jueves, 24 de noviembre de 2016

CAPITULO 14

El ceño furiosamente fruncido de PETER impulsó a RIERA a hablar. 
—Así que la monja española sigue siendo virgen. 
PETER dio una vuelta alrededor de él. 
—¿Qué demonios estáis intentando decirme, señor RIERA? 
—Hasta la tripulación está comentando vuestro mal humor. No sería propio de
vos negarlo.
—A lo mejor no me apetece tomarme la molestia de desflorar a la muchacha. —
PETER se encogió expresivamente de hombros—. Las vírgenes son criaturas tirando
a ineptas, que no sé yo si compensan la molestia.
—¿Me estáis diciendo que no la queréis? Ni uno solo de vuestros marinos
dejaría pasar la ocasión de divertirse un rato con ella.
—¿Incluyéndoos a vos mismo, eh? —preguntó PETER con dureza—. Pues
olvidaos —añadió, sin esperar a que RIERA le respondiera—. No pienso
entregársela nunca a la tripulación. Ni siquiera si decido que no la quiero para mí.
RIERA lo midió con la mirada.
—Entonces entiendo que vais a desembarcar a la hermana LALI en alguna isla
española para que se vuelva por sus propios medios a España.
—¡No, por Dios! No seáis ridículo. ¿Pero es que no la habéis visto? Incluso
envuelta en esa vestimenta espantosa y con esa toca, transpira sensualidad. No
puede engañar a nadie escondiendo su extraordinaria belleza bajo un hábito de
monja.
—¿Es que no la creéis? Si creéis que está mintiendo, ¿por qué no la tomáis hasta
saciaros y luego prescindís de ella? No sería la primera vez que lo hacéis; de hecho,
lo habéis hecho muchas veces.
PETER paseó la mirada por entre las agitadas olas, reflexionando sobre el
consejo de RIERA. Dios sabía cuánto deseaba a la insolente española, fuera o no
monja. Pero por alguna razón se sentía incapaz de deshonrarla, por el improbable
caso de que fuera monja de verdad. Por el camino que fuera, estaba decidido a
averiguar la verdad sobre ella. En cuanto la tuviera a buen recaudo en su isla,
concentraría su ingenio en averiguar quién era exactamente la hermana Lucía y por
qué le había mentido acerca de su identidad. Si es que de hecho estaba mintiendo.
Entonces, la seduciría. Poco a poco, con mucha mano izquierda, hasta que ella ya no
pudiera seguir resistiéndosele. Esperaba con ansia ese día en que la hermana Lucía
tuviera que quitarse el hábito y confesar que había mentido.
Y ese día iba a llegar. Tan seguro como que el sol sale por levante y se pone por
poniente.
—Cuando me dé a mí por ahí, señor RIERA —sonrió PETER—, cuando me
dé a mí por ahí. Ahora mismo me complace hacerla enfadarse. Os aseguro que en
cuanto lleguemos a Andros voy a averiguar la verdad. Y entonces le enseñaré a la
hermana LALI en qué consiste ser mujer. Es cierto que no me gustan los españoles,
pero puede que encuentre en ella alguna cualidad que la redima. Ya lo dirá el
tiempo, señor RIERA, ya lo dirá el tiempo.
—¿Y qué pasa con MERY? No le va a gustar esa ampliación de la familia.
—MERY ni es mi dueña, ni tiene nada que opinar sobre a quién invito yo a mi
casa.
—Algo me dice que MERY no piensa lo mismo de vuestra relación. A ella le
gustaría hacerla permanente.
PETER soltó una risa chillona.
—Soy más rico que el rey Midas. Lo que MERY ama es el dinero. Hace tres
años, cuando se quedó varada en esta isla, me ofrecí a llevarla en mi barco a
Inglaterra. Ella prefirió quedarse en la isla y ser mi amante. Pero ¿te crees que soy el
único? Por lo menos sé de otros tres tipos, piratas todos ellos, que la atienden y le
mantienen la cama caliente durante mis largas ausencias. Y seguro que hay otros de
los que yo no estoy enterado. Cuando decida casarme, si algún día lo decido, no será
con una mujerzuela ambiciosa como MERY.
"No, desde luego que no", pensó en silencio PETER. Por increíble que pudiera
parecer, no le había dedicado un solo pensamiento a la pelirroja MERY desde que
conoció a la hermana LALI, una mujer cuya herencia española la convertía en
enemiga suya.
LALI daba interminables paseos por el camarote, deteniéndose ocasionalmente
a mirar por la escotilla. Más de una vez se llevó la mano a la cabeza, sintiendo
agudamente la pérdida de su pelo. Y todo por culpa de él. El Diablo. Era arrogante,
prepotente, y...
