sábado, 7 de noviembre de 2015

CAPITULO 14

Dos días después, Sonia y Marta nos invitan a su graduación en
la escuela de paracaidismo.
PETER va sin muchas ganas, pero como lo obligo, al final no
tiene escapatoria. Durante la graduación, intenta mantener el
tipo a pesar de lo nervioso que eso lo pone. Pero cuando su hermana
y su madre, junto a otros alumnos, se suben en la avioneta
y ésta se eleva en el cielo, me mira y dice:
—No puedo mirar.
—¿Cómo que no puedes mirar?
—He dicho que no puedo —sisea y, al ver que asiento,
añade—: Cuando estén en tierra me lo dices, ¿vale?
Resignada, le digo que sí. Hay cosas que no puede remediar.
Me da hasta penita. Pobrecito mío, los esfuerzos que está
haciendo para intentar entendernos a todos.
Flyn, emocionado por la proeza que van a hacer su abuela y
su tía, aplaude emocionado. Y cuando uno de los monitores me
dice que las dos que caen a la derecha son Sonia y Marta, se lo
digo y el pequeño grita encantado con Arthur, que lo lleva a
hombros.
—Cómo molaaaaaaaaa. ¡Caen en picado!
PETER maldice. Ha oído lo que dice su sobrino, pero no se
mueve.
Graciela y Dexter, acaramelados, no paran de besarse. No
miran la exhibición ni nada. Ellos, con darse besitos y prodigarse
cariñitos tienen bastante. Eso me hace reír. Vaya dos
empalagosos. Les ha costado decidirse, pero ahora no se separan
en todo el día. No me quiero imaginar las bacanales de
sexo que deben de organizar en la habitación. Es tal su nivel de
besuqueo, que Flyn los ha bautizado como «los lapa».
Observo el cielo y veo cómo varios puntitos se acercan rápidamente,
hasta que se les abre el paracaídas y caen lentamente.
Miro a PETER y lo veo blanco como la cera. Me preocupo.
—Cariño, ¿estás bien?
Sin apartar la mirada del suelo, niega con la cabeza y
pregunta:
—¿Han llegado ya?
—No, cielo... están cayendo.
—Dios, LALI, no me digas eso —murmura agobiado.
Intentando entender el esfuerzo que supone para él estar
allí, toco su rubia cabellera para tranquilizarlo y, cuando Sonia y
Marta ponen los pies en tierra, digo:
—Ya está, cariño, ya han llegado.
La respiración de PETER cambia, mira de nuevo hacia donde
todos miran y aplaude para que lo vean su madre y su hermana.
¡Vaya pedazo de actor!
Pasan los días y veo que MARTINA conmigo y con Graciela es
encantadora, pero también observo que, con Simona, cada vez
que se ven, los puñales vuelan. ¿Qué ocurre?
Una de las tardes, cuando estamos en la piscina cubierta,
aparece PETER con PABLO. Vienen de la oficina y están guapísimos
con sus trajes.
Dexter, que está en el agua con nosotras, al verlos aparecer,
grita:
—Vamos, güeys, vengan a remojarse.
PETER y PABLO sonríen. Desaparecen de la piscina y, diez
minutos más tarde, regresan con sus bañadores y se tiran al
agua.
Rápidamente, mi chico nada hasta mí. Sus brazos me rodean
y, tras besarme con adoración, murmura:
—Hola, preciosa.
Le devuelvo el beso y dos segundos después estamos
jugando en el agua como niños. Simona entra en el recinto de la
piscina y nos deja una bandeja con varias cosas. Sin demora,
MARTINA va hasta la bandeja, llena un vaso de zumo de naranja y,
acercándose al borde de la piscina donde estamos mi alemán y
yo, dice:
—Toma, PETER, recién exprimido. Como a ti te gusta.
Encantado, mi chicarrón lo coge, mientras yo, con cara de
asombro, miro a MARTINA. Ella no me mira, sólo tiene ojos para PETER
y de pronto dice:
—Y esta Coca-Cola fresquita con doble ración de hielo para
LALI, que sé que le encanta.
Eso me llama la atención. ¡Qué observadora! Y contesto:
—Gracias, MARTINA.
—Gracias a ti por ser siempre tan amable conmigo.
Veinte minutos después, todos estamos sentados en el borde
de la piscina, y PABLO, jugando, me empuja y caigo al agua. Rápidamente,
veo que PETER lo empuja a él y también termina en el
agua.
—Te echo una carrera —me reta.
Sin responder, comienzo a nadar con todas mis fuerzas hacia
el otro lado de la piscina y, cuando casi llego al borde, PABLO me
coge de los pies y me hundo.
Cuando consigo sacar la cabeza del agua, me coge por la cintura
y me lleva hasta donde hago pie para que descanse. Una vez
llegamos, me suelta y, divertida, le digo:
—Eres un tramposo, ¿lo sabías?
Él sonríe y contesta:
—Soy como tú. No me gusta perder.
Ambos nos reímos y, al ver que el momento es propicio, le
pregunto sin cambiar de expresión:
—¿Qué ocurre entre MARTINA y tú?
—Nada.
Pero su atigrada mirada ha cambiado y busca saber qué es lo
que yo sé. Nos miramos y, entendiéndonos perfectamente,
susurro:
—Algo ha pasado entre vosotros. Lo sé.
—Eres una listilla.
—Y tú un malísimo actor.
—¡Cállate!
—Uy, ¡qué mal rollito! —Y al ver cómo me mira, añado—:
Sólo hay que ver que apenas hablas con ella y ni te acercas.
Cuando tú eres un depredador de mujeres. Ella es muy mona y
lo lógico sería que le estuvieras tirando los trastos.
PABLO sonríe. Lo acabo de sorprender y responde:
—Sólo te diré que cuando se vaya seré feliz.
—¿PETER sabe que no la soportas?
Él niega con la cabeza.
—No.
—¿Me contarás lo que ha pasado?
—Sí, pero ahora no. Ya habrá ocasión.
Asiento. Estoy convencida de ello y comienzo de nuevo a
jugar. Le hago ahogadillas, él me las hace a mí y nos divertimos
hasta que, al salir y PETER arroparme con una toalla, oigo que
MARTINA dice:
—Da gusto ver lo bien que os lleváis PABLO y tú.
—Es un buen amigo —respondo.
—El mejor —apostilla PETER.
PABLO nos mira y sonríe y MARTINA añade:
—No me negarás que es un hombre muy guapo.
Él la mira, sonríe y, con un gesto de «¡cállate!», masculla:
—Gracias, MARTINA.
Siguiéndole el juego, yo digo:
—No te lo niego, MARTINA. PABLO es un hombre muy guapo y
sexy.
PETER nos mira. Yo sonrío y, tras darle un beso, añado:
—Pero como tú, ¡ninguno!
Todos sonreímos. El buen rollo impera cuando MARTINA vuelve a
la carga.
—Si no hubieras conocido a PETER, ¿te habrías fijado en PABLO?
Su pregunta me hace gracia y, siendo sincera, como siempre
lo soy, respondo:
—Por supuesto que sí. Los morenos siempre me han gustado
más que los rubios.
—¿En serio? —ríe Graciela.
Yo asiento y entonces PETER me agarra por la cintura, me
sujeta encima de él y, mirándome, dice:
—Pues te has casado con un rubio que no te piensa soltar.
—Y yo no quiero que me suelte —respondo, mientras lo beso
encantada.
Levantándose de la hamaca, mi loco amor me echa sobre su
hombro en plan cavernícola y dice:
—Chicos... ahora volvemos.
—Suéltame —río divertida.
—No cariño... voy a cobrarme tus palabras.
—Será pervertido el tío —se mofa PABLO.
Y ante la risa que me da al ver la urgencia de mi marido,
Dexter dice:
—Ándale y hazle pagar la osadía de que le gusten los
morenos, compadre.
PETER, sin pararse, llega a nuestra habitación y, tras tirarme en
la cama como a un fardo, dice, quitándose el bañador:
—Desnúdate.
Con una sonrisa de oreja a oreja, me quito el biquini y
cuando estoy totalmente desnuda, PETER se tumba sobre mí, pasa
las manos por la hendidura de mi sexo y susurra:
—Me tienes a mil, morenita.
Dicho esto, sacamos nuestro lado salvaje y hacemos el amor

como posesos.

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