viernes, 27 de enero de 2017

CAPITULO 70

—Tenéis tintero y pluma en el escritorio —le indicó Isabel. 
Peter agarró el papel y, dirigiéndose como quien no quiere la cosa hacia el 
escritorio, lo desenrolló cuidadosamente. Lo extendió en la lisa superficie de la mesa, 
hundió la pluma en la tinta y lo firmó con una fioritura. Luego volvió a enrollarlo con 
mucho cuidado y se lo devolvió al secretario, que, haciendo una reverencia a la reina,
salió del gabinete.
—Bien hecho, Sir Lanzani —dijo Harley, sarcástico—. Ahora quizá podáis
explicarnos por qué habéis mentido sobre vuestra visita a West Sussex. Sé de buena
tinta que habéis pasado a bordo del Vengador esta, última semana. Ni siquiera habéis
pasado por West Sussex, ¿verdad?
Peter le lanzó a Harley una mirada de intensa antipatía.
—Podéis comprobarlo si queréis, pero lo que averiguaréis es que sí he ido a
West Sussex a reunirme con mi administrador. He vuelto un día antes de lo previsto
y me he quedado en el Vengador para asegurarme de que todo el trabajo que
encargué que se hiciera queda resuelto a mi gusto.
—Se están cargando provisiones en el Vengador —acusó Harley—. Se os ha visto
a bordo del barco cuando se suponía que estabais visitando vuestras tierras.
—A mi contramaestre y a mí nos confunden a menudo el uno con el otro. Nos
parecemos bastante. El señor Riera está a cargo del Vengador en mi ausencia.
¿Tenéis algún problema con eso? ¿De qué se me acusa?
—Parece que Lord Harley cree que tenéis intención de dejar a la novia plantada
en el altar —apuntó la reina—. Nos entristecería sobremanera que intentarais hacer
una estupidez semejante.
—Nada más lejos de la verdad, Vuestra Majestad —mintió Peter —. Y ahora,
¿puedo retirarme?
Isabel escrutó el rostro de Peter, aparentemente satisfecha de ver que hablaba
en serio. Después de un silencio tenso, lo despidió con un gesto de la mano.
—Os veremos esta noche, Sir Lanzani. Me disgustaría que parezca que no deseáis
esta boda, cuando tenéis tanto que perder si no os prestáis a celebrarla.
Aquella amenaza ligeramente velada le puso a Peter los pelos de punta. No
tenía ni idea de cómo se había enterado Harley de los planes del Vengador, pero la
huida de Inglaterra le iba a resultar más difícil de lo que había previsto. Tenía que
encontrar la forma de escaparse esa noche de la fiesta que se daba en su propio honor
antes de que subiera la marea, tenía que llegar hasta el Vengador y levar anclas antes
de que nadie se diera cuenta.
Los festejos de aquella noche pusieron a prueba el autocontrol de Peter. Martina
se le pegaba tenazmente, y la reina le miraba con la intensidad de un ave de presa. A
pesar de ello, él se mostró como el mismo de siempre, conversando, flirteando y
atendiendo con toda cortesía a Lady Martina. Cuando llegó el momento en que debía
escabullirse de la fiesta, esperó a que llegara la ocasión precisa. Fue cuando Lord
Harley sacó a bailar a Martina.
—Estaré en la sala de naipes —dijo, mientras Harley se llevaba a Martina. Cuando
la pareja daba sus primeros pasos en la pista de baile, Peter se encaminó
pausadamente hacia la sala de naipes. Pero no se detuvo allí. Salió por otra puerta a
la antesala y se deslizó con cautela hacia el pasillo.
A los pocos minutos salía a la calle por una puerta lateral, donde había tenido la
previsión de disponer que le esperara un carruaje preparado para partir. El atento
cochero avanzó con el carruaje hacia el portón y Peter saltó dentro, indicándole
que le llevara a Billingsgate. Llegaron al puerto sin contratiempo, a pesar de que la
noche estaba oscura y las calles, resbaladizas de lluvia, y Peter se apeó de un salto.
El carruaje se alejó traqueteando; le había pagado con antelación.
Corrió hacia el muelle donde estaba amarrado el Vengador. No había dado más
que unos pocos pasos cuando se detuvo bruscamente. Se llevó una buena sorpresa al
ver que el Vengador había largado amarras y estaba anclado algo más allá, en medio
del Támesis. Pero todavía se sorprendió más cuando vio a la guardia de palacio
patrullando por la zona.
—Malditas sean Isabel y su desconfianza —farfulló entre dientes, y se escondió
detrás de un montón de barriles que había a la puerta de una bodega. Resultaba
evidente que la reina sospechaba que iba a intentar zafarse de su compromiso. No
sabía por qué motivo Nico Riera había alejado el barco hasta el Támesis, pero
habría podido jurar que tenía algo que ver con la patrulla de guardias. El cerebro de
Peter trabajaba a toda velocidad. Riera era un hombre astuto. Probablemente
había pensado que les sería más fácil escapar de sus vigilantes si esperaba con el
barco anclado en medio del Támesis, adonde les sería más difícil llegar a los guardias
