PETER no se atrevía a soltar a la temblorosa monja por miedo a que se
inmolara en el mar. No tenía ni idea de por qué, pero le importaba. Ella era española,
y él la despreciaba por eso. Quizá debería haberla dejado que se hundiera con el
Santa Cruz reflexionó, dado que obviamente no iba a conseguir por ella ningún
rescate. En sus refinados gustos no entraban inocentes miembros de órdenes
religiosas. La lógica le decía que debería entregársela a sus hombres para que se
divirtieran, y sin el menor escrúpulo. Pero un rescoldo de la decencia que sus padres
le habían inculcado hacía ya mucho tiempo le impidió hacerlo. Ella era demasiado
delicada, no sobreviviría ni una noche a tan rudo tratamiento.
—Soy el capitán PETER LANZANI —le dijo PETER a LALI, arrastrándola por la
cubierta—. Estás a bordo del Vengador, y en mis manos.
—¿A-adónde me lleváis? —preguntó LALI, abochornada por la diabólica
sonrisa de PETER.
—A mi camarote.
LALI se resistió, forcejeando contra la fuerza inexorable con que ṔETER la
tenía agarrada.
—¡No!
—Sí, Hermana, o como quieras llamarte. Allí vas a estar más segura que aquí
fuera. Mis hombres son buena gente, pero odian a los españoles tanto como yo. Ese
saco de patatas que llevas puesto no te mantendrá a salvo de ellos. Si sabes hablar
inglés, te recomiendo que lo hagas. El sonido de tu odiosa lengua a bordo de un
barco inglés bien podría incitarlos a la violencia.
Sin apenas esfuerzo, PETER llevó a Lucía a rastras por toda la cubierta hasta su
camarote, que estaba bajo el puente de mando. Abrió de un tirón la puerta y la
empujó dentro. Él entró detrás, cerró a su espalda la puerta y se apoyó en ella. Clavó
la mirada en LALI, los ojos penetrantes y despiadados como el filo de una espada.
—En nombre de Dios, ¿qué voy a hacer contigo, hermana LALI? —meditó
PETER, pensativo—. ¿Debería entregarte a mis hombres para que se diviertan un
poco? Te aseguro que me lo iban a agradecer. O quizá —continuó, en un tono tan
bajo y tan gutural que a LALI le produjo escalofríos— podría encontrarte alguna
utilidad en mi cama —inesperadament
pensamiento de seducir a aquella belleza exuberante que afirmaba ser monja.
—¿Por qué no le haría yo caso al padre Sebastián? —se lamentó LALI,
retorciéndose con desesperación las manos—. Él me dijo que mejor sería matarme
que entregarme a los sucios piratas.
Pobre lali y peter la sigue intimidando
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