viernes, 27 de enero de 2017

CAPITULO 71

Cádiz España 
Julio de 1588 
Lali jugueteaba nerviosamente con el lazo que adornaba su vestido mientras 
su padre daba paseos circulares por la elegante sala. El padre Pedro permanecía 
junto a la puerta con las palmas de las manos religiosamente juntas bajo las amplias
mangas de su túnica. Lali había llegado a casa el día anterior y se había metido de
inmediato en la cama, exhausta de la tormentosa travesía desde Inglaterra. Su padre
parecía encantado de verla, pero se mostró conmocionado cuando le dijo que venía
de Inglaterra y no de La Habana. Él llevaba todos esos meses convencido de que
Lali se había casado con don Mariano y a Peter lo habían despachado al otro
mundo.
—¿Y dices que ese hijo de la Gran Bretaña te raptó del palacio de don Mariano ? —
repitió don Eduardo con incredulidad—. No me puedo creer que tuviera la audacia
de intentar siquiera algo semejante. Es un hombre de lo más sorprendente —admitió
con desgana.
—Es cierto que Peter es un hombre sorprendente, padre —coincidió Lali—.
La reina de Inglaterra le presionó para que anulara nuestro matrimonio y se casara
con una aristócrata inglesa, pero no estoy segura de que él lo hiciera.
—Eso da igual —interrumpió el padre Pedro—. Tengo asuntos que resolver en
Roma, y cuando esté allí presentaré una súplica en mediación tuya al Santo Padre.
—Os estaré eternamente agradecido, padre Pedro —dijo don Eduardo,
vehemente—. Estoy en deuda con vos por haberme traído a mi hija desde ese odioso
país. —Sacudió la cabeza con aire pesaroso—. Y yo que todos estos meses pensaba
que era la esposa de Mariano Martinez ...
—Yo me voy a retirar, don Eduardo. Tengo que informar a mis superiores antes
de emprender viaje otra vez.
—Decid a vuestros superiores que voy a hacer una donación a vuestra orden en
agradecimiento por vuestra ayuda. Además, se os recompensará personalmente por
los servicios que me habéis prestado. Mantenedme por favor informado de las
conversaciones que tengáis con el Santo Padre sobre el asunto de Lali.
»Bueno, Lali —dijo don Eduardo cuando el jesuita se hubo ido—, parece que
te has metido en un buen aprieto. Vico y Gaston se creían que lo habían
solucionado todo casándote con ese pirata, sin sospechar que viviría para reclamarte
como esposa.
—¿Dónde están mis hermanos? —preguntó Lali.
—Partieron con la armada —dijo con orgullo don Eduardo—. Apenas hemos
tenido noticias sobre la marcha de la expedición, pero sospecho que ya deben de
haberse reunido con las tropas de tierra del Duque de Parma y estarán en suelo
inglés.
Lali se calló lo que opinaba. Por lo que ella había visto, la flota inglesa era una
fuerza muy considerable y no iba a resultar fácil derrotarla.
—Pero estamos aquí para hablar de lo tuyo, querida. En lo que a ti respecta me
siento perdido. ¿Qué debo hacer contigo? Quizá don Mariano acepte todavía casarse
contigo cuando hayamos arreglado lo de la anulación.
Los ojos de Lali se encendieron de ira.
—¡Don Mariano es un puerco libidinoso, padre! Embaucó a mis hermanos para
que creyeran que se iba a casar conmigo, pero lo que quería era que fuera su amante.
Don Eduardo se quedó de una pieza. Se le hacía difícil creer que un hombre tan
destacado como don Mariano pudiera actuar de manera tan vil.
—Seguro que no entendiste bien lo que pretendía.
—No, padre, lo entendí perfectamente. Es exactamente como os digo. No me
casaré con don Mariano por más que se anule mi matrimonio con Peter. Preferiría
retirarme al convento y dedicar mi vida a la oración.
Lali se abstuvo deliberadamente de hablarle a su padre de su embarazo. Tenía
miedo de que se empeñara en que renunciara a él; pero presentía que en cuanto la
tuviera a buen recaudo en el convento y fuera de su vista, su padre se olvidaría de
ella por completo. Era un hombre muy ocupado, estaba demasiado inmerso en su
