—Todo el mundo lo sabe. West Sussex no está tan lejos de Londres como para
que no lleguen las habladurías a la Residencia de los Lanzani. Si es deseo de la reina que
se deshaga nuestro matrimonio, ¿por qué no lo has hecho?
Los ojos de Peter se oscurecieron con una emoción que Lali no reconocía.
—Eso mismo me pregunto yo.
Sus miradas chocaron y se entrelazaron, reacias a separarse mientras Peter le
hacía el amor con los ojos. Lali se estremeció. La intensidad de su reluciente mirada
hacía que se le endurecieran los pezones y le hormigueara la piel. Se sentía como si él
la hubiera acariciado íntimamente sin tocarla en realidad. Al cabo de una docena de
latidos de su corazón, Peter soltó un juramento y miró para otro lado.
—Maldita sea, Lali, ¿cómo puedo dejar que te vayas si todavía te quiero?
Se puso de pie bruscamente, como sobresaltado por lo que acababa de admitir.
—Enseguida llegarán los criados con tu baño. La modista, cuando llegue, te
ayudará a elegir algo adecuado para tu audiencia con la reina. Volveré a buscarte
exactamente a las tres en punto.
Antes de que Lali recobrara el aliento, Peter se había marchado. Él podía
tener poco claros sus sentimientos por ella, pero ella sabía exactamente lo que sentía
por su exasperante esposo. Pero de poco servía que ella lo amara mientras él siguiera
negando lo que había en su corazón. Y ante la posibilidad de que llegara un bebé, se
estremeció al pensar en lo que tendría que sufrir su pobre hijo con un padre que lo
despreciaba por su sangre española. Aunque sus taciturnos pensamientos se
dispersaron al llegar los criados con su baño, no pudo evitar la sensación fugaz de
que su primer día en la corte estaba siendo cualquier cosa menos prometedor.
Peter contempló con gravedad a Lali y asintió con la cabeza, satisfecho.
Con el traje de brocado amarillo, adornado con muchas varas de encaje, que se había
puesto, eclipsaría a cualquiera de las damas de la corte que él conocía. Peter confió
en que no eclipsara también a la reina, porque Isabel tenía a gala ser el centro de
atención en medio del revoloteo de beldades que orbitaban a su alrededor. Nadie
osaba lucir con más brillo que Isabel si quería ganar su favor.
—Estás preciosa, Lali —dijo Peter, con sinceridad—. Vamos allá, la reina
está esperando.
Los pasillos aún confundían a Lali, pero Peter parecía saber adonde iba
mientras la guiaba a través del laberinto de corredores. Sorprendida al encontrar
vacía la Cámara de Audiencias, Lali miró a Peter con recelo.
—Isabel está esperando en su Cámara de Confidencias. Prefiere encontrarse
contigo en privado.
Un lacayo los anunció, y Lali notó que las rodillas se le aflojaban al entrar en
la estancia del brazo de Peter. La fuerza de él le transmitía valor a ella, pues
descubrió que en realidad no estaban solos. La sala estaba atiborrada de
espectadores, la mayor parte damas de cámara y cortesanos. ¿Será esto lo que la reina
entiende por "privado"?, se preguntó. Luego sus pensamientos se dispersaron cuando
se abrió pasillo y vio a la reina sentada en un recargado asiento labrado en un
extremo de la Cámara Privada.
La reina era una mujer menuda, advirtió Lali, pero su estatura se veía
realzada por su majestuoso porte. Llevaba la cabellera roja arreglada en un complejo
peinado, y su gorguera almidonada ponía de relieve su llamativa piel blanca. Nada
en la reina era ordinario. Lali se dio cuenta inmediatamente de que Isabel había
nacido para el papel de soberana y lo desempeñaba hasta el final.
—Majestad —dijo Peter, ejecutando una profunda inclinación. Lali
inmediatamente se inclinó en una graciosa reverencia. Isabel les pidió que se alzaran
y ofreció su mano a Peter. Él la asió y se la llevó a los labios, y luego presentó a
Lali. Isabel la miró desconcertada, consciente al instante de las razones de Peter
para resistirse firmemente a sus esfuerzos por disolver su matrimonio. La reina
pensó que aquella mujer española era una belleza excepcional, pero ese pensamiento
no llegó a influir en su forma de ver lo concerniente al matrimonio de Peter. Sir
Peter Lanzani merecía una mujer inglesa por esposa, no una española que no
aportaba nada al matrimonio.
—No hemos convocado a vuestra esposa a la corte —dijo Isabel con frialdad—.
No estamos complacida, Sir Peter. Conocéis nuestros deseos a este respecto. Ha
llegado a nuestro conocimiento que vuestra esposa ha proferido amenazas contra
una de nuestras damas de cámara.
