jueves, 26 de enero de 2017

CAPITULO 69

Peter se dirigió apresuradamente por el muelle hacia el Vengador, en el que, 
desde que dejó Whitehall, llevaba seis días viviendo. Sólo se aventuraba por las calles 
de Londres cuando le era necesario resolver algún negocio. Habría sido peligroso 
arriesgarse a que alguien lo reconociera, cuando se suponía que estaba en la 
Residencia de los Lanzani. Había hecho un viaje relámpago a la Residencia de los Lanzani
para reunirse con Pablo Martinez, y había vuelto en el mismo día. Cuando le hubo
explicado a su fiel administrador el aprieto en el que se hallaba, Martinez se apresuró
a pedirle, y a obtener de él, una litera a bordo del Vengador, expresando que prefería
embarcarse a la aventura con Peter a quedarse en tierra y tener que buscarse un
nuevo jefe.
Durante su corta visita a la Residencia de los Lanzani. Peter reunió unos cuantos
recuerdos de familia y algunas pinturas de las que no era capaz de separarse y lo
envió todo al Vengador. Cuando volvió a Londres, se encontró con un mensaje
urgente de Thornhill, su abogado. Había encontrado un comprador para sus tierras,
y la escritura de transmisión estaba sólo pendiente de que él la firmara. A pesar del
amor que sentía por la Residencia de los Lanzani, Peter apenas sintió remordimientos
por venderla, porque sabía lo poco feliz que Lali había sido allí. Como no hallaba
razón para retrasar lo inevitable, Peter mandó llamar a Thornhill inmediatamente.
Al poco la transacción estaba resuelta para satisfacción de todos, y los
documentos correspondientes estaban ahora a buen recaudo en el bolsillo del chaleco
de Peter. Ahora que había vendido su casa y había mandado cargar todo su oro en
el Vengador, Peter sabía que no podía seguir retrasando el regreso a Whitehall. Si
no aparecía dentro del tiempo señalado, la reina se daría cuenta enseguida de lo que
Peter pretendía y despacharía a la guardia de palacio a Billingsgate para
prenderle. Peter no quería que la reina ni ninguna otra persona supiese que el
Vengador se estaba aprovisionando de víveres para un viaje muy largo.
Lo que Peter no podía imaginar era que ya había alguien que lo sabía. Lord
Harley y Lord Bainter, que habían salido a dar una vuelta, lo habían visto saliendo de
la oficina del abogado. Como ambos caballeros eran de natural curioso, decidieron
seguirle. Harley sabía que Peter tenía que estar ese mismo día de vuelta en
Whitehall para atender a sus festejos prenupciales, y le entró curiosidad por saber
qué hacía todavía dando vueltas por la ciudad. Cuando el caballo de alquiler de
Peter torció en dirección a Billingsgate, ellos lo siguieron en su propio vehículo.
Contemplaron cómo Peter subía la pasarela del barco y desaparecía en su
camarote.
—¿A ti qué te parece que está haciendo? —preguntó Harley.
—Que me aspen si lo sé —dijo Bainter arrastrando las eses—. Pero me gustaría
averiguarlo.
—Espérame aquí —dijo Harley, bajando del coche de un ágil salto—. Parece
que está habiendo mucha actividad alrededor del barco de Lanzani.
Harley se acercó a paso ligero a un grupo de estibadores y se quedó mirándolos
en silencio mientras cargaban provisiones y munición en el Vengador. Cuando hubo
visto lo suficiente como para despertar sus sospechas, se acercó a uno de los
estibadores.
—Parece que el Vengador se prepara para un largo viaje, ¿eh?
El hombre apenas miró a Harley.
—A mí me pagan por cargar barcos, no por responder preguntas.
—¿Sabéis a dónde se dirige el Vengador y cuándo va a partir?
—Ya os lo he dicho, amigo, a mí me pagan por...
—Ya lo sé, por cargar barcos, no por responder preguntas —dijo Harley como
un eco—. ¿Y qué tal si yo os pagara por hacerlo? ¿Podríais ser un poco más explícito,
o no?
Aquello captó finalmente el interés del estibador.
—¡Y quién no! ¿Cuánto estáis ofreciendo?
Harley se sacó un puñado de chelines del bolsillo y se los pasó al hombre por
debajo de la nariz. —¿Bastará con esto?
El hombre se pasó la lengua por los labios en gesto de avaricia.
—¿Qué es lo que queréis saber?
