PETER miró con desagrado a MERY. Recordaba nítidamente todas las veces
que, a su regreso a Andros, había pasado días de amor y noches de erotismo con ella,
comiendo y durmiendo cuando podían. Los revolcones con aquella ramera francesa
habían sido divertidos y gratificantes, pero de pronto había dejado de atraerle. Entre
ellos el tiempo había seguido su curso; se había cansado de ella, tan sencillo como
eso. Y por más que ella se empeñara en negarlo, él sabía que estaba preparada para
marcharse de la isla.
—Bueno, PETER, mon amour, responde a mi pregunta. ¿Has seducido ya a esa
mujer? ¡Pero si es una monja! Me cuesta creerlo de ti, aun sabiendo el odio que les
tienes a los españoles.
—Las apariencias casi siempre engañan —dijo PETER, sin admitir ni negar
nada. MERY era demasiado astuta para no darse cuenta de lo que de verdad
pretendía.
—¿Qué quieres decir con eso? Esa chica es monja, ¿no?
—Por lo que sé de momento —dijo desabridamente PETER—. Y, para tu
información, no la he seducido. No consigo que deje de estar de rodillas el tiempo
suficiente para levantarle las faldas.
MERY soltó una risa lasciva.
—Ah, mon amour, si de verdad la deseas acabarás encontrando la forma de
conseguirlo. Ven —dijo con acento ronco mientras le cogía la mano y tiraba de él
hacia la escalera—. Te he echado terriblemente de menos. Por mí podemos no salir
del dormitorio en una semana. Quiero saciarme de ti antes de que vuelvas a irte.
PETER se resistió.
—Tengo que atender a mis obligaciones.
MERY le lanzó una mirada encendida.
—Deja que RIERA se encargue.
—RIERA está ocupado. Tiene que marcharse muy pronto de la isla.
—¿Él solo?
—No. No necesariamente. He pensado que igual a ti te apetece acompañarlo a
Cuba. Estaré encantado de proporcionarte una suma de dinero que te permita vivir
con independencia el resto de tu vida. Si Cuba no es de tu gusto, puedes coger allí un
barco para Francia.
MERY retrocedió herida, entornando incrédula los ojos.
—¿Te estás deshaciendo de mí? ¡Dieu! ¿Me estás dando de lado por una zorra
española que dice ser monja? ¡Te has vuelto loco! Pero ¿qué te ha hecho?
—Piénsalo, MERY —dijo PETER en tono apaciguador—. ¿Crees que no me he
dado cuenta de lo inquieta que has estado estos últimos meses? Admítelo. La vida en
Andros es demasiado aburrida para ti.
—Salvo cuando tú estás aquí, mon amour. —La voz se le puso sensual, los ojos,
oscuros y luminosos. Le colocó las manos sobre el pecho, introduciéndoselas bajo la
camisa para juguetear con sus pezones—. Siempre te han gustado las cosas que yo te
hago.
—No lo puedo negar —admitió PETER—; pero nuestra asociación ha llegado a
su fin. Cuando te marches con el señor RIERA me ocuparé de que no te falte nada.
—¡Malnacido!
—¿Es que has olvidado nuestro acuerdo? Cada uno es libre de seguir su camino
en el momento en que más le apetezca.
Ella, disgustada, siseó:
—Esperaba más de ti. Esperaba que me llevaras a Inglaterra a conocer a tu
reina. Con el tiempo... quién sabe adonde podría haber llegado nuestra relación.
PETER se puso tenso.
—No habría llegado a ninguna parte. Cuando yo me case, si es que me caso
algún día, tendrá que ser con alguien... —con alguien de quien esté enamorado—. Es
igual.
—Si eso es lo que quieres, PETER —dijo MERY con acento amargo.
—Ya no tendrás que sufrir por nuestra relación. Te deseo buena suerte y que te
vayas de una vez con Dios. —Y dando media vuelta PETER salió de la habitación.
MERY tuvo ganas de gritar de pura frustración. Había sabido desde el principio
que de su relación con PETER LANZANI no iba a salir nada duradero, pero a pesar de
todo tenía altas expectativas. PETER era asquerosamente rico; ése era un rasgo suyo
que a ella le encantaba. Se entendían bien en la cama. Él nunca se lo había echado en
cara, pero sabía que ella en su tierra había sido prostituta hasta que se largó con un
capitán de barco que le había prometido una sustanciosa compensación por
calentarle la litera durante el viaje. Una tormenta hizo que el barco encallase en
Andros, y ella se quedó allí como amante de PETER.
