RIERA—. ¿Habéis olvidado lo que los muy malnacidos os hicieron?
El cuerpo de PETER se puso en tensión.
—No he olvidado nada. —Hizo una pausa, y luego dijo—: Esa mujer pertenece
a una orden católica. ¿Acaso están los hombres tan impacientes como para violar a
una religiosa?
RIERA soltó una risa sarcástica.
—Debajo de ese saco de patatas gris hay una mujer como cualquier otra. Y
tenéis que admitir que tiene su encanto. Nuestros hombres llevan meses en el mar, y
les importa bien poco lo que sea o no sea esa mujer.
PETER apartó la mirada.
—No tengo inconveniente en admitir que la muchacha es atractiva, además de
infinitamente irritante. Sin embargo, hay algo en ella que me descoloca. Parece
sincera en lo de su fe. Pero es demasiado terrenal, demasiado sensual, maldita sea,
para ser lo que ella afirma. En lo más hondo de esos ojos oscuros se esconde un
temperamento ardiente, lo sepa ella o no.
RIERA le lanzó a PETER una mirada preocupada.
—¿Os gusta la muchacha, Capitán? Si así es, dadle un buen revolcón y os la
quitaréis de la cabeza. Y después, pasádsela a los hombres. No conviene mantenerla
mucho tiempo a bordo; nos va a traer problemas seguro. La tripulación entera
acabará peleándose por ella, en cuanto vos la hayáis despachado.
—No me gusta la muchacha, NICO —negó PETER de forma poco convincente—
. No puedo soportar a los españoles, sean hombres, mujeres o niños. Eso lo sabes tan
bien como yo.
—Bueno, pero siempre hay una primera vez —le previno RIERA—. Tened
cuidado, PETER, no os dejéis engatusar por esa muchacha. Pensad que es muy
probable que por debajo de esa toca que lleva esté más calva que un huevo.
—Ocupaos de vuestras obligaciones, señor RIERA —dijo PETER con un
deje de irritación—, y yo me ocuparé de las mías. Nunca me han atraído las mujeres
calvas, pero admito que esa bruja de ojos oscuros me intriga como ninguna otra lo
había hecho en mucho tiempo. Déjales bien claro a los hombres que no se le puede
poner la mano encima hasta que yo me haya hartado de ella.
Conteniendo una sonrisa, RIERA saludó marcialmente y se alejó, dejando a
PETER confuso y sin saber qué decidir sobre el destino de su cautiva. Sus marineros
querían a la mujer, y en circunstancias normales él no se habría opuesto a
entregársela. No tenía ni idea de qué podía ser lo que le estaba empujando a no
seguir los dictados de su conciencia. ¿Sería la fe de aquella mujer? ¿Sus suplicantes
ojos negros, que hablaban elocuentes de misterios que él ansiaba descubrir? ¿La
pasión que traslucía, incluso si ella misma no era consciente? ¿La lozana promesa de
su cuerpo virgen? ¿Qué tenía ella que la hacía distinta del resto de las mujeres?
PETER sabía que no se trataba sólo de la belleza de la monja, porque él había
estado con mujeres aún más bellas sin que le hicieran perder el norte. Y ahora tenía
que decidir lo que debía hacerse con ella. Recorrió con los ojos la cubierta, donde su
tripulación se afanaba en arreglar los destrozos que les había infligido el galeón
español. Por más que su lealtad fuera incondicional, la mayor parte eran hombres
toscos, groseros en sus palabras y en su comportamiento.
pensamiento de que cualquiera de sus hombres pudiera abalanzarse sobre el cuerpo
inocente, virginal, de la hermana Lucía. Sabía que si se la daba a ellos, más de un
hombre poseería su frágil cuerpo de las formas más violentas que imaginarse
puedan. No duraría ni una noche.
¿Por qué tenía que importarle a él lo que fuera de aquella bruja española?
El hecho de que fuera española, que debería haber facilitado la decisión de
PETER, no hacía más que complicar las cosas. ¿Acaso se había vuelto tan insensible,
tan desalmado, tan desprovisto de honor como para permitir que sus hombres
violentaran a una religiosa? ¿O para violarla él mismo?
Sus torvos pensamientos fueron interrumpidos por el contramaestre, que venía
a informarle de los daños sufridos por el Vengador.
—Capitán, los hombres han descubierto más desperfectos por bala de cañón de
lo que habíamos pensado. Necesitamos recalar en algún puerto para hacer las
reparaciones. ¿Nos volvemos a Inglaterra o ponemos rumbo a Andros?
—A Andros, señor RIERA —dijo sucintamente PETER. La respuesta que
andaba buscando, concerniente a la hermana LALI, se le hizo clara de pronto—. Los
hombres se merecen descansar un poco del mar, y yo seguro que puedo aprovechar
el tiempo que estemos atracados para atender mi plantación.
RIERA se aclaró la garganta:
—¿Y qué hay de la mujer, PETER?
—Se vendrá con nosotros. Igual puede salvar algunas almas en nuestra isla.
LALI paseaba en círculos por el estrecho espacio del camarote, esperando a que
el pirata viniera a comunicarle su destino. Cuando él se marchó, comprobó la puerta
para ver si estaba cerrada con llave. No lo estaba, pero junto a ella había un guardián
armado que cuando vio asomar su cara por la rendija le echó una mirada lasciva. Ella
cerró de un golpe la puerta, con el corazón latiéndole como un martillo pilón.
LALI no se hacía falsas ilusiones con respecto al pirata inglés. Puede que
tuviera cara de ángel, pero por debajo de su hermoso aspecto se escondían la negrura
y la lascivia. Si decidía entregarla a sus hombres, ella encontraría el modo de
arrojarse antes al mar. "El padre Sebastián tenía toda la razón", reflexionó. Una
muerte honorable era preferible a ser violada por piratas ingleses. Pero ¡ay, Virgen
Santa, ella no quería morir!
Oyó ruido de pisadas en el exterior del camarote y se preparó para lo peor.
Breves instantes antes de que la puerta se abriera de golpe, se arrodilló y agachó la
cabeza. Su fervor religioso había funcionado antes, y tenía intención de seguir
usándolo una y otra vez cuando en el futuro tuviera que vérselas con PETER LANZANI.
—Todavía de rodillas; ya veo —se burló sarcástico PETER cuando entró—. Tu
fe no me impresiona. Ni a mis hombres tampoco. No ven en ti más que una mujer
como cualquier otra, con todo lo necesario para complacerles.
Peter esta contrariado
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