sábado, 21 de enero de 2017

CAPITULO 59

La noche aún era joven. Lali seguía durmiendo en la cama de Peter cuando
éste se vistió y se marchó para atender a su cita con Nico Riera a bordo del
Vengador. Mientras Peter y Nico estaban sentados en el camarote del capitán
compartiendo una botella de coñac, Peter anunció: 
—Lali está en Londres.
—¿Enviaste a buscarla? —preguntó Nico, sobresaltado por aquella revelación de
Peter —. A la reina no le va a gustar. Pensé que estabas considerando la propuesta
de la reina de disolver tu matrimonio y casarte con Lady Martina.
—¡Rayos, no, yo no he mandado a buscar Lali! Además, la anulación del
matrimonio es idea de la reina Isabel, no mía. Intenté hacer las cosas según las
normas de la reina. No tienes ni idea de cómo me aburre lo de andar con cortesanas
cómplices y cortesanos remilgados. No pertenezco a este ambiente, Nico. El papel de
cortesano no me va. Tener que estar siguiéndole el juego a la reina no es la idea que
yo tengo de una vida provechosa. ¡Por todos los infiernos! ¿Por qué no podía Lali
haberse quedado en el campo? Ahora estoy obligado a presentarla en sociedad y
mantenerme sin remedio callado mientras la rechazan y la ponen en ridículo. Su
sangre española la convierte en persona non grata.
—Podríamos marcharnos —sugirió Nico —. El Vengador está completamente
avituallado y listo para zarpar.
—Me tienta, Nico, pero no puedo irme mientras Inglaterra necesite mi barco. Tú
y yo sabemos que la Expedición Española es una realidad, y una amenaza inminente
para las costas inglesas.
—¿Y qué pasa con Lali?
—Se va a quedar en Londres —dijo Peter, lacónico—. La voy a presentar a la
reina, y espero que las cosas vayan lo mejor posible.
Riera escrutó el rostro de Peter, preguntándose si su capitán sabía que
estaba enamorado de su propia esposa o si era demasiado testarudo para darse
cuenta de ello. A Riera le parecía que Peter era un perfecto idiota por dejar
que el linaje español de Lali destruyera lo que podría ser un matrimonio feliz.
—¿Todavía crees que fue Lali quien ordenó que te dieran aquellas palizas en
La Habana? Porque si creyeras que llegó a odiarte tanto como para procurar tu
muerte, dudo mucho que la siguieras deseando. La de perdonar no es una de tus
virtudes.
—Virtudes tengo pocas, como tú bien sabes, Nico. —Peter echó un saludable
trago de coñac antes de seguir—. Pero aciertas al creer que ya no pienso que Lali se
hiciera amante de Martinez, ni que fuera ella quien ordenó que me dieran aquellas
palizas. Si lo pensara ya se me habría ocurrido un castigo ajustado al delito. Para
serte sincero... —sus palabras se quebraron, y miró fijamente el líquido ambarino en
su vaso—. Que Dios se apiade de mí. He dedicado toda mi vida adulta a odiar a los
españoles. Y de pronto me veo dudando de los motivos mismos de mi venganza, de
mi propia cordura. Sé que Lali y yo somos una pareja insólita, que hemos
aterrizado juntos por casualidad, pero ninguna otra mujer me satisface como ella.
Se levantó de su asiento, avergonzado de haber revelado tanto de sus más
íntimos sentimientos. Rara vez se soltaba hablando de asuntos del corazón.
—Ahora tengo que irme. Lali ya estará despierta, y yo todavía tengo un
recado que hacer. Lali se marchó de la Residencia de los Lanzani sin equipaje, y habrá
que llenar su guardarropa antes de que pueda ser presentada a la corte.
—No te preocupes por el Vengador, Peter. Está listo para hacerse a la mar en
cuanto tú lo estés.
—Ata corto a los marineros y tenlos así —le recomendó Peter —. No nos
vendría nada bien que estuvieran en las tabernas atiborrándose de grog cuando los
necesitemos.
