jueves, 12 de noviembre de 2015

CAPITULO 22

Pasan dos días y sigo sin saber nada de PETER.
Estoy rota...
Estoy fatal...
Y, para más inri, ¡embarazada!
Lloriqueo y lloriqueo y pienso lo feliz que se sentiría PETER si
lo supiera.
No le cuento nada a nadie. Me como solita el problema y
saco fuerzas de donde no las tengo para remontar el momento
tan doloroso y desconcertante que estoy pasando. Eso sí, tengo
el cuello en carne viva.
Tomo el acido fólico por las mañanas y el primer día me
asusto al ir al baño y ver algo negro... negrísimo salir de mi.
Pero luego recuerdo que en el prospecto ponía que eso podía
ocurrir ¡Qué asco, por Dios!
En esos días no salgo. Me paso el día tumbada en el sofá o en
mi cama, dormitando como un oso, y cuando Simona entra y me
dice que PABLO está al teléfono, casi vomito.
La mujer me mira. Achaca mi malestar a lo que está ocurriendo
con PETER y no pregunta. Menos mal, porque no quiero
mentirle.
Cuando me pasa el teléfono, la miro y murmuro:
—Tranquila, todo se aclarará.
Con un nudo en la boca del estómago que estoy segura que
como se desanude salen de mí las cataratas de Niágara, saludo
lo más alegre que puedo:
—Hola, PABLO.
—Hola, preciosa, ¿ya ha vuelto el jefe?
Su tono de voz y la pregunta me indica que no sabe nada.
Parpadeando, cambio mi tono de voz y respondo:
—Pues no, precioso. Me llamó hace unos días y me comentó
que el viaje se alargaba un poquito más. ¿Por qué? ¿Querías
algo?
Con una encantadora risa, PABLO dice:
—Este fin de semana hay una fiesta privada en Natch y
quería saber si vais a ir.
Para fiestecitas estoy yo y respondo:
—Pues no va a poder ser. Y yo sola ya sabes que no.
PABLO suelta una carcajada.
—Que no me entere yo de que vas sin tu marido.
Ahora la que se ríe con amargura soy yo.
¡Si él supiera lo que piensa PETER!
Hablamos durante un par de minutos más y, tras despedirnos,
cuelgo con la angustia de ocultarle algo a PABLO, pero
no puedo decirle nada. Esto es una bomba, y cuando estalle
quiero estar yo presente. No quiero que PETER y él se enzarcen sin
estar yo delante para mediar. Temo que rompan su bonita
amistad por la guarra de MARTINA.
Pienso en lo que PABLO me contó de ella y Leonard y en cómo
en todo ese tiempo ha guardado el secreto para no hacerle daño
a PETER. Ahora pienso que hubiera sido mejor herirlo en su
momento, así MARTINA habría desaparecido de sus vidas y no habría
provocado todo esto.
Está claro lo que la chica quiere: enemistar a PABLO y PETER y,
con ello, llevárseme a mí por delante. No se lo puedo consentir.
Pero sin ver las pruebas que PETER dice que tiene no puedo hacer
nada salvo llamarla y ponerla a caer de un burro.
Convencida de que quiero hacer eso, le pido a Simona el
teléfono de MARTINA en Londres. A regañadientes me lo proporciona
y, cuando tras dos timbrazos, oigo la voz de la joven, digo:
—Eres una mala persona, ¿cómo has podido hacer lo que has
hecho?
MARTINA suelta una carcajada y, furiosa, grito:
—Eres una zorra, ¿lo sabías?
Sin un ápice de culpabilidad, ella sigue riendo y suelta:
—Joróbate, querida LALI. Tu mundo perfecto se
resquebraja.
¡Si la tengo delante le arranco la cabeza! Siseo:
—Atente a las consecuencias si eso ocurre.
No digo más. Cuelgo antes de que la voz me traicione. Y
vuelvo a llorar. Es lo que mejor sé hacer en los últimos tiempos.
Llevo diez días sin ver a PETER y lo necesito.
