lunes, 23 de enero de 2017

CAPITULO 63

¡Maldita sea! ¿Quién puede ser? —Calzándose los bombachos, Peter abrió 
de golpe la puerta, y se sorprendió al ver a Nico Riera de pie en el umbral. 
—¡Nico ! ¿Qué pasa? ¿Le ha pasado algo al Vengador? 
—Tranquilízate, Peter, el Vengador está perfectamente. La Armada Española 
dejó Lisboa hace algunas semanas. Ha quedado maltrecha y dispersa por las
tormentas y el infernal tiempo que ha hecho, pero se ha reagrupado en La Coruña y
ahora viene de camino. Ha sido avistada desde las costas de Francia.
—¿Cómo lo sabes?
—Llegó un mensaje del hombre que enviaste a espiar a la armada. Imagino que
la reina habrá recibido el mismo informe.
—Tengo que reunirme con la reina inmediatamente —dijo Peter , animado
por poder dar fin a aquel largo periodo de inactividad—. Me reuniré contigo en el
Vengador directamente. Llama a todos los hombres que están de permiso en tierra
para que acudan.
Peter cerró la puerta detrás de Riera y se volvió a Lali.
—¿Lo has oído?
Ella asintió débilmente.
—Te marchas.
—Tan pronto como haya hablado con la reina. Estoy seguro de que ella tiene a
su propio servicio de espionaje recabando información, pero necesito conocer sus
planes ahora que tenemos certeza de la invasión.
Se vistió rápidamente, y luego se volvió hacia Lali.
—Temo que ya no hay tiempo para mandarte de vuelta al campo ahora. Si te
dejo al cuidado de la reina, no se atreverá a dejar que te ocurra nada. —La atrajo
cogiéndola por los hombros y la besó con fuerza. La garganta le dolía, y apenas podía
hablar—. Lali, hay cosas que quería decirte, pero tendrán que esperar. Cuídate
mucho, amor mío.
—Ten cuidado, Peter. Rezaré por ti. Te quie... —empezó a decir que le
quería, pero se lo pensó mejor. Sería mejor que él la odiara por lo que ella iba a tener
que hacer.
La reina se paseaba de arriba abajo por su Cámara Privada presa de la
agitación. La rodeaban los miembros de su consejo privado y asesores, incluido
Peter.
—Han llegado informes que indican que la Expedición Española ha tropezado
con mal tiempo, pero se ha reagrupado en La Coruña y se acerca a nuestras costas —
les confió—. Hemos ordenado que se provean vituallas y suministros a nuestra flota,
y hemos dictado instrucciones selladas que autorizan a Howard, Drake y Hawkins a
interceptar a la armada antes de que alcance nuestras costas.
—Mi barco está listo para zarpar —le informó Peter.
—¿Podéis vos llevar nuestras órdenes selladas a la flota? —le preguntó Isabel.
—Sí, Majestad.
—Mi escribano os las dará. Os deseamos buena navegación y feliz cacería, Sir
Lanzani.
Peter vaciló.
—¿Puedo hablar libremente, Majestad?
—¿Hay algo más que quieras tratar?
—Sí. Es sobre mi esposa. Sé cómo pensáis con respecto a ella, pero la deposito
bajo vuestra custodia durante mi ausencia. Confío en que miraréis que esté a salvo.
Las cejas de Isabel se dispararon hacia arriba.
—Vuestra audacia es ilimitada, Sir Lanzani. ¿Pensáis que Nuestra buena
disposición no tiene límite en lo que a vos respecta? Hombres de rango más alto que
el vuestro han caído cuando han exigido demasiado de Nos.
—Me doy cuenta de que puedo estar excediendo mis límites, y, si es así, suplico
vuestra indulgencia. Lucía es inocente en muchos aspectos, y solamente os pido que
la toméis bajo vuestra protección hasta que yo regrese.
Isabel se daba golpecitos impacientes con el abanico en la barbilla.
—Habéis contribuido generosamente a llenar nuestros cofres, así que
atenderemos a vuestra petición. Pero no esperéis demasiado de Nos.
—Gracias, Majestad dijo Peter, agradecido por cualquier protección que ella
ofreciera a Lali.
—Id con Dios, Sir Lanzani —dijo Isabel, poniendo fin a su conversación.
Sintiendo menester de oración y consuelo, Lali se vistió y corrió a la estancia
de los jesuitas. Se encontró con que estaban empaquetando en ese momento sus
escasas pertenencias. El padre Pedro la saludó con un aire de ausente preocupación.
—Entra, hija, entra. Nos ha llegado el momento de marcharnos. Hoy mismo
hemos recibido aviso de que la armada ya ha avistado tierra inglesa, y de que la flota
