—Peter ... —Martina estampó un pie contra el suelo con enfado, mientras su
cuerpo aún vibraba de deseo no recompensado—. Maldito hombre —murmuró sin
aliento. Como esta vez no cumpliera su promesa se le iba a hundir el cielo encima. La
familia de Lady Martina era una fuerza poderosa en Inglaterra. Y ella en persona se
encargaría de que Peter Lanzani se quedase sin un penique si la decepcionaba.
Cuando hubiera acabado con él no tendría nada, ni siquiera ese barco suyo al que al
parecer daba tanto valor. Girando sobre sus tacones, regresó a la Cámara de
Audiencias.
Poco rato después Peter se deslizó fuera por una entrada lateral, llamó un
caballo de punto que pasaba y llegó a Billingsgate poco tiempo más tarde. Riera
le estaba esperando a bordo del Vengador.
—La cosa no te ha llevado mucho tiempo, Peter. —Sus ojos chispearon con
guasa—. Pensé que ibas a pasar más tiempo con Lali, sabiendo lo ansioso que
estabas por verla.
—Lali se ha marchado —dijo Peter lacónico.
—¡Marchado! ¿Adonde demonios se ha ido?
—Mi idea es que a España. Creo que en compañía de un grupo de sacerdotes
jesuitas que se volvieron a España al poco de zarpar nosotros.
—¿Lo sabes seguro?
La expresión de Peter se alteró sutilmente, revelando su incertidumbre.
—No. Nadie la vio marcharse. Isabel ya se aseguró de que no estaba en la
Residencia de los Lanzani. No hay ningún otro sitio adonde ella pudiera ir. Aparte de
los jesuitas no tenía a nadie a quien acudir en la corte; el resto de la gente la ignoraba,
y yo estaba demasiado ocupado o demasiado empecinado para portarme como un
marido con ella. Tengo que ir a buscarla para suplicarle que me perdone.
—¿Cuándo?
—¿Cómo está de averiado el barco?
—No muy gravemente. Nuestros carpinteros pueden reparar el timón y la
jarcia, y nuestros veleros pueden remendar los desgarros en las lonas sin dificultad.
No debería llevarles más de dos semanas.
Peter le dirigió una mirada sombría.
—No dispongo de dos semanas. Tiene que hacerse todo en seis días como
mucho.
—¡Seis días! Tú lo que pides es un milagro, Peter .
—Sí. ¿Puedes hacerlo?
—¿Qué pasa si te digo que no es posible?
—Que seré forzado a casarme con Lady Martina , o perderé todos mis bienes en
provecho de la corona y pasaré el resto de mis días en la Torre. Me dejarán en la
indigencia, Nico. Ni siquiera tendré un barco que me lleve de vuelta a Andros.
—En la indigencia tampoco exactamente, amigo mío. ¿Has olvidado el botín
que tienes escondido en Andros?
—No lo he olvidado, pero es insignificante comparado con lo que guardo en el
banco en Londres.
—¿Qué planes tienes?— preguntó Riera, barruntando otra aventura.
—Nos vamos a España —confió Peter —, pero antes... —Y en voz baja
esbozó a Riera su plan.
Riera le escuchó atentamente, asintiendo con entusiasmo mientras Peter
iba desplegando su plan.
—Podría resultar, pero ¿y si Lali no está dispuesta? ¿Y si no quiere tener nada
que ver contigo? Y tus planes, en lo que afecta a Lady Martina, como poco son
arriesgados. Está claro que quiere tenerte en la cama antes de la ceremonia. Y por
último, aunque no sea lo de menos, tienes en contra a la reina. Como la dejes
plantada seguramente no te lo perdonará jamás. Te prenderán y encarcelarán.
—Ya he tenido todo eso en cuenta, Nico, y me da risa si lo comparo con una
vida sin Lali. Todas las riquezas del mundo no me sirven de nada si no tengo a
Lali para compartirlas conmigo.