Anhelo sus abrazos, sus besos, sus miradas y hasta sus
gruñidos. Y, sobre todo, necesito decirle que uno de sus sueños
se va a hacer realidad.
¡Va a ser papá!
Estoy tirada en mi cama cuando suena el teléfono. Rápidamente
contesto y oigo:
—¡Hola, cuchufletaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Mi hermana.
Siento unas ganas locas de llorar, de contarle mi secreto,
pero no. Me callo y me trago las lágrimas. No quiero que nadie
sepa de Medusa antes que PETER.
Me incorporo rápidamente. Hablar con ella seguro que me
alegra.
—Hola, loca, ¿cómo estás?
—Bien, cuchu.
—¿Y mis niñas?
—Tus niñas estupendas. Luz cada día más rebelde. Ojú, a
quién habrá salido esta niña. Y Lucía cada día más espabilada.
Por cierto, papá dice cada día que parece más hija tuya que mía.
Se parece a ti un montón.
Al oírla sonrío y Raquel pregunta:
—¿Y vosotros cómo estáis?
Pienso en mi alemán favorito, en su pena, en mi tristeza y
respondo:
—Genial. Flyn en el colegio y PETER de viaje, pero regresará
pronto.
—Vaya, vaya, sé de una que en el reencuentro se lo va a pasar
la mar de bien.
Me río por no llorar. ¡Si ella supiera! Pero la alegría de mi
hermana me da buen rollo y más cuando canturrea:
—Tengo algo que contarteeeeeeee.
—¿El qué?
—Adivinaaaaa...
—CANDE, ¡suéltalo y déjate de adivinanzas!
—¿A que no sabes quién está en España ocupando Villa
Morenita? —Y antes de que yo pueda responder, suelta emocionada—:
¡Mi rollito salvaje!
—¡No me digas! —exclamo divertida.
—Lo que oyes.
—¡Qué fuerte!
—Muy fuerte —cuchichea CANDE y añade—: Y me ha dicho
que no ha podido dejar de pensar en mí y que está loco por mis
huesitos.
Parpadeo, parpadeo y parpadeo...
—Cuchuuuu, ¿estás ahí?
Asiento y respondo:
—Sí..., sí..., es que me acabas de dejar sin palabras.
—Lo sé, te has quedado como me quedé yo ayer, cuando abrí
la puerta y me encontré a mi mexicano, tan alto, tan guapo, tan
galante, con un bonito de ramo de rosas blancas en las manos
y...
—Guauuu, rosas blancas... tus preferidas.
—Síííííí. Pero calla, calla, que todavía no te he contado lo
mejor. Resulta que cuando abrí la puerta, me dice con toda su
planta de galán mexicano: «Cariñito lindo, si cada vez que
pienso en ti una estrella se apagara, no habría en el cielo estrellas
que brillaran». Ohhhhhh..., Diossss. Oh, Diossssssssssss.
Sólo faltaron los mariachis tras él, pero casi me meo del gusto
que me dio.
—Flipante. —Me río a carcajadas tras varios días sin reír.
¡Vaya dos!
—Ha sido la cosa más romántica que me ha pasado en la
vida, cuchu. Este hombre es... es... diferente... muy diferente y
cuando está conmigo me hace sentir como una princesa de
cuento. Me mira con intensidad, me besa con locura, me toca
con deleite y me...
—Para, para, que te lanzas.
En ese instante me parece estar viendo la telenovela Locura
Esmeralda, con mi hermana y VICTORIO como protagonistas.
España, México, madre mía la que pueden liar.
—Y lo mejor de todo —prosigue con voz melosa—, es que
cuando vino a casa, miró a papá y le dijo: «Señor ESPOSITO, vengo a
pedirle formalmente la mano de su linda hija».
—¡Qué fuerte, CANDE!
—¡Sí! —chilla mi hermana y yo tengo que despegarme el teléfono
de la oreja.
Me río, me tengo que reír, y pregunto:
—¿Me estás diciendo que te has prometido?
—No.
—Pero si me acabas de decir que le ha pedido a papá tu
mano.
—A papá, pero ya me encargué yo de decirle que nanai de la
China.
—¡¿Cómo?!
