Pasan
dos días y sigo sin saber nada de PETER.
Estoy
rota...
Estoy
fatal...
Y,
para más inri, ¡embarazada!
Lloriqueo
y lloriqueo y pienso lo feliz que se sentiría PETER si
lo
supiera.
No
le cuento nada a nadie. Me como solita el problema y
saco
fuerzas de donde no las tengo para remontar el momento
tan
doloroso y desconcertante que estoy pasando. Eso sí, tengo
el
cuello en carne viva.
Tomo
el acido fólico por las mañanas y el primer día me
asusto
al ir al baño y ver algo negro... negrísimo salir de mi.
Pero
luego recuerdo que en el prospecto ponía que eso podía
ocurrir
¡Qué asco, por Dios!
En
esos días no salgo. Me paso el día tumbada en el sofá o en
mi
cama, dormitando como un oso, y cuando Simona entra y me
dice
que PABLO está al teléfono, casi vomito.
La
mujer me mira. Achaca mi malestar a lo que está ocurriendo
con
PETER y no pregunta. Menos mal, porque no quiero
mentirle.
Cuando
me pasa el teléfono, la miro y murmuro:
—Tranquila,
todo se aclarará.
Con
un nudo en la boca del estómago que estoy segura que
como
se desanude salen de mí las cataratas de Niágara, saludo
lo
más alegre que puedo:
—Hola,
PABLO.
—Hola,
preciosa, ¿ya ha vuelto el jefe?
Su
tono de voz y la pregunta me indica que no sabe nada.
Parpadeando,
cambio mi tono de voz y respondo:
—Pues
no, precioso. Me llamó hace unos días y me comentó
que
el viaje se alargaba un poquito más. ¿Por qué? ¿Querías
algo?
Con
una encantadora risa, PABLO dice:
—Este
fin de semana hay una fiesta privada en Natch y
quería
saber si vais a ir.
Para
fiestecitas estoy yo y respondo:
—Pues
no va a poder ser. Y yo sola ya sabes que no.
PABLO
suelta una carcajada.
—Que
no me entere yo de que vas sin tu marido.
Ahora
la que se ríe con amargura soy yo.
¡Si
él supiera lo que piensa PETER!
Hablamos
durante un par de minutos más y, tras despedirnos,
cuelgo
con la angustia de ocultarle algo a PABLO, pero
no
puedo decirle nada. Esto es una bomba, y cuando estalle
quiero
estar yo presente. No quiero que PETER y él se enzarcen sin
estar
yo delante para mediar. Temo que rompan su bonita
amistad
por la guarra de MARTINA.
Pienso
en lo que PABLO me contó de ella y Leonard y en cómo
en
todo ese tiempo ha guardado el secreto para no hacerle daño
a
PETER. Ahora pienso que hubiera sido mejor herirlo en su
momento,
así MARTINA habría desaparecido de sus vidas y no habría
provocado
todo esto.
Está
claro lo que la chica quiere: enemistar a PABLO y PETER y,
con
ello, llevárseme a mí por delante. No se lo puedo consentir.
Pero
sin ver las pruebas que PETER dice que tiene no puedo hacer
nada
salvo llamarla y ponerla a caer de un burro.
Convencida
de que quiero hacer eso, le pido a Simona el
teléfono
de MARTINA en Londres. A regañadientes me lo proporciona
y,
cuando tras dos timbrazos, oigo la voz de la joven, digo:
—Eres
una mala persona, ¿cómo has podido hacer lo que has
hecho?
MARTINA
suelta una carcajada y, furiosa, grito:
—Eres
una zorra, ¿lo sabías?
Sin
un ápice de culpabilidad, ella sigue riendo y suelta:
—Joróbate,
querida LALI. Tu mundo perfecto se
resquebraja.
¡Si
la tengo delante le arranco la cabeza! Siseo:
—Atente
a las consecuencias si eso ocurre.
No
digo más. Cuelgo antes de que la voz me traicione. Y
vuelvo
a llorar. Es lo que mejor sé hacer en los últimos tiempos.
Llevo
diez días sin ver a PETER y lo necesito.
Anhelo
sus abrazos, sus besos, sus miradas y hasta sus
gruñidos.
Y, sobre todo, necesito decirle que uno de sus sueños
se
va a hacer realidad.
