camarote. En el aire que la rodeaba vibraba todavía su imponente presencia, y se
sintió como atrapada en una violenta tempestad. Una tempestad llamada el Diablo.
Cuando por fin logró levantarse de sus rodillas, estaba agitada como una hoja. Aquel
rufián infame le producía un efecto que ella no entendía. ¿Por qué no le habría hecho
caso al padre Sebastián? ¿Por qué se sentía tan cobarde para matarse? Se estremeció,
sabiendo lo que él le haría esa noche cuando volviera. Ese pensamiento aterrador la
obligó a arrodillarse una vez más.
PETER salió del camarote dando un portazo, con todo su autocontrol
pendiente de un fino hilo. La pequeña bruja española le estaba haciendo cuestionarse
los motivos mismos que tan inexorablemente
Le estaba haciendo cuestionarse hasta su propia cordura, por haber permitido que
ella le llegara tan dentro. ¿Por qué no podía utilizarla sin más y dejar de darle
vueltas? ¿O entregarla a sus hombres, si es que a él no le atraía? El problema era que
le atraía demasiado. Llevársela a Andros era una locura y él lo sabía. Pero lo más
fastidioso era que, en lo que a LALI respectaba, ni él mismo sabía lo que quería.
—¿Hay algo que os inquiete, PETER? —preguntó NICO RIERA cuando
PETER alcanzó el puente.
PETER le lanzó una mirada austera.
—¿Debería haberlo?
RIERA sonrió.
—Por lo que yo sé, no. ¿Y qué hay de la monja? ¿La vais a gozar vos mismo o se
la vais a dar a los hombres? —Creía saber la respuesta a su pregunta, pero quería
oírla de PETER—. Ya sabía yo que algo tan simple como la suerte que corra una
mujer no puede inquietar al Diablo.
—¡Es mía! —dijo PETER, con una vehemencia que pilló a RIERA por
sorpresa—. Me la voy a llevar a Andros. Cuando me canse de ella, si es que me
canso, seréis el primero en saberlo.
RIERA las pasó canutas para disimular su regocijo.
—Estoy sorprendido, PETER. Las vírgenes inocentes no os suelen resultar
atractivas. ¿Qué veis vos en la hermana Lucía que yo no veo...? —entrecerró los ojos,
especulando—. ¿O es que ya la habéis hecho vuestra, y la halláis de vuestro agrado?
Podríais compartirla.
PETER se puso tenso.
—No tentéis a la suerte, señor RIERA. Nuestra larga amistad no os autoriza a
poner en cuestión las decisiones de vuestro capitán. Os sugiero que vayáis a
ocuparos de vuestras obligaciones.
—A la orden, capitán LANZANI —dijo RIERA, volviendo al orden. No era
habitual que PETER hiciera valer su rango, pero cuando eso ocurría NICO sabía
recomponerse a tiempo.
RIERA recordó las innumerables veces que él y PETER habían compartido
mujer sin llegar nunca a las manos por ninguna de ellas. No sólo compartían mujer,
sino también el mismo odio a los españoles. También él había sufrido el azote del
látigo durante los seis meses que pasó prisionero de los españoles. ¿Qué tenía aquella
monja, se preguntó RIERA, para poner tan irascible a PETER? Si no la había
gozado ya, RIERA esperaba que lo hiciera pronto, o él mismo y la tripulación
sufrirían en sus carnes el mal humor de PETER.
Al oscurecer, uno de los hombres fue a llevarle a LALI una bandeja. El rudo
marino se quedó un instante contemplándola,
comida parecía bastante apetitosa, Lucía era incapaz de tragar bocado. El peligro
implícito en las amenazas de PETER producía efectos terribles en su mente. Se
imaginó a sí misma a merced de él. No podía mirar la amplia litera sin pensar en lo
que un hombre poderoso como el Diablo podía llegar a hacerle en ella. No estaba del
todo segura de cómo se llevaba a cabo una violación, con lo que sus vividas
imaginaciones se hacían aún más terribles. Si al menos tuviera un arma...
En un arrebato de excitación recordó el pequeño puñal que se había guardado
en el bolsillo cuando se puso sus ropas de monja. Al meter la mano en el bolsillo se
sintió reconfortada por la garantía del frío acero, por exiguo que fuera. ¿Tendría ella
el coraje de usarlo en defensa propia? Lucía estaba calibrando las consecuencias y
armándose del valor que necesitaba, cuando la puerta se abrió de sopetón Y PETER LANZANI irrumpió en el camarote, más grande que la vida misma y el doble de aterrador.
Él la miró con aire distraído, notando cómo el miedo transformaba sus facciones
casi perfectas. Su vista se posó en la bandeja que estaba junto a ella, intacta.
—¿No es de tu gusto la comida? —preguntó, desabrochándose
espada al tiempo que cruzaba en dos zancadas la habitación—. Yo creía que las
religiosas estabais acostumbradas a la comida sencilla y frugal. Nuestro cocinero
hace auténticas maravillas con lo poco que tenemos por aquí; deberías probarlo. —
Terminó de quitarse la espada y la arrojó sobre una silla. La casaca voló detrás.
LALI se puso en pie de un salto y retrocedió.
—¡No os acerquéis más!
—Tu castidad está a salvo por el momento; no creo que pudiera ponerme lo
bastante a tono como para saborear tus dudosos encantos. —Le lanzó a Lucía una
mirada que la hizo estremecerse. ¿Es que era tan poco atractiva que aquel hombre no
quería ni tocarla?
Bien, pensó, llena de alivio. Eso era exactamente lo que pretendía al ponerse
aquellos discretos ropajes de monja enclaustrada. La madre abadesa habría estado
orgullosa de ella. Su expresión debió traslucir sus pensamientos, porque PETER le
dedicó una desvergonzada sonrisa que hizo que el alma se le cayera en picado a los
pies.
—Esa suficiencia está de más, hermana Lucía. No digo que no vaya a pensar lo
contrario mañana, o incluso dentro de diez minutos. Como me dé por tenerte, te
tendré; pero prefiero dejarte con la duda. Además, quiero estar bien descansado
cuando te apetezca —le lanzó una mirada libidinosa—, estoy seguro de que mi
paciencia se verá ampliamente recompensada.
LALI lo miraba boquiabierta y aterrorizada.
—Sois un monstruo, capitán LANZANI. Ni os tengo miedo ni me siento tentada por
el Diablo. —Echó una mirada anhelante a la espada que él acababa de quitarse.
PETERse acercó todavía más, cerniéndose en todo su esplendor varonil sobre
la menuda silueta de Lucía.
—¿Estás segura, Hermana? Cuanto más me insultas, más creo que eres una
farsante. He estado pensándolo mucho y he llegado a la conclusión de que tú no eres
monja. El fuego profano de tus ojos niega hasta la existencia de ese fervor religioso
tuyo. Eres demasiado arrogante para ser la humilde beata que afirmas ser. Te falta
contención y modestia. ¿Quién eres en realidad?
Estaban tan cerca que LALI sintió el calor apremiante de su aliento en la mejilla.
Intentó retroceder, pero no había hacia dónde. Tanteó con la mano el puñal que
llevaba en el bolsillo y le lanzó al pirata una mirada desafiante.
—Ya os he dicho quién soy. Soy la hermana LALI, recién salida del convento de
la Madre de Dios. La reverenda madre superiora me encargó que acompañara a la
señorita Carlota ESPOSITO hasta La Habana. Si me lleváis de vuelta a España, rezaré
por vos hasta el día en que me muera.
—Yo no quiero tus rezos, hermana LALI —dijo PETER. Tenía la voz grave y
áspera, como si le costara un gran esfuerzo controlar la respiración—. Es posible que
quiera de ti otra cosa. Una cosa que nos va a hacer felices a los dos.
A LALI se le quedó la boca seca. La punta de su lengua se asomó a sus labios
para humedecerlos. Le pareció oír un gruñido de PETER, pero no estaba segura.
—No... no sé de qué me estáis hablando.
PETER tendió la mano hacia delante para cogerla por la barbilla.
—¿Ah, no? Pues igual te lo puedo enseñar. Puede que esté demasiado cansado
para tentarte, pero tendría que estar en mi lecho de muerte para resistirme a tan
dulce invitación.
LALI se quedó paralizada, subyugada por la intensidad azul de los ojos de
PETER. Habría dicho que eran simplemente azules, pero ahora veía que eran del
gris azulado del mar agitado por la tormenta, con tumultuosos destellos de plata
pura. Nunca había visto unos ojos como aquéllos. Los ojos del Diablo. Consternada,
tragó saliva y buscó una respuesta para las palabras intimidatorias que él acaba de
decirle.
—Yo no os he invitado a nada.
—Oh, sí que lo has hecho. —Él bajó un punto la cabeza, y su pelo rubio le rozó
la frente cuando sus labios tocaron los de ella.
Y no se termina de deicidir y a ella le aterra mas
ResponderEliminar