sábado, 26 de noviembre de 2016

CAPITULO 16

Ya os avisaré de cuándo tenéis que marcharos. Puede que tengáis que llevar 
un pasajero. 
RIERA le miró atónito. 
—¿La hermana LALI? ¿Queréis enviarla a La Habana? 
—¡Jamás! —negó con vehemencia PETER—. Por lo menos de momento —
añadió en tono más razonable—. Si LALI es quien yo creo que es, tengo planes
especiales para nuestra monjita. Y si no lo es... —sus palabras se interrumpieron. No
tenía ni idea de lo que iba a hacer si LALI resultaba ser una monja de verdad.
—Pues si no es LALI, ¿quién demonios va a ser mi pasajero?
—¡¡PETER!! Mon amour, mon cheri, cuánto he deseado que volvieras.
PETER y RIERA se volvieron como un solo hombre a mirar a una mujer de
voluptuosa melena color caoba que salió corriendo del bosquecillo en dirección a
ellos. RIERA miró a PETER, con una ceja levantada en gesto de interrogación.
—¿MERY? ¿Estáis pensando en mandar a MERY a Cuba?
—Tengo el presentimiento de que va a ser más feliz allí —dijo pausadamente
PETER.
—¡Dios mío! Esa bruja española os tiene de verdad obnubilado. Yo creía que
MERY os gustaba.
—Sí que me gustaba, pero las cosas siguen su curso, y tengo la sensación de que
MERY se está cansando de este paraíso isleño. Aquí no hay con qué mantenerla
ocupada durante mis largas ausencias. Además, tengo intención de regresar a
Inglaterra muy pronto para entregar a la reina su parte del botín, y no me apetece
llevarme a una ramera francesa conmigo. El acuerdo al que llegamos cuando se
convirtió en mi amante fue que cualquiera de los dos podía dejar al otro cuando
quisiera, sin ataduras de ningún tipo.
Dando grititos de alegría, MERY llegó hasta PETER. Los hombres que estaban
trabajando en la playa para descargar el botín del Vengador se quedaron mirando
divertidos cómo aquella libertina de llameante cabellera se lanzaba a los brazos de su
capitán. LALI contempló con desánimo aquella exhibición pública de afecto entre la
mujer y PETER. Le pareció que ella no terminaba nunca de besarle, con gran
sentimiento. En la boca, en las mejillas, en la garganta, en cualquier lugar al que
pudieran llegar sus labios. LALI sintió un martilleo amortiguado en las sienes, y
cerró con fuerza los ojos para evitar el dolor. ¿Por qué no le había dicho PETER que
tenía mujer?
—Tómatelo con calma, MERY —rió PETER, defendiéndose como podía de la
avalancha de amor de MERY—. Este no es lugar para exhibir tus sentimientos. Les
estás dando un espectáculo a mis hombres.
—Me da igual, mon amour —dijo MERY con un mohín. Lo devoró con aquellos
ojos sensuales—. Pero si eso te molesta, ven a casa conmigo. La cama resulta mucho
más cómoda que la arena caliente para tumbarse.
Notó a PETER distraído y siguió su mirada por la orilla del mar hasta el lugar
desde donde una mujer pertrechada en un informe vestido gris los contemplaba.
—Ven que os presente. —Y cogiéndola de la mano, tiró de ella por la playa.
LALI estaba hechizada por aquella belleza de llameantes cabellos. ¿Para qué iba
a querer él una insípida paloma gris, cuando podía tener en su cama a una mujer
como aquélla? La mujer la miró con hostilidad, y eso dejó a LALI perpleja. No se le
ocurría qué podía tener aquella mujer contra ella.
—¿Quién es esta bruja de ojos oscuros, PETER? —preguntó MERY—. Tiene
pinta de monja. No me digas que de pronto te has vuelto creyente.
—MERY, te presento a la hermana LALI, recién salida de un convento español.
Hermana LALI, ésta es MERY DEL CERRO, una... amiga mía.
—Una muy buena amiga tuya —ronroneó MERY—. Pero dime, mon amour, ¿qué
pinta una monja en tu isla? Dieu, una monja española, ni más ni menos.
—Es mi invitada. Y ahora, ¿podemos ir a casa todos? Estoy seguro de que la
hermana LALI se muere por un baño y una cama cómoda. —Le lanzó a LALI una
sonrisa desvergonzada—. Mi litera no es precisamente cómoda.
