Dos
días después, Sonia y Marta nos invitan a su graduación en
la
escuela de paracaidismo.
PETER
va sin muchas ganas, pero como lo obligo, al final no
tiene
escapatoria. Durante la graduación, intenta mantener el
tipo
a pesar de lo nervioso que eso lo pone. Pero cuando su hermana
y
su madre, junto a otros alumnos, se suben en la avioneta
y
ésta se eleva en el cielo, me mira y dice:
—No
puedo mirar.
—¿Cómo
que no puedes mirar?
—He
dicho que no puedo —sisea y, al ver que asiento,
añade—:
Cuando estén en tierra me lo dices, ¿vale?
Resignada,
le digo que sí. Hay cosas que no puede remediar.
Me
da hasta penita. Pobrecito mío, los esfuerzos que está
haciendo
para intentar entendernos a todos.
Flyn,
emocionado por la proeza que van a hacer su abuela y
su
tía, aplaude emocionado. Y cuando uno de los monitores me
dice
que las dos que caen a la derecha son Sonia y Marta, se lo
digo
y el pequeño grita encantado con Arthur, que lo lleva a
hombros.
—Cómo
molaaaaaaaaa. ¡Caen en picado!
PETER
maldice. Ha oído lo que dice su sobrino, pero no se
mueve.
Graciela
y Dexter, acaramelados, no paran de besarse. No
miran
la exhibición ni nada. Ellos, con darse besitos y prodigarse
cariñitos
tienen bastante. Eso me hace reír. Vaya dos
empalagosos.
Les ha costado decidirse, pero ahora no se separan
en
todo el día. No me quiero imaginar las bacanales de
sexo
que deben de organizar en la habitación. Es tal su nivel de
besuqueo,
que Flyn los ha bautizado como «los lapa».
Observo
el cielo y veo cómo varios puntitos se acercan rápidamente,
hasta
que se les abre el paracaídas y caen lentamente.
Miro
a PETER y lo veo blanco como la cera. Me preocupo.
—Cariño,
¿estás bien?
Sin
apartar la mirada del suelo, niega con la cabeza y
pregunta:
—¿Han
llegado ya?
—No,
cielo... están cayendo.
—Dios,
LALI, no me digas eso —murmura agobiado.
Intentando
entender el esfuerzo que supone para él estar
allí,
toco su rubia cabellera para tranquilizarlo y, cuando Sonia y
Marta
ponen los pies en tierra, digo:
—Ya
está, cariño, ya han llegado.
La
respiración de PETER cambia, mira de nuevo hacia donde
todos
miran y aplaude para que lo vean su madre y su hermana.
¡Vaya
pedazo de actor!
Pasan
los días y veo que MARTINA conmigo y con Graciela es
encantadora,
pero también observo que, con Simona, cada vez
que
se ven, los puñales vuelan. ¿Qué ocurre?
Una
de las tardes, cuando estamos en la piscina cubierta,
aparece
PETER con PABLO. Vienen de la oficina y están guapísimos
con
sus trajes.
Dexter,
que está en el agua con nosotras, al verlos aparecer,
grita:
—Vamos,
güeys, vengan a remojarse.
PETER
y PABLO sonríen. Desaparecen de la piscina y, diez
minutos
más tarde, regresan con sus bañadores y se tiran al
agua.
Rápidamente,
mi chico nada hasta mí. Sus brazos me rodean
y,
tras besarme con adoración, murmura:
—Hola,
preciosa.
Le
devuelvo el beso y dos segundos después estamos
jugando
en el agua como niños. Simona entra en el recinto de la
piscina
y nos deja una bandeja con varias cosas. Sin demora,
MARTINA
va hasta la bandeja, llena un vaso de zumo de naranja y,
acercándose
al borde de la piscina donde estamos mi alemán y
yo,
dice:
—Toma,
PETER, recién exprimido. Como a ti te gusta.
Encantado,
mi chicarrón lo coge, mientras yo, con cara de
asombro,
miro a MARTINA. Ella no me mira, sólo tiene ojos para PETER
y
de pronto dice:
—Y
esta Coca-Cola fresquita con doble ración de hielo para
LALI,
que sé que le encanta.
Eso
me llama la atención. ¡Qué observadora! Y contesto:
—Gracias,
MARTINA.
—Gracias
a ti por ser siempre tan amable conmigo.
