lunes, 28 de noviembre de 2016

CAPITULO 18

—No he tenido elección en eso. Le supliqué que me liberara o me dejara en el 
barco que se hundía, pero él se negó. 
—¿Cómo? ¿Que él te raptó? No me lo creo. Nadie va a pagar tu rescate, y ¿qué 
otra cosa podría querer él de ti? —Entornó los ojos mientras especulaba—. PETER es 
un hombre apuesto. A cualquier mujer le gustaría.
—A mí no —negó LALI con vehemencia.
—Pues está claro que él te quiere. A mí me quiere mandar lejos.
—¡¿Qué?! ¡No! No es posible. No debéis marcharos dejándome sola con él.
MERY se encogió de hombros.
—No he sido yo quien ha tomado la decisión. Además, no me creo que seas tan
inocente como haces ver. Conozco a PETER LANZANI demasiado bien. Ninguna mujer
en sus cabales podría resistírsele durante tanto tiempo como lleváis juntos. ¿Fuiste tú
quien le dijo que me mandara lejos?
—¡No! Yo ni siquiera sabía que existíais hasta que llegamos a la isla.
—Mientes —la acusó fieramente MERY—. A mí no me engañas haciéndote la
inocente. Tú quieres a PETER para ti sólita, y por eso le has dicho que me obligue a
marcharme. Pues me iré, hermana LALI, pero ésta te la guardo. PETER nunca me
haría marcharme de no ser por ti.
—¿Qué estás haciendo aquí, MERY? —PETER estaba en el umbral de la puerta,
con un gesto ferozmente ceñudo.
—Sólo estaba hablando con la hermana LALI, mon amour —dijo melosamente
PETER—. No todos los días tengo ocasión de conversar con una religiosa.
—A lo mejor deberías cambiarte para la cena. Sé lo quisquillosa que eres en lo
tocante a tu aspecto.
A MERY no se le escapó su tono sutil.
—Oui, tienes razón, PETER. Te veré en la cena. Le he pedido antes a Lani que
nos ponga la mesa fuera en el patio. Será muy romántico.
—La hermana LALI y NICO RIERA van a cenar también con nosotros.
MERY le lanzó a PETER una mirada agria.
—Por supuesto. Lo que tú digas, mon amour.
Salió de allí enfurruñada, y PETER se volvió a mirar a Lucía.
—Esa bata es la prenda más favorecedora que te he visto puesta.
LALI se revolvió en su asiento, cohibida.
—No es mía.
—Qué gracia, pues cualquiera habría dicho que sí lo es.
—No voy a bajar a cenar esta noche. No creo que mi hábito se haya secado para
entonces.
—¿Hábito? ¿Qué hábito? —Fijó la mirada en ella con los ojos entornados como
un azor.
—Lo he lavado y lo he tendido a secar en la barandilla de la terraza.
PETER se acercó pausadamente al ventanal.
—Pues no lo veo.
—¿Qué? ¿Dónde se puede haber metido? —LALI corrió a la terraza y se inclinó
sobre la barandilla para escrutar frenética el jardín de abajo. PETER tenía razón, su
hábito no se veía por ninguna parte—. Bueno, pues entonces está claro. No puedo
salir de este dormitorio hasta que aparezca mi hábito.
—Tienes un baúl lleno de ropa. Ropa bonita, si no supongo mal. Ahora es tuya,
te la puedes poner.
—No puedo.
—Lo harás.
Antes de que LALI pudiera comprender lo que PETER pretendía, él le agarró
la toalla y de un tirón se la quitó de la cabeza. Se estremeció de la impresión. LALI
llevaba el pelo moreno, que probablemente había sido hermoso algún día, pegado a
la cabeza en rizados trasquilones que apenas alcanzaban a cubrirle las orejas.
—¿Quién demonios te ha hecho esto?
LALI se esforzó en no dejar que las lágrimas le resbalaran por las mejillas.
—Es la costumbre. Todas las monjas se rapan la cabeza.
—¿Y quién os la rapa, el carnicero? Por Dios, eso sí que es un sacrilegio. Voy a
decirle a Lani que suba y te ayude a vestirte. Esperemos que ella pueda hacer algo
con ese desastre que llevas en la cabeza. Nos vemos en la cena. Como no aparezcas,
subo a buscarte y te visto con mis propias manos. ¿Está claro?
LALI estaba que trinaba, convencida de pronto de que PETER había tenido
algo que ver con la desaparición de su hábito. Sin la protección de su vestimenta gris,
se sintió desnuda y vulnerable. Arrodillada ante el baúl, se puso a buscar algo menos
llamativo que los elaborados vestidos que su padre había encargado que le hicieran
para el ajuar. En el fondo del todo, debajo de capas y capas de sedas y satenes,
encontró la ropa de luto de la viuda Carlota. Recordaba que le había permitido usar
una parte del baúl para guardar sus escasas pertenencias.
"Perfecto", pensó, sacando un sobrio vestido y sacudiéndolo para quitarle las
arrugas. Localizó incluso una mantilla con la que cubrirse el pelo trasquilado. Para
cuando llegó Lani ya se había enfundado el corpiño, las medias y las enaguas, y se
esforzaba en meterse en el vestido.
—¿No tenéis otra cosa que poneros? —preguntó Lani, mirando con disgusto
aquel vestido—. Y con ese pelo... —se lamentó—. Pobrecita.
—Soy una religiosa —le dijo Lucía a modo de explicación—. Si mi hábito no
hubiera desaparecido misteriosamente, me lo habría puesto en lugar de esto.
—El capitán me ha dicho que necesitabais ayuda. Es un pecado cortar así un
pelo tan bonito como el vuestro. Voy a ver qué se puede hacer con él.
—No, si está bien, de verdad. No soy una de esas mujeres frívolas.
—Pues yo no me atrevo a desobedecer al capitán —dijo Lani, sentando a Lucía
en un banquillo ante un tocador bajo con espejo. Sacó unas tijeras de un cestillo que
llevaba y empezó a cortarle el pelo a Lucía, igualándole los trasquilones y tratando
de darle algo parecido a un aspecto ordenado. Lucía, hipnotizada, contempló cómo
Lani le hacía un casquete de lustrosos rizos negros en forma de pequeños
tirabuzones. El resultado era encantador. Lucía apenas se reconocía en el espejo.
Mientras Lani blandía las tijeras, Lucía no paró de hacerle preguntas.
—¿Lleváis mucho tiempo trabajando para el capitán PETER LANZANI?
—Desde que llegó a nuestra isla —respondió Lani—. Él nos cuida. Algunas de
nuestras mujeres se han casado con marineros suyos. Viven en ese grupo de chozas
que hay en el extremo norte de la playa. Él enseñó a nuestra gente a hablar inglés y a
tratar con los barcos que se acercan a nuestras orillas buscando agua potable y
esclavos.
LALI se quedó un instante rumiando aquello y luego preguntó:
—¿Y MERY? ¿Hace mucho tiempo que está con PETER?
Lani se lo pensó un momento antes de responder:
—Sí, mucho tiempo. Pero creo que se está empezando a cansar de la soledad.
No os preocupéis; ahora que vos estáis aquí, no creo que ella se quede.
A Lucía le ardieron las mejillas. Lani lo había dicho como si esperara que Lucía
fuera a ocupar el lugar de MERY en la cama de PETER. Pero eso no iba a ocurrir. Ni
ahora, ni nunca.
—Me importa muy poco que MERY se vaya o se quede. Si habéis terminado con
mi pelo, voy a bajar al patio a cenar con los demás.
LALIa fue la última en llegar. La conversación se detuvo cuando ella apareció en
aquel patio iluminado por cientos de candelas. El vestido negro no le quedaba bien,
porque Carlota era mucho más corpulenta que ella, y se había cubierto discretamente
el casquete de rizos con la mantilla, para que no se viera lo corto que tenía el pelo.
—¡Dios santo! —exclamó PETER con tono de disgusto—. Te has transformado
de ratita gris en cuervo negro. ¿Es que no había nada más favorecedor en ese baúl?
Me cuesta creer que la hija de un noble fuera al encuentro de su prometido vestida de
luto como una viuda.
—Esto es lo único del baúl que me sirve —dijo remilgada LALI.
—Desde luego —masculló PETER—. Tenía que haber pensado en eso.
Fuera como fuese, se le veía decepcionado. Estaba deseando ver a Lucía vestida
con algo que no fuera gris, ni negro. Algo que se ajustara a las curvas que él
sospechaba que ella tenía bajo el santo atuendo.
—¿Comemos? —preguntó, intentando distraerse.
PETER y NICO llevaron el peso de la conversación durante toda la cena. MERY
estaba huraña y LALI poco comunicativa. Cada vez que LALI miraba a MERY, se
imaginaba su llamativa belleza en brazos de PETER. La imagen no debería
molestarla, pero sí lo hacía. Vaya, que igual esa misma noche les daba por... en la
cama de él... ¡Dios! ¿Por qué se estaba torturando con aquellos pensamientos
pecaminosos?
—NICO, ¿por qué no llevas a MERY al barco para que elija lo que más le apetezca
del botín? No te olvides de enseñarle las joyas que cogimos del Santa Cruz.
"Mis joyas", pensó enfadada LALI. Eran parte de su dote.
—Oh, PETER, qué generoso —gorjeó MERY, dedicándole a PETER el batir de
sus largas pestañas—. Voy a tener que pensar la mejor forma de darte las gracias.

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