miércoles, 25 de enero de 2017

CAPITULO 68

Fue hasta la puerta, se deslizó a la antesala, y se apartó para que Nico ocupara 
su lugar. En cuanto Stan estuvo dentro de la estancia, Peter cerró la puerta. 
—Estoy esperando, Peter —dijo Martina con fastidio—. ¿Podrías encender la 
vela?; quiero verte. 
La cama se hundió y Nico se acomodó bajo las sábanas junto a Martina .
—Olvídate de la luz, ahora prefiero verte con las manos. —Su voz tenía un
áspero filo de expectativa, y por eso Martina no sospechó del ligero cambio de tono.
Tenía experiencia suficiente para reconocer la brusca impaciencia de la pasión del
hombre.
Martina no decepcionó a Peter, ni su conducta en el trance menoscabó la reputación
de Peter. Si acaso la virilidad de Peter quedó realzada por la magnífica
actuación de Nico como amante. Nico supo inmediatamente que Martina estaba
familiarizada de sobra con la pasión, porque la actuación de ella le dejó a él sin
aliento. Para cuando hubo excitado a Martina hasta el límite, ya estaba él bendiciendo a
Peter por haberle encargado tan agradable tarea. Nico no sólo complació a Martina
excepcionalmente bien, sino que lo hizo más de una vez. A diferencia de Peter, no
había otra mujer en su vida, y disfrutó de Martina a fondo, sin olvidar la advertencia de
Peter de que no le hiciera un hijo. Salió con sigilo de su cama justo antes del
amanecer, cuando ya Martina había caído en un sueño exhausto.
Nico fue de nuevo al encuentro de Peter, que daba largos pasos por su propia
habitación con notoria falta de paciencia.
—Bueno, ¿cómo ha ido la cosa? ¿Ha sospechado algo Martina ? Por Dios que te has
quedado allí tiempo suficiente.
Nico se estiró y bostezó.
—Lady Martina no es mujer a la que uno pueda despachar fácilmente una vez que
ella le tiene a uno en su cama. Por todos los infiernos, Peter, ha estado
condenadamente cerca de agotarme del todo.
Peter contuvo una sonrisa.
—¿Te estás quejando?
—Ni por asomo. Y no tienes que preocuparte de nada, amigo mío: nos han
puesto la mejor nota. Tu reputación con las mujeres va a florecer después de lo de
anoche.
Peter soltó una sonora carcajada.
—Eres modesto, ¿eh? En cualquier caso, te estoy agradecido. Para mí no hay
más que una mujer, Nico, y está en España.
—Tengo que volverme ya al barco —dijo Nico, mirando con nostalgia hacia la
cama. No había dormido ni lo que dura un guiño—. Si vuelves a precisar de mis
servicios, házmelo saber. Será un auténtico placer prestártelos.
—Eso sí que es un amigo de verdad —le dijo Peter riéndose—. Pero confío en
no tener que recurrir a semejante engaño nunca más. Ahora que ya he cumplido con
ella, Martina no podrá acusarme de esquivar su cama.
—Oh, sí, eres un amante asombroso —se burló Nico, fingiendo el tono de voz—.
Bueno, pues me voy. ¿Instrucciones...?
—Que los hombres sigan trabajando en el barco. Nos escabulliremos de
Billingsgate con la marea de la tarde la víspera del día de mi boda. Mientras tanto,
haré todas las gestiones necesarias y trataré de evitar a Martina. Todos los días van a ir
llegando arcones con el grueso de mi fortuna. Ve estibándolos en la bodega con el
cargamento.
Algo más tarde aquel día Martina trató de escabullirse de Whitehall sin que
nadie lo advirtiera. Como estaba escrito que ocurriera, oyó a Lady Martina llamarlo
cuando él se acercaba a la puerta principal. Como había venido corriendo para
atraparlo, jadeaba sin aliento cuando lo alcanzó. Peter no pudo dejar de advertir
cómo le chispeaban los ojos; tenía los labios algo inflamados y enrojecidos, sin duda
por sus trajines nocturnos. Nico no había exagerado, el aspecto de Martina era el de una
mujer que acaba de pegarse un revolcón en toda regla.
—Peter, ¿adonde vas?
—Negocios, Martina —respondió Peter. Las comisuras de los ojos se le
arrugaron divertidas cuando se inclinó para mirarla y susurró—. ¿Estás descontenta
conmigo?
—¿Descontenta? ¡Dios, no! Has colmado con creces mis expectativas. Estuviste
magnífico, Peter, ni sé por dónde empezar a contarte lo mucho que me
complaciste. ¿Vas a volver esta noche?
—Eres insaciable, ¿verdad? Tengo asuntos urgentes en West Sussex. No esperes
verme hasta la víspera de la boda.
—Pero Peter, la reina dice que no has firmado aún el documento de la
anulación. ¿Y qué pasa con las celebraciones prenupciales?
—Volveré con tiempo sobrado para firmar el documento y asistir a las
celebraciones, Martina. Salvo que me retengas aquí charlando y retrasando mi viaje.
—Date prisa en volver, cariño —dijo Martina, agarrando su cabeza y bajándosela
para darle un beso animal.
Lady Martina se quedó en la puerta hasta que Peter se subió a un caballo de
punto que estaba a la espera. Cuando por fin se volvió, se dio de bruces con Lord
Harley.
—¿A dónde va tu prometido? —preguntó Harley con curiosidad.
—A West Sussex.
Harley la obsequió una mueca maliciosa.
—¿Y se propone quedarse mucho tiempo en West Sussex?
Lady Martina inclinó la cabeza, mirándole con interés.
—Bastante tiempo. ¿Qué es lo que estás pensando?
—Tú debías estar casándote conmigo, como bien sabes.
—Yo no hago más que acatar los deseos de la reina. Quizá ella encuentre otra
dama para ti.
—¿No te parece que quizá podrías apiadarte de un pobre pretendiente
rechazado?
—¿Qué es lo que quieres decir?— preguntó Lady Martina tímidamente. No tenía
nada contra Harley. Era un buen amante; aunque no tan bueno como Peter, pero
resultaba que Peter no estaba allí, ¿verdad?
—Esta noche —susurró él con urgencia—. Después de que la reina te libere de
tus cometidos. Encuéntrate conmigo en la pérgola, que estará desierta a esa hora tan
tardía.
Ejecutando una cortesana reverencia, estampó un beso en su palma vuelta hacia
arriba y se despidió. Harley sabía que Jane iría a su encuentro. Sus relaciones pasadas
habían sido de naturaleza apasionada, y él había aprendido que ella era una
hedonista que conseguía obtener gran placer de los encuentros sexuales. Además,
pensaba Harley según se alejaba andando y silbando una alegre melodía, se iba a dar
todo el gustazo de ser el instrumento para poner los cuernos a Peter Lanzani.

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