No, no es mi pareja.
MARIANO TORRES era algo más que el abogado de EMILIA ATTIAS. Él era su amigo de toda la vida, y aunque ella no lo supiera también era su enamorado secreto. Conocía a EMILIA desde la escuela secundaria, y siempre la había visto como algo más que una amiga. Pero jamás había tenido el valor de decírselo. Luego de graduarse, habían seguido juntos la carrera de abogacía, pero ella había abandonado todo al conocer a Robert ESPOSITO. Al pensar en él, la sangre le hervía. Ese infeliz no se merecía una mujer como EMILIA, no. Pero la tenía, y no la valoraba. MARIANO era testigo de cómo de a poco, la chispa y sonrisa dulce de EMILIA se fue consumiendo. Pero jamás se metió en esa relación. Jamás intentó hacer que ella lo dejara o que viera lo mal que él le hacía. Simplemente se hizo a un lado. Después de terminar sus estudios universitarios, conoció a una buena mujer y formó su familia. Y aunque el día de hoy estaba divorciado, tenía una muy buena relación con la madre de sus dos hijos.
Y ahora estaba allí, sentado en su oficina, impaciente, esperando a su ‘amiga’. Hacía aproximadamente una hora que ella lo había llamado para pedirle que se vieran. No la había escuchado bien, y algo dentro de él le decía que lo necesitaba más que nunca.
La puerta de su despacho sonó y su secretaria se asomó.
—La señora ESPOSITO está aquí, señor —le informó.
—Hazla pasar, Clarisa, muchas gracias —le dijo.
—Enseguida —murmuró asintiendo levemente y salió de allí.
MARIANO se puso de pie y se acercó a su biblioteca, para buscar unas copias que ella le había pedido, del testamento de su padre.
Escuchó como la puerta se abría y se cerraba despacio, pero no giró al instante.
—Ya estoy contigo, EMI —le dijo —Termino de buscar lo que me pediste…
Ella no dijo nada. Se sentía demasiado cansada. Lo único que quería era un poco de consuelo. Sentirse segura.
MARIANO giró para mirarla, su silencio lo había alertado. Se quedó perfectamente quieto. Ella llevaba unas enormes gafas de sol, estaba abrigada y tenía un pequeño bolso en la mano. Entonces miró su boca. Sintió como si alguien acabara de pegarle en medio del estomago. Una marca morada rodeaba la comisura izquierda de sus labios.
—MARIANO… —dijo ella con voz temblorosa.
—No, no… —él empezó a negar, al comenzar a comprender lo que le había pasado. Entonces ella se quitó los anteojos que cubrían su vergüenza, su dolor —¡Hijo de puta! —juró él y se acercó rápidamente a ella.
EMILIA se desplomó en sus brazos con un sollozo roto. Estaba marcada, no solo en su piel, sino también en su alma. Jamás volvería a ser la misma. Jamás podría olvidar sus gritos, sus golpes, aquel infierno.
John la escondió contra su pecho, respirando trabajosamente. Le estaba costando horrores contenerse. Iba a matar a ese bastardo, iba a acabar con su asquerosa vida. La dejó llorar tranquila, sabía que lo necesitaba.
—Jamás pensé que seria capaz, John —habló entre lágrimas. Sus pequeñas manos, suaves y algo frías, se cerraron en puños contra él.
—Tranquila, EMI, estás conmigo. Jamás volverá a suceder… jamás nadie va a volver a tocarte. Te lo juro.
—MARIANO… me escapé, él no sabe que estoy aquí. Y cuando se de cuenta…
—Shhh —la calmó y acarició su espalda. Ella siseó por lo bajo, dando un pequeño saltito. John cerró los ojos y maldijo. Seguramente su cara no era el único lugar golpeado. Alejó un poco su rostro, para mirarla. Aquellos hermosos ojos color chocolate estaba casi perdidos bajo la hinchazón de los moretones, y sintió dolor, mucho dolor por ella —Déjame ver que más te ha hecho, cariño.
