Isla de Andros
Agosto de 1588
Peter se revolvía inquieto en la cama revuelta. Su cuerpo enfebrecido y sus
ojos inyectados en sangre daban lúgubre testimonio de lo enfermo que estaba. Una
bala de mosquete le había hecho añicos un hueso del muslo, y luego le sobrevino una
infección feroz por culpa de la contaminación de las aguas del río. Lo mantuvo
postrado en la cama varias semanas. A bordo del Vengador habían conseguido
extraerle la bala y le habían colocado el hueso, pero no se pudo hacer nada para
impedir el acceso de fiebre que le dio casi de inmediato.
Nico Riera había tomado la decisión de llevarse a Peter a Andros, donde
Lani podría cuidar de él, en lugar de navegar directamente hacia Cádiz. El estado de
gravedad de Peter confería a Stan autoridad para variar el rumbo; pero cuando
Peter se recobró lo bastante como para comprender que estaba en Andros, se
quedó lívido.
—Por todos los infiernos, Peter , no estabas en condiciones de ir a España. Si
ni siquiera puedes andar. —El intento que hizo Nico de aplacar a Peter fue acogido
con una espléndida demostración de temperamento.
—¡Maldito seas, Nico ! Ya me las habría apañado. —En la tensa mandíbula de
Peter se veía moverse un nervio. Por más que él se resistiera a admitirlo, el dolor
del hueso roto era insoportable, y la herida infectada estaba tardando en curársele.
—Y un cuerno —dijo Nico , sacudiendo la cabeza—. Lali te esperará. Deberías
estar agradecido de que Lani te haya devuelto a la vida. Esa medicina de los nativos
que te ha dado es muy eficaz; en el barco no teníamos nada comparable. Ya iremos a
España cuando tengas la pierna lo bastante curada para andar, puede que dentro de
cinco o seis semanas.
Peter reconocía que las de Riera eran palabras sabias, pero no era capaz
de aceptarlas así como así. Cada día que pasaba postrado en la cama era un día más
sin Lali. Se preguntaba desanimado dónde estaría ella ahora. ¿Estaría feliz? ¿Se
acordaría de él, aunque sólo fuera un poco? Maldijo su destino por haberle negado
un momento propicio para decirle a ella que la amaba. Para él ese sentimiento era tan
nuevo, tan absolutamente asombroso, que se le había hecho difícil expresarlo. Le
había fallado a Lali, y eso no iba a poder perdonárselo nunca.
¿Se habría marchado ella de Inglaterra creyendo que a él no le importaba lo más
mínimo? Él era el primero en admitir que no había sido el mejor marido del mundo.
Había intentado cumplir con sus deberes hacia la reina, y en ese intento había
perdido a la mujer a la que amaba. ¡Por todos los infiernos! Le había costado mucho
acostumbrarse a la idea de que estaba enamorado de una española. Llevaba tanto
tiempo odiando a los españoles que ni siquiera era capaz de acordarse de cuando
aún no los odiaba. Estar con Lali había sido para él una lección de humildad. Sus
ansias de venganza eran ahora una carga terrible para él.
Lali era dulce y generosa, e incapaz de cometer atrocidades como las que él
había experimentado a manos de sus compatriotas. De mala gana tuvo que admitir
que igual no todos los españoles eran como los que habían matado a su familia y a él
lo habían hecho esclavo. Desde luego que el barco en el que él pasó cinco tristes años
de condena pertenecía al padre de Lali, pero desde entonces Peter se había
tomado la revancha muchas veces. Había saqueado más barcos de la flota de los
Esposito que de ninguna otra. Y ahora le había llegado el momento de olvidarlo y
seguir adelante con su vida. Su más corrosiva inquietud era que Lali se negase a
dejar atrás el pasado y ser su esposa para el resto de su vida. Aquella monjita no
había nacido para convertirse en santa. Tenía dentro demasiada pasión y demasiado
fuego para palidecer y marchitarse enclaustrada entre altos muros. Él la necesitaba;
se moría por ella; por ella lloraba su corazón.
La felicidad conyugal. Peter casi se echa a reír en alto ante semejante
estampa. Juntos, Lali y él resultaban explosivos. Tanto en la cama como fuera de
ella. La vida no sería jamás aburrida si tuviera a su vehemente esposa consigo.
Donde otros hombres podían acabar aburriéndose del matrimonio, a él lo mantenía
hechizado.
Por supuesto que tendrían hijos, se entusiasmó. Maldijo su propia estupidez
cuando comprendió cómo había herido a Lali al decirle que no quería ningún hijo
suyo. Vaya un cerdo arrogante que había sido. Nunca se lo perdonaría si aquellas
palabras desalmadas le acababan costando a su esposa.
Las semanas pasaban rápidas. Atado por su herida a la cama, Peter maldecía
su debilidad y su incapacidad de irse de Andros. No podía ir a España a reclamar a
su esposa, y tenía miedo de que en el ínterin Lali le olvidara; y habría perdido a su
española para siempre.