A MERY se le abrieron los ojos del enfado, pero antes de que pudiera darle
rienda suelta RIERA se la llevó de allí. LALI se vio conducida a través de la playa
por PETER, que la llevaba implacablemente agarrada del codo.
—La casa está a unos pocos cientos de yardas cruzando el bosque, en un claro
abierto por mis hombres. Contraté a los Arawaks para que me construyeran la casa,
importando de Inglaterra todo menos la madera —continuó explayándose PETER—
. No es que sea muy lujosa, pero te resultará cómoda.
LALI continuaba sin voz. La aparición de la bella MERY la había dejado sin
habla. Tendría que haberse dado cuenta de que una sola mujer no podía satisfacer a
PETER. Lo más probable era que tuviera toda una colección de amantes repartidas
por todos los puertos del mundo. En realidad, encontrarse con que había una mujer
viviendo en la casa de PETER tranquilizó a LALI. Con MERY por allí, era imposible
que a él le apeteciera carnalmente otra mujer, y eso para ella era perfecto. No quería
que PÉTER pensara de esa forma en ella.
Pero la posesiva forma en que PETER le sujetaba el brazo parecía desafiar a la
lógica. Nada resultaba claro ni sencillo con el capitán PETER LANZANI.
Cuando se internaron en el frescor del bosque, a LALI le habría gustado pararse
por el camino a examinar la variedad de flora y fauna, pero PETER no permitía que
se desviara del sendero de tierra batida por el que andaban. De golpe llegaron a un
claro, dominado por una gran casa enteramente construida de troncos de pino. Tenía
dos pisos y en cada uno de ellos, una terraza corrida que impedía que entrara la
lluvia y permitía dejar las ventanas abiertas para ventilar. Las ventanas en sí tenían
cristales, sin duda importados, y el tejado estaba cubierto de tejas. En conjunto, para
estar en mitad de aquel bosque resultaba una casa impresionante.
Subieron los escalones de la terraza y cruzaron la puerta de entrada. LALI se
detuvo en el vestíbulo, asombrada del frescor que los acogió. Salió a su encuentro
una agradable mujer madura de marcados rasgos indios. Iba descalza y vestida con
un colorido pareo.
—Bienvenido a casa, Capitán. —En su sonrisa había verdadero cariño.
—Me alegro de estar de vuelta, Lani. ¿Ha ido todo bien en mi ausencia?
—Todo lo bien que se puede esperar —dijo Lani, lanzándole una mirada un
tanto contrariada a MERY.
—¿Y tu familia?
—Prosperando, Capitán, gracias a vos.
—Traigo una invitada a la Arboleda de la Loma, Lani. Por favor, haz que la
hermana LALI se sienta bienvenida y mira que esté cómoda. Ponla en el dormitorio
que da al jardín. Creo que le gustará. Su equipaje llegará enseguida.
LALI le lanzó una mirada asombrada.
—No tengo equipaje.
—Me tomé la libertad de hacer que sacaran el baúl de la señorita ESPOSITO del
galeón que se hundía. Seguro que en él encuentras algo que puedas ponerte.
Cualquier cosa será mejor que esa ropa gris que traes.
—Esta ropa gris es el atuendo reglamentario de mi orden —dijo LALI con un
deje de reproche—. Me siento muy orgullosa de mi hábito de monja. Quien se dedica
a servir a Dios renuncia a la vanidad y a las trampas mundanas.
Durante este intercambio entre LALI y PETER, MERY había estado
escuchando atentamente, cada vez más recelosa de la rara ternura que había en la
voz de PETER y de la forma en que él miraba a aquella ratita gris. ¿Qué vería en
ella?
En cuanto Lani se llevó a LALI a su cuarto y NICO RIERA se retiró a su
propio refugio, MERY se volvió contra PETER.
—¿A qué demonios viene todo esto? Tú no eres más religioso que yo, y me
vienes dándote coba con esa monjita como si... como si planearas seducirla.
La mirada de PETER bastó para convencer a MERY de que estaba en lo cierto.
—¡Dieu! Eso es exactamente lo que planeas, ¿verdad, mon amour? ¿O acaso ya lo
has conseguido?

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