Lali quería que se la tragara la tierra. La reina era desalentadora, y cuando vio
a Lady Martina escrutándola con la mirada Lali supo que la mujer se había tomado su
amenaza en serio. Sin querer, Lali apretó la barbilla. Se negaba a dejarse intimidar
por aquella soberana despiadada que había ordenado la muerte de su propia prima,
la reina María.
Peter gruñó por lo bajo. Maldita fuera Lady Martina por irle corriendo a la reina
con sus cuentos. ¿Es que no se daban cuenta de que la amenaza de Lali había sido
pura bravata?
—Debéis perdonar a mi esposa, Majestad. Es forastera en Inglaterra y aún no
está al corriente de nuestros usos. En realidad no piensa hacerle daño a nadie.
Isabel dirigió su altiva mirada a Lali.
—¿Qué decís vos, Lady Lanzani? ¿Vuestra amenaza de asesinato era un puro
farol?
Haciendo acopio de valor, Lali miró fijamente a los ojos a la reina y dijo:
—Me reafirmo en todo lo que dije. Le voy a arrancar a Lady Martina el corazón a
cuchilladas y se lo voy a echar de comer a los cerdos como no deje en paz a mi
marido.
Un grito ahogado colectivo brotó de los que estaban lo bastante cerca para oír.
Ninguno más sonoro que el de Peter. Por ello se perdió la breve chispa de
admiración que pasó por los ojos de la reina.
—Ya hemos visto y oído lo suficiente de vuestra esposa española, Sir Peter —
dijo Isabel en tono desdeñoso—. Queremos recordaros que vuestro matrimonio no
nos place. Pensábamos en otra persona para vos.
—Lo sé, Majestad, y tomaré en consideración vuestros deseos con la máxima
diligencia. —Se inclinó y retrocedió hasta salir de la cámara, arrastrando a Lali con
él.
En cuanto estuvieron donde no podían oírles dio media vuelta a Lali y la miró
fijamente.
—¿Tenías que repetirle esa ridícula amenaza a Isabel? Maldita sea, Lali, ¿qué
voy a hacer contigo? No sé por qué no me deshago de ti y me caso con Martina como
quiere la reina.
—¿No lo sabes? —preguntó Lali provocativamente—. Pues piensa en ello,
Peter.
Pero él, maldita sea, ya había pensado en ello.
que no lleguen las habladurías a la Residencia de los Lanzani. Si es deseo de la reina que
se deshaga nuestro matrimonio, ¿por qué no lo has hecho?
Los ojos de Peter se oscurecieron con una emoción que Lali no reconocía.
—Eso mismo me pregunto yo.
Sus miradas chocaron y se entrelazaron, reacias a separarse mientras Peter le
hacía el amor con los ojos. Lali se estremeció. La intensidad de su reluciente mirada
hacía que se le endurecieran los pezones y le hormigueara la piel. Se sentía como si él
la hubiera acariciado íntimamente sin tocarla en realidad. Al cabo de una docena de
latidos de su corazón, Peter soltó un juramento y miró para otro lado.
—Maldita sea, Lali, ¿cómo puedo dejar que te vayas si todavía te quiero?
Se puso de pie bruscamente, como sobresaltado por lo que acababa de admitir.
—Enseguida llegarán los criados con tu baño. La modista, cuando llegue, te
ayudará a elegir algo adecuado para tu audiencia con la reina. Volveré a buscarte
exactamente a las tres en punto.
Antes de que Lali recobrara el aliento, Peter se había marchado. Él podía
tener poco claros sus sentimientos por ella, pero ella sabía exactamente lo que sentía
por su exasperante esposo. Pero de poco servía que ella lo amara mientras él siguiera
negando lo que había en su corazón. Y ante la posibilidad de que llegara un bebé, se
estremeció al pensar en lo que tendría que sufrir su pobre hijo con un padre que lo
despreciaba por su sangre española. Aunque sus taciturnos pensamientos se
dispersaron al llegar los criados con su baño, no pudo evitar la sensación fugaz de
que su primer día en la corte estaba siendo cualquier cosa menos prometedor.
Peter contempló con gravedad a Lali y asintió con la cabeza, satisfecho.
Con el traje de brocado amarillo, adornado con muchas varas de encaje, que se había
puesto, eclipsaría a cualquiera de las damas de la corte que él conocía. Peter confió
en que no eclipsara también a la reina, porque Isabel tenía a gala ser el centro de
atención en medio del revoloteo de beldades que orbitaban a su alrededor. Nadie
osaba lucir con más brillo que Isabel si quería ganar su favor.
—Estás preciosa, Lali —dijo Peter, con sinceridad—. Vamos allá, la reina
está esperando.