de la reina está todavía amarrada en Plymouth.
—La reina ahora se moverá con rapidez —conjeturó Lali.
—La reina es una vieja idiota indecisa —dijo el padre Bernardino con desdén—.
Pero nosotros debemos irnos inmediatamente. Hay un barco en Dover esperando
para cruzar el Canal hasta Calais. Desde allí seguiremos viaje en coche hasta Brest y
nos embarcaremos rumbo a Lisboa.
—Debes venirte con nosotros, hija —apremió el padre Juan—. Sabemos que
fuiste forzada al matrimonio y que jamás podrías amar a un inglés. No estarás segura
en la corte una vez que tu marido parta a incorporarse a la flota inglesa. Debes
confiar en nosotros, igual que nosotros confiamos en ti.
Lali le miró con asombro.
—¿Cómo sabéis que Peter se marcha?
—Ah, tenemos nuestros medios, hija mía. Sabemos que tu marido va a llevar
órdenes selladas de la reina a la flota. Esperamos que la flota se desplace pronto al
encuentro de la armada.
—También sabemos algo que la reina no sabe —confió el padre Juan—. La
armada, una vez que entre en el Canal de la Mancha, se detendrá en Dunquerque. El
Duque de Parma ha acumulado veinticinco mil soldados de los Países Bajos
españoles, que se sumarán a los veinticinco mil soldados que están ya instalados a
bordo de los barcos en España. Nuestras tropas llevan armas y pólvora suficientes
para que la victoria sea segura.
Lali se quedó consternada por las cifras que el padre Juan acababa de
manifestar.
—¿Tanto?
—La magnitud de las fuerzas involucradas y la naturaleza de su armamento no
tienen precedente ni en la historia española ni en la inglesa —exageró el padre
Pedro—. España saldrá victoriosa, porque Dios está de nuestra parte.
A Lali se le heló el corazón. El número de barcos, hombres y armas era
increíble. Pero aún más aterrador era el hecho de que Peter pudiera estar
precipitándose hacia una muerte segura. ¿Sabía él con qué se enfrentaba la flota
inglesa? Tenía que decírselo antes de que dejara Londres. Sabía que nada le iba a
hacer cambiar de opinión, pero aquella información podía serle extremadamente
valiosa. El amor de Lali por su marido sobrepasaba en mucho a su amor por la
patria.
—¿Cuando tenéis que abandonar Londres? —preguntó Lucía.
—Mañana —dijo el padre Pedro—. Tu martirio está a punto de terminarse. Te
prestaré uno de mis hábitos: nadie te reconocerá con un atuendo de fraile. Luego me
pondré en comunicación contigo para ultimar los detalles.
—Debo hacer el equipaje —dijo Lali, ansiosa por ir al encuentro de Peter y
decirle lo que acababa de averiguar.
—Ve en paz, hija mía —dijo el padre Pedro—. Pronto disfrutarás del bienestar
de la casa de tu padre.
Lali se apresuró por los pasillos, que se le habían hecho bastante familiares en
las semanas que había pasado en la corte, hasta llegar a la Cámara de Audiencias sin
aliento. La cámara estaba abarrotada y, por lo que pudo sacar en limpio de los
retazos de conversación que alcanzó a oír, se hablaba mucho de la armada que se
aproximaba. Su inspección visual de la cámara no reveló trazas de Peter. Entonces
vio a Lady Martina y, tragándose el orgullo, se acercó con la frente bien alta a la mujer.
—¿Habéis visto a mi marido, milady?
Lady Martina le hizo a Lali un gesto desdeñoso.
—¿Es que Peter no os tiene al tanto sus planes? Todo el mundo sabe que se
ha marchado a incorporarse a la flota en la rada de Plymouth. —Su voz era fría y
condescendiente—. Me pidió que le esperase. Dijo que había tomado una decisión
importante sobre su matrimonio y que estaba ansioso por contármela. Por desgracia
no tuvo tiempo para entrar en detalles.
Sus palabras tuvieron en Lali el efecto deseado. Ella sabía que no tenía que
creer a Lady Martina, porque probablemente hablaba llevada por los celos, pero aún así
aquello le dolió. Además, podía ser la verdad.
—No he venido a discutir sobre Peter. Sólo quiero saber si lo habéis visto en
los últimos minutos.

1 comentario:

  1. Aunque no se merezca la preocupación ppr peter,por su amor lali traicionara a los jesuitas...ojala llegue a tiempo y peter se de cuenta de cuanto lo ama ella

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