propia vida para andar preocupándose por ella. Rezó por que pudiera convencerle
de que aportara una cantidad generosa para su mantenimiento, porque así las buenas
hermanas la dejarían vivir anónimamente entre sus muros.
—Voy a mandar el más veloz de mis barcos a La Habana para poner a don
Mariano al corriente de los últimos acontecimientos. Todavía tiene el dinero de tu dote.
Es posible que no quiera desprenderse de él. Sospecho que ése es el motivo de que no
me haya escrito una sola palabra sobre tu rapto de La Habana —dijo sagazmente don
Eduardo.
—A mí la dote no me interesa. Dádsela a las monjas si os la devuelve; ellas le
darán buen uso, y a mí me proporcionarán un techo para el resto de mi vida.
—Vamos a llegar a un acuerdo, hija. Por el momento puedes irte al convento, y
yo me encargaré de compensar a las monjas por hacerse cargo de ti. Sin embargo, si
para cuando tu matrimonio esté disuelto don Mariano todavía te quiere, te entregaré a
él. Pero no para que seas su amante, hijita, de eso me encargo yo. Tendrá que casarse
contigo por poderes, o si no en persona como está mandado, antes de que yo te
permita coger un barco para La Habana. Tiene que ser todo legal y vinculante. No te
va a hacer su amante.
—Pero don Mariano no me gusta. Es un hombre despreciable.
—Lo juzgas con demasiada dureza, hijita. Acuérdate de que lo que él esperaba
era una novia virgen. Estoy seguro de que habría cumplido su promesa. Habría sido
conveniente que don Mariano te hubiera hecho viuda en cuanto llegasteis a La Habana.
Por lo que doy gracias es, más que ninguna otra cosa, por que no concibieras un hijo
de ese pirata. No habría podido soportar semejante insulto. Mi dignidad habría
quedado para siempre destruida.
—Me marcharé mañana, padre. Creo de verdad que el convento es el mejor
sitio para mí.
Los pensamientos de don Eduardo iban ya por otros derroteros.
—¿Qué? Puede que tengas razón, querida. Dispondré los preparativos para tu
marcha y le diré a la Reverenda Madre que te trate como invitada. Nunca he querido
que te hicieras monja.
—Gracias, padre. —Y, besándolo en la mejilla, Lali se fue rápidamente.
Un torbellino de pensamientos la asaltó en cuanto dejó a su padre. Llevando
como llevaba un niño dentro de ella, ya no le era factible hacerse monja. Siempre se
había llevado bien con la Reverenda Madre, y Lali sabía que protegería su secreto.
No era la primera vez que una mujer casada buscaba refugio entre los muros del
convento. En ocasiones era el propio marido el que desterraba a su mujer a un
convento si pensaba que le había sido infiel. Tampoco sería el suyo el primer niño
nacido en semejantes circunstancias. Lali tenía toda la intención de poner a la
Reverenda Madre al corriente de su embarazo en cuanto llegara el momento. En
unos pocos meses no tendría ya elección. Cuando hubiera nacido el niño decidiría si
lo criaba en la apacible atmósfera del convento o si emprendía una vida por su
cuenta.
Y como era lo suficientemente lista como para comprender que tenía que pensar
en el futuro, se llevaría todas las joyas de su madre, que en buena ley le pertenecían,
escondidas entre sus pertenencias. Era posible que un día decidiera abandonar el
convento con su hijo y dejar de depender de su padre. Aquellas valiosas joyas
bastarían para mantenerlos si vivían sin lujos.
Pero Lali se equivocaba al pensar que su padre se iba a olvidar de ella. No
había pasado una hora desde su conversación cuando ya don Eduardo le había
escrito una carta a don Mariano Martinez y la había despachado a La Habana en el más
veloz de sus barcos. Si aquella misiva no lograba traer a don Mariano de La Habana,
nada podría hacerlo. Don Eduardo conocía bien al que debía ser su yerno.Mariano Martinez no iba a devolver tan fácilmente una dote tan suculenta como la de Lali.

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