¡Va
a ser papá!
Estoy
tirada en mi cama cuando suena el teléfono. Rápidamente
contesto
y oigo:
—¡Hola,
cuchufletaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Mi
hermana.
Siento
unas ganas locas de llorar, de contarle mi secreto,
pero
no. Me callo y me trago las lágrimas. No quiero que nadie
sepa
de Medusa antes que PETER.
Me
incorporo rápidamente. Hablar con ella seguro que me
alegra.
—Hola,
loca, ¿cómo estás?
—Bien,
cuchu.
—¿Y
mis niñas?
—Tus
niñas estupendas. Luz cada día más rebelde. Ojú, a
quién
habrá salido esta niña. Y Lucía cada día más espabilada.
Por
cierto, papá dice cada día que parece más hija tuya que mía.
Se
parece a ti un montón.
Al
oírla sonrío y Raquel pregunta:
—¿Y
vosotros cómo estáis?
Pienso
en mi alemán favorito, en su pena, en mi tristeza y
respondo:
—Genial.
Flyn en el colegio y PETER de viaje, pero regresará
pronto.
—Vaya,
vaya, sé de una que en el reencuentro se lo va a pasar
la
mar de bien.
Me
río por no llorar. ¡Si ella supiera! Pero la alegría de mi
hermana
me da buen rollo y más cuando canturrea:
—Tengo
algo que contarteeeeeeee.
—¿El
qué?
—Adivinaaaaa...
—CANDE,
¡suéltalo y déjate de adivinanzas!
—¿A
que no sabes quién está en España ocupando Villa
Morenita?
—Y antes de que yo pueda responder, suelta emocionada—:
¡Mi
rollito salvaje!
—¡No
me digas! —exclamo divertida.
—Lo
que oyes.
—¡Qué
fuerte!
—Muy
fuerte —cuchichea CANDE y añade—: Y me ha dicho
que
no ha podido dejar de pensar en mí y que está loco por mis
huesitos.
Parpadeo,
parpadeo y parpadeo...
—Cuchuuuu,
¿estás ahí?
Asiento
y respondo:
—Sí...,
sí..., es que me acabas de dejar sin palabras.
—Lo
sé, te has quedado como me quedé yo ayer, cuando abrí
la
puerta y me encontré a mi mexicano, tan alto, tan guapo, tan
galante,
con un bonito de ramo de rosas blancas en las manos
y...
—Guauuu,
rosas blancas... tus preferidas.
—Síííííí.
Pero calla, calla, que todavía no te he contado lo
mejor.
Resulta que cuando abrí la puerta, me dice con toda su
planta
de galán mexicano: «Cariñito lindo, si cada vez que
pienso
en ti una estrella se apagara, no habría en el cielo estrellas
que
brillaran». Ohhhhhh..., Diossss. Oh, Diossssssssssss.
Sólo
faltaron los mariachis tras él, pero casi me meo del gusto
que
me dio.
—Flipante.
—Me río a carcajadas tras varios días sin reír.
¡Vaya
dos!
—Ha
sido la cosa más romántica que me ha pasado en la
vida,
cuchu. Este hombre es... es... diferente... muy diferente y
cuando
está conmigo me hace sentir como una princesa de
cuento.
Me mira con intensidad, me besa con locura, me toca
con
deleite y me...
—Para,
para, que te lanzas.
En
ese instante me parece estar viendo la telenovela Locura
Esmeralda, con mi hermana y VICTORIO como protagonistas.
España,
México, madre mía la que pueden liar.
—Y
lo mejor de todo —prosigue con voz melosa—, es que
cuando
vino a casa, miró a papá y le dijo: «Señor ESPOSITO, vengo a
pedirle
formalmente la mano de su linda hija».
—¡Qué
fuerte, CANDE!
—¡Sí!
—chilla mi hermana y yo tengo que despegarme el teléfono
de
la oreja.
Me
río, me tengo que reír, y pregunto:
—¿Me
estás diciendo que te has prometido?
—No.
—Pero
si me acabas de decir que le ha pedido a papá tu
mano.
—A
papá, pero ya me encargué yo de decirle que nanai de la
China.
—¡¿Cómo?!
—Ay,
cuchu... tenías que haber visto su cara cuando le dije
que
yo no le daba mi mano a nadie, que ya se la había dado una
vez
a un atontado y que mi mano era mía, sólo mía y de nadie
más.
Me
troncho. Pero qué graciosa es mi hermana.
—Entonces,
¿estás prometida con él o no?
—Pues
no. Soy una mujer moderna y ahora salgo a cenar con
quien
quiero y cuando quiero. Es más, esta noche he quedado
con
Juanín, el de la tienda de electrodomésticos que hay junto al
taller
de papa, y VICTORIO está muy ofendido.
—Normal,
CANDE, si el pobre viene desde México, te dice eso
tan
romántico de las estrellas, acompañado de un ramo de tus
flores
preferidas, y le pide a papá tu mano, ¿cómo quieres que
esté?
—Que
se jorobe. A ver si se cree que porque venga con sus
dulces
palabras yo tengo que aparcar mi vida para ir tras él.
—Pero,
CANDE...
—Que
no.
—Pero
¿no dices que es especial y que te hace sentir como...?
—Sí,
pero no quiero sufrir por otro churri.
Qué
razón tiene mi hermana. Sufrir por amor es un asco,
pero
insisto:
—
VICTORIO no es AGUSTIN. Estoy convencida de que quiere
algo
serio contigo y...
—Tengo
miedo. Ea, ya lo he dicho. ¡Tengo miedo!
La
entiendo.
Lo
ha pasado mal y ahora tiene pánico a volver a sufrir. Pero
sin
apenas conocer al mexicano, sé que es diferente a mi ex
cuñado.
VICTORIO lo ha pasado también mal por amor y
estoy
convencida de que CANDE es lo que él necesita y viceversa.
Pero
dispuesta a que mi hermana se decida, añado:
—Es
normal que tengas miedo, pero no todos los churris son
iguales.
Si tienes miedo ve con cuidado. Pero te digo que si no
quieres
perder a VICTORIO, tengas también cuidado o luego
te
arrepentirás. Valora qué es lo que quieres y qué es lo que te va
a
hacer más feliz a ti.
—Ay,
cuchu..., me acabas de decir lo mismito que papá me
dijo.
—Y, parándose, dice—: Hablando de papá, espera que
quiere
hablar contigo. Bueno, cuchu, ya hablamos otro día, que
me
voy a poner guapa a la pelu para salir a cenar con Juanín.
—Adiós,
loca, y pórtate bien —respondo divertida.
Instantes
después, oigo la voz de mi padre y me emociono.
Las
lágrimas me caen como puños, mientras me tapo la boca
para
que no le llegue ningún gemido. Si él supiera que estoy
embarazada,
qué feliz se pondría. Pero si supiera en la situación
en
que me encuentro con PETER, qué tristeza le entraría.
—¿Cómo
está mi morenita?
Jorobada...
muy jorobada, pero tras tomar aire, respondo:
—Bien,
¿y tú cómo estás, papá?
Él
baja el tono de voz y cuchichea:
—Ojú,
mi arma... tu hermana me tiene loco. Y encima ahora
está
aquí el mexicano.
—Lo
sé, me lo acaba de decir.
—¿Y
qué te parece?
Secándome
las lágrimas que me caen por la cara, respondo:
—Uf,
papá, no sé qué decirte. Creo que es CANDE la que tiene
que
decidir.
Oigo
que mi padre se ríe y después contesta:
—Lo
sé, hija. Pero hasta que eso pase, a mí me va a volver
tarumba.
Pero está tan feliz desde que ese mexicano ha aparecido,
que
creo que ya ha decidido.
—¿Y
te gusta su decisión?
—Más
que comer con las manos, morenita —se ríe mi
padre—.
Pero no pienso decir ni mu, que ella elija sola.
—Sí,
papá, es lo mejor. Si acierta o se equivoca, será sólo
cosa
suya.
Durante
un rato, hablamos de todo un poco, hasta que
pregunta:
—¿Y
PETER?
—De
viaje en Londres. Regresará dentro de unos días.
—Morenita,
te encuentro la voz tristona, ¿todo bien por ahí?
Pero
qué listo es mi padre.
Iba
para pitoniso y se quedó en mecánico.