—No —ella negó con la cabeza. No quería que él viera más.
—Por favor, EMI, déjame cuidarte. Déjame ayudarte… Necesito ver que daños hay. Voy a hacer que se pudra en la cárcel.
—¡No! —exclamó ella y se alejó completamente de él.
—EMILIA, no puedes dejar esto así —dijo apretando los dientes —Debemos denunciarlo.
Ella se secó las lágrimas despacio, resignándose al dolor que su cuerpo sentía.
—Lo único que quiero es que me ayudes con el divorcio. Lo antes posible. No tengo mucho tiempo. Robert ya debe saber que no estoy en la casa.
—Entonces solo dime que pasó. Sé que puede ser doloroso, pero tengo que saberlo todo, EMILIA…
La tomó de la mano y con cuidado la ayudó a sentarse en aquel sillón de espera que tenía. La furia lo recorrió al ver la mueca de dolor de ella al sentarse. Quería la cabeza de Robert ESPOSITO en una bandeja. Bien, si ella no quería denunciarlo, él no iba a presionarla. Pero si iba a darle su merecido.
—Hace un par de días… le pregunté por mi hija. Me dijo cosas horribles. Entonces le dije que quería el divorcio. Se rió de eso y lo dejé solo en su despacho. Al otro día intenté irme para buscar a LALI. Entonces… —la voz se le fue, un nudo ocupó su lugar. John tomó sus manos, y luego acarició su rostro, con las yemas de sus dedos tocó las marcas que ese animal le había dejado —Discutimos. Se puso como loco,MARIANO…, estaba algo borracho. Jamás lo había visto así. Le rogué que parara… pero no lo hizo —una lágrima resbaló por su mejilla —Y después me encerró en nuestro cuarto… intenté pedir ayuda, pero no había nadie. Y yo sangraba, así que me antendí como pude. Y recién hoy logré salir… abrí con una hebilla de pelo.
—Necesitas que un médico te revise, EMILIA. Y vamos a ir ahora mismo a uno…
Ella lo miró con los ojos vidriosos.
—Siento que morí, MARIANO —le dijo en un susurro —Estoy viviendo sin vivir. Él mató todo lo que había en mí…
—No, cariño, no digas eso —le pidió.
Quería gritar, quería llorar por ella… Pero no iba a dejarla. Este era su momento.
Ahora ya no era un tonto adolescente, ya no había nada que perder. Era ahora o nunca. EMILIA no se le iba a escapar… No la iba a dejar ir, y tampoco iba a dejar que ese infeliz acabara con ella. Antes de eso, iba a matarlo.
—Tengo mucho miedo —murmuró.
Él se acercó un poco más y la abrazó despacio. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro. Algo le decía que ese era su lugar, que era muy correcto estar allí, con él, en sus brazos.
—No estás sola, mi amor… —ella cerró los ojos y dejó que esas dos últimas palabras entraran dulcemente por sus oídos. Hacía mucho que nadie le decía así —Jamás vas a estarlo. Yo voy a cuidarte, EMI… ahora y siempre.
LALI miraba algo nerviosa, como PETER movía nervioso la pierna. Una y otra vez. Era ese movimiento tan molesto, que te daban ganas de agarrarlo y zamarrearlo para que dejara de hacerlo.
—¿Puedes parar? —le preguntó ya nerviosa. Él giró la cabeza para mirarla.
—Perdón —se disculpó —Pero estoy nervioso.
—¿Por qué? No es que va a nacer… ni nada por el estilo.
—Lo sé… pero es que… ¡Estoy ansioso! —exclamó y miró hacia la puerta del consultorio. Llevaban allí un poco más de diez minutos —Y este doctor no nos está atendiendo…
Ella sonrió sin poder evitarlo y terminó de tomar el agua que la secretaría del doctor le había indicado que tenía que tomar para poder realizar la ecografía.
—PETER, son las 3:05, apenas lleva cinco minutos de retraso…
—Da lo mismo —aseguró —Teníamos turno a las 3… debería atendernos a la hora que dijo que nos atendería.