Lali se despertó sintiéndose indolente, aunque extrañamente contenta. Se
estiró lánguidamente y sonrió, recordando las horas de éxtasis que había pasado
haciendo el amor con Peter. Después de un rato de gozoso recuerdo, de repente
frunció el ceño al recordar cómo Peter había renunciado cruelmente a cualquier
hijo que pudieran concebir. Saltando de la cama, cayó de rodillas y rogó con fervor
que no se hubiera concebido ningún hijo en su tempestuoso encuentro. Después de
un largo intervalo de oración, se levantó insegura y comenzó a vestirse,
contemplando todo el tiempo su sombrío porvenir.
No tenía ni idea de cuándo había dejado Peter la cama ni de cuánto tiempo
había dormido, pero su estómago quejumbroso le recordó que no había hecho una
comida propiamente dicha desde que dejó la Residencia de los Lanzani. Había
oscurecido mientras dormía, pero Lali supuso que no era tarde porque podía oír
retazos de música colándose por los pasillos. Había oído decir que la corte de la reina
Isabel era un lugar frívolo donde se celebraban bailes y cosas así casi todas las
noches. ¿Era ahí donde iba Peter?, se preguntó. ¿A bailar con su amante y hacerse el
galán? ¿Disfrutaba saltando de cama en cama?
Otro fuerte ruido sordo le recordó a Lali que tenía el estómago vacío, y
decidió buscar a un criado que la orientara hacia la comida. El pasillo estaba vacío
cuado salió de la habitación; ningún criado a la vista. Siguió el sonido de la música,
con la esperanza de encontrar a alguien que pudiera atenderla.
—Lady Lanzani, qué maravilloso es volver a veros tan pronto. ¿Buscáis a vuestro
esposo? No me digáis que no ha regresado a vuestro dormitorio.
Lali dio un violento respingo, pero luego se tranquilizó al reconocer a Lord
Harley.
—Lord Harley, me habéis asustado. He visto a Peter, pero parece que se ha
esfumado otra vez.
—Bien, pues entonces —dijo Harley, con ojos chispeantes de malicia—,
permitidme que os acompañe.
—Ay, no, no es necesario —declaró Lali, retrocediendo alarmada—. Sólo
estaba buscando algo que comer. Quizá vos podáis orientarme. Con cualquier cosa
me vale.
—Desde luego que no —dijo Harley indignado—. Cómo va a valer cualquier
cosa para vos, señora mía. Una mujer con vuestra gran belleza y vuestro encanto
merece un festín digno de una reina. Venid —dijo, ofreciéndole el brazo—. Conozco
un sitio privado donde podréis disfrutar de una comida.
La condujo a una antesala pequeña por un pasillo desierto. Estaba amueblada
con una mesa, sillas y un diván de brocado. La lumbre ardía alegremente en la
chimenea, convirtiendo aquella salita en un acogedor refugio para enamorados.
Ignorante de las astucias de Harley, Lali vio aquello simplemente como una
estancia tranquila donde no intervenía la frivolidad de la corte.
—Esperad aquí, señora mía, vuelvo enseguida con una bandeja de comida.
Lali pensó que Lord Harley era un hombre decididamente agradable, y
servicial, además. Se le ocurrió que Peter la había dejado sin pensar ni un
momento en su acomodo, mientras que Lord Harley parecía muy solícito en cuanto a
su bienestar. Peter debió haberse interesado por sus necesidades en lugar de saciar
su lujuria y abandonarla, pensó enojada.
Lord Harley regresó portando una bandeja repleta de comida, más de la que
Lali habría podido comer. Había incluido también una botella de rico vino tinto y
dos vasos. Posó la bandeja en la mesa con una reverencia y miró hambriento a Lali,
con los ojos brillantes de expectación. Cuando regresaba con la comida no había
podido resistirse a parar a dos de sus amigos y fanfarronear de su cita íntima con la
esposa española de Sir Peter Lanzani. Ni pudo reprimirse de dar jabón poético sobre
su seductora belleza y sus exuberantes encantos, dejando a sus amigos llenos de
envidia por su conquista.
—Yo ya he comido, pero compartiré el vino con vos —le dijo a Lali—. Es de
una cosecha excelente. —Escanció un vaso para cada uno y saludó levantando el
suyo.
—Todo parece delicioso —dijo Lali, devolviéndole el brindis. Tomó un sorbo
de vino, se dio cuenta de que tenía sed, y se bebió el resto de un trago. Harley le
rellenó el vaso mientras Lali escarbaba en la comida, que empujaba con más de
aquel vino excelente. Cada vez que su vaso estaba vacío Harley lo rellenaba,
descuidando su propio vaso vacío. Quería tener las ideas claras cuando disfrutara de
aquel bocado español.
Para cuando Lali terminó de comer, la botella de vino estaba vacía y su cabeza
navegaba. De no haber sido por la copiosa cantidad de comida que había consumido,
habría estado borracha como una cuba.
—Sois una mujer hermosa, Lady Lanzani —murmuró Harley con voz ronca—.
Venid a sentaros a mi lado en el diván. A diferencia de vuestro esposo, yo voy a estar
muy atento a vuestras necesidades.
De repente Lali se dio cuenta de la incorrección de estar a solas con un
hombre al que apenas conocía. Tenía que estar loca, o verdaderamente muerta de
hambre, para haber permitido que llegara a producirse una situación tan íntima.
Pensó que su ignorancia de las intrigas de la corte y su inexperiencia habían
permitido que cayera en esta situación.
—Se está haciendo tarde —objetó Lali—. Debo regresar a las habitaciones de
mi esposo. Gracias de nuevo por atenderme.
—Vuestro esposo no os merece —dijo Harley agarrándola por la cintura y
arrastrándola hacia el diván—. Vos sois lo bastante inteligente para saber que él y
Lady Martina son la parejita de la temporada. No es ningún secreto que Martina se derrite
por sus huesos. Se derretía por los míos hace algún tiempo, pero resultó que yo no
era lo bastante rico.
Lali hizo una mueca de dolor. Lord Harley sólo estaba poniendo voz a lo que
era del dominio público, pero aun así dolía. Dejó vagar la mente y de pronto se
encontró medio tumbada en el regazo de Lord Harley y concienzudamente sobada.
—Lord Harley, suélteme ahora mismo. Pensé que erais amigo mío.
—Ah, lo soy, Lady Lanzani, lo soy. Voy a demostraros lo fiel amigo que soy en
cuanto logre quitaros la ropa.
Lali tenía que admitir que Lord Harley se las arreglaba bien con la ropa de las
mujeres. Tan pronto como ella le apartaba las manos de alguna parte de su anatomía,
ya estaba él manoseándola por otra, tratando de quitarle la ropa. ¿Es que todos los
hombres iban a ser unos cerdos libidinosos como aquél?
Peter abrió la puerta de su cámara, esperando encontrar a Lali durmiendo
todavía. Llevaba una bandeja de comida que había hurtado del mostrador del
comedor, preocupado porque ella no hubiera comido aún. Había terminado sus
tareas en la villa y estaba listo para enfrentarse con los, al parecer, insalvables
problemas que tenían. Su dormitorio estaba a oscuras, y Peter posó la bandeja y
frotó un pedernal para encender una vela. Maldijo en voz alta, y mucho, cuando
descubrió que Lali se había ido.
Salió de la habitación de mala manera en un acceso de rabia. Ella en realidad no
conocía a nadie en la corte y podía meterse en serios apuros. Lali era una mujer
bella, pero peligrosamente inocente en cuanto a los usos mundanos. Cualquiera de
los hombres o mujeres sin escrúpulos de la corte querría aprovecharse de ella sin
pestañear. Sintió que le brotaban alas en los pies mientras volaba por los pasillos en
busca de su esposa.
Parecía que Lali se hubiera esfumado, porque Peter no pudo encontrarla en
ningún sitio del palacio. Su mayor temor era que se hubiera ido tan misteriosamente
como había aparecido. La idea de que Lali anduviera vagando sola por las calles de
Londres le llenó de terror. Rebasaba corriendo la Cámara de Audiencias cuando le
hizo señas un conocido con el que había pasado muchas horas bebiendo y jugando.
CAPITULO 60
—Peter, eh, ¿por qué no habías dicho que tu esposa estaba en la corte? Y
resulta que es una belleza deslumbrante. Peter se detuvo en seco.
—¿La has visto, Pierce?
—No, pero Harley habla maravillas de ella. Desde luego a mí no me importa
que sea española. Todas las mujeres son iguales bajo las sábanas —dijo, guiñando un
ojo sin recato—. Ahora mismo envidio a Harley.
De repente el control de Peter cedió con un chasquido. Cómo se atrevía aquel
tipo a hablar de Lali como si fuera una vulgar fulana. Agarrando a Pierce por las
solapas, lo levantó en vilo hasta que tuvieron las narices pegadas.
—¿Qué pasa con Harley y mi esposa? ¿Sabes tú algo que yo no sepa?
Pierce tartamudeó con temor.
—Mira, yo no quería ofender. Viéndoos a Lady Martina y a ti tan a gusto, pensé
que Lady Lanzani era pieza disponible. Todo el mundo sabe que el tuyo fue un
matrimonio forzado. No fue una unión por amor, o sea que ¿dónde está el problema?
—El problema es que Lali es mi esposa —dijo Peter apretando los dientes—
. ¿Dónde están?
Pierce tragó saliva visiblemente.
—Están cenando en privado en la antesala pequeña que hay en el pasillo oeste.
—¿Ésa que suele usarse para citas amorosas privadas? —preguntó Peter . Su
dominio de sí mismo saltó en pedazos, y tiró a Pierce a un lado como si fuera un
muñeco de trapo. Se fue derecho a aquella salita que tenía razones para conocer bien.
A menudo se había encontrado allí con Lady Martina para hablar en privado, aunque
ella habría preferido que fuera para otra cosa. Pero él sabía que aquel lugar se usaba
para más, mucho más, que conversar, y el mero pensamiento de lo que se iba a
encontrar casi le destrozaba. Una inocente como Lali sería igual que masilla en las
manos de un granuja mujeriego como Harley.
Lali, en un revoltijo de brazos y piernas, peleaba en aquel momento para salir
del regazo de Harley. Tratando desesperadamente de despejarse del efecto mareante
del fuerte vino, cayó al suelo con una sacudida que le hizo rechinar los dientes.
—El suelo es una excelente idea, Lady Lanzani —se rió Harley, poniéndose de
rodillas al lado de ella—. El diván es demasiado angosto para lo que yo me
propongo. —Con una sonrisa de ave de rapiña se agachó hasta ponerse encima de
ella. Protestando violentamente, Lali se zafó de debajo de él y trató de incorporarse.
Harley la agarró por un tobillo y tiró de ella hacia abajo.
—¡No!, ¡dejadme marchar!
—Ya la has oído, Harley: suelta a mi esposa.
Harley trepó hasta ponerse de pie, mientras con el rostro desprovisto de todo
color trataba de aplacar a Peter.
—Yo no estaba haciendo nada que Lady Lanzani no deseara —dijo débilmente—.
Vino aquí de muy buen grado.
Peter dirigió a Lali una mirada fulminante.
—¿Es eso cierto, Lali?
—Me fui de tu habitación porque estaba muerta de hambre. Lord Harley se
ofreció a traerme una bandeja de comida y sugirió que comiera aquí, lejos del gentío.
No se me ocurrió que pudiese... acercárseme. ¿Son todos los ingleses así de groseros?
—Lárgate de aquí, Harley —dijo Peter entre dientes. Harley no esperó a una
segunda orden. Salió volando del cuarto como si el Diablo mismo lo persiguiera. Un
Diablo llamado Peter Lanzani.
La mirada de Peter no se apartó ni un instante de Lali, pero pareció saber
desde qué momento Harley ya no estaba con ellos.
—¿Estás bien?
La cabeza de Lali se bamboleó de arriba abajo.
—Peter, no tenía ni idea de que Harley fuera a tratar de aprovecharse de mí.
¿Soy tan ingenua que no sé cuándo estoy en peligro? Las monjas no me enseñaron
cómo debe una comportarse en la corte, donde la esposa de un hombre es pieza
disponible para hombres sin escrúpulos.
—¿Por qué saliste de mi habitación?