De momento, seguía siendo joven y hermosa, y si PETER resultaba tan
generoso como había dado a entender, iba a ser rica, así que tampoco podía quejarse.
Había sido divertido mientras duró. Pero, a decir verdad, PETER tenía razón.
Andros estaba empezando a aburrirla. PETER no, PETER nunca, pero entre sus
idas y venidas ella se pasaba el tiempo vagando por la isla como un animal
enjaulado. Ni siquiera los piratas apetecibles que ocasionalmente fondeaban sus
barcos en la rada lograban calmar su inquietud. Aun así, le dolía verse rechazada tan
a la ligera. Comprendió instintivamente que la culpa la tenía LALI. Lo que no llegaba
a entender era qué podía querer el Diablo con una insípida monjita española.
LALI se sintió rara en el precioso dormitorio que le habían asignado. Todos los
muebles tenían que proceder de Inglaterra, pensó, posando con admiración la mirada
en la gran cama endoselada con su mosquitero y el resto del barroco mobiliario,
encerado y reluciente. Se acercó al ventanal, a la doble puerta que se abría a la terraza
corrida que rodeaba la casa. La brisa empujaba las cortinas hacia dentro, dejando
entrar el soplo fresco del océano. No recordaba nada tan lujoso desde que a los diez
años abandonara la casa de su padre.
El baúl de LALI lo habían traído hacía un rato, y estuvo rebuscando en él, pero
no encontró nada apropiado para una monja. Era todo ropa confeccionada para la
hija de don Eduardo. No había nada adecuado para la hermana LALI.
Después de un largo y voluptuoso baño, Lucía lavó su hábito y se puso una
bata que había sacado del baúl. Se envolvió la cabeza con una toalla y tendió el
hábito a secar en la barandilla de la terraza. Estaba más que deseosa de echarse una
siesta, y se desperezó en la cama mientras esperaba a que su ropa se secara al calor
del sol.
PETER llamó suavemente a la puerta de LALI Quería preguntarle si le había
gustado su dormitorio. Como ella no respondía, empezó a alarmarse. Temiendo que
hubiera cometido la tontería de intentar escaparse de la isla, apretó el picaporte y
entró en el cuarto. Al instante la vio, pacíficamente dormida en la cama. La tina de
agua usada estaba todavía en mitad de la habitación. Se preguntó qué habría hecho
con su ropa; una inspección visual de la habitación le permitió localizar el hábito gris
colgado en la barandilla de la terraza. Y a su lado, desplegada, la toca blanca.
Con una sonrisa picara, peter recogió sin hacer ruido aquellos ropajes y salió
del dormitorio tan silenciosamente como había entrado. Se llevó aquellas
desagradables prendas a la cocina, que estaba en la parte baja, y allí las echó al fogón.
Se quedó esperando a que ardieran en llamas antes de volver a sus propias
habitaciones y su propio baño.
Unos golpes fuertes en la puerta despertaron a Lali. Aún aturdida del sueño,
contempló el entorno poco familiar y de golpe recordó dónde estaba. En la isla de
PETER, en su casa, a su merced. Volvieron a llamar a la puerta.
—¿Quién es?
—Soy MERY. ¿Puedo entrar?
—Si queréis...
MERY entró, curvando sensualmente los labios.
—Está oscureciendo. ¿Cómo es que no has encendido una vela? —Sin esperar
respuesta, rascó una cerilla de azufre y encendió las velas de un candelabro que tenía
cerca.
—Gracias. ¿Queríais algo?
MERY la observó con curiosidad.
—¿Eres de verdad monja?
LALI no apartó la mirada.
—Sí, soy monja. —Esperaba que Dios pudiera perdonar esa pequeña mentira
suya.