—Eres un exagerado —dijo divertida.
Ambos escucharon que el teléfono de la secretaría, algo mayor notaron los dos, sonaba ruidosamente. Ella contestó.
—¿Si, doctor? —preguntó. Los miró a ambos —Sí, ella ya está aquí, esperándolo… Perfecto, doctor, enseguida.
Colgó y les entregó una pequeña sonrisa.
—Pueden pasar, el doctor DALMAU los está esperando.
PETER se puso de pie en un salto y tomó a LALI de la mano para ponerla de pie también. Caminaron uno al lado del otro. Entonces el moreno abrió la puerta y le dio el paso a la morena. Ella ingresó y su mirada se fijó en el hombre que estaba sentado detrás de un pequeño escritorio de madera, con la mirada fija en un par de papeles. De repente levantó la cabeza y les sonrió. Ella pestañeó seguidamente. Lindo doctor… ¿verdad? Tenía el pelo relativamente corto, un poco más corto a los costados que en la parte de arriba, rubio oscuro, con varios reflejos más claros en las puntas. Llevaba unos masculinos anteojos de lectura. Su nariz era bien recta, masculina también… y tenía unos lindos ojos verdes. Vaya que más que un obstetra parecía un modelo de revista. Al igual que PETER. Ella siempre que lo veía trabajando en el taller se preguntaba si por ahí no estaría interesado en hacer una carrera de modelaje. Estaba segura de que le pagarían muy bien por ello.
—Bienvenidos, pasen, por favor —les dijo él mientras se ponía de pie. LALI se esforzó por sonreír y luego sintió que una mano se apoyaba en su espalda y la empujaba un poco hacia delante. Miró sobre su hombro a PETER —Usted debe ser la señorita LALI…
Ella volvió la vista al frente y tuvo que levantar un poco la cabeza para poder mirar al hombre a la cara. ¿Acaso siempre todos iban a ser más grandes que ella?
—Sí, mucho gusto —le dijo y le tendió la mano. Él la tomó muy profesionalmente y luego miró a PETER.
—Y usted debe ser el padre del bebé —le dijo. PETER asintió contento.
—Así es —dijo y le dio la mano —Mucho gusto.
—Pero por favor… tomen asiento y comencemos —dijo y se alejó para volver a rodear su escritorio.
LALI se mantuvo callada. Había demasiada masculinidad junta en ese lugar. Estaba algo acalorada. Por alguna razón se le había metido en la cabeza una imagen de PETER, del día de ayer… en la que él había estaba arreglando un auto sin remera. La vio claramente en su mente. En ese momento simplemente no se había impactado tanto, pero ahora que lo recordaba estaba ‘emocionada’. Se abanicó con su mano… necesitaba un poco de aire. ¡Maldita fueran sus hormonas de embarazada!
—¿Ya vamos a hacer la ecografía? —preguntó PETER.
—Aun no, señor… —dejó de hablar mientras lo miraba fijamente.
—Solo dígame PETER —dijo él.
—Perfecto —sonrió y abrió una carpeta —Primero necesito que la señorita LALI me conteste un par de preguntas y luego haremos esa ecografía(...)
(...)¿Cree poder hacerlo, LALI?
—Sí, claro —asintió.
—Bueno, comencemos —tomó una lapicera —¿Cuándo fue su último periodo?
—Mmm… hace unos… tres meses —dijo pensativa.
—Ajá —empezó a anotar —¿Ha tenido perdidas? Digo… luego del episodio que sufrió hace una semana…
—No, para nada —ella se sentía algo incomoda de tener que responder todo delante de PETER. Se suponía que tenía que ser ‘privado’
—¿Ha notado cambios en su cuerpo?
—Un par —contestó.
—Los pechos —dijo con naturaleza —¿Le duelen? ¿Han crecido?
Por alguna razón ella se sintió avergonzada. No quería responderle aquello delante de PETER. Miró al moreno, él estaba como si nada, sentado muy cómodamente en aquella silla. La miró y levantó ambas cejas.
—¿Qué sucede? —le preguntó. GASTON también la miró.
—Mmm… doctor, no me siento cómoda respondiendo a esto con él aquí —le dijo. PETER frunció el ceño. GAS también.
—¿No? —inquirió. Ella negó levemente —Oh, lo siento, no pensé que fuera a importarle. Como es el padre del bebé y su pareja…
—No es mi pareja —dijo ella al instante. GAS se quedó callado. Miró al moreno que miraba a la morena confundido y podría decirse que hasta enojado.
—¿No es su pareja? —preguntó de nuevo, pareciendo algo tonto.
Ella tragó saliva.
—No, solo es el padre de mi bebé.
GAS asintió lentamente y volvió a mirar a PETER.
—Entonces… podría pedirle un favor, señor…
—LANZANI —contestó ella por él.
—Señor LANZANI —dijo GAS—¿Podría ser tan amable de esperar unos minutos afuera mientras la señorita LALI termina de contestarme las preguntas?
—Pero, claro que sí, doctor —dijo y se puso de pie. Ella había notado el sarcasmo en su voz. Pero ¿Qué quería el hombre? ¿Qué mintiera? —Cuando termine con todo y a la niña se le pase la tonta vergüenza, me pega un llamado.
—Así lo haré —aseguró GASTON. PETER miró a LALI… ella también se giró a verlo.
—A menos que por no ser tu pareja no quieras que entre contigo a la ecografía…
—Jamás dije eso, PETER.
—No, está bien… solo te lo decía, por si acaso. Porque por ahí quieres que me vaya, y no sé ¿te busco una pareja?
—Basta, PETER —le advirtió. Miró a GAS y le entregó una pequeña sonrisa. Volvió a mirar al moreno—Te busco cuando termine con las preguntas.
—Perfecto, estaré afuera leyendo revistas —dijo con algo de enojo y salió de allí.
MARIANO TORRES era algo más que el abogado de EMILIA ATTIAS. Él era su amigo de toda la vida, y aunque ella no lo supiera también era su enamorado secreto. Conocía a EMILIA desde la escuela secundaria, y siempre la había visto como algo más que una amiga. Pero jamás había tenido el valor de decírselo. Luego de graduarse, habían seguido juntos la carrera de abogacía, pero ella había abandonado todo al conocer a Robert ESPOSITO. Al pensar en él, la sangre le hervía. Ese infeliz no se merecía una mujer como EMILIA, no. Pero la tenía, y no la valoraba. MARIANO era testigo de cómo de a poco, la chispa y sonrisa dulce de EMILIA se fue consumiendo. Pero jamás se metió en esa relación. Jamás intentó hacer que ella lo dejara o que viera lo mal que él le hacía. Simplemente se hizo a un lado. Después de terminar sus estudios universitarios, conoció a una buena mujer y formó su familia. Y aunque el día de hoy estaba divorciado, tenía una muy buena relación con la madre de sus dos hijos.
Y ahora estaba allí, sentado en su oficina, impaciente, esperando a su ‘amiga’. Hacía aproximadamente una hora que ella lo había llamado para pedirle que se vieran. No la había escuchado bien, y algo dentro de él le decía que lo necesitaba más que nunca.
La puerta de su despacho sonó y su secretaria se asomó.
—La señora ESPOSITO está aquí, señor —le informó.
—Hazla pasar, Clarisa, muchas gracias —le dijo.
—Enseguida —murmuró asintiendo levemente y salió de allí.
MARIANO se puso de pie y se acercó a su biblioteca, para buscar unas copias que ella le había pedido, del testamento de su padre.
Escuchó como la puerta se abría y se cerraba despacio, pero no giró al instante.
—Ya estoy contigo, EMI —le dijo —Termino de buscar lo que me pediste…
Ella no dijo nada. Se sentía demasiado cansada. Lo único que quería era un poco de consuelo. Sentirse segura.
MARIANO giró para mirarla, su silencio lo había alertado. Se quedó perfectamente quieto. Ella llevaba unas enormes gafas de sol, estaba abrigada y tenía un pequeño bolso en la mano. Entonces miró su boca. Sintió como si alguien acabara de pegarle en medio del estomago. Una marca morada rodeaba la comisura izquierda de sus labios.
—MARIANO… —dijo ella con voz temblorosa.
—No, no… —él empezó a negar, al comenzar a comprender lo que le había pasado. Entonces ella se quitó los anteojos que cubrían su vergüenza, su dolor —¡Hijo de puta! —juró él y se acercó rápidamente a ella.
EMILIA se desplomó en sus brazos con un sollozo roto. Estaba marcada, no solo en su piel, sino también en su alma. Jamás volvería a ser la misma. Jamás podría olvidar sus gritos, sus golpes, aquel infierno.
John la escondió contra su pecho, respirando trabajosamente. Le estaba costando horrores contenerse. Iba a matar a ese bastardo, iba a acabar con su asquerosa vida. La dejó llorar tranquila, sabía que lo necesitaba.
—Jamás pensé que seria capaz, John —habló entre lágrimas. Sus pequeñas manos, suaves y algo frías, se cerraron en puños contra él.
—Tranquila, EMI, estás conmigo. Jamás volverá a suceder… jamás nadie va a volver a tocarte. Te lo juro.
—MARIANO… me escapé, él no sabe que estoy aquí. Y cuando se de cuenta…
—Shhh —la calmó y acarició su espalda. Ella siseó por lo bajo, dando un pequeño saltito. John cerró los ojos y maldijo. Seguramente su cara no era el único lugar golpeado. Alejó un poco su rostro, para mirarla. Aquellos hermosos ojos color chocolate estaba casi perdidos bajo la hinchazón de los moretones, y sintió dolor, mucho dolor por ella —Déjame ver que más te ha hecho, cariño.
—No —ella negó con la cabeza. No quería que él viera más.
—Por favor, EMI, déjame cuidarte. Déjame ayudarte… Necesito ver que daños hay. Voy a hacer que se pudra en la cárcel.
—¡No! —exclamó ella y se alejó completamente de él.
—EMILIA, no puedes dejar esto así —dijo apretando los dientes —Debemos denunciarlo.
Ella se secó las lágrimas despacio, resignándose al dolor que su cuerpo sentía.
—Lo único que quiero es que me ayudes con el divorcio. Lo antes posible. No tengo mucho tiempo. Robert ya debe saber que no estoy en la casa.
—Entonces solo dime que pasó. Sé que puede ser doloroso, pero tengo que saberlo todo, EMILIA…
La tomó de la mano y con cuidado la ayudó a sentarse en aquel sillón de espera que tenía. La furia lo recorrió al ver la mueca de dolor de ella al sentarse. Quería la cabeza de Robert ESPOSITO en una bandeja. Bien, si ella no quería denunciarlo, él no iba a presionarla. Pero si iba a darle su merecido.
—Hace un par de días… le pregunté por mi hija. Me dijo cosas horribles. Entonces le dije que quería el divorcio. Se rió de eso y lo dejé solo en su despacho. Al otro día intenté irme para buscar a LALI. Entonces… —la voz se le fue, un nudo ocupó su lugar. John tomó sus manos, y luego acarició su rostro, con las yemas de sus dedos tocó las marcas que ese animal le había dejado —Discutimos. Se puso como loco,MARIANO…, estaba algo borracho. Jamás lo había visto así. Le rogué que parara… pero no lo hizo —una lágrima resbaló por su mejilla —Y después me encerró en nuestro cuarto… intenté pedir ayuda, pero no había nadie. Y yo sangraba, así que me antendí como pude. Y recién hoy logré salir… abrí con una hebilla de pelo.
—Necesitas que un médico te revise, EMILIA. Y vamos a ir ahora mismo a uno…
Ella lo miró con los ojos vidriosos.
—Siento que morí, MARIANO —le dijo en un susurro —Estoy viviendo sin vivir. Él mató todo lo que había en mí…
—No, cariño, no digas eso —le pidió.