Pero
convencida de que no debo alarmarlo, respondo con
tranquilidad:
—Todo
perfecto, papá. Deseando que regrese mi alemán
preferido.
—Así
me gusta. Sentir a mis niñas felices. —Se ríe encantado.
Yo
también me río, aunque los ojos se me llenen de lágrimas.
—Dile
a PETER que me llame para concretar el día que nos
manda
el avión. Me dijo que no comprara billetes que él
mandaba
su jet a recogernos para pasar las Navidades todos
juntos.
—Será
lo primero que haga cuando lo vea, papá.
De
pronto se oye el llanto de un bebé. Es mi sobrina Lucía y
a
mí se me ponen los pelos como escarpias.
¡Dios
santo, estoy embarazada y pronto tendré uno que llore
así!
Sé
algo que nadie sabe. Por primera vez en mi vida guardo
un
secreto, que sólo quiero desvelar a la persona que amo con
toda
mi alma.
Una
vez me despido de mi padre y cuelgo el teléfono, me
vuelvo
a recostar en la cama. ¿Hasta cuándo va a durar esto?
De
pronto, la puerta de la habitación se abre y Simona dice
rápidamente:
—Comienza
Locura Esmeralda.
Atentas
a la pantalla, vemos cómo Luis Alfredo Quiñones, el
amor
de Esmeralda, besa a Lupita Santúñez, la enfermera del
hospital,
y Esmeralda lo ve desesperada tras la columna. Sin
poder
evitarlo, lloro. Pobrecita Esmeralda. Tan enamorada y
siempre
con tantos problemas. ¡Mira, como yo! Simona me mira
y
me da un kleenex. Lo empapo en segundos y, cuando Esmeralda
Mendoza,
destrozada por el desamor, le dice a su pequeño
hijo
«¡Papá te quiere!», lloro y lloro y no puedo parar.
¡Madre
mía, qué dramón!
Cuando
termina Locura Esmeralda y
quedo sola de nuevo
en
la habitación, me suena el móvil. Lo miro, no reconozco el
número
y contesto:
—Diga.
—Hola,
LALI, soy NATALIE.
La
mandíbula se me desencaja.
¡La
que faltaba!
¿Qué
hace esa mujer llamándome?
—No
cuelgues, por favor, tengo algo que decirte.
—No
tengo nada que hablar contigo.
Y
cuando estoy a punto de darle al botón de colgar, oigo:
—PETER
está en el hospital.
Mi
respiración se detiene.
Mi
mundo se interrumpe, pero consigo preguntar con un
hilo
de voz:
—¿Qué...
qué ha pasado?
—Hace
unas noches bebió más de la cuenta y se metió en
una
pelea.
Dios...,
Dios..., sabía que iba a pasar algo. Nunca lo había
oído
tan furioso.
—Pero...
pero ¿está bien? —consigo balbucear.
—Todo
lo bien que puede. Tiene una fisura en una pierna y
varias
magulladuras en el cuerpo. Aunque...
—¿Qué
ocurre, NATALIE?
—Recibió
un fuerte golpe en la cabeza y tiene hemorragias
intraoculares
en ambos ojos.
Me
mareo...
Todo
me da vueltas...
Los
ojos... sus ojos...
Cuando
consigo reponerme del soponcio que me está
entrado,
respiro con dificultad y sin apenas voz, murmuro:
—Agradezco
tu llamada, NATALIE. La agradezco mucho y,
ahora,
por favor, dime en qué hospital está.
—En
el St. Thomas, en Westminster Bridge Road, habitación
507.
Lo
apunto rápidamente en un papel. Me tiembla la mano y
creo
que voy a vomitar.
Dos
minutos después, tras colgar, las lágrimas, mis grandes
compañeras
en los últimos días, acuden rápidamente a mí.
Desesperada,
me siento en la cama y lloro por mi amor.
¿Cómo
es que no me ha llamado?
¿Qué
hace él solo en un hospital?
Quiero
ver a PETER.
Necesito
abrazarlo y sentir que está bien.
El
estómago me avisa y corro al baño.
Cuando
salgo, cojo el móvil y, tras darle a la marcación
rápida,
oigo dos timbrazos. Cuando descuelgan, murmuro
mientras
lloro:
—PABLO, te necesito
Ay pobre peter y pobre lali y que drama todo por dios
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