lunes, 2 de enero de 2017

CAPITULO 53

—Ah, aquí estamos, hija —dijo el cura mientras abría la puerta de su
alojamiento y guiaba a Lali hacia dentro—. Es pequeño pero suficiente. Estamos
acostumbrados a placeres sencillos.
Lali entró en la estancia, y otros tres curas dejaron de rezar para volverse a
mirarla.
—Siéntate, hija —dijo el cura, señalando hacia la única silla que había en el
cuarto—. Yo soy el padre Pedro y éstos son los padres Juan, Bernardino y Rafael.
Lucía los saludó uno por uno.
—Yo soy Lali Esposito, de Cádiz.
—¿La hija de don Eduardo? —preguntó el padre Pedro—. Conozco mucho a tu
padre. Un benefactor de nuestra orden. Oímos decir que te habías casado con don
Mariano Martinez, gobernador general de Cuba. Pero por Dios santo, ¿qué estás
haciendo en Inglaterra?
—Estoy aquí con mi esposo —se explicó Lali, recordando que había oído a su
padre hablar del padre Pedro y de su orden.
Los curas se alborotaron y se pusieron a cuchichear entre ellos. Por fin el padre
Pedro se volvió hacia Lali y dijo:
—No teníamos ni idea de que don Mariano estuviera en Inglaterra. Debemos
hablar con él inmediatamente.
—Está claro que no habéis visto a mi padre o a mis hermanos ni habéis hablado
con ninguno de ellos en mucho tiempo. Yo estoy casada con Peter Lanzani .
Nunca había visto Lali muestra de sobresalto semejante a la que expresaban
los rostros de los jesuitas.
—¿El Diablo, el pirata? ¡Dios mío! —Se santiguaron y miraron a Lali como si
de pronto le hubieran salido unos cuernos.
—¿Cómo ha podido ocurrir semejante farsa? —preguntó el padre Juan,
reservándose el juicio hasta haber oído toda la historia—. Seguro que todo esto tiene
alguna explicación.
—No estoy segura de por dónde empezar... —dijo Lali, reacia a desnudar sus
más recónditos secretos ante los curas.
—Por el principio —apuntó el padre Bernardino suavemente—. Y luego, si te
parece, te oiré en confesión y te daré la absolución. Puedes comenzar, hija mía.
Lali se tragó el nudo que se le había hecho en la garganta y empezó contando
su secuestro en alta mar y cómo había adoptado el aspecto de una monja para
proteger su castidad. Los curas intercambiaron miradas de comprensión cuando ella
admitió que el pirata se había percatado de su treta. Sin entrar en detalles íntimos,
explicó la manera en que sus hermanos la habían rescatado y cómo habían insistido
en una repentina ceremonia nupcial. Los jesuitas quedaron consternados cuando
describió la fuga de Peter de La Habana en la víspera de su ejecución y su propio
rapto de la casa de don Mariano .
—Pobre chiquilla —dijo el padre Pedro, moviendo la cabeza en señal de
conmiseración—. Has vivido un infierno. Cómo debes detestar a ese pirata por lo que
te ha hecho. Rezaremos por ti. ¿Estás al corriente de que tu marido anda cometiendo
adulterio con mujeres inmorales? Desde que estamos en la corte hemos visto con
frecuencia al capitán Lanzani y a Martina juntos. Dicen los rumores que se casarán
pronto, que la reina está presionando para que se celebre la boda. Pero seguro que ni
a estos herejes se les permite tener dos esposas; ¿o sí?
—Lo más probable es que Peter anule nuestro matrimonio y me envíe de
vuelta al convento.
—A los ojos de Dios estás casada. No puede celebrarse ningún matrimonio
hereje sin que el Santo Padre haya aprobado la anulación. Lo que Dios ha unido no lo
puede separar el hombre —citó Pedro con unción—. ¿Tú quieres regresar a España,
hija?
Lali frunció el ceño. Lo que ella de verdad quería era arrancarle uno a uno a
Lady Martina todos los dorados pelos de su majestuosa cabeza. Pero si Peter quería
deshacerse de ella, se contentaría con pasar el resto de sus días en un convento. Un
único amor en toda una vida era lo máximo que Lali era capaz de soportar.
—Eso podría ser lo mejor para todos —admitió.
—Nosotros abandonaremos Inglaterra tan pronto como la Armada Española
asome por el horizonte a la vista de suelo inglés —confió el padre Juan, bajando la
voz a un susurro—. No debes hablar de esto a nadie. Si nos cogen en Inglaterra
cuando llegue la gran armada es muy probable que nos encarcelen o nos ejecuten.
—¿Por qué están aquí vuestras mercedes? —preguntó Lali con curiosidad.
—Fuimos enviados por el rey Felipe y el Señor de Parma para averiguar lo que
pudiéramos sobre las defensas de Inglaterra y las intenciones de la reina.
—¡Son espías! —musitó Lali, horrorizada.
El padre Pedro se agitó, incómodo.
—Ese es un término muy duro, hija. Nosotros estamos en misión de paz. Si
deseas volver a España te llevaremos con nosotros, y yo en persona me encargaré de
que te reúnas con tu padre. Te estamos confiando nuestro secreto, pero no debes
contarle a nadie lo que acabamos de revelarte. ¿Rezamos juntos por el buen fin de la
expedición?
Los jesuitas se hincaron de rodillas, uniéndose con sus plegarias al padre Pedro.
Lali se puso de rodillas de inmediato, pero su cabeza no estaba en sus oraciones. Se
preguntaba si Peter se daba cuenta de lo poco que faltaba para que la armada se
hiciera a la mar, y si la flota de la reina saldría o no a su encuentro. Había visto la
flota en Plymouth, pero la impresión que había sacado era que no se estaba haciendo
ningún preparativo para hacerse pronto a la mar.
Después de un largo intervalo de oración, Lali se levantó para marcharse.

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