—Ay, cuchu... tenías que haber visto su cara cuando le dije
que yo no le daba mi mano a nadie, que ya se la había dado una
vez a un atontado y que mi mano era mía, sólo mía y de nadie
más.
Me troncho. Pero qué graciosa es mi hermana.
—Entonces, ¿estás prometida con él o no?
—Pues no. Soy una mujer moderna y ahora salgo a cenar con
quien quiero y cuando quiero. Es más, esta noche he quedado
con Juanín, el de la tienda de electrodomésticos que hay junto al
taller de papa, y VICTORIO está muy ofendido.
—Normal, CANDE, si el pobre viene desde México, te dice eso
tan romántico de las estrellas, acompañado de un ramo de tus
flores preferidas, y le pide a papá tu mano, ¿cómo quieres que
esté?
—Que se jorobe. A ver si se cree que porque venga con sus
dulces palabras yo tengo que aparcar mi vida para ir tras él.
—Pero, CANDE...
—Que no.
—Pero ¿no dices que es especial y que te hace sentir como...?
—Sí, pero no quiero sufrir por otro churri.
Qué razón tiene mi hermana. Sufrir por amor es un asco,
pero insisto:
— VICTORIO no es AGUSTIN. Estoy convencida de que quiere
algo serio contigo y...
—Tengo miedo. Ea, ya lo he dicho. ¡Tengo miedo!
La entiendo.
Lo ha pasado mal y ahora tiene pánico a volver a sufrir. Pero
sin apenas conocer al mexicano, sé que es diferente a mi ex
cuñado. VICTORIO lo ha pasado también mal por amor y
estoy convencida de que CANDE es lo que él necesita y viceversa.
Pero dispuesta a que mi hermana se decida, añado:
—Es normal que tengas miedo, pero no todos los churris son
iguales. Si tienes miedo ve con cuidado. Pero te digo que si no
quieres perder a VICTORIO, tengas también cuidado o luego
te arrepentirás. Valora qué es lo que quieres y qué es lo que te va
a hacer más feliz a ti.
—Ay, cuchu..., me acabas de decir lo mismito que papá me
dijo. —Y, parándose, dice—: Hablando de papá, espera que
quiere hablar contigo. Bueno, cuchu, ya hablamos otro día, que
me voy a poner guapa a la pelu para salir a cenar con Juanín.
—Adiós, loca, y pórtate bien —respondo divertida.
Instantes después, oigo la voz de mi padre y me emociono.
Las lágrimas me caen como puños, mientras me tapo la boca
para que no le llegue ningún gemido. Si él supiera que estoy
embarazada, qué feliz se pondría. Pero si supiera en la situación
en que me encuentro con PETER, qué tristeza le entraría.
—¿Cómo está mi morenita?
Jorobada... muy jorobada, pero tras tomar aire, respondo:
—Bien, ¿y tú cómo estás, papá?
Él baja el tono de voz y cuchichea:
—Ojú, mi arma... tu hermana me tiene loco. Y encima ahora
está aquí el mexicano.
—Lo sé, me lo acaba de decir.
—¿Y qué te parece?
Secándome las lágrimas que me caen por la cara, respondo:
—Uf, papá, no sé qué decirte. Creo que es CANDE la que tiene
que decidir.
Oigo que mi padre se ríe y después contesta:
—Lo sé, hija. Pero hasta que eso pase, a mí me va a volver
tarumba. Pero está tan feliz desde que ese mexicano ha aparecido,
que creo que ya ha decidido.
—¿Y te gusta su decisión?
—Más que comer con las manos, morenita —se ríe mi
padre—. Pero no pienso decir ni mu, que ella elija sola.
—Sí, papá, es lo mejor. Si acierta o se equivoca, será sólo
cosa suya.
Durante un rato, hablamos de todo un poco, hasta que
pregunta:
—¿Y PETER?
—De viaje en Londres. Regresará dentro de unos días.
—Morenita, te encuentro la voz tristona, ¿todo bien por ahí?
Pero qué listo es mi padre.
Iba para pitoniso y se quedó en mecánico.