Quería gritar, quería llorar por ella… Pero no iba a dejarla. Este era su momento.
Ahora ya no era un tonto adolescente, ya no había nada que perder. Era ahora o nunca. EMILIA no se le iba a escapar… No la iba a dejar ir, y tampoco iba a dejar que ese infeliz acabara con ella. Antes de eso, iba a matarlo.
—Tengo mucho miedo —murmuró.
Él se acercó un poco más y la abrazó despacio. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro. Algo le decía que ese era su lugar, que era muy correcto estar allí, con él, en sus brazos.
—No estás sola, mi amor… —ella cerró los ojos y dejó que esas dos últimas palabras entraran dulcemente por sus oídos. Hacía mucho que nadie le decía así —Jamás vas a estarlo. Yo voy a cuidarte, EMI… ahora y siempre.
LALI miraba algo nerviosa, como PETER movía nervioso la pierna. Una y otra vez. Era ese movimiento tan molesto, que te daban ganas de agarrarlo y zamarrearlo para que dejara de hacerlo.
—¿Puedes parar? —le preguntó ya nerviosa. Él giró la cabeza para mirarla.
—Perdón —se disculpó —Pero estoy nervioso.
—¿Por qué? No es que va a nacer… ni nada por el estilo.
—Lo sé… pero es que… ¡Estoy ansioso! —exclamó y miró hacia la puerta del consultorio. Llevaban allí un poco más de diez minutos —Y este doctor no nos está atendiendo…
Ella sonrió sin poder evitarlo y terminó de tomar el agua que la secretaría del doctor le había indicado que tenía que tomar para poder realizar la ecografía.
—PETER, son las 3:05, apenas lleva cinco minutos de retraso…
—Da lo mismo —aseguró —Teníamos turno a las 3… debería atendernos a la hora que dijo que nos atendería.
—Eres un exagerado —dijo divertida.
Ambos escucharon que el teléfono de la secretaría, algo mayor notaron los dos, sonaba ruidosamente. Ella contestó.
—¿Si, doctor? —preguntó. Los miró a ambos —Sí, ella ya está aquí, esperándolo… Perfecto, doctor, enseguida.
Colgó y les entregó una pequeña sonrisa.
—Pueden pasar, el doctor DALMAU los está esperando.
PETER se puso de pie en un salto y tomó a LALI de la mano para ponerla de pie también. Caminaron uno al lado del otro. Entonces el moreno abrió la puerta y le dio el paso a la morena. Ella ingresó y su mirada se fijó en el hombre que estaba sentado detrás de un pequeño escritorio de madera, con la mirada fija en un par de papeles. De repente levantó la cabeza y les sonrió. Ella pestañeó seguidamente. Lindo doctor… ¿verdad? Tenía el pelo relativamente corto, un poco más corto a los costados que en la parte de arriba, rubio oscuro, con varios reflejos más claros en las puntas. Llevaba unos masculinos anteojos de lectura. Su nariz era bien recta, masculina también… y tenía unos lindos ojos verdes. Vaya que más que un obstetra parecía un modelo de revista. Al igual que PETER. Ella siempre que lo veía trabajando en el taller se preguntaba si por ahí no estaría interesado en hacer una carrera de modelaje. Estaba segura de que le pagarían muy bien por ello.
—Bienvenidos, pasen, por favor —les dijo él mientras se ponía de pie. LALI se esforzó por sonreír y luego sintió que una mano se apoyaba en su espalda y la empujaba un poco hacia delante. Miró sobre su hombro a PETER —Usted debe ser la señorita LALI…
Ella volvió la vista al frente y tuvo que levantar un poco la cabeza para poder mirar al hombre a la cara. ¿Acaso siempre todos iban a ser más grandes que ella?
—Sí, mucho gusto —le dijo y le tendió la mano. Él la tomó muy profesionalmente y luego miró a PETER.
—Y usted debe ser el padre del bebé —le dijo. PETER asintió contento.
