domingo, 8 de noviembre de 2015

CAPITULO 16

Oigo un sonido constante e incómodo.
¡Maldito despertador!
Intento moverme para apagarlo, pero no puedo. ¡Qué
cansada estoy!
Ruido. Oigo voces. Qué jaleo.
Me llaman. PETER me llama.
Intento abrir los ojos. No puedo. Oscuridad.
No sé cuánto tiempo pasa hasta que vuelvo a oír el
despertador.
Esta vez puedo abrir los ojos y parpadeo. Muevo el cuello
con cuidado y suspiro. Me duele la cabeza. ¿Qué he bebido?
Abro lentamente los ojos y veo un televisor apagado anclado en
la pared ¿Dónde estoy? Algo me sujeta la mano y, al mirar, veo
la cabeza de PETER apoyada en ella.
¿Qué ocurre?
Como un fogonazo, todo vuelve a mi mente. Carrera. Curva
quince. Caída por encima de la moto. Suspiro.
Madre mía, qué leñazo me he tenido que dar. Respiro. Me
duele el cuerpo, pero eso no me importa. Sólo me importa saber
que PETER está bien. Lo conozco y sé que estará deprimido y
asustado.
Miro su rubia cabellera. No se mueve, pero al mover yo la
mano, rápidamente levanta la cabeza, me mira y a mí se me
paraliza el corazón mientras murmuro:
—Hola, guapo.
PETER se incorpora y, acercándose a mí, susurra:
—Pequeña, ¿cómo te encuentras?
No puedo hablar. Tiene los ojos enrojecidos, terriblemente
enrojecidos, y pregunto:
—¿Qué te ocurre, cariño?
Y entonces hace algo que me deja totalmente sin habla,
cuando su rostro, su bonito rostro se contrae y, con un sollozo
ahogado, dice:
—No vuelvas a asustarme así, ¿entendido?
Sin entender aún qué ha pasado, quiero abrazarlo. Quiero
mimarlo, consolarlo y, tirando de él, hago que me abrace. Las
lágrimas se me saltan al notar cómo lo hace desesperado y llora.
Iceman, mi serio, gruñón y testarudo alemán, llora como un
niño en mis brazos, mientras yo lo arrullo y le beso la cabeza.
Así estamos durante varios minutos, hasta que noto que su
respiración se normaliza y, separándose de mí, murmura
avergonzado:
—Lo siento, cariño. Perdóname.
Más enamorada que nunca de este hombre, sonrío, le seco
las lágrimas y respondo emocionada:
—No tengo nada que perdonarte, cielo.
—Estaba muy asustado... Yo...
—Eres humano y los humanos tenemos sentimientos, cariño.
Mueve la cabeza e, intentando sonreír, me da un beso en la
punta de la nariz. Yo pregunto:
—¿Qué ha ocurrido?
Más tranquilo al hablar conmigo, me retira con mimo el pelo
de la cara y explica:
—Ha habido un accidente. Te has caído por encima de la
moto, has perdido el conocimiento y no lo has recuperado hasta
llegar al hospital. Me he asustado mucho, LALI...
—Cariño...
—Creí que te perdía.
Su desesperación me pone la carne de gallina. No quisiera
haber estado en su lugar. Con lo histérica que soy, seguro que la
habría liado parda. Intentando quitarle dramatismo al
momento, pregunto:
—Pero estoy bien, ¿verdad?
Emocionado, PETER asiente.
—Sí, cariño. Estás bien. Tienes un traumatismo craneal leve.
—Traga el nudo de emociones que pugnan por salir y añade—:
Pero estás bien. Te han examinado y no hay nada roto. Sólo una
fisura en la muñeca izquierda.
—No habrás llamado a mi padre, ¿verdad?
PETER niega con la cabeza.
—Pensaba hacerlo cuando te despertaras.
—No lo llames. Estoy bien y no quiero asustarlo.
Mi chico me da un beso en la mano y dice:
—Hay que llamarlo, LALI. Si quieres, lo hacemos mañana,
cuando te den el alta.
Protesto.
—¡¿Mañana?! ¿Y por qué no me la dan ya?
—Porque quieren tenerte veinticuatro horas aquí en
observación.
—Pero si estoy bien, ¿no lo ves?
Él sonríe por primera vez y responde:
—Tu testarudez me hace saber que en efecto estás bien, y no
sabes cuánto lo celebro. Pero yo también quiero que te quedes
en el hospital. Estaré más tranquilo. —Y al ver mi gesto,
añade—: Yo estaré contigo. No me moveré de tu lado.
Eso me gusta. Si tengo que estar aquí, la mejor compañía
que puedo tener es él. En ese momento, la puerta se abre y entra
Marta con una angustiada Sonia.
—Hija de mi vida, ¿estás bien?
—Sí, tranquila, Sonia. Estoy bien. Sólo ha sido un golpe.
—¿Un golpe? ¡Dirás un golpazo! —salta Marta—. Tienes que
ver cómo ha quedado la moto para entender el golpe.
PETER deja sitio para que su madre se acerque y me bese, luego
le toca el hombro y murmura:
—Tranquila, mamá, LALI está bien.
Ahora la compungida soy yo y, mirando a PETER, pregunto:
—¿Qué le ha pasado a mi moto?
Al no responderme, los ojos se me llenan de lágrimas, me
pica el cuello y, dejándolos a todos boquiabiertos, pido:
—Dime que mi moto está bien, por favor.
—Tesoro —dice Sonia—, no te pongas nerviosa.
PETER mira a su hermana para regañarla por el comentario y,
finalmente, dice:
—Escucha, cariño, ahora no te preocupes por la moto. Aquí
lo único importante eres tú.
Pero eso no me convence. Me rasco el cuello.
Adoro mi moto. Me la compró mi padre con muchísimo
esfuerzo años atrás e insisto:
—Dime al menos que se puede arreglar.
Con una candorosa sonrisa, PETER vuelve a ponerse a mi lado
y, soplándome el cuello, contesta:
—Se puede arreglar.
Eso me tranquiliza. Mi moto para mí es importante. Es mi
conexión con mi pasado, con mi familia, con mi España.
Suena el móvil de PETER, que sale al pasillo para contestar.
—Hija mía —susurra Sonia—, ¡qué susto me he dado cuando
me ha llamado Marta!
Sonrío y la tranquilizo y entonces, mi cuñada dice:
—Para susto el mío. Creí que el que no lo contaba era PETER.
Ni os imagináis lo histérico que se ha puesto. Casi le he tenido
que dar dos guantazos para que te soltara y los de la ambulancia
te pudieran atender.
—Debe de haber revivido lo de Hannah. Pobrecito mío
—musito horrorizada.
Todas sabemos que es justo eso lo que ha recordado. Él
estaba presente.
Saber que PETER, mi amor, ha pasado ese mal rato, me duele
en el alma.
Sonia dice entonces:
—Tiene ojos de haber llorado. Soy su madre y lo sé.
—Ni se te ocurra mencionarlo, mamá. Ya sabes cómo es.
La puerta se abre y él entra. Se acerca a mí y dice:
—Simona y Norbert te mandan besos. Les he dicho que no
hace falta que vengan, que mañana ya estarás en casa.
Asiento. Pobrecitos, qué disgusto tendrán.
—¿Tú estás bien, hijo?
PETER mira a su madre. Sabe por qué lo pregunta y, sin importarle
demostrar sus sentimientos, responde:
—Sí, ahora que veo que LALI está bien.
Ese comentario me hace sonreír. Efectivamente, ¡él es PETER el
duro! Pero hoy me ha mostrado otra faceta que yo no conocía y
he visto de nuevo lo mucho que me quiere y me necesita.
Horas después, la habitación se llena de gente. Dexter, Graciela
y MARTINA llegan con Flyn, que al verme me abraza, me coge la
mano y no consiente que nadie lo separe de mí. Después llegan
EUGE, NICO y PABLO. Éstos me traen un precioso ramo de lirios
naranja y yo se lo agradezco.
Todos hablan a mi alrededor y PABLO, acercándose a mí,
murmura con gesto preocupado:
—Vaya susto nos has dado, cabecita loca.
—Lo sé. No era mi intención.
—¿Estás bien?
Asiento y PETER se acerca a nosotros y pregunta:
—¿Necesitas algo?
Contesto que no y sonrío. PABLO pone una mano en el hombro
de su amigo y dice:
—¿Necesitáis que os traiga algo de casa?
PETER lo mira. Después me mira a mí y contesta:
—Nos vendría bien algo de ropa para LALI. Aquí sólo tenemos
el mono de carrera y no creo que mañana pueda salir con eso
del hospital.
—Luego pasaré por vuestra casa. Simona la preparará y esta
noche os la traigo —dice PABLO.
Mi lindo amor sonríe y, dándome un beso en la frente,
responde:
—No hace falta que vengas esta noche, PABLO. Con tenerla
por la mañana ya está bien.
—Puedo traerla yo —interviene MARTINA—. No hace falta que
PABLO pase por vuestra casa.
—Para mí no es ninguna molestia —insiste nuestro amigo.
PETER, que no se percata de nada, los mira y propone:
—¿Qué tal si PABLO te recoge y venís juntos?
La joven, con su habitual gesto espabilado, mira a nuestro
amigo y responde:
—Ah, no... no puedo. Justo mañana por la mañana tengo
una reunión.
PABLO asiente, me mira y yo sonrío. Tema solucionado

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