Bello como un pecado.
Se sentía tentada por él. La hacía tener pensamientos impuros. La tocaba en
formas y lugares pecaminosos. La obligaba a querer más.
Puede que su padre tuviera razón y ella no estuviera hecha para la vida en el
convento. Tendría que haber aceptado el matrimonio con don MARIANO si ésa era la
voluntad de Dios y haberse confortado con los niños que nacieran de su unión. Pero
cuando intentaba evocar el rostro de don MARIANO, lo único que veía era la diabólica
sonrisa de PETER. Dejó escapar un grito de sincera inquietud y se esforzó en borrar
de su mente esa imagen.
De hecho, LALI estaba deseando que llegaran a la fortaleza del pirata, pero sólo
por las oportunidades que ofrecía. Aunque apenas sabía nada de las Bahamas, se
imaginó que de cuando en cuando pasarían por allí barcos españoles, y con la ayuda
de Dios podría encontrar la forma de llegar al convento y hacer sus votos definitivos
antes de que su padre se enterara y la mandara de vuelta a La Habana con don
MARIANO. Lo que no estaba deseando era quedarse a solas con PETER LANZANI más de lo
necesario. Las oscuras y ardientes emociones que despertaba en ella estaban
completamente fuera de su esfera de conocimiento.
LALI se pasó el día entero maquinando y haciendo planes para su huida de
Andros. Desgraciadamente, no tenía ni idea de que las Bahamas estuvieran
deshabitadas. A pesar de que técnicamente eran propiedad española, se habría dicho
que no había ningún país interesado en sus más de setecientas islas y sus cayos.
Al mediodía le trajeron su bandeja de comida, y por la noche volvió a llevársela
el señor RIERA, que no insistió en darle conversación. En algún momento del día
apareció el pinche de cocina, un joven desaliñado que dijo que se llamaba Lester,
para arreglar el camarote y llevarse el odioso contenido del orinal. Por lo visto se
tomaba su tarea con calma, sin prestar mayor atención al rostro encendido de LALI.
Para inmenso alivio de ésta, PETER no había vuelto desde que la dejó de rodillas
rezando aquella mañana.
Cuando llegó la oscuridad y el barco se iba acomodando para pasar la noche,
los ojos de LALI no dejaban de mirar hacia la puerta, consciente de que PETER
estaría muy pronto de vuelta en el camarote y su tormento volvería a comenzar
desde el principio. Intentó prepararse mentalmente, pero aún no lo había logrado
cuando él irrumpió de golpe en el camarote. Arrogante, seguro de sí mismo,
autoritario; hasta el mismo aire vibró a su alrededor con la turbulencia de su
irrupción. Fue directo a su cara, y una vez más LALI se encontró demasiado rápido a
merced de su hechizo.
El hechizo de un hombre capaz de violarla, de un hombre que la odiaba por su
sangre española.
Le devolvió la mirada, asombrada de la tempestad que había en sus ojos.
Él sonrió, y sus ojos azules adquirieron un peculiar tono de plata, de un plata
fascinante. ¿Sería deseo lo que estaba viendo en ellos? Tenía demasiada poca
experiencia de esa sensación para saberlo. No le devolvió la sonrisa.
—Me sorprende encontrarte todavía despierta, hermana LALI. Sin duda estarás
acostumbrada a retirarte temprano y despertarte al amanecer para ir empezando a
rezar. —A ella la lengua no le obedecía, así que asintió—. Entonces te recomiendo
que te metas en la cama.
LALI a abrió mucho los ojos. La boca se le quedó seca. La voz le salió ronca
cuando logró recuperarla.
—Dormiré en el suelo.
PETER se desató la espada y la arrojó a la silla. Iba sin la chaqueta, porque
hacía un tiempo bastante agradable en aquellos mares sureños por los que ahora
navegaban. Con los brazos en jarras y las piernas abiertas, habría sido la respuesta a
las fantasías de cualquier jovencita. Pero en la imaginación de Lucía no había lugar
más que para la vida de santidad entre las monjas.
—Vas a dormir en la cama... conmigo —dijo él, acercándose mucho para
mirarla. Ella tenía los ojos puestos en la espada, y parecía dispuesta a intentar
escaparse. PETER reaccionó al instante. En dos zancadas estuvo junto a ella
rodeándole con las manos la cintura. La levantó sin esfuerzo y la tendió en la litera.
Ella intentó levantarse una vez, pero luego se quedó quieta.