—Eso es muy fuerte para que lo diga un hombre que no puede soportar a los
españoles. La monjita se te ha metido muy adentro, ¿no?
—Sí —admitió Peter, más de lo que puedo expresar. Si no fuera así,
cumpliría con mi deber con la reina por muy desagradable que fuera. Pero ahora
preferiría pudrirme en la Torre antes que convertirme en el títere de la reina y tener
que firmar todos esos malditos papeles de la anulación. Pero necesito tu ayuda.
Riera se rió.
—Lo que me estás pidiendo es poco ortodoxo.
—Los tiempos desesperados demandan medidas desesperadas. Si no tienes
arrestos para hacerlo...
—No es eso —arguyó Riera, aún sonriente—. Pero la dama no puede dejar
de notar la diferencia...
—...A menos que aproveches la ventaja que te da la oscuridad. Somos de
rasgos y porte lo bastante parecidos como para no levantar sospecha. Tú sólo
asegúrate de hacer como corresponde el condenado trabajo. No quiero dudas sobre
mi virilidad. Tengo una reputación que mantener.
Riera soltó una sonora carcajada.
—Tan presumido como siempre, ya veo. No te preocupes, amigo mío, rendiré
honores a la dama con el mástil bien alto. Hemos compartido mujeres muchas veces
a lo largo de los años, pero ésta es la primera y la última vez que lo voy a hacer en tu
nombre.
—Pon a los hombres a hacer las reparaciones, Nico. Hay mucho que hacer antes
de que icemos las velas. Te veré más tarde esta noche en mis habitaciones de
Whitehall.
Peter se marchó, yendo directamente desde el Vengador al despacho de su
abogado procurador. Peter había contratado a Sylvester Thornhill poco después
de regresar a Inglaterra cuando era joven, después de escapar de la esclavitud.
Thornhill había acreditado su valía una y otra vez durante los años en que Peter
había navegado mar adentro en busca de botín español. Era digno de confianza,
discreto y, por encima de todo, capaz de ocuparse en todos los aspectos de los
asuntos de Peter. Y Peter confiaba en que Thornhill no divulgaría nada de lo
que pasase entre las paredes de su despacho.
—¿Tenéis algún reparo en hacer lo que os pido? —inquirió Peter una vez que
hubo expuesto sus planes al abogado.
—A ver si me he enterado bien —dijo Thornhill lentamente—. Deseáis despedir
con una pensión a vuestros criados de la Residencia de los Lanzani y darles una
indemnización generosa. ¿Pensáis cerrar la mansión para siempre?
—Voy a abandonar el país, quizás para siempre —le confió Peter —. Seré
honrado con vos, Thornhill, porque vos lo merecéis. Es probable que la corona vaya a
incautar mis bienes. No quiero que mis criados lo pasen mal, especialmente Pablo Martinez. Es un hombre bueno, y leal.
A Thornhill se le pusieron los ojos redondos.
—Pero vos sois un héroe, Capitán, ¿por qué habrían de ser confiscados vuestros
bienes?
—Es una historia larga, y desde luego os la contaré, pero primero, ¿estáis
dispuesto a seguir mis instrucciones?
—Desde luego, ¿lo habíais dudado? ¿Qué más puedo hacer por vos?
—Mucho. Voy a convertir todos mis activos en oro y los voy a trasladar al
Vengador. Si podéis hallar un comprador para la Residencia de los Lanzani en una
semana, bien, pero si no, no tiene importancia.
—Puede ser difícil, pero no imposible. Ya se me han ocurrido varias
posibilidades. ¿Eso es todo?
—No. Deseo que continuéis siendo mi agente en Londres para los cargamentos
de madera que envíe por mar desde Andros. Tomad vuestros honorarios de los
beneficios e ingresad el resto en el banco a nombre de mi primer oficial, Nico Riera. Él estará en libertad de entrar y salir de Inglaterra cuando quiera.
