domingo, 13 de noviembre de 2016

CAPITULO 9

LALI levantó de inmediato la cabeza:
—¡Sois un bárbaro sin corazón! ¡Habéis decidido entregarme a vuestros
hombres!
PETE Resbozó una sonrisa burlona, recreándose en el destello de rebeldía de
los ojos de ella.
—Pues sí, una vez que yo me haya hartado de ti. Pero a decir verdad, no me
atraes —mintió—. ¿Es verdad que debajo de la toca llevas la cabeza afeitada?
Gracias a Dios que PETER no había visto la abundante melena de ébano que su
toca ocultaba. En ese mismo instante, LALI decidió afeitarse el pelo en la primera
ocasión que se le presentara, antes de que él descubriera su secreto.
—Sí; estoy calva como una cebolla —concedió LALI—. ¿Queréis verlo? —Con
el pulso tembloroso, hizo como si fuera a quitarse la toca. Era una treta temeraria, y
LALI rezó por que no tuviera que arrepentirse.
PETER hizo una mueca de desagrado, visiblemente asqueado. No sentía el
menor deseo de ver a una hermosa mujer como LALI despojada de la gloriosa
corona de su pelo. Había oído decir que la reina Isabel estaba calva, pero no se lo
había creído. El siempre la había visto con una exuberante mata de pelo roja.
—No, no tengo ningunas ganas de ver tu cabeza calva. Hacerle eso a una mujer
es un auténtico ultraje.
—Y sin embargo vos pensáis ultrajarme de otras formas aún más viles —le
replicó LALI. Sus ojos le desafiaron a negarlo, pero él no fue capaz de hacerlo.
—Eres española —remachó PETER, como si eso hiciera perfectamente
aceptables sus intenciones—. No he venido para discutir contigo.
—¿Para qué habéis venido?
—Para informarte de tu destino —la contempló con perturbadora intensidad—.
Levántate, no me gusta estar hablando con tu coronilla, y me estoy ya cansando de
tanto rezo. Tienes que tener las rodillas destrozadas de tanto arrodillarte.
LALI se levantó grácilmente, a pesar de tener las piernas entumecidas. Se
encaró directamente con PETER, apretando la barbilla. Su actitud era tan belicosa
que a ella misma le costó creer lo mucho que había cambiado en tan poco tiempo.
Resultaba evidente que ni diez años entre los muros del convento habían logrado
domar el temperamento fogoso y el espíritu rebelde que en su niñez desesperaban a
su padre. Le echó la culpa de esa recaída a cierto procaz pirata conocido como "el
Diablo".
—¿Qué decisión habéis tomado, Capitán? —En sus ojos oscuros había una
innegable chispa de rebeldía.
PETER reprimió la súbita irritación que sentía hacia la española. ¿Por qué
aquella orgullosa monja española le hacía sentirse como el más bajo chucho callejero?
Le resultaba difícil pensar de un modo racional teniéndola tan cerca, y contra su
propia voluntad se descubrió admirando la chispa de su mirada. Luego un dulce
aroma de rosas cruzó flotando el estrecho espacio que los separaba, y él frunció el
ceño, más que sorprendido de descubrir que las monjas usaban perfume. Sacudió la
cabeza para despejársela de pensamientos demasiado perturbadores para su
bienestar, pero no dio resultado. Le hormigueaban los dedos de ganas de tocarla.
Quería montarla, cabalgar sobre ella, quería oírla jadear de deliciosa liberación.
Por Dios, ¿es que se estaba volviendo loco? Debía hacer lo que su parte
consciente le exigía: violarla, y luego dársela a sus hombres.
—El barco necesita reparaciones. Vamos a recalar en nuestro refugio de las
Bahamas. Tú vendrás con nosotros.
LALI tragó saliva.
—¿Para qué? ¿De qué iba yo a serviros?
—Quizá te encuentre algún valor. ¿Eres de familia rica? ¿Estarían dispuestos a
pagar un rescate por volver a verte?
LALI se le quedó mirando. Si le decía la verdad, su hábito de monja ya no
podría protegerla. Si él cobraba el rescate y la devolvía a su padre, don Eduardo la
enviaría de nuevo a Cuba para celebrar un matrimonio que ella no quería. Pero si
continuaba con su farsa, existía una posibilidad de que PETER la escuchara y la
dejara marchar. Entonces podría buscar la forma de volver a casa, reingresar
tranquilamente en el convento y hacer sus votos definitivos. Para cuando su padre la
descubriera, ya sería demasiado tarde para poner remedio.
LALI sabía que podía ponerse a sí misma en grave peligro si metía la pata con
el capitán pirata. Por un lado, no tenía la menor garantía de que él no fuera a violarla
si admitía que era LALI ESPOSITO; por otro, lo de hacerse pasar por monja tampoco
disuadiría al pirata de cometer cualquier vileza. Aun así, tenía que decir algo. Se
decidió en una fracción de segundo:
—Ay, Capitán, mi familia es pobre. Me encomendaron al convento a la edad de
diez años para tener una boca menos que alimentar. Yo soy la única hermana entre
muchos hermanos. Ellos valían para trabajar nuestra miserable tierra, y a mí me
pusieron en manos de la Iglesia. Os suplico que me liberéis para poder regresar al
convento.
—Eso no puedo hacerlo. Se me amotinarían los hombres, si te soltara. Están
esperando que te entregue a ellos cuando haya acabado yo contigo.
LALI tragó saliva de forma ostensible. El miedo le clavó sus heladas garras en
las entrañas:
—Os ruego que me dejéis ir. Yo no os he hecho nada. ¿Por qué tenéis ese odio
hacia mis compatriotas?
A PETER se le endureció la expresión y clavó la vista en el vacío, arponeado
por recuerdos que ella no podía ni empezar a comprender. Aún sentía el azote del
látigo en la espalda, oía todavía las risas crueles de sus torturadores españoles
cuando le echaban agua salada en las heridas y él se retorcía de dolor. Le habían
hecho trabajar hasta la extenuación y lo habían alimentado con raciones para morirse
de hambre durante cinco años, y difícilmente habría logrado sobrevivir mucho más
tiempo en tan intolerables condiciones. De no ser por los españoles, sus padres y sus
hermanos todavía estarían vivos. Y aquella mujer que tenía delante llevaba la odiosa
sangre del asesino español.
LALI retrocedió aterrorizada al ver la expresión feroz de PETER. Fuera lo que
fuese, sus compatriotas tenían que haberle hecho algo verdaderamente horrible,
reflexionó con sutileza.
PETER notó que estaba asustada y le lanzó una sonrisa mortífera:
—Haces bien en temerme, hermana LALI. Tus compatriotas me hicieron vivir
un infierno y destruyeron todo lo que me era querido. Juré que no iba a tener piedad
con los españoles, y ahora te toca a ti sufrir por ello. Nos acompañarás en el Vengador
hasta Andros y te someterás a mí del modo que a mí me plazca.
El pirata se había acercado tanto que LALI se sintió desbordada por la solidez
inflexible de su fuerza. La urgencia de su ira, el calor de su cuerpo... la tenacidad y la
determinación de aquel hombre y la nitidez de la energía que emanaba la inundaron
de un pavor tan intenso que se sintió perdida sin remedio. Y sin embargo, a pesar de
todo lo que sabía de aquel pirata inglés, de todas las cosas terribles que había oído
contar, que bastarían para hacerla desmayarse, lo que tenía era la embriagadora
sensación de estar por fin viva, después de muchos años de existir sin más.
—Antes me mataré a mí misma que permitir que vos o ninguno de esos
degenerados marineros vuestros me pongáis la mano encima —juró, lanzándole a
PETER una mirada de absoluto desdén. Era una amenaza vacía, porque no se veía
con valor para cumplirla. Esperaba, sin embargo, que obligara al pirata a pensárselo
dos veces antes de tocarla.
La generosa boca de PETER se curvó hacia arriba en una sonrisa muy poco
reconfortante:
—Oh, no, Hermana, la muerte es la forma más fácil de huir, y tú no eres una
cobarde. Tus ojos dicen claramente cuánto amas la vida. Será entretenido dejarte
seguir rumiando tu destino. Igual te tomo esta noche, en mi litera. O puede que
espere hasta que lleguemos a Andros. O —añadió, sacudiendo la cabeza con
despreocupación
— puede que decida que eres demasiada molestia y te entregue
inmediatamente a mis hombres. En realidad no eres mi tipo; pero mi tripulación no
es tan exigente. —Sus ojos le acariciaron el cuerpo de arriba abajo con insultante
intensidad—. Si tienes un poco de cerebro, podrías hacerme cambiar de opinión.
LALI sintió un ahogo tan fuerte que a duras penas logró tragarse el nudo que se
le había formado en la garganta. PETER apretaba el bien definido ángulo de la
mandíbula con tanta fuerza que ella le veía el movimiento convulsivo del músculo
bajo la piel tostada de la mejilla. Ni por un instante puso en duda sus palabras. Su
odio hacia los españoles era tan violento, estaba tan profundamente enraizado en él
desde hacía tanto tiempo, que no podía esperar compasión de él. No lograba pensar
en nada que pudiera hacerle cambiar de opinión, pero eso no le impidió volver a
recurrir a un método que otras veces le había funcionado. Estaba segura de que Dios
no la iba a abandonar.
Arrodillándose, inclinó la cabeza y rezó con todo el fervor que pudo.

1 comentario:

  1. De tanto que reza espero Dios la escuche y ablande a peter

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