domingo, 13 de noviembre de 2016

CAPITULO 7

Las oraciones de LALI se detuvieron en seco.
—No estoy fingiendo. He vivido dedicada a Dios y a la religión. Que no sepa
nada de las cosas terrenas no significa que me esté perdiendo nada. Si os hiciera un
hueco, sería para recordaros que mi cuerpo es sagrado.
PETER soltó una carcajada inclemente.
—Cuando quiera tu cuerpo lo tomaré a mi antojo. O quizá te entregue a mis
hombres. Todavía no lo tengo decidido. Ahora me largo para que puedas continuar
con tus rezos. Pero entiende bien, bruja española, que ni tus más fervientes súplicas
bastarán para salvarte si decido que no vales la pena. —Y girando sobre sus talones,
salió dando un portazo.
La pequeña estructura de LALI pareció colapsarse hacia dentro una vez que
estuvo sola. Osciló sobre sus rodillas, temblando al evocar las feroces palabras de
PETER y su forma de amenazarla. Se tocó ligeramente la boca, recordando la
suavidad de los labios de él sobre los suyos, sintiendo el rescoldo de calor de su beso.
La mejilla todavía le ardía del contacto con su dedo encallecido, y se preguntó una
vez más qué tipo de hombre sería.
El capitán PETER LANZANI odiaba a los españoles, eso resultaba más que evidente,
y por lo que se veía no tenía el menor reparo en matarlos. ¿Sería ella la siguiente? Era
obvio que el tipo no respetaba la religión, ni la vida humana. Y, aun así, había
mostrado una extraordinaria contención en lo que a ella respectaba; lo atribuyó
enteramente al efecto que le hacía su fervor religioso. En el momento en que él la
miraba con ese brillo perverso en los ojos, ella se había arrodillado a rezar y él se
había apartado, despechado. Si era eso lo que tenía que hacer para que la dejaran
tranquila, se emplearía a fondo en su papel de monja piadosa. Confiaría en su fe para
convencer al Diablo de que la dejara libre.
—¿Qué tenéis pensado hacer con la muchacha española, Capitán? Su presencia
distrae a la tripulación. Solicitan que se la paséis cuando hayáis acabado con ella.
PETER tenía la expresión pensativa cuando se volvió a responder a NICOLAS RIERA, su contramaestre y amigo desde hacía mucho tiempo. Parecidos de
aspecto, de cuerpo y de mente, ambos cultivaban un saludable rencor hacia los
españoles. Se habían conocido al poco de que PETER obtuviera el permiso de la
reina para navegar como corsario bajo bandera inglesa. Lo primero que hizo cuando
le fue devuelta su herencia fue comprarse un barco, equiparlo con cañones y
contratar como contramaestre a RIERA. Este había sufrido en sus propias carnes la
crueldad de los españoles y los odiaba casi tanto como el propio PETER. Juntos
habían formado un formidable equipo, además de que enseguida se hicieron amigos.
—No lo he decidido —dijo PETER, despacio—. Lo normal es que pidamos un
rescate, cuando capturamos alguna mujer.

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