Thornhill escrutó el rostro de Peter.
—Esto suena como a que vayáis a cortar lazos con Inglaterra, capitán Lanzani .
¿Estáis seguro de que eso es lo que queréis?
—Las circunstancias lo hacen necesario. No habría elegido este camino si la
reina no me hubiera hecho imposible el quedarme en Inglaterra. —Se puso de pie—.
El tiempo escasea, y todavía queda mucho que hacer. Enviadme recado al Vengador
cuando hayáis terminado las tareas que os he encargado. Nada es privado en la corte,
y quiero mantener en secreto mis planes.
—Pronto tendréis noticias mías, capitán Lanzani.
Más tarde aquel día Nico Riera se abrió paso sin mucha fanfarria hasta la
habitación de Peter. Su discreto repique de nudillos fue respondido
inmediatamente, y se deslizó dentro en el momento en que se abrió la puerta.
—Pido a Dios que esto funcione —dijo Nico, con una sonrisa traviesa—; aunque
sigo diciendo que deberías hacer tú tu propio trabajo sucio.
Peter le atajó con la mirada.
—Tampoco es que no vayas a ser placenteramente recompensado por el trabajo
de esta noche.
Riera arqueó una bien formada ceja.
—Ya te contaré después. ¿Estás seguro de que es esto lo que quieres?
—Necesito conseguir tiempo, Nico, y desde luego no quiero irme a la cama con
Lady Martina . No podría tocarla sin pensar en Lali a cada instante que estuviera con
ella. No quiero traicionar a mi esposa. Esta es la única forma que se me ocurre de
aplacar a Martina y no traicionar mis votos matrimoniales. Martina es una perrilla en celo.
Creo que vas a disfrutar con ella. Estuve muy tentado de probarla en más de una
ocasión, pero siempre hubo algo que me detuvo.
—Es un truco sucio, pero lo comprendo. No te preocupes, no decepcionaré a la
dama.
—Sólo una cosa más, Nico —le recordó Peter —. No quiero que dejes a Martina
con un crío en la tripa cuando ni tú ni yo vamos a estar para hacernos cargo. No
quiero herirla, no es una persona perversa, sólo un poco caprichosa. No es virgen, o
sea que tampoco le estarás robando nada que ella no haya entregado ya. Sólo
asegúrate de que le das el suficiente placer como para dejarla satisfecha.
Los pasillos estaban desiertos. Hacía rato que la medianoche ya había pasado;
era ese momento en que las horas más negras de la noche extienden su manto sobre
el mundo dormido. Nico y Peter salieron de la habitación deslizándose
sigilosamente y reptaron por el pasillo hasta el dormitorio de Lady Martina. Se
detuvieron en la puerta por un brevísimo instante, y entonces Peter se volvió hacia
Nico y le puso un dedo sobre los labios. Nico se hizo a un lado cuando Peter abrió
la puerta y se introdujo dentro. Una solitaria vela, consumida casi hasta el cabo, hacía
parecer puerto seguro para amantes la estancia alumbrada de sombras. La llama
parpadeante parecía peligrosamente a punto de extinguirse.
—Peter , ¿eres tú? ¿Qué es lo que te ha tomado tanto tiempo? He pasado
horas esperando. —El tono quejumbroso de su voz revelaba su irritación.
—Sí, soy yo, Martina. —Se acercó a la cama, parándose unos segundos cerca de la
vacilante luz de la vela para que Martina pudiera contemplarle a fondo.
—Date prisa, amor mío —jadeó entrecortadamente ella—, y por lo que más
quieras, cierra la puerta.
Volviéndose con rapidez, Peter se aseguró de levantar a su paso brisa
suficiente para apagar la moribunda vela. La estancia se sumió en la oscuridad.
—Peter , ¿qué ha pasado?
—Nada —la tranquilizó Peter —. La llama se ha apagado. Tampoco
necesitamos luz. En cuanto cierre la puerta estoy contigo.
cuerpo aún vibraba de deseo no recompensado—. Maldito hombre —murmuró sin
aliento. Como esta vez no cumpliera su promesa se le iba a hundir el cielo encima. La
familia de Lady Martina era una fuerza poderosa en Inglaterra. Y ella en persona se
encargaría de que Peter Lanzani se quedase sin un penique si la decepcionaba.
Cuando hubiera acabado con él no tendría nada, ni siquiera ese barco suyo al que al
parecer daba tanto valor. Girando sobre sus tacones, regresó a la Cámara de
Audiencias.
Poco rato después Peter se deslizó fuera por una entrada lateral, llamó un
caballo de punto que pasaba y llegó a Billingsgate poco tiempo más tarde. Riera
le estaba esperando a bordo del Vengador.
—La cosa no te ha llevado mucho tiempo, Peter. —Sus ojos chispearon con
guasa—. Pensé que ibas a pasar más tiempo con Lali, sabiendo lo ansioso que
estabas por verla.
—Lali se ha marchado —dijo Peter lacónico.
—¡Marchado! ¿Adonde demonios se ha ido?
—Mi idea es que a España. Creo que en compañía de un grupo de sacerdotes
jesuitas que se volvieron a España al poco de zarpar nosotros.
—¿Lo sabes seguro?
La expresión de Peter se alteró sutilmente, revelando su incertidumbre.
—No. Nadie la vio marcharse. Isabel ya se aseguró de que no estaba en la
Residencia de los Lanzani. No hay ningún otro sitio adonde ella pudiera ir. Aparte de
los jesuitas no tenía a nadie a quien acudir en la corte; el resto de la gente la ignoraba,
y yo estaba demasiado ocupado o demasiado empecinado para portarme como un
marido con ella. Tengo que ir a buscarla para suplicarle que me perdone.
—¿Cuándo?
—¿Cómo está de averiado el barco?
—No muy gravemente. Nuestros carpinteros pueden reparar el timón y la
jarcia, y nuestros veleros pueden remendar los desgarros en las lonas sin dificultad.
No debería llevarles más de dos semanas.
Peter le dirigió una mirada sombría.
—No dispongo de dos semanas. Tiene que hacerse todo en seis días como
mucho.
—¡Seis días! Tú lo que pides es un milagro, Peter .
—Sí. ¿Puedes hacerlo?
—¿Qué pasa si te digo que no es posible?
—Que seré forzado a casarme con Lady Martina , o perderé todos mis bienes en
provecho de la corona y pasaré el resto de mis días en la Torre. Me dejarán en la
indigencia, Nico. Ni siquiera tendré un barco que me lleve de vuelta a Andros.
—En la indigencia tampoco exactamente, amigo mío. ¿Has olvidado el botín
que tienes escondido en Andros?
—No lo he olvidado, pero es insignificante comparado con lo que guardo en el
banco en Londres.
—¿Qué planes tienes?— preguntó Riera, barruntando otra aventura.
—Nos vamos a España —confió Peter —, pero antes... —Y en voz baja
esbozó a Riera su plan.
Riera le escuchó atentamente, asintiendo con entusiasmo mientras Peter
iba desplegando su plan.
—Podría resultar, pero ¿y si Lali no está dispuesta? ¿Y si no quiere tener nada
que ver contigo? Y tus planes, en lo que afecta a Lady Martina, como poco son
arriesgados. Está claro que quiere tenerte en la cama antes de la ceremonia. Y por
último, aunque no sea lo de menos, tienes en contra a la reina. Como la dejes
plantada seguramente no te lo perdonará jamás. Te prenderán y encarcelarán.
—Ya he tenido todo eso en cuenta, Nico, y me da risa si lo comparo con una
vida sin Lali. Todas las riquezas del mundo no me sirven de nada si no tengo a
Lali para compartirlas conmigo.
