domingo, 13 de noviembre de 2016

CAPITULO 4

A LALI se le habían puesto los ojos redondos de miedo al ver a PETER. Sabía
sin necesidad de que se lo dijeran que aquél era el renombrado Diablo, el pirata
temido y odiado por todos los españoles. No se parecía en nada a la imagen que se
había hecho de él. El Diablo era majestuosamente
masculino, su rostro todo líneas
duras y planos en sombra. No se parecía en nada a un diablo, y eso lo hacía aún más
peligroso. La melena dorada y abundante y el arco perverso de sus cejas se veían
realzados por el pronunciado hoyuelo de su barbilla. Y aquellos ojos, de un azul tan
penetrante y tan calculadores, la estaban recorriendo de arriba abajo con una
intensidad insultante. Aquel cuerpo musculoso estaba tenso de energía contenida. En
las líneas enérgicas, duras, de sus rasgos faciales predominaban la generosa boca,
que parecía totalmente capaz de ser cruel e implacable, y la mandíbula cuadrada,
agresiva.
—Ya me ocupo yo de ella.
Protestando en tono desabrido, Potter le lanzó a PETER una mirada huraña al
pasar junto a él y salió por la puerta. El Diablo era un amo justo que esperaba que
obedecieran sus órdenes sin cuestionarlas, y no le temblaba el pulso a la de hora de
aplicar castigos rigurosos a quien no lo hiciera. A bordo del Vengador, a nadie se le
ocurría amotinarse; ni siquiera a Potter.
Movida por la desesperación, LALI cayó de rodillas, inclinó la cabeza hacia
abajo, juntó las manos y rezó con todo el fervor de que era capaz. PETER la
contemplaba consternado; tanta devoción le hacía sentirse decididamente incómodo.
—¿Cómo te llamas? —preguntó en español.
Una llamarada de terca resistencia obligó a LALI a mantenerse muda, a pesar
de su miedo, y continuar rezando con redoblada diligencia.

PETER escupió una maldición.
—¡Déjate de letanías y respóndeme! ¿Quién eres?
LALI pestañeó al mirarle:
—La hermana LALI.
—¿Qué estás haciendo a bordo del Santa Cruz?
—Don Eduardo me contrató para que acompañara a su hija..., Carlota Esposito.
—Ella sabía que Dios le perdonaría esa mentira.
PETER echó una mirada desapasionada a los dos cadáveres que yacían en
mitad del camarote en ruinas.
—Supongo que la muerta es Carlota Esposito.
—Sí.
—¿Y el cura?
—Venía con el encargo de velar por la virtud de Carlota y ser testigo del
matrimonio que se iba a celebrar entre ella y don BENJAMIN AMADEO.
PETER se quedó mirando fijamente la cara de LALI, hipnotizado por su
sensual belleza. Nunca entendería cómo podía una preciosidad como aquélla querer
enclaustrarse entre los muros de un convento, apartada de la sociedad y de los
hombres. Aunque el apagado hábito gris no realzaba en nada su figura ni su belleza,
tampoco lograba restarles un ápice. Sólo un ciego podría no ver, a través del
descolorido envoltorio que llevaba puesto, a la tentadora mujer que había dentro.
"Lástima que sea española", pensó, contemplándola con un desprecio apenas
disimulado.
Con esa estatura menuda pero distribuida de forma exuberante y ese cutis tan
blanco, ella tenía un algo que a PETER le suscitaba pensamientos deliciosamente
lascivos. Ni siquiera el holgado hábito gris le impidió imaginarse qué se sentiría al
clavarse en la calidez de aquel cuerpo virgen. Una oscura y nociva nube de asfixiante
humo trajo los caprichosos pensamientos de PETER de vuelta al redil.
—¡Capitán, el barco se está hundiendo muy rápido! Los hombres están ya todos
a bordo del Vengador esperándonos —en la voz de RIERA había un matiz de
desesperación.
—¡Ya va, señor RIERA! —gritó en repuesta PETER. Luego se volvió a
Lucía—: ¡Levántate! —ladró, y agarrándola del brazo la arrastró fuera del camarote.
—Dejadme —insistió LALI—. Probaré suerte con los supervivientes de nuestro
barco. Nadie va a pagar por mí un rescate, no ganaríais nada llevándome con vos. No
soy más que una pobre monja.
Los fríos ojos azules de PETER recorrieron de arriba abajo su cuerpo,
calibrando descaradamente sus méritos.
—Puede que se me ocurra alguna otra cosa para ti.
LALI cogió aire, respirando de forma entrecortada. ¿Significaba eso que
pensaba violarla por más que fuera, como le había dicho, una casta monja? ¿Se la
pasaría a sus hombres cuando hubiera terminado con ella? En el lapso de un latido
de su corazón, sopesó la idea de arrojarse al mar para escapar al terrible destino que
la esperaba en el barco de aquel Diablo.
Pero sus reflexiones tuvieron un final brusco cuando el navío se inclinó
violentamente y ella cayó sobre PETER. Este, maldiciendo airadamente, la agarró en
volandas y se la echó al hombro como si fuera un saco de harina. Salió a todo correr
del camarote y, cruzando la cubierta inclinada, se dirigió al pasamanos, donde el
señor RIERA le estaba esperando. LALI dejó escapar un grito de alarma cuando
PETER saltó sin esfuerzo la extensión de agua que separaba los dos barcos,
aterrizando con suavidad en la cubierta del Vengador. A continuación, el señor
RIERA hizo lo mismo.
Tan pronto como estuvieron a salvo a bordo del Vengador, las velas se tendieron
al viento, alejándolos de las llamas del Santa Cruz. Lo último que vio LALI del barco
que se iba a pique fue al capitán Ortega y la tripulación superviviente intentando
febrilmente desatar los botes salvavidas antes de que el navío desapareciera bajo el
oscuro remolino de las olas.

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