—Corsarios, Hermana, corsarios. Con la bendición de la reina de Inglaterra y
navegando con bandera inglesa. Y ¿por qué no te mataste? —preguntó, curioso.
LALI adelantó un punto la barbilla, y sus ojos oscuros brillaron desafiantes.
—No quería morir —respondió en un inglés no del todo perfecto, pero con un
acento encantador—. Quiero vivir.
Él respetó su franqueza, pero poco más.
—Eres un enigma, Hermana. Tus pretensiones de inocencia no me impresionan,
porque debajo de esa vestimenta tienes un cuerpo desnudo para la cama. Tu
sensualidad terrenal desmiente tu fervor religioso. En tus ojos oscuros hay brasas
ardientes y ansias de vida, y tu belleza sería una tentación hasta para el mismísimo
diablo.
—Yo he oído decir que el Diablo es el mismísimo diablo —se atrevió a decir
LALI.
PETER echó la cabeza hacia atrás y soltó una estridente carcajada.
—Eso no te lo voy a discutir. —El brillo infernal de sus ojos perforaba la
armadura de su atuendo de monja.
Se apartó de la puerta, acortando la distancia que había entre ellos. Ella fue
retrocediendo hasta que chocó con la litera. PETER siguió avanzando hasta
quedarse a escasos centímetros de ella, con una sonrisa perezosa en los generosos
labios que le arrugaba el rabillo de los ojos. Intrigado por los suaves tonos
aceitunados de su piel, alargó la mano y le pasó el dorso de un dedo encallecido por
la mejilla, asombrándose de su textura satinada. El dedo continuó audazmente hacia
abajo, parándose a descansar donde su carne desaparecía bajo el cuello del hábito.
LALI soltó una aguda exhalación, temerosa de lo que él fuera a hacer a
continuación, aunque excitada y sin aliento por aquella caricia superficial.
—¡No lo hagáis!
PETER se detuvo.
—"¿No lo hagáis?" Eres mi prisionera, Hermana. Puedo hacer contigo lo que me
venga en gana. Como rehén no tendrías ningún valor, tú misma lo has dicho. ¿Quién
iba a pagar un rescate por una miserable monja?
—Podríais desembarcarme en vuestra próxima escala. Yo misma hallaré la
forma de volver a casa.
—No lograrías sobrevivir si te soltara. Tú misma has admitido que no sabes
nada del mundo que hay fuera de tu convento. Ya pensaré yo lo que voy a hacer
contigo.
A LALI sus palabras le sonaban fáciles, engañosamente tranquilas, deliberadas.
El le daba la impresión de ser un hombre que mantenía un control tan estricto sobre
su alma y sus emociones que parecía haberlas reducido al más frío hielo. Si ella
hubiera sabido lo que PETER estaba sintiendo en realidad, se habría quedado
asombrada.
Por primera vez en muchos años, PETER se sentía extrañamente perdido y
confuso. Nunca le había ocurrido nada parecido. Él nunca perdía el control, sabía
exactamente lo que tenía que hacer en cada situación. Verse a sí mismo a la deriva en
las ascuas de aquel par de ojos oscuros era para él una experiencia nueva. Aunque su
odio hacia los españoles no había disminuido, PETER se resistía a entregar a aquella
joven monja a sus hombres, o a dejarla libre para que abusaran de ella otros aún más
crueles que sus propios marineros. Tampoco sentía el menor impulso de hacerle él
mismo daño a la pequeña beata. De hecho, el impulso que le consumía era mucho
más protector. En realidad deseaba a la mujer, por encima de su vocación religiosa y
su aspecto inocente.
Nunca un hombre había mirado a LALI como PETER LANZANI se estaba
atreviendo a hacerlo. De hecho, eran muy pocos los hombres que había visto en el
convento, pero ella reconoció el peligro en cuanto lo tuvo delante. Y peligro era
precisamente la mejor palabra para describir la mirada de los ojos azules de PETER.
Ella le sostuvo la mirada, demasiado inocente para comprender el efecto que sus ojos
sensuales tenían en él. Antes de que pudiera darse cuenta le había puesto la mano en
la nuca y la atraía hacia él.
LALI gritó asustada cuando sintió el calor abrasador de los labios de PETER
contra los suyos y el húmedo deslizarse de su lengua que la saboreaba. Fue un acto
tan burdamente íntimo que retrocedió sobresaltada, cubriéndose la boca con la mano
temblorosa. Era el primer beso de su vida, y sintió que en su interior se despertaba
un calor tórrido, encendiendo algún rincón de sí misma que había permanecido
intacto por las emociones humanas. Se sintió vulnerable y frágil y... asustada. Muy,
muy asustada. ¿Tenía PETER LANZANI intención de violarla? La respuesta le pareció
evidente cuando él bajó las manos por su espalda hasta sus nalgas y notó un extraño
bulto que se apretaba contra su estómago cuando él la atrajo con fuerza hacia sí.
Presa de la desesperación y el miedo, LALI empujó a PETER a un lado, se
hincó de rodillas y juntó las manos en ferviente plegaria. Rezó en alto, alzando los
ojos y la voz al cielo, con la esperanza de aguar con su fervor las lascivas intenciones
del atractivo pirata.
—Que nuestro dulce Salvador —rezaba— me mantenga pura, de alma y de
cuerpo; que me proteja de estos paganos ingleses. Que, si soy brutalmente violada,
me dé fuerzas para matarme luego. —Bajó la cabeza y siguió rezando en silencio
mientras PETER la contemplaba desde arriba, impresionado por la fuerza de su fe.
Había muy pocas cosas ante las que PETER LANZANI pudiera sentirse derrotado, y
sin embargo la fe de LALI era una de ellas. El deseo le abandonó tan deprisa como
había hecho alzarse su masculinidad hacía sólo unos instantes. Dios sabe que seguía
con ganas de aquella exuberante bruja española, pero esa inconmovible fe suya le
desarmaba.
—Quédate de rodillas, Hermana, y reza cuanto te plazca —le espetó con voz
ronca—. La idea de violar a una devota inocente no me seduce. Puede que no respete
tu vocación religiosa, pero admiro la forma en que la usas para desbaratar mis
intenciones —entornó los ojos y añadió con voz áspera—: Eres de una valentía
sorprendente, Hermana LALI. Me habría gustado mostrarte lo que te estás
perdiendo por esconderte bajo ese feo hábito y esa toca. Y puede que aún lo haga, si
logras reservarme un hueco entre tus continuas oraciones —dijo en tono
amenazador.
Jajjaja pero que peter
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