Veinte
minutos después, todos estamos sentados en el borde
de
la piscina, y PABLO, jugando, me empuja y caigo al agua. Rápidamente,
veo
que PETER lo empuja a él y también termina en el
agua.
—Te
echo una carrera —me reta.
Sin
responder, comienzo a nadar con todas mis fuerzas hacia
el
otro lado de la piscina y, cuando casi llego al borde, PABLO me
coge
de los pies y me hundo.
Cuando
consigo sacar la cabeza del agua, me coge por la cintura
y
me lleva hasta donde hago pie para que descanse. Una vez
llegamos,
me suelta y, divertida, le digo:
—Eres
un tramposo, ¿lo sabías?
Él
sonríe y contesta:
—Soy
como tú. No me gusta perder.
Ambos
nos reímos y, al ver que el momento es propicio, le
pregunto
sin cambiar de expresión:
—¿Qué
ocurre entre MARTINA y tú?
—Nada.
Pero
su atigrada mirada ha cambiado y busca saber qué es lo
que
yo sé. Nos miramos y, entendiéndonos perfectamente,
susurro:
—Algo
ha pasado entre vosotros. Lo sé.
—Eres
una listilla.
—Y
tú un malísimo actor.
—¡Cállate!
—Uy,
¡qué mal rollito! —Y al ver cómo me mira, añado—:
Sólo
hay que ver que apenas hablas con ella y ni te acercas.
Cuando
tú eres un depredador de mujeres. Ella es muy mona y
lo
lógico sería que le estuvieras tirando los trastos.
PABLO
sonríe. Lo acabo de sorprender y responde:
—Sólo
te diré que cuando se vaya seré feliz.
—¿PETER
sabe que no la soportas?
Él
niega con la cabeza.
—No.
—¿Me
contarás lo que ha pasado?
—Sí,
pero ahora no. Ya habrá ocasión.
Asiento.
Estoy convencida de ello y comienzo de nuevo a
jugar.
Le hago ahogadillas, él me las hace a mí y nos divertimos
hasta
que, al salir y PETER arroparme con una toalla, oigo que
MARTINA
dice:
—Da
gusto ver lo bien que os lleváis PABLO y tú.
—Es
un buen amigo —respondo.
—El
mejor —apostilla PETER.
PABLO
nos mira y sonríe y MARTINA añade:
—No
me negarás que es un hombre muy guapo.
Él
la mira, sonríe y, con un gesto de «¡cállate!», masculla:
—Gracias,
MARTINA.
Siguiéndole
el juego, yo digo:
—No
te lo niego, MARTINA. PABLO es un hombre muy guapo y
sexy.
PETER
nos mira. Yo sonrío y, tras darle un beso, añado:
—Pero
como tú, ¡ninguno!
Todos
sonreímos. El buen rollo impera cuando MARTINA vuelve a
la
carga.
—Si
no hubieras conocido a PETER, ¿te habrías fijado en PABLO?
Su
pregunta me hace gracia y, siendo sincera, como siempre
lo
soy, respondo:
—Por
supuesto que sí. Los morenos siempre me han gustado
más
que los rubios.
—¿En
serio? —ríe Graciela.
Yo
asiento y entonces PETER me agarra por la cintura, me
sujeta
encima de él y, mirándome, dice:
—Pues
te has casado con un rubio que no te piensa soltar.
—Y
yo no quiero que me suelte —respondo, mientras lo beso
encantada.
Levantándose
de la hamaca, mi loco amor me echa sobre su
hombro
en plan cavernícola y dice:
—Chicos...
ahora volvemos.
—Suéltame
—río divertida.
—No
cariño... voy a cobrarme tus palabras.
—Será
pervertido el tío —se mofa PABLO.
Y
ante la risa que me da al ver la urgencia de mi marido,
Dexter
dice:
—Ándale
y hazle pagar la osadía de que le gusten los
morenos,
compadre.
PETER,
sin pararse, llega a nuestra habitación y, tras tirarme en
la
cama como a un fardo, dice, quitándose el bañador:
—Desnúdate.
Con
una sonrisa de oreja a oreja, me quito el biquini y
cuando
estoy totalmente desnuda, PETER se tumba sobre mí, pasa
las
manos por la hendidura de mi sexo y susurra:
—Me
tienes a mil, morenita.
Dicho
esto, sacamos nuestro lado salvaje y hacemos el amor
como
posesos.
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