La
primera noche en el hospital es movidita.
Tras
visitarnos el pediatra y decirnos que PETER JR está perfecto,
me
pregunta si le voy a dar el pecho o biberón.
Rápidamente
y sin dudarlo opto por el biberón. Me da igual
lo
que piense el resto del mundo. No pienso convertirme ahora
en
una fábrica de leche andante, cuando sé que los bebés con
biberón
se crían de maravilla.
El
día que lo hablé con EUGE por teléfono no le pareció bien.
Según
ella, la leche materna es ideal. Inmuniza de cientos de
cosas
y es lo mejor. Sonia me dijo lo mismo, incluso me habló
del
instinto materno. Pues bien, mi instinto materno me dice
que
le dé biberón y también que a quien toque a mi hijo lo mato.
Cuando
se lo comenté a PETER, me dio la opción de decidir. Y
como
quiero que desde el minuto uno mi marido sea partícipe
de
esta nueva historia, elijo biberón para que esté tan pringado
como
yo y santas pascuas. Lo que piense el resto del mundo,
como
siempre, ¡me importa tres pepinos!
Cuando
traen un biberón con un poquito de leche para lactantes,
se
lo entrego a PETER y digo:
—Vamos,
papi, dale su primer biberón a tu niño.
Veo
cómo, nervioso, mi amor coge a su niño de la cunita, se
sienta
en una silla y lo hace. El pequeño, que
es un tragón, se
tira
rápidamente a la tetina como un león y, encantado,
recibe lo
que
lleva un buen rato reclamando: comida.
Una
vez se toma la dosis, se quedan dormidos como un ceporrito.
Divertida,
pienso si limpiarle la baba a los pequeños o a su
padre.
¡Qué
monos son los dos!
Tras
la toma, las enfermeras vienen para llevárselo al nido.
Quieren
que yo duerma y descanse. Pero el pequeñajos tiene
unos
pulmones tremendos y le gusta hacerse notar. ¡Menudo
genio
tiene el rubito!
PETER,
al saber que es su hijo es el que
llora como un descosido,
hace
que los traigan a la habitación y se ocupa de ellos toda la
noche.
Los mece, los acuna, les habla y yo, a oscuras, los observo
emocionada.
Estoy
cansada, agotada, pero no puedo dormir. Mis ojos no
quieren
dejar de mirar el precioso espectáculo que me ofrecen
mi PETER jr.
—Vamos,
duérmete, pequeño, descansa —susurra mi amor,
acercándose
a mí.
—Es perfectos, ¿verdad?
Sonríe,
mira a el pequeño que se mueve en sus brazos y
murmura:
—Tan
perfecto como tú, preciosa.
Comienza
a tocarme la cabeza y eso es bálsamo para mí. Lo
sabe,
me conoce. Eso me relaja y, finalmente, caigo rendida en
los
brazos de Morfeo.
Cuando
me despierto, estoy sola en la habitación. La luz
entra
por la ventana y, cuando voy a llamar a las enfermeras, la
puerta
se abre y PETER, con una radiante sonrisa, dice:
—Entra,
abuelo, tu morenita ya se ha despertado.
Cuando
veo a mi padre, sonrío, sonrío y sonrío.
Él
corre a abrazarme. Detrás entra CANDE con Lucía y Luz.
—Enhorabuena,
mi vida. Has tenido uno bebé precioso.
—Un niño,
papá, ¡ lo que tú querías! —exclamo.
Mi
padre asiente y, mirando a PETER, dice:
—Lo
siento, hijo, esta vez la apuesta la he ganado yo.
—Estoy
tan contento como tú, Manuel. No lo dudes ni un
segundo.
—Cuchuuuuuuuuuuu.
—Mi hermana me abraza—. Pero qué
niño más guapo has tenido.
—Es
igualito a PETER , ¿verdad? —pregunto.
—Por
eso digo lo de guapo —asiente mi hermana, haciéndome
reír.
Luz,
mi Luz, se sube a la cama y me abraza, me da un
paquete
y dice:
—He
visto al primo y es guapísimo, tita. Pero no tiene los
ojos
como Flyn.
Sonrío
por su comentario, abro el paquete y al ver una
equipación
de fútbol de la selección española, me río y digo:
—¿Queréis
que lo echen de Alemania?
Todos
se ríen y, al no ver a mi pequeño, pregunto:
—¿Dónde
está?
—Le
están haciendoles unas pruebas, cariño. Ahora lo traerán
—responde
PETER.
Cuando
mi padre, junto con Lucía, PETER y Luz se van a tomar
algo
a la cafetería, mi hermana se sienta a mi lado y, con una
cariñosa
sonrisa, dice:
—Enhorabuena,
LALI. Eres mamá.
Asiento
y me emociono y CANDE me abraza.
—Esto
es para toda la vida, cuchu. El pequeño PETER es precioso
y
estoy segura de que te va a dar muchas alegrías. Lo malo
es
que crecen y un día comenzará a salir con chicas, a mirar revistas
guarras
y a fumar porros.
—CANDE...
Ambas
nos reímos. Mi hermana tiene unas cosas que es
imposible
no reírse con ella.
—Bueno,
cuéntame, ¿algo nuevo?
Amorosa,
se acerca y cuchichea:
—AGUSTIN
y yo, de mutuo acuerdo, hemos pedido el divorcio
hace
veinte días.
—¿En
serio?
Asiente.
—Tiene
nueva churri y por lo visto con ésta va en serio. Y,
aprovechando
el subidón que tiene, mencioné lo del divorcio
exprés
y de cabeza que lo hemos pedido.
—Ostras,
qué bien. Volverás a ser una mujer soltera para tu
rollito
salvaje. —Me río.
Pero
al ver su gesto, sé que algo no va bien y pregunto:
—¿Cómo
sigue tu rollito salvaje?
—Fatal.
—¿Fatal?
Raquel
asiente y dice:
—Quiere
que nos vayamos a vivir a México con él.
—Pero
¿qué dices?
—Lo
que oyes, cuchu... pero le he dicho que no. Primero,
porque
no me quiero alejar tanto de papá y de ti. Segundo,
porque
AGUSTIN no está de acuerdo con que me lleve a las niñas
tan
lejos y tercero, porque si fuera el caso contrario, a mí tampoco
me
gustaría que AGUSTIN se llevara a las niñas tan lejos de mí.
Y
antes de que digas nada, AGUSTIN ha sido un capullo integral
conmigo,
pero con las niñas siempre ha intentado ser un buen
padre
y no voy a hacerle esa guarrada. Sé que las quiere y ellas,
especialmente
Luz, lo quieren a él. Y una cosa es que me
divorcie
y otra muy diferente que me lleve a las niñas de su lado.
Pienso
lo que dice y la entiendo perfectamente cuando
añade:
—Por
lo tanto, el güey,
como dice Luz, se ha sentido
rechazado
y lleva sin llamarme diez largos y tormentosos días.
—Llámale
tú.
—Ni
loca.
—¿Le
has comentado lo de tu divorcio?
—No.
—Le
has explicado las cosas como me las has explicado a mí.
—No.
—¿Por
qué?
—Porque
VICTORIO no me ha dado opción. Cuando le dije
que
no a lo de México, el muy cabezota, tras enfadarse, no me
permitió
darle ninguna explicación y, literalmente, dijo: «Muy
bien
reina, que te vaya bonito».
—¿Te
dijo eso?
CANDE
asiente y, al ver su cara, pregunto:
—¿Y
tú qué le dijiste?
—Pues
mira, chica, ¡para chula yo! Literalmente le dije:
«Muy
bien, rey, que te coma otra con tomate». —Y bajando la
voz,
añade—: Me dieron ganas de decirle algo mucho peor, ya
me
conoces cuando me pongo en plan víbora, pero pensé:
¡CANDE,
contención!
Me
parto de risa y, abrazándola, insisto:
—Entonces,
¿tu rollito salvaje de mujer moderna se acabó?
—Creo
que sí, pero, chica..., todavía pienso en él.
—Pero
vamos a ver, CANDE. Si tú le quieres y él te quiere,
¿por
qué no le explicas las cosas y le propones que...?
—¿Que
se venga a vivir a España? —me corta—. No..., no...,
imagínate
que la empresa se le hunde y me culpa a mí de ello.
No,
¡me niego!
Hablamos
durante un buen rato, pero nada. CANDEl se cierra
en
banda y es imposible hacerla razonar. Luego dicen que la
cabezona
de la familia soy yo, pero mi hermana, ¡telita!
La
puerta se abre y aparecen PETER con PABLO y mis pequeñín.
PABLO
lleva un precioso ramo de rosas. Saluda a mi hermana,
luego
a mí y murmura:
—Felicidades,
mamá.
—Gracias,
guapo.
Mi
amor deja a nuestros niños en las cunitas y pregunto:
—¿Todo
bien?
PETER
asiente y vuelvo a preguntar:
—¿Y
mi padre?
—Se
ha quedado con mi madre y los niños en la cafetería,
ahora
suben.
Asiento
y, enamorada de mis pequeñines, miro a PABLO y le
digo:
—¿Qué
te parece?
Bajando
la voz, mi buen amigo me mira y contesta:
—Son
preciosos, LALI. Habéis tenido un niño precioso.