—Eso es muy fuerte para que lo diga un hombre que no puede soportar a los
españoles. La monjita se te ha metido muy adentro, ¿no?
—Sí —admitió Peter, más de lo que puedo expresar. Si no fuera así,
cumpliría con mi deber con la reina por muy desagradable que fuera. Pero ahora
preferiría pudrirme en la Torre antes que convertirme en el títere de la reina y tener
que firmar todos esos malditos papeles de la anulación. Pero necesito tu ayuda.
Riera se rió.
—Lo que me estás pidiendo es poco ortodoxo.
—Los tiempos desesperados demandan medidas desesperadas. Si no tienes
arrestos para hacerlo...
—No es eso —arguyó Riera, aún sonriente—. Pero la dama no puede dejar
de notar la diferencia...
—...A menos que aproveches la ventaja que te da la oscuridad. Somos de
rasgos y porte lo bastante parecidos como para no levantar sospecha. Tú sólo
asegúrate de hacer como corresponde el condenado trabajo. No quiero dudas sobre
mi virilidad. Tengo una reputación que mantener.
Riera soltó una sonora carcajada.
—Tan presumido como siempre, ya veo. No te preocupes, amigo mío, rendiré
honores a la dama con el mástil bien alto. Hemos compartido mujeres muchas veces
a lo largo de los años, pero ésta es la primera y la última vez que lo voy a hacer en tu
nombre.
—Pon a los hombres a hacer las reparaciones, Nico. Hay mucho que hacer antes
de que icemos las velas. Te veré más tarde esta noche en mis habitaciones de
Whitehall.
Peter se marchó, yendo directamente desde el Vengador al despacho de su
abogado procurador. Peter había contratado a Sylvester Thornhill poco después
de regresar a Inglaterra cuando era joven, después de escapar de la esclavitud.
Thornhill había acreditado su valía una y otra vez durante los años en que Peter
había navegado mar adentro en busca de botín español. Era digno de confianza,
discreto y, por encima de todo, capaz de ocuparse en todos los aspectos de los
asuntos de Peter. Y Peter confiaba en que Thornhill no divulgaría nada de lo
que pasase entre las paredes de su despacho.
—¿Tenéis algún reparo en hacer lo que os pido? —inquirió Peter una vez que
hubo expuesto sus planes al abogado.
—A ver si me he enterado bien —dijo Thornhill lentamente—. Deseáis despedir
con una pensión a vuestros criados de la Residencia de los Lanzani y darles una
indemnización generosa. ¿Pensáis cerrar la mansión para siempre?
—Voy a abandonar el país, quizás para siempre —le confió Peter —. Seré
honrado con vos, Thornhill, porque vos lo merecéis. Es probable que la corona vaya a
incautar mis bienes. No quiero que mis criados lo pasen mal, especialmente Pablo Martinez. Es un hombre bueno, y leal.
A Thornhill se le pusieron los ojos redondos.
—Pero vos sois un héroe, Capitán, ¿por qué habrían de ser confiscados vuestros
bienes?
—Es una historia larga, y desde luego os la contaré, pero primero, ¿estáis
dispuesto a seguir mis instrucciones?
—Desde luego, ¿lo habíais dudado? ¿Qué más puedo hacer por vos?
—Mucho. Voy a convertir todos mis activos en oro y los voy a trasladar al
Vengador. Si podéis hallar un comprador para la Residencia de los Lanzani en una
semana, bien, pero si no, no tiene importancia.
—Puede ser difícil, pero no imposible. Ya se me han ocurrido varias
posibilidades. ¿Eso es todo?
—No. Deseo que continuéis siendo mi agente en Londres para los cargamentos
de madera que envíe por mar desde Andros. Tomad vuestros honorarios de los
beneficios e ingresad el resto en el banco a nombre de mi primer oficial, Nico Riera. Él estará en libertad de entrar y salir de Inglaterra cuando quiera.
Thornhill escrutó el rostro de Peter.
—Esto suena como a que vayáis a cortar lazos con Inglaterra, capitán Lanzani .
¿Estáis seguro de que eso es lo que queréis?
—Las circunstancias lo hacen necesario. No habría elegido este camino si la
reina no me hubiera hecho imposible el quedarme en Inglaterra. —Se puso de pie—.
El tiempo escasea, y todavía queda mucho que hacer. Enviadme recado al Vengador
cuando hayáis terminado las tareas que os he encargado. Nada es privado en la corte,
y quiero mantener en secreto mis planes.
—Pronto tendréis noticias mías, capitán Lanzani.
Más tarde aquel día Nico Riera se abrió paso sin mucha fanfarria hasta la
habitación de Peter. Su discreto repique de nudillos fue respondido
inmediatamente, y se deslizó dentro en el momento en que se abrió la puerta.
—Pido a Dios que esto funcione —dijo Nico, con una sonrisa traviesa—; aunque
sigo diciendo que deberías hacer tú tu propio trabajo sucio.
Peter le atajó con la mirada.
—Tampoco es que no vayas a ser placenteramente recompensado por el trabajo
de esta noche.
Riera arqueó una bien formada ceja.
—Ya te contaré después. ¿Estás seguro de que es esto lo que quieres?
—Necesito conseguir tiempo, Nico, y desde luego no quiero irme a la cama con
Lady Martina . No podría tocarla sin pensar en Lali a cada instante que estuviera con
ella. No quiero traicionar a mi esposa. Esta es la única forma que se me ocurre de
aplacar a Martina y no traicionar mis votos matrimoniales. Martina es una perrilla en celo.
Creo que vas a disfrutar con ella. Estuve muy tentado de probarla en más de una
ocasión, pero siempre hubo algo que me detuvo.
—Es un truco sucio, pero lo comprendo. No te preocupes, no decepcionaré a la
dama.
—Sólo una cosa más, Nico —le recordó Peter —. No quiero que dejes a Martina
con un crío en la tripa cuando ni tú ni yo vamos a estar para hacernos cargo. No
quiero herirla, no es una persona perversa, sólo un poco caprichosa. No es virgen, o
sea que tampoco le estarás robando nada que ella no haya entregado ya. Sólo
asegúrate de que le das el suficiente placer como para dejarla satisfecha.
Los pasillos estaban desiertos. Hacía rato que la medianoche ya había pasado;
era ese momento en que las horas más negras de la noche extienden su manto sobre
el mundo dormido. Nico y Peter salieron de la habitación deslizándose
sigilosamente y reptaron por el pasillo hasta el dormitorio de Lady Martina. Se
detuvieron en la puerta por un brevísimo instante, y entonces Peter se volvió hacia
Nico y le puso un dedo sobre los labios. Nico se hizo a un lado cuando Peter abrió
la puerta y se introdujo dentro. Una solitaria vela, consumida casi hasta el cabo, hacía
parecer puerto seguro para amantes la estancia alumbrada de sombras. La llama
parpadeante parecía peligrosamente a punto de extinguirse.
—Peter , ¿eres tú? ¿Qué es lo que te ha tomado tanto tiempo? He pasado
horas esperando. —El tono quejumbroso de su voz revelaba su irritación.
—Sí, soy yo, Martina. —Se acercó a la cama, parándose unos segundos cerca de la
vacilante luz de la vela para que Martina pudiera contemplarle a fondo.
—Date prisa, amor mío —jadeó entrecortadamente ella—, y por lo que más
quieras, cierra la puerta.
Volviéndose con rapidez, Peter se aseguró de levantar a su paso brisa
suficiente para apagar la moribunda vela. La estancia se sumió en la oscuridad.
—Peter , ¿qué ha pasado?
—Nada —la tranquilizó Peter —. La llama se ha apagado. Tampoco
necesitamos luz. En cuanto cierre la puerta estoy contigo.
Bien peter hazte q algo comienzas hacer bien
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