Él no había podido evitar notar lo poco que ella pesaba, lo increíblemente fina
que tenía la cintura, lo delicada que era y lo indefensa que estaba. Habría podido
destrozarla con una sola mano si le hubiera dado la gana. Pero eran otras cosas, más
placenteras, las que quería hacerle.
Cuando él se tumbó a su vez en la litera, ella se apresuró a apartarse rodando
para ir ponerse de rodillas junto a la cama. Rezaba en voz alta y sincera.
—¡Maldita sea tu estampa! —maldijo él furioso—. ¿Tú te crees que esos rezos
tuyos te iban a salvar si de verdad te quisiera? Soy un pirata, ¿recuerdas?
—¿Cómo lo iba a olvidar?
Otra sarta de maldiciones siguió a esa respuesta.
—Hala, túmbate, que no te voy a molestar. Puedes dormir tranquila, que es lo
que pienso hacer yo.
—¿En la misma cama? —A LALI le temblaba la voz.
—En la misma cama —respondió PETER—. ¿Por qué no vamos a estar
cómodos los dos? Esta noche no tengo ganas de ti.
A PETER le supo mal negarla de aquel modo. Deseaba a LALI más de lo que
alcanzaba a admitir. No era capaz de decir si aquella española era una bruja o una
santa. Por fortuna él tampoco era ningún atolondrado jovencito incapaz de
controlarse. Hasta que averiguara el secreto de la hermana LALI, seguiría esperando
el momento. Y entre tanto utilizaría el sutil arte de la seducción para asaltar sus
sentidos y desgastar su resistencia. Una vez que estuvieran en su isla la tendría
totalmente en sus manos.
—A la cama, hermana —ordenó PETER, al tiempo que se empezaba a quitar la
ropa.
—No.
—Como no te metas tú misma voy a tener que amarrarte ahí mismo.
Ella se sentó con cautela al borde de la cama, y luego se tumbó. Con el cuerpo
rígido, se pegó todo lo que pudo al borde para no caerse. Cuando PETER apagó el
farol, ella suspiró de forma audible. Por el ruido del rozar de telas supo que él se
había despojado de su ropa; luego notó cómo el colchón se hundía hacia un lado bajo
su peso, y el se tendió a su lado. Se le escapó un gritito de alarma cuando él extendió
la sábana por encima de ellos dos.
—Tranquilízate —protestó él—. Como no me dejes dormir voy a tener que
encontrar alguna diversión para entretenerme hasta que me entre el sueño.
Ella se quedó inmóvil, deseando poder relajarse, temerosa de que no le fuera a
gustar el tipo de diversión en la que él estaba pensando. Cuando él la rodeó con el
brazo, contuvo la respiración, y luego fue dejando salir poco a poco el aire al ver que
él no hacía otra cosa que atraerla contra su cuerpo.
PETER sintió el palpitar desbocado del corazón de ella a través de su ropa, y
supo que estaba asustada. Pero no le quitó el brazo de encima. Tampoco hizo
ninguna otra cosa que pudiera asustarla, por más desesperado que fuera su deseo
físico de ella. Quería que ella se acostumbrara a su presencia, que se sintiera a gusto
con él durmiendo a su lado, que se familiarizara con su estampa vestida y con su
estampa desnuda. Luego, cuando ella menos se lo esperara, pondría a prueba su
inocencia con un asalto de los sentidos contra su castidad.
En el poco tiempo que llevaban juntos ella había demostrado ser una criatura
temperamental cuya sexualidad estaba aún por explorar; pero él sabía que estaba ahí
de igual modo, escondida bajo su vestimenta gris y su falsa devoción. Algún día
desenterraría la verdad y la obligaría a desvelarle su alma.
LALI se despertó sobresaltada y se desperezó, sorprendiéndose de lo
descansada que se sentía. La litera del capitán era mucho más cómoda que el suelo
de madera, o que el duro camastro al que se había acostumbrado en el convento.
Habría sido aún más agradable si el capitán no hubiera estado también en la litera.
Volvió muy despacio la cabeza y se lo encontró con la vista clavada en ella; esa
mañana brillaban en sus ojos luces plateadas.
—¿Era para tanto, santita? —preguntó. Había en su voz un tono extrañamente
ronco que atravesó a LALI en un escalofrío de consciencia—. ¿Soy el primer hombre
con el que has dormido? —Su brazo se ciñó en torno a ella.
—Dejadme levantarme —le respondió, intentando desprender el brazo de él de
su cintura—. ¿Qué hacéis todavía en la cama? Creí que os levantabais al alba.
—¿Estás intentando librarte de mí?
—Sí.
—Estoy demasiado cómodo para moverme.
