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—Me da lo mismo lo piadosa que seas, hija mía. Está en juego el honor de la familia —afirmó enfáticamente don CARLOS ESPOSITO—. Vas a dejar el convento y te vas a ir a Cuba a casarte con MARIANO MARTINEZ.
Envuelta en un apagado hábito gris, LALI ESPOSITOse puso perceptiblement
—No quiero casarme con don MARIANO, padre. Ni tampoco quiero irme de España. Estoy bastante satisfecha aquí en el convento. Dentro de un mes voy a hacer los votos definitivos y serviré felizmente a Dios para siempre. —Si su entusiasmo era un poco forzado, ella hizo como si no se diera cuenta. Hacerse monja era su máxima meta en la vida.
—Precisamente por eso he venido, LALI —le dijo don CARLOS—. Nunca quise que te hicieras religiosa. Cuando tenías diez años eras incorregible y por eso te traje aquí, para que te domaran y te educaran las buenas monjas del convento. Tu madre acababa de morir, y yo no era capaz de ocuparme de una niña con tanto carácter. Ya era mucho para mí criar a tus hermanos. Pero nunca tuve intención de dejarte aquí para siempre. Estás prometida a don MARIANO desde hace años, y él ya empieza a impacientarse. La madre abadesa me ha asegurado que estás preparada para convertirte en esposa.
LALI se estremeció, imaginando lo repugnante que sería entregar su cuerpo a un hombre, especialmente a un hombre al que apenas conocía.
—Por favor, padre, ¿por qué no quieres ver que estoy hecha para una vida de plegaria y recogimiento? Yo quiero ser esposa de Cristo.
Don CARLOS le lanzó a su hija una elocuente mirada que delataba su desdén.
—Pero si no hay más que verte para darse cuenta de que tú no estás hecha para
Pero q Papá!!!
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