Los pasillos aún confundían a Lali, pero Peter parecía saber adonde iba
mientras la guiaba a través del laberinto de corredores. Sorprendida al encontrar
vacía la Cámara de Audiencias, Lali miró a Peter con recelo.
—Isabel está esperando en su Cámara de Confidencias. Prefiere encontrarse
contigo en privado.
Un lacayo los anunció, y Lali notó que las rodillas se le aflojaban al entrar en
la estancia del brazo de Peter. La fuerza de él le transmitía valor a ella, pues
descubrió que en realidad no estaban solos. La sala estaba atiborrada de
espectadores, la mayor parte damas de cámara y cortesanos. ¿Será esto lo que la reina
entiende por "privado"?, se preguntó. Luego sus pensamientos se dispersaron cuando
se abrió pasillo y vio a la reina sentada en un recargado asiento labrado en un
extremo de la Cámara Privada.
La reina era una mujer menuda, advirtió Lali, pero su estatura se veía
realzada por su majestuoso porte. Llevaba la cabellera roja arreglada en un complejo
peinado, y su gorguera almidonada ponía de relieve su llamativa piel blanca. Nada
en la reina era ordinario. Lali se dio cuenta inmediatamente de que Isabel había
nacido para el papel de soberana y lo desempeñaba hasta el final.
—Majestad —dijo Peter, ejecutando una profunda inclinación. Lali
inmediatamente se inclinó en una graciosa reverencia. Isabel les pidió que se alzaran
y ofreció su mano a Peter. Él la asió y se la llevó a los labios, y luego presentó a
Lali. Isabel la miró desconcertada, consciente al instante de las razones de Peter
para resistirse firmemente a sus esfuerzos por disolver su matrimonio. La reina
pensó que aquella mujer española era una belleza excepcional, pero ese pensamiento
no llegó a influir en su forma de ver lo concerniente al matrimonio de Peter. Sir
Peter Lanzani merecía una mujer inglesa por esposa, no una española que no
aportaba nada al matrimonio.
—No hemos convocado a vuestra esposa a la corte —dijo Isabel con frialdad—.
No estamos complacida, Sir Peter. Conocéis nuestros deseos a este respecto. Ha
llegado a nuestro conocimiento que vuestra esposa ha proferido amenazas contra
una de nuestras damas de cámara.
Lali quería que se la tragara la tierra. La reina era desalentadora, y cuando vio
a Lady Martina escrutándola con la mirada Lali supo que la mujer se había tomado su
amenaza en serio. Sin querer, Lali apretó la barbilla. Se negaba a dejarse intimidar
por aquella soberana despiadada que había ordenado la muerte de su propia prima,
la reina María.
Peter gruñó por lo bajo. Maldita fuera Lady Martina por irle corriendo a la reina
con sus cuentos. ¿Es que no se daban cuenta de que la amenaza de Lali había sido
pura bravata?
—Debéis perdonar a mi esposa, Majestad. Es forastera en Inglaterra y aún no
está al corriente de nuestros usos. En realidad no piensa hacerle daño a nadie.
Isabel dirigió su altiva mirada a Lali.
—¿Qué decís vos, Lady Lanzani? ¿Vuestra amenaza de asesinato era un puro
farol?
Haciendo acopio de valor, Lali miró fijamente a los ojos a la reina y dijo:
—Me reafirmo en todo lo que dije. Le voy a arrancar a Lady Martina el corazón a
cuchilladas y se lo voy a echar de comer a los cerdos como no deje en paz a mi
marido.
Un grito ahogado colectivo brotó de los que estaban lo bastante cerca para oír.
Ninguno más sonoro que el de Peter. Por ello se perdió la breve chispa de
admiración que pasó por los ojos de la reina.
—Ya hemos visto y oído lo suficiente de vuestra esposa española, Sir Peter —
dijo Isabel en tono desdeñoso—. Queremos recordaros que vuestro matrimonio no
nos place. Pensábamos en otra persona para vos.
—Lo sé, Majestad, y tomaré en consideración vuestros deseos con la máxima
diligencia. —Se inclinó y retrocedió hasta salir de la cámara, arrastrando a Lali con
él.
En cuanto estuvieron donde no podían oírles dio media vuelta a Lali y la miró
fijamente.
—¿Tenías que repetirle esa ridícula amenaza a Isabel? Maldita sea, Lali, ¿qué
voy a hacer contigo? No sé por qué no me deshago de ti y me caso con Martina como
quiere la reina.
—¿No lo sabes? —preguntó Lali provocativamente—. Pues piensa en ello,
Peter.
Pero él, maldita sea, ya había pensado en ello.
Ohhh mas porfavor!!! Muchos dias nos tuviste abandonadas:(
ResponderEliminar