—¿Cuándo va a partir el Vengador?
—La verdad es que nadie nos lo ha dicho, pero lo que se dice por ahí es que va
a partir esta noche cuando suba la marea. Las provisiones tienen que estar todas a
bordo y estibadas antes de que anochezca.
—Qué interesante —murmuró Harley—. Una cosa más. ¿Hacia dónde se dirige
el Vengador?
El estibador se rascó la cabeza medio calva.
—No lo sé. El capitán no ha dicho nada. La atención de Harley se agudizó.
—¿El capitán? ¿Las órdenes os las da el capitán directamente?
—En realidad no he hablado nunca con él; las órdenes nos las da el
contramaestre. Pero entiendo que proceden directamente del Diablo. Llevo toda la
semana viendo al capitán ir y venir a cualquier hora del día o de la noche.
—¿Toda la semana? ¿Estáis seguro?
—Sí, señor, por la parte que me toca estoy seguro. ¿Os parece que está
persiguiendo españoles otra vez? No va a quedar uno solo de esos malnacidos
cuando nuestra flota los disperse hasta el infierno.
Harley disimuló una sonrisa.
—Sí que está persiguiendo españoles. O sería mejor decirlo en singular, a
menos que me equivoque. Muchas gracias, amigo. —Y, arrojando las monedas a los
pies del estibador, se volvió al coche.
—Espero que estés satisfecho —bostezó Bainter cuando Harley tomó asiento a
su lado—. ¿Podemos volver ya? Le he prometido a Lady Camila un baile en la fiesta
de esta noche, y necesito una buena siesta para poder afrontar ese suplicio. Es una
mala perra, aunque no lo hace del todo mal en la cama. La fiesta la da la reina para
celebrar el próximo matrimonio de Sir Lanzani y Lady Martina, ya sabes.
—Lo sé, y por todos los demonios, me voy a asegurar de que el reticente novio
no saque los pies del tiesto. A Whitehall se ha dicho —le respondió Harley, con una
sonrisa de oreja a oreja—. No me perdería la fiesta de esta noche ni por todo el oro de
las arcas de la reina.
Peter regresó a Whitehall al anochecer, cuando terminó de supervisar cómo
se subía a bordo y se estibaba su carga. No quería que nada saliera mal. Le iba en ello
su futuro entero, y no tenía la menor intención de pasárselo encadenado a Lady Martina.
Ya tenía una esposa, una a la que sí amaba, y nadie, ni siquiera la reina de Inglaterra,
iba a apartarla de él.
Le sorprendió encontrarse con que Lady Martina le estaba esperando en su propio
dormitorio. Al verle se arrojó en sus brazos.
—¡Peter, querido, menos mal que has vuelto! Me tenías preocupada y
desesperada.
—No deberías estar aquí. Martina. ¿No tendrías que ir a prepararte para la fiesta de
esta noche?
—Por supuesto que sí, pero quería esperarte aquí para saludarte en cuanto
llegases. —Le lanzó una mirada ardiente—. Después de lo que ocurrió en mi cama la
otra noche, pensé que te alegrarías de verme. ¿Ha ido todo bien en la Residencia de
los Lanzani ?
—Todo bien, Jane, pero se está haciendo tarde. Mejor será que te des prisa. Ve y
ponte guapa en mi honor.
—¡Oh, Peter , claro que sí, ya voy! —Y mandándole un beso con la mano se
esfumó del dormitorio de Peter .
Peter dejó escapar un suspiro de alivio. Pero poco le duró, porque casi al
instante la reina lo mandó llamar. Requería su presencia en la Cámara de
Confidencias, inmediatamente. Peter tenía una idea bastante aproximada de lo
que podía querer Isabel, y albergaba la esperanza de zafarse. A su llegada a la
cámara de la reina, un escalofrío admonitorio le recorrió la espalda al ver a Lord
Harley conversando animadamente con la reina. Cuando entró Peter, Isabel se
volvió hacia él con la mirada centelleante de ira.
—¿Me ha mandado llamar Vuestra Majestad? —preguntó en tono neutro
Peter.
—Nos alegramos de que hayáis regresado de West Sussex a tiempo de asistir a
la fiesta por vuestros esponsales. Pero vaya, no os habéis ocupado de firmar el
documento de anulación que os ha preparado nuestro obispo. Es nuestro deseo que
lo firméis ahora mismo para que no haya ningún problema legal mañana.
El secretario de la reina se acercó a Peter y le hizo entrega del documento.

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