—¡Pues yo no lo estoy!
Él soltó una risita ahogada cuando la vio levantarse de un salto de la litera, pero
no hizo nada para detenerla.
—Puede que tengas razón, es hora de levantarse. Las Bahamas se ven ya en el
horizonte. Llegaremos a puerto a mediodía.
Los ojos oscuros de LALI chispearon de emoción.
—¿De verdad? ¿Están habitadas las Bahamas? ¿Hay alguna ciudad? ¿Y un
puerto? ¿Recalan en él otros barcos?
—Esta mañana estás llena de preguntas, ¿eh, LALI? No veo motivo para no
contestártelas. Las Bahamas están deshabitadas, salvo por los indios Arawak, un
pueblo pacífico y amistoso. Son territorio español, pero todavía tienen que tomar
posesión de él. Los indios trabajan en mi plantación y cuidan de mi casa. En cuanto a
la ciudad, si se puede llamar así a una colección de chozas habitadas por nativos y
piratas entonces supongo que sí hay una especie de ciudad. Hay un puerto natural
de aguas profundas, pero sin muelle ni atracadero. Pocos barcos visitan Andros
excepto los barcos piratas que llegan a aprovisionarse de agua fresca y fruta. De
cuando en cuando algún barco inglés o español se acerca a nuestras orillas, pero se
marchan rápido. Una isla deshabitada tiene muy poco interés para cualquier país.
—¿No hay colonos en las Bahamas? ¿Ni muelle? ¿Ni atracadero? —repitió
LALI, descorazonada.
—Las Bahamas las componen más de setecientas islas y dos mil cayos —la
informó PETER—; en muy pocos de ellos hay suficiente agua dulce y vegetación
para poder mantenerse. Andros tiene ambas cosas en abundancia, pero tenemos
pocas visitas. Y pretendo que siga siendo así. Cuando el Diablo no anda por el
Atlántico, se queda en casa, sea en Andros o en la tierra de sus ancestros, Inglaterra.
Si estás pensando en escaparte, olvídate.
—Dejadme marchar, Capitán —le rogó LALI, con los ojos chispeantes de
lágrimas contenidas—. Desembarcadme en algún puerto español, y yo sola me
volveré al convento. Conozco bien el odio que sentís por mis compatriotas, y no
consigo imaginar para qué podríais quererme, cuando no tengo ningún valor
terrenal para vos.
—¿Ningún valor? —repitió él, incrédulo—. No te tengas en tan poco, santita. Es
cierto que no suelo tener más huéspedes que los que están en espera de que su
familia me pague el precio del rescate, pero si me he quedado contigo es para mi
propio entretenimiento. —Y entonces, con una despreocupación que la dejó
estupefacta, PETER se levantó de la cama tan gloriosamente desnudo como su
madre le trajo al mundo.
LALI explotó de rabia avergonzada:
—¡Esto que me hacéis no tiene ninguna gracia!, ¡arrogante, miserable, canalla!
—Se abalanzó sobre él, golpeándole el pecho con los puños como una poseída. Él la
agarró de las muñecas, sujetándoselas con una sola de sus grandes manos, mientras
con la otra tiraba de ella hacia sí.
—Estás poniendo a prueba mi buena naturaleza, Hermana —masculló. Sintió
que se le disparaba el calor en las ingles, colmándole hasta casi desbordarle. ¿Es que
ella no se daba cuenta de lo que le estaba haciendo?
Hasta que LALI sintió la dura protuberancia de su virilidad alzándose contra
su estómago, no se dio cuenta del peligro. Él tenía la cara tan cerca de la suya que le
veía las pupilas, oscuros círculos ribeteados de plata, y sentía el batir desenfrenado
de su corazón. Él la fue acorralando hacia la litera.
—Por favor, oh, por favor, no me hagáis esto. Lamento haberos hecho enfadar.
—LALI cerró los ojos y profirió una oración desesperada—. Dios de los cielos,
sálvame de este destino. No permitas que me deshonren de forma tan violenta.
—¡Que te deshonren! —bramó PETER—. Cuando yo te haga el amor, la
deshonra no va a tener nada que ver con ello. Será por el placer y por la mutua
satisfacción. Juro que, cuando ese día llegue, estarás deseosa y complaciente. Y te
preguntarás por qué habías tenido miedo de entregarte a mí.
—¡Antes me daré muerte!
—Morirás un poquito, igual que yo, pero no será una muerte permanente, eso
te lo prometo. Desearás hacerlo una y otra vez.
Entonces apretó su boca contra la de ella, enfebrecido, apremiado, robándole el aliento.

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