—¿Quieres
cogerlo?
PABLO
rápidamente da un paso atrás con gesto de susto.
—No.
A mí tan pequeño no me gustan. Los prefiero cuando
tienen
la edad de Flyn y me puedo comunicar con ellos.
Todos
nos reímos y añade, mirando a su amigo:
—Espero
que saque el carácter de LALI, porque como tenga
el
tuyo, colega, lo llevamos claro.
—Pues
con el de la cuchufleta lo vais a llevar claro también
—se
mofa mi hermana.
Nos
estamos riendo, cuando unos golpecitos en la puerta nos
hacen
mirar. Se abre y, encantada, veo que se trata de ROCHI, la
chica
del ascensor.
—¿Se
puede?
—Pasa,
ROCHI, pasa. —Sonrío contenta.
Al
entrar, veo que trae un cochecito con una bebita preciosa
dormida.
Poniéndola a un lado, dice, mientras coge unas flores,
que
deja sobre la cama:
—Se
acaba de dormir, ¡espero que aguante un ratito!
PETER
la saluda con dos besos y, acercándose a mí, ROCHI dice,
tras
mirar a los bebes que duerme en las cunas:
—Qué
guapo y qué gordito. —Y con complicidad, añade—:
¿Qué
son Medusa niño o niña?
—Un
precioso niño —respondo orgullosa.
Ella
me da un abrazo muy cariñoso y murmura:
—Enhorabuena,
LALI.
Cuando
se separa de mí, veo que choca con PABLO y, al
reconocerlo,
dice:
—Vaya...,
pero si está aquí James Bond.
PABLO
no sonríe. La mira de arriba abajo y responde con
mofa:
—Hombre,
súper woman la mandona, ¿tú por aquí?
PETER
y yo nos miramos y, antes de que podamos decir nada,
ella
pregunta:
—¿Cuánto
tardaste en llegar ayer con tu Aston Martin?
¿Ocho
minutitos?
PABLO,
que por norma es un conquistador nato, al oír eso, en
vez
de sonreír y entrar en el juego, arruga el entrecejo y, mirándola
con
indiferencia, responde:
—Un
poquito más, «simpática».
Vaaaaaaaya.
¿Qué le ocurre a PABLO?
¿Acaso
esta mujer lo desconcierta porque no cae rendida a
sus
pies?
Boquiabierta,
observo que no despliega sus artes de donjuán
con
ella. Eso me sorprende y más cuando añade, mirando a
PETER:
—Estaré
en la cafetería con Manuel y Sonia. Más tarde,
cuando
haya menos gente, subiré de nuevo.
—Te
acompaño —responde PETR.
Cuando
los dos hombres se van, mi hermana me mira, yo
miro
a ROCHI y ésta, divertida, se encoge de hombros y suelta:
—Qué
borde es el guaperas, ¿no?
No
contesto y me río. Está claro que mi nueva amiga y PABLO
no
se van a llevar bien.
Cuando
nos quedamos las tres solas, hablamos de niños,
embarazos
y partos. De pronto, me doy cuenta de que soy una
más
del clan de las madres y explico mi parto como algo único y
alucinante.
CANDE y ROCHI hacen lo mismo. Nunca había entendido
ese
empeño de las madres por contar sus partos, pero
ahora
que yo he tenido el mío, me gusta recrearme en él y
recordarlo.
Samantha
se despierta y cuando ROCHI la saca del cochecito,
mi
hermana y yo nos enamoramos de ella. Es una muñequita
rubia
con los mismos ojos azules que su mamá. La niña sonríe y
nos
hace todas las monerías del mundo.
Al
cabo de una hora, ROCHI y la niña se marchan, pero la habitación
se
vuelve a llenar de gente.
Sonia
y mi padre, los orgullosos abuelos de los pequeños PETER JR,
quieren
estar con ellos. CANDE se baja un rato con Lucía y los
niños
están con PABLO y PETER. Poco después aparecen Marta,
Arthur
y algunos amigos del Guantanamera. Cuando Sonia ve a
Máximo,
se saludan y yo tengo que sonreír. Pero cuando me
parto
de risa es cuando aparece PETER y ve al argentino hablando
con
su madre. Calla y finge no saber nada.
Esa
noche, cuando todos se van y la habitación se queda en
calma,
mientras PETER ejerce de padre y le cambia los pañales a
nuestros
hijos como yo le indico, le pregunto:
—¿Eres
feliz?
Él
me mira, mete a los niños dormidos en las cunas y
responde:
—Como
nunca en mi vida, cariño.
Al
día siguiente nos dan el alta en el hospital y toda la
familia,
con dos más, regresamos a casa.
Que ternuritas me muero de amor con ellos
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