Estaremos en contacto, hija —dijo el padre Pedro—. Si quieres abandonar
Inglaterra debes estar preparada para partir en cuanto te llegue el aviso. Mientras
tanto, puedes prestar un gran servicio a tu rey y a Dios haciéndonos llegar cualquier
cosa de importancia que averigües por tu esposo. Cuando arribemos a España,
nosotros te ayudaremos a conseguir que el Papa declare inválido tu matrimonio con
ese pirata hereje.
Lali dejó la estancia de los jesuitas con el ánimo confuso. Se había quedado
asombrada al saber que aquellos jesuitas eran espías españoles, y aún más
estupefacta cuando el padre Pedro le había pedido que espiase a su propio marido.
Puede que Peter fuera despiadado y extremadamente falto de escrúpulos, pero
ella no podía forzarse a sí misma a espiarle.
En primer lugar, dudaba que Peter fuese a revelarle a ella nada que tuviera
importancia. En segundo, él se iba a enfadar tanto al verla en Londres que la
devolvería inmediatamente a la Residencia de los Lanzani. Su presencia en la ciudad sin
duda obstaculizaría su actividad con las señoras, en particular con Lady Martina. Ojalá
que así sea, pensó ella con una pizca de malicia.
Lali vagó pasillo abajo, con muy poca idea de adonde iba y aún menos interés.
Después de que la reina abandonara la Cámara de Audiencias, la multitud
empezó a dispersarse. Aburrido como había llegado a estar de Lady Martina y de su
carácter posesivo, Peter se excusó con corrección.
—¿Adonde vas, Peter? —preguntó Martina, sin querer soltarle el brazo.
—A mis habitaciones, señora mía. Y luego a Billingsgate a reunirme con mi
primer oficial a bordo del Vengador.
—Puedes acompañarme a mí a mi dormitorio —sugirió Martina con picardía—.
Puesto que la reina no me ha llamado, soy libre de hacer lo que me plazca.
Como no se le ocurría ninguna excusa, Peter le ofreció su brazo y salieron
andando juntos. Tenían que pasar por delante del dormitorio de Peter para llegar
al de Martina. Cuando llegaron al dormitorio de Peter Martina se detuvo bruscamente y
le arrastró hacia la puerta.
—Enséñame tu cuarto, Peter.
—Estoy pensando que mejor yo...
—Ese es tu defecto, que piensas demasiado.
Peter gruñó consternado cuando Martina levantó el picaporte y se metió dentro.
A Peter no le quedó más remedio que seguirla. ¿No había modo de desanimar a
aquella perrilla en celo? Él estaba ya harto de tanta intriga cortesana y tanta mujer
calculadora, y estaba deseando verse a bordo del Vengador en vez de perder su
tiempo jugando a cortejar a una mujer que le importaba un comino. O en West
Sussex con Lali, que se las arreglaba bastante bien para disipar su aburrimiento.
—Esto no es sensato —dijo Peter, esforzándose en desanimar a Martina—.
Piensa en tu reputación.
—¿Desde cuándo te importa a ti la reputación de las mujeres? —preguntó Martina
con voz ronca—. Estamos en la intimidad de tu cuarto, y nadie puede impedir que
disfrutemos el uno del otro. ¿Qué mejor sitio que aquí y ahora? La reina espera que
nos casemos; no hay razón para esperar.
—Probablemente no —admitió Peter —, si no fuera porque estoy agobiado de
tiempo. Debo marcharme muy pronto para reunirme con el señor Riera a bordo
del Vengador. No tengo el tiempo que tú y yo nos merecemos para estar juntos. Si he
de acostarme contigo, prefiero hacerlo como es debido. —Le acarició los pechos, con
la esperanza de que esa caricia íntima la convenciera de su sinceridad.
Sus palabras parecieron apaciguar a Martina, que se restregó apasionadamente
contra él.
—¿Cuándo? —preguntó sin aliento—. Estoy que no puedo esperar. Quiero que
me hagas tuya.
A Peter por poco se le escapa un bufido de disgusto. Pensó en todos los
demás hombres que habían hecho suya a Martina.
—Muy pronto —prometió con toda la vehemencia que logró reunir. Y sería
antes incluso de lo que él habría querido si consentía que la reina se saliera con la
suya. Lali sería entonces su pasado, y Lady Martina su futuro.
—Dame un beso de despedida —dijo Martina, pegándose al firme muro de su
pecho.
Peter accedió, consciente de que ése era el único modo de librarse de Martina sin
alboroto. Era verdad que necesitaba encontrarse con Nico, y estaba ansioso por
marcharse. Bajando la cabeza, posó sus labios sobre los de ella, sombríamente
consciente de que su beso resultaba tibio comparado con lo que habría sido si en sus
brazos estuviera Lali.
—¿Andáis perdida, señora? Quizá pueda yo indicaros dónde están vuestras
habitaciones.
Lali se detuvo bruscamente. Distraída por sus pensamientos, casi se da de
narices con un guapo cortesano.
—Ay, lo siento, señor. No os había visto.
—Estos pasillos son bastante complicados y es fácil equivocarse si uno no está
acostumbrado a ellos. Creo que no nos conocemos. Soy Dennis Burke, Vizconde de
Harley, para serviros. —Hizo una graciosa reverencia—. ¿Y vos sois...?
—Lali... de Lanzani —dijo Lali, tropezando con aquel apellido que ahora era el
suyo por la gracia del matrimonio.
—¡Cielo santo! Sois vos la esposa española de Sir Peter Lanzani. Nos
preguntábamos cuándo iba Lanzani a presentar a su esposa a la corte. Ahora entiendo
su desgana. Sois una belleza, señora mía. Yo también os custodiaría celosamente si
fuerais mía. Permitidme que os acompañe a las habitaciones de vuestro esposo. ¿O
preferiríais buscarle en la Cámara de Audiencias? ¿Os habéis perdido la ceremonia?
No recuerdo haberos visto antes allí.
—Preferiría esperar a Peter en su dormitorio, señor —dijo Lali—. Vengo
fatigada del viaje, y no estoy vestida adecuadamente para asistir a un acto solemne.
Mi esposo no sabía que yo venía a Londres.
Lali pensó que el Vizconde de Harley era bastante elegante, ataviado como iba
con medias que resaltaban sus bien formadas piernas, bombachos de satén y casaca
de brocado. Parecía suficientemente cortés, e inofensivo. Le aceptó el brazo mientras
la guiaba por un laberinto de pasillos.
—Apuesto a que su esposo se va a sorprender al verla en Whitehall —dijo
Harley con disimulado regocijo. La flagrante aventura de Peter con Lady Martina era
vox pópuli, y Harley se preguntaba cómo se desenvolvería el pirata en semejante
situación. La reina quería disolver su matrimonio y despachar a España a su esposa,
dejando libre a Peter para casarse con la rica heredera inglesa. Harley no se
aguantaba de ganas de propagar entre sus amiguetes la noticia de la llegada de
Lali.
Lali no respondió a aquella observación del guapo lord inglés. Nadie mejor
que ella conocía la magnitud del carácter de Peter. Su propio carácter podía ser
igual de formidable si se la provocaba. Y Dios sabe que Peter le estaba dando toda
clase de razones para aborrecer aquella vida disoluta y licenciosa que él llevaba en la
corte.
Los pasillos parecían no tener fin, pensó Lali, pero se veía que Lord Harley
sabía adonde iba. Charlaba excesivamente durante su caminata, sin esperar respuesta
y sin recibirla tampoco. Por fin se detuvieron ante una puerta, y Lord Harley soltó el
brazo de Lali con notable desgana.
—Aquí estamos, señora mía. No creo que el cerrojo de la puerta esté echado,
porque aquí en Whitehall es innecesario. Quizá nos veamos más tarde —murmuró,
levantando la mano de ella y besándosela con mucha fioritura. Lali observó cómo
se iba andando muy estirado por el pasillo, y le pareció que era todo un figurín.
Lali se pensó si llamar a la puerta antes de entrar en el dormitorio de Peter,
pero decidió que no era necesario. Peter probablemente estaba todavía en la
Cámara de Audiencias. Además, ella era la esposa de Peter, y tenía todo el
derecho a entrar en su dormitorio cuando quisiera. La puerta se abrió sin ruido de
goznes y ella pasó adentro. La escena con que tropezó su vista llevó a sus labios un
grito de consternación. El sonido hizo que los ocupantes del dormitorio se separaran
de un brinco.
—¿Quién sois vos? —preguntó Martina, indignada por la intrusión—. ¿Cómo os
atrevéis a entrar sin llamar en el dormitorio de Sir Lanzani? Tendré que hablar con Su
Majestad para que os desalojen de Whitehall. Sois una fresca desvergonzada.
—Lali... —Peter se estremeció al ver lo que se avecinaba.
Desautorizando a Jane de un vistazo glacial, la mirada de Lali chocó con la de
Peter . El silencio entre ellos se fue estirando mientras Martina contemplaba con
disgusto creciente cómo reaccionaban una y otro. En ese patético silencio Lali vio
cómo la expresión de Peter iba cambiando de la furia a la incredulidad asombrada
y luego a una satisfacción contenida.
—¿Quién es esta mujer, Peter ? —exigió saber Martina.
Estupido q colera me da peter
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