—Te lo he dicho, estaba muerta de hambre. Pensé que ya no querías nada
conmigo después de que hiciéramos...
—¿...De que hiciéramos el amor? —completó Peter —. ¿Por qué iba yo a
hacer eso?
—Quizá Lady Martina...
—Lady Martina me importa un comino. Pensé que ya lo había dejado claro. Tenía
que verme con Nico a bordo del Vengador. He vuelto tan pronto como he
podido, esperando encontrarte tranquilamente dormida en mi cama. Casi me pongo
fuera de mí cuando encontré la habitación vacía. ¿Cómo has conocido a Lord Harley?
—Cuando llegué a Whitehall él tuvo la amabilidad de guiarme hasta tus
habitaciones. Pensé que era encantador y..., y...
—Es un sinvergüenza, igual que los otros figurines de la corte. Mantente
apartada de ellos, Lali. Tú no estás preparada para entenderte con esa ralea.
A Lucía le resultaba difícil enfocar a Peter. Lo veía doble. Además el vino le
estaba haciendo estragos en el sentido del equilibrio, y le resultaba
endemoniadamente difícil mantenerlo.
—¿Y para entenderme contigo estoy preparada, Peter?
—De sobra, bruja —gruñó, apretándola fuertemente contra sí—. Mantente
alejada de otros hombres, o no respondo.
Su respuesta fue un hipo burbujeante que hizo dispararse hacia arriba las cejas
de Peter.
—¿Estás borracha, Lali? —Inspeccionó la botella de vino vacía y gruñó—. ¡Por
todos los infiernos, el muy malnacido ha intentado emborracharte!
—Peter, creo que voy a vomitar.
—¡Por todos los demonios! —Y, tomándola en vilo, la sacó por la puerta y la
llevó a toda prisa por los serpenteantes pasillos hasta su habitación.
A Lali no acababa de pasársele la risa floja mientras Peter la desnudaba.
Cuando por fin se liberó de una patada de su última prenda, cayó dormida sobre la
cama antes siquiera de que Peter pudiera meterla dentro. Él retrocedió y la miró,
asombrado del ardid que la vida le había jugado. El matrimonio con una belleza
española no había sido nunca parte de sus planes de futuro, y sin embargo nada, a no
ser la muerte, podría convencerle de romper con Lali. Su debilidad por ella le
confundía, y resultaba tan excitante que sólo mirarla le hacía sentirse duro como una
roca y lleno de apetito.
Peter no tenía ni idea de qué les reservaba el destino, o siquiera de si
tendrían un futuro juntos. Lo más probable era que el destino se estuviera riendo de
él en ese mismo momento. Sus labios se torcieron con ironía cuando su mirada vagó
hasta el suave nimbo de rizos oscuros que se agolpaban alrededor de las sienes y el
cuello de ella. Le estaba creciendo el pelo: pronto volvería a tenerlo largo. Recordó lo
mucho que le había impresionado la primera vez que vio sus mechones esquilados.
Estaba acostumbrado a verla como estaba ahora, y se daba cuenta de que para él ella
siempre sería bella, sin que importara lo que ella hiciera para parecer poco atractiva.
Siempre recordaría aquella mirada soñolienta, voluptuosa, la exuberante curva de
sus rojos labios hinchados y de color más intenso, su dulce sonrisa pletórica después
de que él le hiciera el amor.
¡Dios, ella era magnífica! La desgracia era que fuera española. Con obstinada
perversidad se dio cuenta de que, a menos que quisiera hijos teñidos con la sangre
española de su madre, tendría que apartar las manos de ella. Cada vez que la tocaba
sus ansias de venganza lo abandonaban; sólo deseaba a su mujer. Pero Peter había
persistido en su venganza contra la familia Esposito durante demasiado tiempo
como para pararse ahora. Su apetito por Lali era atávico, y sin embargo la
excitación y llegar al final sólo eran parte de la necesidad que sentía por ella. Sus
sentimientos eran una burla para su nombre de El Diablo. A falta de otra idea, podía
pensar que de verdad amaba a Lali.
Gimió como si tuviera algún dolor. Si amor quería decir esa agonía que le
desgarraba las tripas con sólo pensar en renunciar a Lali, él no quería tener nada
que ver con eso.
—Despierta, Lali, que hay mucho que hacer antes de que puedas ser
presentada a la reina.
Peter le dio a Lali un codazo no muy suave, pero ella sólo gruñó y se
arrebujó aún más bajo las mantas.
—Lali, la reina Isabel sabe que estás aquí, y ha dispuesto que le seas
presentada esta tarde.
La última frase de Peter provocó una respuesta inmediata de Lali.
Sacudiéndose el mareo, abrió los ojos y miró a Peter.
—Preferiría no verla en absoluto.
Peter sacudió la cabeza y apartó las sábanas, exponiendo su cuerpo desnudo
al aire fresco. Nadie, sencillamente, rechaza a la reina.
—En pie; la modista llegará de aquí a una hora con un surtido de trajes que
algunas de sus clientes no podían pagar y no le reclamaron. Deberíamos encontrar
algo adecuado para ponerte que no requiera mucho ajuste. He pedido una bañera y
agua caliente para que te bañes.
Lali se sentó en la cama, advirtió que estaba desnuda, y echó mano de la
manta. Los magníficos ojos de Peter se deslizaron a lo largo de su cuerpo desnudo
mientras ella trataba de cubrirse. Le gustaba mucho ver cómo los ojos de él
cambiaban de azul a gris, según de qué humor estaba. Podían estar en penetrante
vigilia, lánguidamente entornados, o en calma. Esos ojos agudos difuminaban sus
ásperos rasgos ahora que su mirada se tornaba humeante de deseo.
—No me encuentro bien —protestó Lali—. Me duele la cabeza y tengo el
estómago revuelto.
Peter frunció la boca con desagrado.
—Ahora que estás en la corte vas a tener que aprender de quién te puedes fiar y
de quién no. ¿Eres tan ingenua como para no haberte dado cuenta de lo que quería
Lord Harley? ¿O es que provocaste sus atenciones?
Los ojos de Lali se contrajeron de furia.
—Piensa lo que quieras, Peter, que es lo que sueles hacer. ¿Por qué siempre
tengo yo que darte explicaciones? Probablemente todavía me culpas de lo que te
ocurrió en La Habana, aunque yo lo haya negado una y otra vez. Pues para que lo
sepas, yo no solicité los cuidados de Lord Harley, o por lo menos si lo hice no fue a
propósito. Admito que los usos de la corte sobrepasan mi escasa experiencia.
El gesto de Peter se suavizó mientras se dejaba caer junto a Lali, con
cuidado de no tocarla: como lo hiciera se iba a pasar el resto de la mañana en la cama
con ella.
—En estos meses he tenido tiempo de sobra para pensar y he llegado a la
conclusión de que tú no eres capaz de esas cosas de las que te acusó Martinez. Hace
ya mucho que te absolví de cualquier fechoría en La Habana.
»En cuanto a tu comportamiento anoche con Lord Harley, la culpa la tiene ese
buitre por creerse que eras pieza disponible. Tú no has tenido más culpa que la de
fiarte de quien no debías.
»No dejes que vuelva a pasar eso nunca, Lali. Eres mi esposa, y yo guardo lo
que es mío. O sea que no se te ocurra ensayar tus tretas femeninas con esos
cortesanos melifluos de Isabel.
Los ojos de Lali se agrandaron, aturdidos por las palabras de Peter.
—Si lo piensas así, ¿por qué andas cortejando a Lady Martina?
Peter buscó el rostro de Lali, sopesando su pregunta. Merecía una
respuesta, pero no se le ocurría nada que pudiera aliviar la verdad. Ella ya sabía
cómo se sentía él en lo referente a la sangre española que corría por su venas.
—La reina Isabel se enfadó mucho conmigo por casarme contra sus deseos, y
ahora me presiona para que solicite la anulación aduciendo que nuestro casamiento
fue obligado. Lady Martina sería mi recompensa. Me ha ofrecido la mano de Lady Martina
como premio por mi obediencia. Lady Martina es rica y con título y está ansiosa por ser
mi esposa.
Lali tragó saliva a pesar del nudo que tenía en la garganta.

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