lunes, 9 de noviembre de 2015

CAPITULO 18

Los días pasan y en el colegio de Flyn organizan una fiesta. Él,
que este año se ha integrado perfectamente con sus compañeros,
quiere asistir y quiere que PETER y yo lo acompañemos.
Le prometemos hacerlo.
Trae una circular donde se pide a las madres que preparen
algo de comida para el evento. Encantada, acepto el reto y
decido currarme varias tortillas de patata. Quiero que coman
una verdadera tortilla de patata hecha por una española.
Simona se ofrece a hacer un pastel de zanahoria. Acepto. Ella
hace el pastel y yo hago las tortillas. ¡Genial equipo!
La fiesta se celebra en sábado por la mañana, para que los
padres puedan asistir. Flyn está resfriado. Tiene unas decimillas
de fiebre, pero no se quiere perder la fiesta y vamos. Cuando
aparcamos el coche en una calle colindante al colegio, PETER
murmura:
—Aún no sé qué hago aquí.
Mi chico está guapísimo, con un pantalón vaquero a juego
con una camisa también vaquera y, dándole un cómplice azote
en su duro trasero, digo:
—Acompañar a tu sobrino a su fiesta, ¿te parece poco?
Flyn, que lleva el pastel de Simona, corre delante de nosotros.
Ha visto a uno de sus amigos y, encantado, empieza a hablar
con él.
—Míralo —susurro orgullosa—. ¿No te gusta verlo tan
integrado?
PETER asiente con su típica seriedad y, tras un silencio, añade:
—Claro que estoy feliz por él, pero no me gusta venir aquí.
—¿Por qué?
—Porque siempre odié este colegio.
—¿Tú estudiaste aquí?
—Sí.
Sorprendida por el descubrimiento, me paro y digo:
—Y si tú estudiaste aquí y lo odias tanto, ¿por qué traes aquí
a Flyn?
Él se encoge de hombros y, mirando alrededor, explica:
—Porque Hannah lo apuntó, ella quería que estudiase aquí.
Asiento y lo entiendo. Respeta lo que la madre del niño
quería. Entonces, PETER añade:
—En los últimos años, sólo he venido aquí para que me
hablen mal del comportamiento de Flyn.
—Pues mira, ya era hora de que lo hicieras por otro motivo.
No está muy convencido de ello y, dándole un golpe de
cadera, digo:
—Venga..., alegra esa cara. Al fin y al cabo, Flyn está muy ilusionado
con que los dos estemos aquí.
Al final sonríe y yo también.
¡Qué lindo que es cuando sonríe así!
En el colegio, el bullicio es ensordecedor. Flyn nos llama y
vamos hacia su clase. Al entrar, varios padres y madres nos
miran. No nos conocen y nos observan. Los saludo con una
sonrisa y, tras dejar las tortillas junto al pastel, Flyn me coge de
la mano y me lleva para que vea unos trabajos suyos. Durante
un rato, disfrutamos mirando los trabajos del niño, hasta que
veo que PETER resopla y sisea:
—Odio que me miren así.
Con disimulo, escaneo a nuestro alrededor y entiendo lo que
dice. Las madres lo miran y sonríen. Suspiro. Comprendo que
su presencia les imponga y, en lugar de ponerme celosa, sonrío
y, agarrándolo del brazo, digo:
—Cariño, la mayoría de ellas no han visto un tío como tú en
su vida. Es normal que te miren. ¡Estás buenísimo! Y si no
fueras mi marido, yo también te miraría. Es más, creo que
intentaría ligar contigo.
Sorprendido por mi respuesta, PETER sonríe y, cuando me va a
besar, lo paro.
—Stop. —Mi amor me mira y aclaro—: Compórtese, señor
LANZANI. Estamos rodeados de niños.
Sonríe. Verle hacerlo me llena el alma. En ese momento,
entra una mujer y dice:
—Por favor, los padres de los niños que han traído comida,
que la lleven al gimnasio.
Sin pensarlo, cojo las tortillas, PETER el pastel y, acompañados
de otros padres, nos dirigimos a donde la mujer nos indica.
Al entrar, miro alrededor.
¡Qué pasote!
El gimnasio de este colegio es impresionante. Nada que ver
con los gimnasios de mi barrio.
—¡PETER LANZANI!
Al oír la voz, PETER y yo nos volvemos y él, soltando una carcajada,
exclama:
—Joshua Kaufmann.
Se acercan y se saludan.
Joshua es un antiguo compañero suyo del colegio y éste nos
presenta a su mujer, una repija alemana de mucho cuidado. Me
mira de arriba abajo mientras nuestros maridos hablan
encantados y yo me doy cuenta de que esta cacatúa y yo nunca
vamos a ser amigas.
De pronto, Flyn se acerca a nosotros, me mira y yo le
pregunto:
—¿Estás bien, cariño?
El pequeño asiente. Le acaricio la cabeza, luego acerco los
labios a su frente, como hacía mi madre y hace aún mi padre y,
al ver que no está caliente, me tranquilizo.
Con disimulo, miro a la repija con cara de cacatúa y, en
cuanto puedo, me escabullo, desaparezco de su lado. No
aguanto un segundo más la mirada viperina de esta idiota.
—¿Quieres Coca-Cola, LALI? —pregunta Flyn y yo acepto.
Me llena un vaso con el refresco y, cuando me lo da, un amiguito
suyo viene a buscarlo y Flyn se va corriendo dejándome
sola. Pero mi soledad dura poco, porque la cacatúa se acerca con
dos amigas suyas de la misma especie y pregunta:
—¿El niño chinito es vuestro?
Uy, lo que ha dicho.
Estoy a punto de mirarla con cara de póquer, como hace
Flyn, pero me contengo y respondo:
—Sí, es nuestro y es alemán.
—¿Es adoptado?
Opción uno: la mando a freír espárragos.
Opción dos: le doy un guantazo por cotilla.
Opción tres: le aclaro de nuevo, a ella y a sus compañeras
cacatúas, que Flyn es alemán y no chino y quedo como una
señora.
Definitivamente, me decido por la opción tres. La uno y la
dos creo que a PETER le molestarían.
Con una sonrisa made in Raquel, las miro y, tras beber un
sorbo de mi Coca-Cola, respondo:
—Flyn no es adoptado. Y, por cierto, no es chino, en todo
caso, coreano alemán.
La mujer parpadea, no le cuadra lo que digo. Mira a sus amiguitas
y, tras pensar con la única neurona viva que le debe de
quedar en ese cerebro despoblado de vida inteligente, insiste:
—Pero ¿es hijo tuyo o de tu marido? Porque está claro que
vuestro no puede ser, pues ninguno de los dos sois chinos.
La madre que la parió con los chinos.
Ésta es tonta. Por no decir gilipollas.
Como diría mi padre, ¡si es más tonta, no nace!
La miro con la mirada Iceman y, cuando le voy a decir una
de mis lindezas, Flyn se acerca a mí, me coge de la mano y me
hace ir tras él.
¡Bien! Me acaba de salvar de un auténtico horror.
Vamos hasta las mesas donde está la comida y una mujer de
mi edad, rubia platino, me mira y dice:
—Hola, soy María.
Sin saber de qué va el asunto, respondo en mi perfecto
alemán:
—Encantada, soy LALI.
—¿Las tortillas de patata las has hecho tú?
—Sí. —Y, para ampliar la información, añado—: Las que
tienen la aceituna negra en el centro llevan cebolla. Las otras
dos no.
—¿Eres española?
Bueno... bueno... mucho tiempo llevaba yo sin escuchar la
preguntita de rigor.
Cuando asiento y espero escuchar aquello de «¡olé... torero...
paella!», la desconocida da un grito y, emocionada como si yo
fuera la mismísima Beyoncé, exclama en español:
—Yo también soy española. De Salamanca.