—¿Y qué haces con un hombre como PETER LANZANI? Es probablemente uno de
los hombres menos piadosos que conozco. Odia a los españoles, ya sabes. ¿Te crees
que tu hábito de monja te va a mantener a salvo de él?
que, a su regreso a Andros, había pasado días de amor y noches de erotismo con ella,
comiendo y durmiendo cuando podían. Los revolcones con aquella ramera francesa
habían sido divertidos y gratificantes, pero de pronto había dejado de atraerle. Entre
ellos el tiempo había seguido su curso; se había cansado de ella, tan sencillo como
eso. Y por más que ella se empeñara en negarlo, él sabía que estaba preparada para
marcharse de la isla.
—Bueno, PETER, mon amour, responde a mi pregunta. ¿Has seducido ya a esa
mujer? ¡Pero si es una monja! Me cuesta creerlo de ti, aun sabiendo el odio que les
tienes a los españoles.
—Las apariencias casi siempre engañan —dijo PETER, sin admitir ni negar
nada. MERY era demasiado astuta para no darse cuenta de lo que de verdad
pretendía.
—¿Qué quieres decir con eso? Esa chica es monja, ¿no?
—Por lo que sé de momento —dijo desabridamente PETER—. Y, para tu
información, no la he seducido. No consigo que deje de estar de rodillas el tiempo
suficiente para levantarle las faldas.
MERY soltó una risa lasciva.
—Ah, mon amour, si de verdad la deseas acabarás encontrando la forma de
conseguirlo. Ven —dijo con acento ronco mientras le cogía la mano y tiraba de él
hacia la escalera—. Te he echado terriblemente de menos. Por mí podemos no salir
del dormitorio en una semana. Quiero saciarme de ti antes de que vuelvas a irte.
PETER se resistió.
—Tengo que atender a mis obligaciones.
MERY le lanzó una mirada encendida.
—Deja que RIERA se encargue.
—RIERA está ocupado. Tiene que marcharse muy pronto de la isla.
—¿Él solo?
—No. No necesariamente. He pensado que igual a ti te apetece acompañarlo a
Cuba. Estaré encantado de proporcionarte una suma de dinero que te permita vivir
con independencia el resto de tu vida. Si Cuba no es de tu gusto, puedes coger allí un
barco para Francia.
MERY retrocedió herida, entornando incrédula los ojos.
—¿Te estás deshaciendo de mí? ¡Dieu! ¿Me estás dando de lado por una zorra
española que dice ser monja? ¡Te has vuelto loco! Pero ¿qué te ha hecho?
—Piénsalo, MERY —dijo PETER en tono apaciguador—. ¿Crees que no me he
dado cuenta de lo inquieta que has estado estos últimos meses? Admítelo. La vida en
Andros es demasiado aburrida para ti.
—Salvo cuando tú estás aquí, mon amour. —La voz se le puso sensual, los ojos,
oscuros y luminosos. Le colocó las manos sobre el pecho, introduciéndoselas bajo la
camisa para juguetear con sus pezones—. Siempre te han gustado las cosas que yo te
hago.
—No lo puedo negar —admitió PETER—; pero nuestra asociación ha llegado a
su fin. Cuando te marches con el señor RIERA me ocuparé de que no te falte nada.
—¡Malnacido!
—¿Es que has olvidado nuestro acuerdo? Cada uno es libre de seguir su camino
en el momento en que más le apetezca.
Ella, disgustada, siseó:
—Esperaba más de ti. Esperaba que me llevaras a Inglaterra a conocer a tu
reina. Con el tiempo... quién sabe adonde podría haber llegado nuestra relación.
PETER se puso tenso.
—No habría llegado a ninguna parte. Cuando yo me case, si es que me caso
algún día, tendrá que ser con alguien... —con alguien de quien esté enamorado—. Es
igual.
—Si eso es lo que quieres, PETER —dijo MERY con acento amargo.
—Ya no tendrás que sufrir por nuestra relación. Te deseo buena suerte y que te
vayas de una vez con Dios. —Y dando media vuelta PETER salió de la habitación.
MERY tuvo ganas de gritar de pura frustración. Había sabido desde el principio
que de su relación con PETER LANZANI no iba a salir nada duradero, pero a pesar de
todo tenía altas expectativas. PETER era asquerosamente rico; ése era un rasgo suyo
que a ella le encantaba. Se entendían bien en la cama. Él nunca se lo había echado en
cara, pero sabía que ella en su tierra había sido prostituta hasta que se largó con un
capitán de barco que le había prometido una sustanciosa compensación por
calentarle la litera durante el viaje. Una tormenta hizo que el barco encallase en
Andros, y ella se quedó allí como amante de PETER.
De momento, seguía siendo joven y hermosa, y si PETER resultaba tan
generoso como había dado a entender, iba a ser rica, así que tampoco podía quejarse.
Había sido divertido mientras duró. Pero, a decir verdad, PETER tenía razón.
Andros estaba empezando a aburrirla. PETER no, PETER nunca, pero entre sus
idas y venidas ella se pasaba el tiempo vagando por la isla como un animal
enjaulado. Ni siquiera los piratas apetecibles que ocasionalmente fondeaban sus
barcos en la rada lograban calmar su inquietud. Aun así, le dolía verse rechazada tan
a la ligera. Comprendió instintivamente que la culpa la tenía LALI. Lo que no llegaba
a entender era qué podía querer el Diablo con una insípida monjita española.
LALI se sintió rara en el precioso dormitorio que le habían asignado. Todos los
muebles tenían que proceder de Inglaterra, pensó, posando con admiración la mirada
en la gran cama endoselada con su mosquitero y el resto del barroco mobiliario,
encerado y reluciente. Se acercó al ventanal, a la doble puerta que se abría a la terraza
corrida que rodeaba la casa. La brisa empujaba las cortinas hacia dentro, dejando
entrar el soplo fresco del océano. No recordaba nada tan lujoso desde que a los diez
años abandonara la casa de su padre.
El baúl de LALI lo habían traído hacía un rato, y estuvo rebuscando en él, pero
no encontró nada apropiado para una monja. Era todo ropa confeccionada para la
hija de don Eduardo. No había nada adecuado para la hermana LALI.
Después de un largo y voluptuoso baño, Lucía lavó su hábito y se puso una
bata que había sacado del baúl. Se envolvió la cabeza con una toalla y tendió el
hábito a secar en la barandilla de la terraza. Estaba más que deseosa de echarse una
siesta, y se desperezó en la cama mientras esperaba a que su ropa se secara al calor
del sol.
PETER llamó suavemente a la puerta de LALI Quería preguntarle si le había
gustado su dormitorio. Como ella no respondía, empezó a alarmarse. Temiendo que
hubiera cometido la tontería de intentar escaparse de la isla, apretó el picaporte y
entró en el cuarto. Al instante la vio, pacíficamente dormida en la cama. La tina de
agua usada estaba todavía en mitad de la habitación. Se preguntó qué habría hecho
con su ropa; una inspección visual de la habitación le permitió localizar el hábito gris
colgado en la barandilla de la terraza. Y a su lado, desplegada, la toca blanca.
Con una sonrisa picara, peter recogió sin hacer ruido aquellos ropajes y salió
del dormitorio tan silenciosamente como había entrado. Se llevó aquellas
desagradables prendas a la cocina, que estaba en la parte baja, y allí las echó al fogón.
Se quedó esperando a que ardieran en llamas antes de volver a sus propias
habitaciones y su propio baño.
Unos golpes fuertes en la puerta despertaron a Lali. Aún aturdida del sueño,
contempló el entorno poco familiar y de golpe recordó dónde estaba. En la isla de
PETER, en su casa, a su merced. Volvieron a llamar a la puerta.
—¿Quién es?
—Soy MERY. ¿Puedo entrar?
—Si queréis...
MERY entró, curvando sensualmente los labios.
—Está oscureciendo. ¿Cómo es que no has encendido una vela? —Sin esperar
respuesta, rascó una cerilla de azufre y encendió las velas de un candelabro que tenía
cerca.
—Gracias. ¿Queríais algo?
MERY la observó con curiosidad.
—¿Eres de verdad monja?
LALI no apartó la mirada.
—Sí, soy monja. —Esperaba que Dios pudiera perdonar esa pequeña mentira
suya.
—¿Y qué haces con un hombre como PETER LANZANI? Es probablemente uno de
los hombres menos piadosos que conozco. Odia a los españoles, ya sabes. ¿Te crees
que tu hábito de monja te va a mantener a salvo de él?
Ahora tendra q ponerse la ropa q el papa le dejo
ResponderEliminar