lunes, 21 de noviembre de 2016

CAPITULO 11

Fuego. Puro fuego. Al principio fue una sensación abrasadora en el lugar por 
donde se habían unido sus labios. Pero cuando la boca de él cubrió por completo la 
suya y su lengua se deslizó húmeda por entre sus labios sellados, el ardor se 
convirtió en un infierno de llamas que se precipitaba por sus venas hasta lugares 
innombrables. Cuando intentó apartarlo de un empujón él la sujetó por los brazos,
manteniéndola inmovilizada mientras seguía explorando su boca. En el momento en
que él intentaba meterle a la fuerza la lengua en la boca, a ella, de la impresión, se le
escapó un suspiro involuntario que facilitó a su lengua el libre acceso a la cálida
dulzura de su interior.
Jamás había sentido Lucía nada parecido al desbordante magnetismo del beso
de PETER. ¡Quería besarlo otra vez! Se moría de ganas de rodearle el cuello con los
brazos y pasarle las manos por la rubia maraña del pelo. Deseaba... Aquel beso le
hizo desear cosas que no tenían nombre. Aquello no estaba bien. No estaba pero que
nada bien. Ella no debería sentir eso. Aquel hombre era su enemigo. Era un pirata
degenerado que la había secuestrado y tenía intención de violarla. Ese pensamiento
proporcionó un ápice de cordura a sus dispersas emociones, por más que las manos
de PETER iban ganando en audacia, intentando descubrir lugares que ningún
hombre tenía derecho a tocar. Ella sabía que tenía que hacer algo, lo que fuera, para
romper el hechizo que aquel hombre ejercía sobre ella antes de quedar totalmente a
su merced.
¡El puñal!
Se llevó la mano al bolsillo, extrajo la pequeña arma y la blandió hacia arriba,
apretándola contra un punto vulnerable del cuello de PETER. Él dejó caer las
manos, interrumpiendo bruscamente el beso, y la miró con una especie de perversa
admiración. La pequeña beata se envolvía en su virtud como si de un sudario se
tratara.
—No me toquéis. No volváis a tocarme nunca.
Los labios de él se estiraron en una sonrisa.
—La cosa se pone complicada. ¿De dónde has sacado ese puñal?
—Es mío. Atrás, o no viviréis para ver otro día.
PETER hizo lo que pudo para no echarse a reír abiertamente. ¿Qué esperaba
ella conseguir con aquel puñal minúsculo? De un golpe de muñeca habría podido
desarmarla, hacerle daño incluso, si quisiera. No le habría costado especial esfuerzo
echarla encima de la litera, levantarle las faldas, abrirle las piernas y tomar lo que
quería. Él era enemigo de todos los españoles. ¿Por qué iba una bruja española que se
decía religiosa a ser distinta de los demás?
—Qué cruel eres, hermana LALI —se mofó de ella.
—Lo he dicho completamente en serio, Capitán.
—¿Ah, sí, de verdad? Muy bien, pues a ver qué es lo peor que eres capaz de
hacer. Córtame el cuello, si te atreves. —En los ojos de PETER había un brillo
peligroso. Cuando el puñal hizo brotar una gota de sangre, no reaccionó como ella
había esperado—. Antes de hacerlo —añadió siniestramente—, quizá deberías tener
en cuenta otra cosa: mi muerte mortificará a mis hombres hasta hacerles perder el
sentido. Querrán hacerte sufrir, y te aseguro que no será agradable.
La mano de LALI vaciló.
—¿No te resulta preferible entregarte a mí, en lugar de probar suerte con mis
marineros? Mira que son un hatajo de brutos. No creo que duraras ni una noche.
—¡Antes prefiero darme muerte!
Lo dijo con tanta saña que PETER no puso en duda ni por un instante que
tuviera valor para cumplir su amenaza. Era consciente de que había sido él el que
había dejado que el juego se les fuera de las manos. LALI no habría podido herirle
con aquella especie de palillo de dientes, pero por alguna razón inexplicable tampoco
quería que aquella pequeña beata peleona con más coraje que sentido común sufriera
ningún daño.
Un movimiento repentino, más rápido que el ojo, y LALI se encontró despojada
del puñal y encajonada en la prisión de los brazos de PETER. Las lágrimas le
escocieron en los ojos cuando se dio cuenta de lo que había pasado, pero no las dejó
derramarse.
—¿Y ahora qué, hermana LALI? ¿Dónde está ese coraje tuyo ahora?
—¡Despreciable y vil... pirata!
—Corsario, Hermana. Hay una diferencia. Yo sólo abordo y saqueo a españoles.
—¡Dejadme marchar!
—Con mucho gusto —la soltó al instante, y ella dio un traspiés antes de
rehacerse—. Vete a la cama. De pronto he perdido el interés. Pero me guardo este
juguetito tuyo, no vaya a ser que te dé por degollarme mientras estoy durmiendo.
LALI echó una mirada espantada a la litera. ¿Acaso el pirata pretendía que se
acostara junto a él? Cuando se volvió a mirarle buscando una aclaración, vio con