Ahora la que grita como si viera al mismísimo Paul Walker
soy yo y me abrazo a ella. Un rubio desvaído que hay a nuestro
lado nos mira y sonríe. Cuando dejamos de abrazarnos como si
fuéramos hermanas de leche, María dice:
—Te presento a Alger, mi marido.
Cuando voy a darle dos besos, me freno. A los alemanes no
les va eso de tanto beso, ni toqueteo latino y le tiendo la mano.
El rubio me mira y dice divertido:
—A mí dame dos besos españoles, que me gustan más.
Tras soltar una carcajada, le planto dos besos como dos soles
y él añade:
—Me encanta vuestra alegría perpetua.
Sonrío y, de pronto, aparece mi alemán particular a mi lado.
Estoy segura de que me ha visto besar al rubio y, rápidamente,
ha venido a ver de quién se trata. Ay, mi celosón. Y, agarrándolo
por la cintura, digo más feliz que una perdiz:
—Cariño, te presento a María, que es española, y a Alger, su
marido.
Mi amorcito, que conoce el carácter latino, le da dos besos a
ella y a él le ofrece la mano. Los dos alemanes sonríen y Alger,
señalándonos a María y a mí, dice:
—Qué buena elección la nuestra.
PETER sonríe y, divertido, responde:
—La mejor.
Durante un buen rato, hablo con María. Me cuenta que se
enamoró de Alger un verano en Salamanca y que el alemán no
cesó en su empeño hasta casarse con ella.
¿Serán todos los alemanes tan pasionales?
Quién lo diría, con lo serios que yo siempre los he visto.
En cuestión de minutos, veo que la gente devora mi tortilla.
Eso me llena de satisfacción.
¡Les encanta!
De tanto beber Coca-Cola me pasa como siempre, ¡me meo!
Busco el baño y corro hacia él. No hay sitio donde no visite los
servicios. Al final PETER va a tener razón y soy una meona.
Cuando acabo, regreso al gimnasio y veo a las cacatúas junto a
Flyn.
¿Qué le preguntarán al niño?
Con disimulo, me acerco sin que nadie me vea y oigo que
Flyn dice:
—Las tortillas las ha hecho LALI, que es española.
Vaya, al final le están sacando la información que quieren,
pero mi gesto cambia cuando oigo que una pregunta:
—¿Y quién es tu papá o tu mamá, él o ella?
¡¿Cómo?!
La sangre se me calienta.
Me entra el calor latino. Ese que mi padre dice que debo
controlar.
Dios mío, dame paciencia y saber estar, ¡o me las como!
¿Cómo pueden preguntarle eso a un niño?
Él se queda callado. No sabe qué responder y yo, dispuesta a
zamparme a todas ésas sin dejar ni una miguita, me acerco al
grupo como una loba en defensa de su cachorro e, inclinándome
hacia Flyn, que me mira con expresión extraña, pregunto:
—¿Qué pasa aquí, cariño?
Las cacatúas se quedan calladas, se cortan, pero la repija se
lanza y dice:
—Le preguntábamos al niño quién era su padre biológico, si
tú o tu marido.
Opción uno: el guantazo se lo doy sí o sí.
Opción dos: le arranco la cabeza y la encesto en la canasta
del fondo.
Opción tres: no hay opción tres.
Flyn, que me va conociendo, al ver mi cara va a responder,
cuando yo lo miro y digo:
—Calla, cariño, ya respondo yo. —Y, sin moverme de su lado,
le pido—: Corre, ve a llenarme un vaso de Coca-Cola, que la voy
a necesitar, ¿vale?
Lo empujo con suavidad y, cuando veo que se aleja, me
vuelvo hacia ellas con ganas de asesinarlas y siseo:
—¿No os da vergüenza preguntarle a un niño algo así?