Pero convencida de que no debo alarmarlo, respondo con
tranquilidad:
—Todo perfecto, papá. Deseando que regrese mi alemán
preferido.
—Así me gusta. Sentir a mis niñas felices. —Se ríe encantado.
Yo también me río, aunque los ojos se me llenen de lágrimas.
—Dile a PETER que me llame para concretar el día que nos
manda el avión. Me dijo que no comprara billetes que él
mandaba su jet a recogernos para pasar las Navidades todos
juntos.
—Será lo primero que haga cuando lo vea, papá.
De pronto se oye el llanto de un bebé. Es mi sobrina Lucía y
a mí se me ponen los pelos como escarpias.
¡Dios santo, estoy embarazada y pronto tendré uno que llore
así!
Sé algo que nadie sabe. Por primera vez en mi vida guardo
un secreto, que sólo quiero desvelar a la persona que amo con
toda mi alma.
Una vez me despido de mi padre y cuelgo el teléfono, me
vuelvo a recostar en la cama. ¿Hasta cuándo va a durar esto?
De pronto, la puerta de la habitación se abre y Simona dice
rápidamente:
—Comienza Locura Esmeralda.
Atentas a la pantalla, vemos cómo Luis Alfredo Quiñones, el
amor de Esmeralda, besa a Lupita Santúñez, la enfermera del
hospital, y Esmeralda lo ve desesperada tras la columna. Sin
poder evitarlo, lloro. Pobrecita Esmeralda. Tan enamorada y
siempre con tantos problemas. ¡Mira, como yo! Simona me mira
y me da un kleenex. Lo empapo en segundos y, cuando Esmeralda
Mendoza, destrozada por el desamor, le dice a su pequeño
hijo «¡Papá te quiere!», lloro y lloro y no puedo parar.
¡Madre mía, qué dramón!
Cuando termina Locura Esmeralda y quedo sola de nuevo
en la habitación, me suena el móvil. Lo miro, no reconozco el
número y contesto:
—Diga.
—Hola, LALI, soy NATALIE.
La mandíbula se me desencaja.
¡La que faltaba!
¿Qué hace esa mujer llamándome?
—No cuelgues, por favor, tengo algo que decirte.
—No tengo nada que hablar contigo.
Y cuando estoy a punto de darle al botón de colgar, oigo:
—PETER está en el hospital.
Mi respiración se detiene.
Mi mundo se interrumpe, pero consigo preguntar con un
hilo de voz:
—¿Qué... qué ha pasado?
—Hace unas noches bebió más de la cuenta y se metió en
una pelea.
Dios..., Dios..., sabía que iba a pasar algo. Nunca lo había
oído tan furioso.
—Pero... pero ¿está bien? —consigo balbucear.
—Todo lo bien que puede. Tiene una fisura en una pierna y
varias magulladuras en el cuerpo. Aunque...
—¿Qué ocurre, NATALIE?
—Recibió un fuerte golpe en la cabeza y tiene hemorragias
intraoculares en ambos ojos.
Me mareo...
Todo me da vueltas...
Los ojos... sus ojos...
Cuando consigo reponerme del soponcio que me está
entrado, respiro con dificultad y sin apenas voz, murmuro:
—Agradezco tu llamada, NATALIE. La agradezco mucho y,
ahora, por favor, dime en qué hospital está.
—En el St. Thomas, en Westminster Bridge Road, habitación
507.
Lo apunto rápidamente en un papel. Me tiembla la mano y
creo que voy a vomitar.
Dos minutos después, tras colgar, las lágrimas, mis grandes
compañeras en los últimos días, acuden rápidamente a mí.
Desesperada, me siento en la cama y lloro por mi amor.
¿Cómo es que no me ha llamado?
¿Qué hace él solo en un hospital?
Quiero ver a PETER.
Necesito abrazarlo y sentir que está bien.
El estómago me avisa y corro al baño.
Cuando salgo, cojo el móvil y, tras darle a la marcación
rápida, oigo dos timbrazos. Cuando descuelgan, murmuro
mientras lloro:
—PABLO, te necesito

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