martes, 24 de enero de 2017

CAPITULO 65

El Vengador remontó el Támesis y atracó en Billingsgate el 15 de agosto, después 
de varios días de batallas navales en las que la armada española, mientras huía, había 
sido sistemáticamente hostigada por los barcos ingleses, que seguían su estela como 
perros de presa. Pero una vez que se hizo evidente que la armada estaba rota y 
tomaba rumbo norte en retirada, la flota inglesa retrocedió y regresó a su puerto de
origen a celebrar su victoria. El país entero estaba rebosante de júbilo. Se vitoreaba a
la fuerza naval y sus comandantes como a héroes, y la popularidad de la reina
alcanzó cotas sin precedentes.
A pesar de que se sentía feliz por haber participado en la gloriosa victoria, lo
que Peter más esperaba era un gozoso reencuentro con Lali. La había echado
terriblemente de menos. Había pasado en el mar cerca de seis semanas, y buena parte
de ese tiempo más esperando al enemigo que metido en combate, hasta los últimos
días de julio y primeros de agosto, cuando la flota inglesa y la Armada Española
chocaron repetidamente.
La derrota de la armada había sido una sensacional victoria personal para
Peter . Su triunfo decisivo sobre su enemigo de toda la vida desterró de una vez
por todas su deseo de venganza contra los españoles. Por primera vez en muchos
años se sintió en libertad para obedecer a su corazón. Su futuro con Lali nunca le
había parecido más luminoso. Se sentía en paz con su decisión y capaz de aceptar
con absoluta sinceridad la ascendencia española de Lali.
La amaba. La había amado durante mucho tiempo, pero tenía el corazón
cerrado a todo lo que no fuera su afán de venganza. Rogaba por que Lali le
perdonase los muchos pecados que contra ella había cometido, y tenía la esperanza
de que algún día le quisiera tanto como él la quería a ella. Por algún milagro él había
escapado ileso del combate, y ya se estaba imaginando con deleite la vida y los hijos
que Lali y él iban a crear juntos.
Nico Riera se acercó a Peter silenciosamente, contrariado por tener que
interrumpir sus ensueños pero creyéndolo necesario.
El buque ya había atracado, y Riera esperaba instrucciones. Carraspeó,
esperando que Peter advirtiera su presencia. Peter le oyó y se volvió
bruscamente.
—¿Está el barco en orden, señor Riera?
—Lo está, mi capitán. En orden, y a la espera de instrucciones.
—Dales licencia para ir a tierra a los hombres, a todos excepto los precisos para
mantener una mínima guardia. Se lo merecen. Y mira que se cuide a los heridos.
—¿Y qué pasa con los daños que ha sufrido el Vengador en el combate?
—Haz una relación de daños. Volveré después de ver a Lali. Mientras tanto
puedes ir contratando carpinteros y veleros para empezar con las reparaciones.
Peter llegó a la corte en medio de una jubilosa celebración de la derrota de la
Armada Española, la flota naval más grande de la Historia. Ya sólo el tamaño y la
magnitud de la enorme armada eran incomparables. Si las cosas hubieran ido según
lo planeado y el mal tiempo no hubiera sido un factor determinante, la Expedición
Española podía haber triunfado. Los que habían tripulado los barcos eran
conscientes de ello, pero la mayoría de los ingleses no habían llegado a comprender
el peligro tan real que había amenazado sus costas.
La reina Isabel, con su regia silueta ataviada de negro destacando en medio del
colorido de pavo real de sus cortesanos y damas, mantenía audiencia en la consabida
Cámara de Audiencias. Peter escudriñó la sala buscando a Lali, pero sin éxito.
Estaba a punto de marcharse de la cámara para seguir buscándola cuando Lady Martina
lo vio y lo llamó por su nombre. Todas las cabezas se volvieron a mirarle y Peter
se encontró rodeado de portadores de parabienes que le felicitaban por la victoria e
inquirían detalles. Atrajo tanta atención que la reina lo divisó y envió un paje a
llamarle.
Peter frunció el ceño con disgusto. La reina y sus figurines de corte eran la
última gente que deseaba ver en aquel momento. El quería encontrar a Lali. Quería
tomarla en brazos, hacerle el amor, contarle lo idiota que había sido al renegar de lo
que su corazón había sabido siempre. Pero cuando uno era requerido por la reina, no
podía rehusar. La multitud le abrió paso según se iba acercando al trono tallado de
Isabel. Lady Martina se agarraba tenazmente de su brazo.
Antes de que Peter hubiera podido liberarse ya habían alcanzado el estrado.
Ejecutó una reverencia y la reina le dirigió una sonrisa luminosa.
—Estamos muy complacida con vos, Sir Lanzani. Como lo estamos con todos
nuestros valientes marinos y sus almirantes. Habéis sido el primero en regresar.
Contadnos qué sucedió.
Como no encontraba forma de escapar airosamente, Peter se pasó la
siguiente hora relatando los detalles de los combates mantenidos y de la ruta de
huida de la armada enemiga, que les obligaría a rodear Escocia e Irlanda.
—Esos españoles no lo van a pasar bien —predijo Isabel—. En esta parte del
año lo más seguro es que se encuentren con tiempo peligroso en las aguas del norte y
a lo largo de la costa irlandesa.
La predicción de la reina resultó ser demasiado acertada. Se supo después que
gran número de navíos se habían destrozado contra las rocosas costas irlandesas con
pocos supervivientes.
—Hemos recibido informes de que nuestras pérdidas han sido escasas
comparadas con las del enemigo. Hemos de dar las gracias a hombres valientes como
vos. Pensaremos en una recompensa adecuada —dijo Isabel solemnemente.
—No deseo más recompensa —dijo Peter — que me devolváis a mi esposa y

poder retirarme a mis tierras

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