de la reina. Además, así quedaba fuera del alcance de los disparos de mosquete. El
único inconveniente era que Peter tenía que encontrar la forma de llegar al barco
antes de que la marea se les pusiera en contra.
De pronto, los cascos de un caballo resonaron por el suelo adoquinado y el
jinete llamó al capitán de la guardia. Estuvieron un buen rato hablando, y cuando el
jinete se fue el capitán reunió a sus hombres para darles nuevas instrucciones.
Peter sabía sin necesidad de que se lo dijeran que su ausencia de Whitehall había
sido advertida y que Isabel había supuesto certeramente que se dirigía a Billingsgate,
a su barco. De pronto la patrulla se dispersó y empezó a buscar minuciosamente por
todo el muelle. Peter soltó una violenta maldición. Como no hiciera algo rápido, lo
iban a coger como a una rata en una trampa.
No tenía más elección que intentar escapar como fuera y confiar en su suerte, si
es que no quería pasarse el resto de sus días en la Torre de Londres. Esperó a que
pasara una nube por delante de la luna para salir arrastrándose de detrás de los
barriles. Corrió como si el demonio le pisara los talones. El sonido de sus botas contra
los adoquines resonaba con fuerza en la oscuridad, y esperó atemorizado que se
alzara una voz de alarma. Ya casi había llegado al extremo del muelle cuando fue
descubierto.
—¡Ahí está, cogedlo!
Se oyó un tronar de pisadas a su espalda y silbaron proyectiles por encima de
su cabeza y a su alrededor. Antes de llegar al final del muelle se desprendió de su
casaca y se zambulló en las aguas fétidas y llenas de residuos. Las balas sacudieron
furiosamente el punto en el que se había sumergido bien hondo. Pero no lo bastante
hondo. Una bala le acertó en el muslo. Oyó un desagradable chasquido y luego el
dolor lo sacudió. El agua congelada le impidió desmayarse. Apretando los dientes
para vencer su sufrimiento, echó a nadar hacia el barco. Por suerte, estaba ya fuera
del alcance de los mosquetes. Pero cuando se volvió a mirar atrás vio a la patrulla en
la ribera buscando un bote.
Esforzándose en no hacer caso del abrasador martirio de su herida y el peso
muerto de su pierna inutilizada, Peter estiró los brazos y nadó para escapar de allí
con vida. Una de las veces que sacó la cabeza para coger aire vio un titilar de luces en
el Vengador y se imaginó que la tripulación había oído el alboroto del muelle.
Entonces oyó un salpicar de remos a su espalda y comprendió que sus perseguidores
habían encontrado un bote y venían rápidamente a su zaga. Nadó con más fuerza. En
el puente del Vengador aparecieron unos faroles.
—Peter , ¿dónde estás? —bramó Riera hacia la oscuridad del agua.
Peter gritó en respuesta, sorprendiéndose de lo débil que sonó su voz. Pero
Riera debía haberlo oído, porque haciendo altavoz con las manos alrededor de la
boca aulló:
—¡El ancla, Capitán! ¡Agárrate a la cadena del ancla y te izaremos a bordo!
Peter, casi exhausto, llegó hasta el barco y encontró la cadena del ancla. Se
colgó desesperadamente del frío metal, consciente de que a la tripulación no le daba
tiempo de arriar un bote con la patrulla de la reina pisándole los talones. Ahora sus
perseguidores estaban tan cerca que se oían sus voces. Supuso que se pondrían otra
vez a disparar, y se preparó para el brutal impacto de otra bala.
Sin prisa pero sin pausa, el ancla empezó a elevarse, sacando a Peter de
aquellas aguas contaminadas. Luego sintió que varias manos lo izaban por la borda
mientras los marineros andaban de aquí para allá asegurando el ancla y desplegando
las velas. Un agradecido soplo de viento hinchó la lona, y la subida de la marea llevó
el Vengador por el Támesis hasta el Canal. Desde la distante orilla, los guardias de la
reina agitaban los puños y lanzaban maldiciones a la presa que se les escapaba. La
reina no iba a estar nada complacida.
—Ha estado... muy cerca —dijo Peter, tembloroso por el dolor y la
debilidad.
—¿Estás bien? Nos hemos movido al Támesis cuando hemos visto a la guardia
de palacio patrullando por el muelle. Me imaginé que te estaban buscando, y
esperaba que encontrarías la forma de llegar hasta donde estábamos. Parecía la única
posibilidad que teníamos de escapar. Temía que la patrulla subiera a bordo y nos
impidiera hacernos a la mar.
—Sabía... que podía contar contigo —gruñó Peter, al tiempo que intentaba
levantarse. Lanzó un agudo grito de dolor y se desmoronó sobre la cubierta.
Riera corrió a ayudarle—. Creo... que tengo... la pierna rota.
Ésas fueron sus últimas palabras antes de desmayarse.

1 comentario:

  1. Oh que bueno q pudo escapar,mas capitulos ayer solo subiste uno :(

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