martes, 22 de noviembre de 2016

CAPITULO 12

Y que ella era monja. 
Eso él no se lo había creído ni por un instante. Quería tenerla. Habría sido tan 
sencillo hacer caso omiso de su devoción religiosa y tomar su cuerpo... Tan 
sencillo... ¿Sería de verdad una religiosa? 
Le echó una mirada a LALI, que estaba hecha un ovillo sobre el duro suelo,
asombrado del curso de sus propios pensamientos. Ya antes había capturado a un
par de mujeres españolas, y las devolvió de inmediato a cambio de un rescate. En
ningún momento le inspiraron el menor deseo, a pesar de que estaban ansiosas de
complacer al Diablo. Una de ellas en particular había dejado claro que él le gustaba.
Pero él no se sintió atraído por ella. No encontraba belleza alguna en sus facciones
oscuras y sus ojos negros, de modo que la rechazó.
PETER lanzó un suspiro entrecortado y se volvió de cara a la pared. ¿Por qué
iba a preocuparle a él que la bruja española estuviera o no cómoda? Ella misma había
elegido dormir en el suelo. Pues que así fuera.
LALI se despertó con el sol de la mañana que entraba sesgado por la escotilla
de babor abierta. Dio un respingo al darse cuenta de que estaba tumbada en la litera
de PETER y, levantándose de un brinco como si algo le quemara, miró con horror
las sábanas revueltas. ¿Cómo había llegado a la cama desde el suelo? No tenía el
menor recuerdo de haberse movido, ni de que la hubieran trasladado. ¿Dónde estaba
el pirata? ¿Qué le habría hecho?
Repasó su ropa. Aparentemente no le faltaba nada de lo que llevaba puesto el
día anterior. Se notó el cuerpo algo entumecido de haber dormido en el duro suelo,
pero aparte de eso no sentía dolor en ninguna zona desacostumbrada. No tuvo
tiempo de continuar con su inspección, porque la puerta se abrió y entró PETER,
cerrando con firmeza a su espalda. Traía una bandeja que emanaba un olor delicioso.
—Ah, estás despierta; ya veo. Te he traído algo de comer. Debes de estar
hambrienta después de haberte saltado anoche la cena. —Posó la bandeja en el
escritorio, empujando a un lado un mapa.
A LALI se le hizo la boca agua.
—No tengo hambre —mintió. Pero la traicionó su estómago, haciendo unos
ruidos tan fuertes que hasta PETER los oyó—. ¿Cómo he llegado hasta la litera?
—Te puse yo ahí —dijo PETER—. Me he despertado al amanecer. Tenías pinta
de estar tan incómoda que te trasladé a la litera. Cuando salí del camarote estabas
durmiendo como un tronco.
—No me habréis... —LALI se pasó la lengua por los labios, sin saber bien cómo
continuar—. No os habréis... aprovechado de mí, ¿verdad? ¿Sois acaso lo bastante
malvado como para ultrajar a una servidora de Dios?
PETER le echó una mirada tan ceñuda que ella volvió a pegar un brinco,
asustada.
—Cuando te tome quiero que estés despierta para que te des cuenta. Quiero
que en mis brazos estés receptiva, no inconsciente y ajena a lo que le haga. Puedo ser
un malnacido, pero hay ciertas cosas a las que ni yo misino me pienso rebajar. Ahora
come. Yo tengo que llevar el barco. —Y se dio la vuelta para irse.
—¡Esperad! —PETER se detuvo, pero no se volvió—. ¿Puedo... puedo salir a
cubierta?
—Mis hombres son leales, pero piratas a pesar de todo, hermana LALI. No te
voy a poder proteger de ellos una vez que hayas salido del camarote. Darán por
hecho que ya me he cansado de ti y que tienen permiso para satisfacer sus impulsos.
Puedes hacer lo que prefieras, pero si no quieres someterte a mi tropa, te sugiero que
te quedes prudentemente aquí dentro.
LALI sintió un escalofrío. Le pareció que él decía la verdad. ¿Por qué todos los
hombres eran tan ruines, tan reprobables? Cuando él salió por la puerta, ella decidió
no abandonar el camarote por nada del mundo. La dudosa protección del capitán era
preferible a ser violada por la tripulación entera.
PETER salió de allí riéndose entre dientes. No había sido del todo sincero con
LALI. Sus hombres podían desearla, pero obedecerían sus órdenes por miedo a
sufrir las consecuencias. Después de lo que les había dicho esa mañana, ni uno solo
de ellos se habría atrevido a ponerle la mano encima a la muchacha sin su permiso
expreso.

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