asombro que se había quitado la camisa de seda negra y no llevaba más que el
ajustado pantalón negro, que le ceñía los fuertes muslos y las pantorrillas, y las botas
de cuero. Palideció y apartó los ojos, pero no sin antes echar una mirada furtiva a su
pecho bronceado y a sus hombros, sobre los que se tensaban en gruesas bandas los
músculos. Y al extraño bulto que le abombaba por delante los pantalones.
—¿Piensas dormir con esa toca espantosa? —preguntó PETER, desdeñoso—.
Te aseguro que no me voy a asustar por verte la cabeza calva. Que me dé grima,
puede, pero asustarme, no.
—Prefiero no quitármela —se obstinó LALI. Si se la quitaba y desvelaba su
largo pelo, él se habría dado cuenta del engaño. Aunque las monjas normalmente no
se afeitaban la cabeza, sí que solían llevar el pelo muy corto debajo de la toca. Ella no
había hecho aún los votos definitivos, y hasta que lo hiciera le habían permitido
conservar su exuberante cascada de pelo de ébano.
—Métete en la cama —le ordenó secamente PETER. Se desató el cordón del
pantalón y se dobló para quitarse las botas.
—¿Qué vais a hacer? —en la voz de LALI vibraba una nota de pánico.
—Dormir —PETER la miró con ojos lascivos—. A menos que a ti se te ocurra
algo mejor.
—No pienso acostarme a vuestro lado —dijo ella, apretando los labios con
Él le echó una mirada feroz, y luego se encogió de hombros.
—Haz lo que quieras. El suelo puede resultar algo duro después del primer par
de horas.
—Estoy acostumbrada a las penalidades. En el convento hay pocas
comodidades materiales. Llevamos una vida de austeridad y plegaria.
Él asintió, cortante.
—Por ahora puedes hacer lo que te dé la gana. Cuando requiera tu presencia en
mi lecho, ya te lo haré saber.
LALI intentaba no mirar su pecho desnudo, pero era difícil no hacerlo. Con lo
poco que ella sabía de anatomía masculina. Ajeno a su escandalizado escrutinio,
PETER se sentó al borde de la litera y se quitó los pantalones. El grito de
consternación que se le escapó a LALI le hizo volver a posar la vista en ella. Le
dedicó una sonrisa fanfarrona. Ella se dio la vuelta a toda prisa, ruborizándose hasta
la raíz del pelo. Oyó sus pasos detrás de ella, pero se negó a mirar.
Sintió un alivio enorme cuando él le tiró una manta y una almohada, que
cayeron en el suelo cerca de ella, y se volvió para atrás. Ella no quería mirarle el
cuerpo desnudo, pero cada vez que le oía moverse no podía evitar espiarle por
encima del hombro, manteniendo la vista a la altura de los pies. El se acercó
des preocupadamente a la silla y recuperó su espada.
—Esto va a estar más seguro conmigo —dijo, llevándose la espada consigo a la
litera. Se oyó un crujir de sábanas, y luego el silencio. De pronto todo se puso oscuro,
y LALI comprendió que PETER había apagado el farol que se balanceaba sobre sus
cabezas.
Continuó sin moverse, temiendo que él pudiera cambiar de opinión y requerir
su presencia en la cama. Se quedó inmóvil, atreviéndose apenas a respirar, hasta que
oyó la cadencia regular de la respiración de él y supo que estaba dormido. Sólo
entonces se envolvió en la manta y se tumbó en el duro suelo de madera.
A pesar de la almohada, con la toca puesta era casi imposible encontrar una
postura cómoda. Por debajo de la tela de hilo le picaba la cabeza, y echaba de menos
un peine para poder desenredarse el pelo. O mejor aún, unas tijeras, para cortárselo
lo más corto posible. La única concesión a la comodidad que hizo fue quitarse los
zapatos y las medias. Se quedó dormida casi de inmediato, agotada tras su encuentro
con el Diablo. Desafortunadamente, sus sueños se llenaron de imágenes del varonil
capitán, de su cuerpo desnudo exhibiéndose en toda su masculina belleza.
Sin pantalones.
Que Dios se apiadara de ella.
A PETER no le resultó fácil dormirse, a pesar de la regular cadencia de su
respiración. Permaneció despierto en la cama, fogosamente consciente de aquella
mujer que afirmaba ser monja. Ella le producía el efecto de hacerle sentirse
incómodo. Había habido muchas mujeres en su vida. El era un hombre viril, de los
que toman de las mujeres el placer sensual y el alivio sexual que ellas les
proporcionan. Había muchos puertos, y muchas mujeres. Pero ninguna era la
hermana LALI. ¿Qué era lo que tenía aquella monjita que le hacía quererla para sí?
No habría tenido más que tomarla como el cuerpo le pedía y luego olvidarse de ella
de una vez por todas. ¿Acaso no era española? No había habido español, hombre o
mujer, a quien no hubiera odiado con todas sus fuerzas.

1 comentario: