sábado, 21 de enero de 2017

CAPITULO 57


A ella se le escapó un sonido de ahogado placer cuando él le quitó el corpiño y
la camisa y se metió un pezón en la boca. Estaba ya jadeando cuando él arrancó a
tirones de su cuerpo las prendas que quedaban y se arrodilló ante ella, acariciándole
el trasero con consumada ternura, pellizcando y lamiendo sus pezones 
exquisitamente sensibles. Cuando hubo satisfecho el hambre que sentía por sus
pechos, su boca trazó un reguero de fuego a través de su estómago. Antes de seguir
su camino hacia abajo, levantó la vista y le lanzó una mirada perversa. Luego llevó
su boca al reluciente nido de rizos de ébano que encontró abajo.
Lali se estremeció violentamente, agarrándole fuertemente la cabeza en un
esfuerzo por detener la pecaminosa penetración de su lengua.
—¡Peter, no!
—Sí, amor mío, déjame que te haga esto. —Sujetándola con fuerza contra él,
Peter le separó un poco las piernas e insertó un dedo en su resbaladizo sexo.
Lali pensó que iba a morirse de éxtasis cuando él le rozaba con los labios y la
lengua lo más sensible de su carne al tiempo que creaba una presión deliciosa al
meterle y sacarle el dedo en su íntimo canal. Se sintió a la deriva, alzándose en un
remolino sin freno, y de pronto sus piernas ya no podían sostenerla. Peter notó el
momento en que la dominaba la debilidad, y la levantó en vilo. Lali gritó al sentirse
privada de las manos y la boca de él, pero él le canturreó suavemente al oído,
diciéndole que no iba a dejarla, que iba a darle todo el placer que ella ansiaba.
Entonces la colocó en la cama y se arrancó su propia ropa. Se unió a ella antes de que
Lali pudiera apreciar por entero la belleza masculina de su cuerpo excitado, pero lo
sintió, pleno, firme y caliente, cuando la apretaba contra el colchón.
Sus brazos le rodearon, le deseó dentro de ella, levantó las caderas para
facilitarle la entrada, pero él ignoró su ruego silencioso, se deslizó por su cuerpo
hacia abajo y colgó en sus hombros las rodillas de ella. Bajó entonces la cabeza y se
dio un festín de ella con audaces golpes de lengua mientras sus manos vagaban
exigentes por sus muslos, pechos y nalgas. Ella se retorcía con frenesí, pero Peter
la sujetaba con firmeza, anclándola contra su boca cuando ella se movía contra él. Se
agitaba en sollozos suaves. La lamió profundamente, implacablemente, hasta que ella
anunció gritando su orgasmo.
Liberando sus rodillas, la miró a la cara. La boca de ella estaba abierta, sus ojos
vidriosos, su cuerpo prometedor en rendido éxtasis. Con lo que le quedaba de
perspicacia, Peter se dio cuenta de que ellos dos compartían algo extraordinario. Si
no fuera por la sangre española que ella llevaba en sus venas, a él le habría resultado
muy fácil poner nombre a esos sentimientos.
Lali miró a Peter a los ojos y notó su desconcierto. Pero vio algo más. Algo
profundo, honesto y comprensivo. Sonrió soñadora y le abrió los brazos.
—Entra en mí, Peter. —Sus dedos se cerraron sobre el dilatado miembro,
llevándolo hasta la entrada misma de su suavidad.
Peter, gruñendo de impaciencia, le levantó las caderas y se deslizó cuan largo
era dentro de ella. El placer era un puro martirio. Era grueso y duro, y latía. Notó que
el increíble calor de ella le exprimía y le rodeaba, notó que ella adelantaba las caderas
para que pudiera llegar más hondo, notó que le agarraba y le sujetaba, y él se entregó
a la magia de su unión. Siguió moviéndose hacia dentro y hacia fuera hasta que ella
se tensó, lista para estallar de vibrante placer.
Los sentidos de Lali se inundaron de éxtasis cuando de pronto Peter
cambió las posiciones, hundiéndose aún más dentro de ella al colocarla encima de él.
—Cabálgame, dulce Lali —apremió, empujando dentro de ella con furia
salvaje. Ella sollozaba con deleite; echó atrás la cabeza y dejó que sus instintos la
guiaran.
El calor y el roce se combinaron para llevarla inexorablemente a otro potente
orgasmo. Aquello era el cielo, era el infierno, era el paraíso más perfecto que Lali
había conocido jamás. El amor como nunca lo había imaginado manaba de su
corazón al compás de los gemidos y los gritos de Peter, contenta como estaba por
darle el mismo tipo de éxtasis que él le estaba dando a ella. Se movía ansiosa contra
él, ofreciendo sus doloridos pechos a la caliente posesión de su boca. Él lamió y
chupó con deseo, degustando el paraíso. Y de repente él se elevó, liberándose de sus
ataduras terrenales, llevándose a Lali con él mientras entraba en ella con hondos y
fascinantes impulsos. Ella gritó su orgasmo. Él aspiró el sonido con su boca,
sumando sus propios gritos desgarradores a la melodía del amor.
Las lágrimas nublaron la visión de Lali. La forma de amarla de Peter la
había emocionado hondamente, y temía que él no sintiese lo mismo por ella. Con un
sombrío sentido de la realidad, Lali se recordó que Peter no podía aceptar su
amor. La venganza era como un veneno lento que llenaba el corazón de él de odio y
resentimiento. ¡Por Dios! ¿Es que no había esperanza para ellos? Miró a Peter
queriendo preguntarle si sentía por ella algo más que lujuria, pero con miedo de que
no le gustara la respuesta. Aún estaban íntimamente unidos; Peter la sujetaba
firmemente contra sí, como reacio a soltarla.
De pronto abrió los ojos y se encontró con la mirada escrutadora de ella. Le
apartó un mechón de pelo oscuro de la frente empapada y le mostró una sonrisa
irónica.
—Te he echado de menos.
Lali soltó un resoplido de incredulidad.
—¿Y por eso me enviaste tantos mensajes cariñosos? —Trató de desconectar sus
cuerpos, pero Peter parecía contento de tenerla descansando encima de él.
—Seguramente no puedes entender qué es lo que me empuja, ni imaginar el
dolor que padecí a manos de tus compatriotas. Has visto las marcas que tengo en la
espalda. No son una visión agradable.
—Peter, yo...
Él continuó como si no la hubiera oído.
—¿Piensas que es fácil contemplar cómo unos asesinos malnacidos insensibles
al sufrimiento humano exterminan a toda tu familia? Unos malnacidos españoles,
Lali. Tú eres la primera persona española por la que he sentido algo que no sea
odio profundo. Desearte como te deseo me confunde y me enoja.
»Bien sabe Dios que me he esforzado al máximo en eliminarte de mi entorno.

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