—Así es —dijo y le dio la mano —Mucho gusto.
—Pero por favor… tomen asiento y comencemos —dijo y se alejó para volver a rodear su escritorio.
LALI se mantuvo callada. Había demasiada masculinidad junta en ese lugar. Estaba algo acalorada. Por alguna razón se le había metido en la cabeza una imagen de PETER, del día de ayer… en la que él había estaba arreglando un auto sin remera. La vio claramente en su mente. En ese momento simplemente no se había impactado tanto, pero ahora que lo recordaba estaba ‘emocionada’. Se abanicó con su mano… necesitaba un poco de aire. ¡Maldita fueran sus hormonas de embarazada!
—¿Ya vamos a hacer la ecografía? —preguntó PETER.
—Aun no, señor… —dejó de hablar mientras lo miraba fijamente.
—Solo dígame PETER —dijo él.
—Perfecto —sonrió y abrió una carpeta —Primero necesito que la señorita LALI me conteste un par de preguntas y luego haremos esa ecografía(...)
(...)¿Cree poder hacerlo, LALI?
—Sí, claro —asintió.
—Bueno, comencemos —tomó una lapicera —¿Cuándo fue su último periodo?
—Mmm… hace unos… tres meses —dijo pensativa.
—Ajá —empezó a anotar —¿Ha tenido perdidas? Digo… luego del episodio que sufrió hace una semana…
—No, para nada —ella se sentía algo incomoda de tener que responder todo delante de PETER. Se suponía que tenía que ser ‘privado’
—¿Ha notado cambios en su cuerpo?
—Un par —contestó.
—Los pechos —dijo con naturaleza —¿Le duelen? ¿Han crecido?
Por alguna razón ella se sintió avergonzada. No quería responderle aquello delante de PETER. Miró al moreno, él estaba como si nada, sentado muy cómodamente en aquella silla. La miró y levantó ambas cejas.
—¿Qué sucede? —le preguntó. GASTON también la miró.
—Mmm… doctor, no me siento cómoda respondiendo a esto con él aquí —le dijo. PETER frunció el ceño. GAS también.
—¿No? —inquirió. Ella negó levemente —Oh, lo siento, no pensé que fuera a importarle. Como es el padre del bebé y su pareja…
—No es mi pareja —dijo ella al instante. GAS se quedó callado. Miró al moreno que miraba a la morena confundido y podría decirse que hasta enojado.
—¿No es su pareja? —preguntó de nuevo, pareciendo algo tonto.
Ella tragó saliva.
—No, solo es el padre de mi bebé.
GAS asintió lentamente y volvió a mirar a PETER.
—Entonces… podría pedirle un favor, señor…
—LANZANI —contestó ella por él.
—Señor LANZANI —dijo GAS—¿Podría ser tan amable de esperar unos minutos afuera mientras la señorita LALI termina de contestarme las preguntas?
—Pero, claro que sí, doctor —dijo y se puso de pie. Ella había notado el sarcasmo en su voz. Pero ¿Qué quería el hombre? ¿Qué mintiera? —Cuando termine con todo y a la niña se le pase la tonta vergüenza, me pega un llamado.
—Así lo haré —aseguró GASTON. PETER miró a LALI… ella también se giró a verlo.
—A menos que por no ser tu pareja no quieras que entre contigo a la ecografía…
—Jamás dije eso, PETER.
—No, está bien… solo te lo decía, por si acaso. Porque por ahí quieres que me vaya, y no sé ¿te busco una pareja?
—Basta, PETER —le advirtió. Miró a GAS y le entregó una pequeña sonrisa. Volvió a mirar al moreno—Te busco cuando termine con las preguntas.
—Perfecto, estaré afuera leyendo revistas —dijo con algo de enojo y salió de allí.
Maaaaassss
ResponderEliminarAajajajaja hay paracen nenes jajjaa me parece que la vergüenza esta demás van a tener un hijo!!
ResponderEliminarSubí mas porfa!
Se nota mucho que peter se muere por estar con lali
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