada Sonia.
—Hija
de mi vida, ¿estás bien?
—Sí,
tranquila, Sonia. Estoy bien. Sólo ha sido un golpe.
—¿Un
golpe? ¡Dirás un golpazo! —salta Marta—. Tienes que
ver
cómo ha quedado la moto para entender el golpe.
PETER
deja sitio para que su madre se acerque y me bese, luego
le
toca el hombro y murmura:
—Tranquila,
mamá, LALI está bien.
Ahora
la compungida soy yo y, mirando a PETER, pregunto:
—¿Qué
le ha pasado a mi moto?
Al
no responderme, los ojos se me llenan de lágrimas, me
pica
el cuello y, dejándolos a todos boquiabiertos, pido:
—Dime
que mi moto está bien, por favor.
—Tesoro
—dice Sonia—, no te pongas nerviosa.
PETER
mira a su hermana para regañarla por el comentario y,
finalmente,
dice:
—Escucha,
cariño, ahora no te preocupes por la moto. Aquí
lo
único importante eres tú.
Pero
eso no me convence. Me rasco el cuello.
Adoro
mi moto. Me la compró mi padre con muchísimo
esfuerzo
años atrás e insisto:
—Dime
al menos que se puede arreglar.
Con
una candorosa sonrisa, PETER vuelve a ponerse a mi lado
y,
soplándome el cuello, contesta:
—Se
puede arreglar.
Eso
me tranquiliza. Mi moto para mí es importante. Es mi
conexión
con mi pasado, con mi familia, con mi España.
Suena
el móvil de PETER, que sale al pasillo para contestar.
—Hija
mía —susurra Sonia—, ¡qué susto me he dado cuando
me
ha llamado Marta!
Sonrío
y la tranquilizo y entonces, mi cuñada dice:
—Para
susto el mío. Creí que el que no lo contaba era PETER.
Ni
os imagináis lo histérico que se ha puesto. Casi le he tenido
que
dar dos guantazos para que te soltara y los de la ambulancia
te
pudieran atender.
—Debe
de haber revivido lo de Hannah. Pobrecito mío
—musito
horrorizada.
Todas
sabemos que es justo eso lo que ha recordado. Él
estaba
presente.
Saber
que PETER, mi amor, ha pasado ese mal rato, me duele
en
el alma.
Sonia
dice entonces:
—Tiene
ojos de haber llorado. Soy su madre y lo sé.
—Ni
se te ocurra mencionarlo, mamá. Ya sabes cómo es.
La
puerta se abre y él entra. Se acerca a mí y dice:
—Simona
y Norbert te mandan besos. Les he dicho que no
hace
falta que vengan, que mañana ya estarás en casa.
Asiento.
Pobrecitos, qué disgusto tendrán.
—¿Tú
estás bien, hijo?
PETER
mira a su madre. Sabe por qué lo pregunta y, sin importarle
demostrar
sus sentimientos, responde:
—Sí,
ahora que veo que LALI está bien.
Ese
comentario me hace sonreír. Efectivamente, ¡él es PETER el
duro!
Pero hoy me ha mostrado otra faceta que yo no conocía y
he
visto de nuevo lo mucho que me quiere y me necesita.
Horas
después, la habitación se llena de gente. Dexter, Graciela
y
MARTINA llegan con Flyn, que al verme me abraza, me coge la
mano
y no consiente que nadie lo separe de mí. Después llegan
EUGE,
NICO y PABLO. Éstos me traen un precioso ramo de lirios
naranja
y yo se lo agradezco.
Todos
hablan a mi alrededor y PABLO, acercándose a mí,
murmura
con gesto preocupado:
—Vaya
susto nos has dado, cabecita loca.
—Lo
sé. No era mi intención.
—¿Estás
bien?
Asiento
y PETER se acerca a nosotros y pregunta:
—¿Necesitas
algo?
Contesto
que no y sonrío. PABLO pone una mano en el hombro
de
su amigo y dice:
—¿Necesitáis
que os traiga algo de casa?
PETER
lo mira. Después me mira a mí y contesta:
—Nos
vendría bien algo de ropa para LALI. Aquí sólo tenemos
el
mono de carrera y no creo que mañana pueda salir con eso
del
hospital.
—Luego
pasaré por vuestra casa. Simona la preparará y esta
noche
os la traigo —dice PABLO.
Mi
lindo amor sonríe y, dándome un beso en la frente,
responde:
—No
hace falta que vengas esta noche, PABLO. Con tenerla
por
la mañana ya está bien.
—Puedo
traerla yo —interviene MARTINA—. No hace falta que
PABLO
pase por vuestra casa.
—Para
mí no es ninguna molestia —insiste nuestro amigo.
PETER,
que no se percata de nada, los mira y propone:
—¿Qué
tal si PABLO te recoge y venís juntos?
La
joven, con su habitual gesto espabilado, mira a nuestro
amigo
y responde:
—Ah,
no... no puedo. Justo mañana por la mañana tengo
una
reunión.
PABLO asiente, me mira y yo sonrío. Tema
solucionado
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