¿Acaso os gustaría que a vuestros hijos los acorralara una pandilla
de... de... para preguntarle cosas indiscretas? —Ellas se
remueven incómodas. Saben que tengo razón y, dispuesta a
todo, gruño—: Para vuestra información, os diré que la mamá
de Flyn soy yo y su padre es mi marido, ¿de acuerdo? —Las
mujeres asienten con la cabeza y, antes de irme, pregunto—:
¿Alguna pregunta indiscreta más?
Ninguna habla. Ninguna se mueve.
De pronto, siento que una mano coge la mía y me la aprieta.
¡Flyn!
Oh, Dios... ha oído lo que he dicho. Le sonrío. Él no sonríe y
me alejo sabiendo que esto traerá más cotilleos.
Cuando llegamos a las mesas donde está la bebida, cojo dos
vasos y los lleno de Coca-Cola. Le entrego uno a él y digo:
—Bebe.
El pequeño hace lo que le pido, mientras yo pienso qué decir
rápidamente. Tras lo que ha oído, creo que le va a subir la fiebre
y cuando se entere PETER, a mí me da un patatús. Pobrecito Flyn.
Bebe mientras me mira con expresión extraña.
Vamos, LALI...Vamos... ¡Piensa..., piensa!
Al final, su mirada penetrante me angustia, dejo el vaso
sobre la mesa y, apechugando con lo que he hecho, digo:
—Tú y yo sabemos que tu mamá es Hannah y lo será toda la
vida, ¿verdad? —Flyn asiente—. Pues una vez aclarado eso,
quiero que sepas que, a partir de este momento, y en especial
ante las cacatúas esas que nos miran y a las que no les he
partido la cara por respeto a ti, tu mamá soy yo y tu papá PETER,
¿entendido?
Él vuelve a asentir cuando el recién nombrado papá se
acerca al vernos y pregunta:
—¿Qué ocurre?
Resoplo.
Qué situación tan incómoda. ¡Ya la he liado de nuevo!
Pero dispuesta a asumir la bronca que se avecina, respondo:
—Oficialmente, hoy quedas declarado papá de Flyn y yo su
mamá.
PETER mira al niño y luego me mira a mí.
Flyn nos mira alternativamente a uno y otro.
Al sentirme taladrada por sus miradas, levantando las
manos, digo:
—No me miréis así, que parece que me vais a desintegrar.
—LALI... —dice el niño—, ¿te tengo que llamar mamá?
Oh, Dios... Oh, Dios... ¿Por qué soy tan bocazas?
El pequeño tiene una madre, en el cielo, pero la tiene, y yo
acabo de meter la pataza hasta el fondo.
PETER no reacciona. Sigue mirándome y yo respondo:
—Flyn, tú me puedes llamar como quieras. —Y, señalando a
las mujeres, que no nos quitan ojo, digo en perfecto español
para que PETER y él me entiendan—. Pero esas brujas zancudas,
peludas y con cara de cacatúa, a partir de hoy, si quieren algo de
ti, que primero vengan a hablar con tu mamá o tu papá, ¿entendido?
Porque si yo me vuelvo a enterar de que te hacen preguntas
indiscretas, como dice mi hermana CANDE, juro por la gloria
bendita de mi madre que está en el cielo que voy a por el
cuchillo jamonero de mi padre y les rebano el pescuezo.
Bebo Coca-Cola. Bebo o me da algo.
—Vale, pero no te enfades, tía LALI mamá.
PETER sonríe. Sorprendiéndome, sonríe. Acaricia la cabeza del
pequeño y dice:
—Flyn siempre ha sabido que yo soy su papá para lo que
necesite, ¿verdad?
Con una sonrisa, el crío asiente y, abrazándose a mi cintura,
murmura:
—Y ahora sé que la tía LALI es mi mamá.
Los ojos se me llenan de lágrimas. Me emociono. ¡Qué blandita
estoy!
PETER se acerca a mí y, sin importarle quién nos mire, me
abraza, me besa en los labios y dice:
—Reitero una vez más que eres lo mejor que he tenido en mi

vida.

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