Agosto de 1588
Peter se revolvía inquieto en la cama revuelta. Su cuerpo enfebrecido y sus
ojos inyectados en sangre daban lúgubre testimonio de lo enfermo que estaba. Una
bala de mosquete le había hecho añicos un hueso del muslo, y luego le sobrevino una
infección feroz por culpa de la contaminación de las aguas del río. Lo mantuvo
postrado en la cama varias semanas. A bordo del Vengador habían conseguido
extraerle la bala y le habían colocado el hueso, pero no se pudo hacer nada para
impedir el acceso de fiebre que le dio casi de inmediato.
Nico Riera había tomado la decisión de llevarse a Peter a Andros, donde
Lani podría cuidar de él, en lugar de navegar directamente hacia Cádiz. El estado de
gravedad de Peter confería a Stan autoridad para variar el rumbo; pero cuando
Peter se recobró lo bastante como para comprender que estaba en Andros, se
quedó lívido.
—Por todos los infiernos, Peter , no estabas en condiciones de ir a España. Si
ni siquiera puedes andar. —El intento que hizo Nico de aplacar a Peter fue acogido
con una espléndida demostración de temperamento.
—¡Maldito seas, Nico ! Ya me las habría apañado. —En la tensa mandíbula de
Peter se veía moverse un nervio. Por más que él se resistiera a admitirlo, el dolor
del hueso roto era insoportable, y la herida infectada estaba tardando en curársele.
—Y un cuerno —dijo Nico , sacudiendo la cabeza—. Lali te esperará. Deberías
estar agradecido de que Lani te haya devuelto a la vida. Esa medicina de los nativos
que te ha dado es muy eficaz; en el barco no teníamos nada comparable. Ya iremos a
España cuando tengas la pierna lo bastante curada para andar, puede que dentro de
cinco o seis semanas.
Peter reconocía que las de Riera eran palabras sabias, pero no era capaz
de aceptarlas así como así. Cada día que pasaba postrado en la cama era un día más
sin Lali. Se preguntaba desanimado dónde estaría ella ahora. ¿Estaría feliz? ¿Se
acordaría de él, aunque sólo fuera un poco? Maldijo su destino por haberle negado
un momento propicio para decirle a ella que la amaba. Para él ese sentimiento era tan
nuevo, tan absolutamente asombroso, que se le había hecho difícil expresarlo. Le
había fallado a Lali, y eso no iba a poder perdonárselo nunca.
¿Se habría marchado ella de Inglaterra creyendo que a él no le importaba lo más
mínimo? Él era el primero en admitir que no había sido el mejor marido del mundo.
Había intentado cumplir con sus deberes hacia la reina, y en ese intento había
perdido a la mujer a la que amaba. ¡Por todos los infiernos! Le había costado mucho
acostumbrarse a la idea de que estaba enamorado de una española. Llevaba tanto
tiempo odiando a los españoles que ni siquiera era capaz de acordarse de cuando
aún no los odiaba. Estar con Lali había sido para él una lección de humildad. Sus
ansias de venganza eran ahora una carga terrible para él.
Lali era dulce y generosa, e incapaz de cometer atrocidades como las que él
había experimentado a manos de sus compatriotas. De mala gana tuvo que admitir
que igual no todos los españoles eran como los que habían matado a su familia y a él
lo habían hecho esclavo. Desde luego que el barco en el que él pasó cinco tristes años
de condena pertenecía al padre de Lali, pero desde entonces Peter se había
tomado la revancha muchas veces. Había saqueado más barcos de la flota de los
Esposito que de ninguna otra. Y ahora le había llegado el momento de olvidarlo y
seguir adelante con su vida. Su más corrosiva inquietud era que Lali se negase a
dejar atrás el pasado y ser su esposa para el resto de su vida. Aquella monjita no
había nacido para convertirse en santa. Tenía dentro demasiada pasión y demasiado
fuego para palidecer y marchitarse enclaustrada entre altos muros. Él la necesitaba;
se moría por ella; por ella lloraba su corazón.
La felicidad conyugal. Peter casi se echa a reír en alto ante semejante
estampa. Juntos, Lali y él resultaban explosivos. Tanto en la cama como fuera de
ella. La vida no sería jamás aburrida si tuviera a su vehemente esposa consigo.
Donde otros hombres podían acabar aburriéndose del matrimonio, a él lo mantenía
hechizado.
Por supuesto que tendrían hijos, se entusiasmó. Maldijo su propia estupidez
cuando comprendió cómo había herido a Lali al decirle que no quería ningún hijo
suyo. Vaya un cerdo arrogante que había sido. Nunca se lo perdonaría si aquellas
palabras desalmadas le acababan costando a su esposa.
Las semanas pasaban rápidas. Atado por su herida a la cama, Peter maldecía
su debilidad y su incapacidad de irse de Andros. No podía ir a España a reclamar a
su esposa, y tenía miedo de que en el ínterin Lali le olvidara; y habría perdido a su
española para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario