Pero ella no se lo consentía. Le hurgó entre la ropa hasta dar con su flácida
hombría. Antes de que Peter pudiera darse cuenta de lo que pretendía, se la sacó
del pantalón y se la metió en la boca.
—¡Por todos los infiernos! —Él se estremeció intensamente, alzándose y
endureciéndose al instante—. ¿Dónde has aprendido esas triquiñuelas de ramera?
Cuanta más diligencia ponía Martina en trabajárselo, más se encolerizaba Peter.
A él no le manipulaba nadie sin su permiso, y no estaba dispuesto a consentir que
aquella perrilla descocada lo hiciera. La agarró por los hombros y la apartó sin
miramientos. Martina se cayó de culo y abrió los ojos con incredulidad. Su sorpresa se
transformó enseguida en rabia.
—Pero ¿qué tipo de hombre eres tú, Peter Lanzani ? ¿O es que ni siquiera eres un
hombre? Estabas casi a punto. ¿Preferirías hacerlo por la fuerza? Al fin y al cabo eres
un pirata, y he oído que tratáis de un modo brutal a las mujeres. Si prefieres
violarme, por mí encantada. Tómame con toda la rudeza que quieras, sé todo lo
brutal que te apetezca, que no voy a protestar. —El sólo pensamiento la dejaba sin
aliento de pura ansia.
El semblante de Peter adoptó una expresión fría mientras se levantaba del
banco y se alisaba apresuradamente la ropa.
—A mí no me gusta hacer daño a las mujeres. Como te decía antes, esto ha sido
un error.
Martina se revolvió contra él, con la cara terciada de rabia.
—¿Es así como piensas tratarme cuando nos hayamos casado? No lo voy a
poder soportar, Peter. ¿Qué te ha hecho esa ramera española?
—Ojalá lo supiera —murmuró Peter, distraído—. Cuando tú y yo nos
casemos, si es que nos casamos, no tendrás ninguna queja de mi rendimiento.
Martina sonrió con coquetería.
—Entonces ven y demuéstramelo. Te he sentido endurecerte en mi boca; sé que
me has deseado.
—Bueno, soy humano —replicó Peter —. Pero éste no es ni el momento ni el
lugar. Soy tan orgulloso que quiero ser yo quien elija el momento y el lugar. Quizá
sea mejor que volvamos a la Cámara de Audiencias antes de que nos echen en falta.
Nuestra buena reina puede convertirse en una leona si descubre que una de sus
damas ha perdido la compostura. Conmigo ya está disgustada. No hay necesidad de
que tú también te ganes su ira.
—No se habría disgustado contigo si hubieras accedido a dejar a tu esposa
española para poder casarte con una mujer inglesa —rezongó Martina , irritada.
Peter soltó un profundo suspiro de hartura. Todo aquello ya lo había oído
antes. Y no sólo de la reina. También de sus amigos.
—No empecemos otra vez con eso. Mi matrimonio no es tema de debate
público. ¿Estás lista para volver a la fiesta?
—Estoy hecha una facha —se quejó Martina, intentando sin éxito volver a ponerse
el pelo como lo tenía antes de entrar en el cenador. Al final desistió y se conformó
con darle un aspecto ordenado. Cuando ella y Peter entraron en la Cámara de
Audiencias de la reina, daba la impresión de que acababan de regresar de un
encuentro ilícito.
Lali permaneció al borde de la multitud. Hacía sólo un momento que había
llegado a Whitehall. El lacayo al que le dijo que era Lady Lanzani la encaminó hacia la
Cámara de Audiencias, informándola de que la reina acababa de hacer Sir
a Peter Lanzani y de que allí se encontraba reunida la corte entera
para celebrar la ceremonia en
honor de su esposo. Cuando Lali llegó, la sala estaba abarrotada de gente, todos
ricamente ataviados con todo tipo de galas cortesanas. Se sintió insignificante y fuera
de lugar con su falda de terciopelo arrugada del viaje y su melena sin empolvar.
Escudriñó la estancia buscando a Peter, pero no lo encontró. Se pegó un buen
susto al sentir que alguien le ponía la mano en el hombro. Volviéndose bruscamente,
se llevó una sorpresa mayúscula al ver la negra silueta de un cura jesuita cerniéndose
hacia ella.
—Perdona que te haya asustado, hija mía, pero no he podido evitar darme
cuenta de que eres española. ¿Qué estás haciendo tan lejos de tu tierra? En estos
momentos la corte de la reina Isabel no es lugar para una española. Se están
calentando cada vez más los humos contra vuestros paisanos. —El fluido español del
jesuita sonaba como música en los oídos de Lali.
—¿Venís de España? —le preguntó, esperanzada.
—Sí. Me han enviado a Inglaterra con una delegación de jesuitas para
convencer a la reina hereje de que deje de oprimir a la población católica de
Inglaterra. También traemos garantías del rey Felipe y del Papa de que España no
tiene intención de tomar represalias por el asesinato de María Estuardo, por más que
lo condene una desviación tan flagrante de la justicia y un acto tan reprobable a los
ojos de Dios. ¿Y qué estás haciendo tú aquí, hija mía?
—Es una larga historia, Padre —dijo Lucía con un suspiro.
—Pareces perdida. Ven conmigo. Te presentaré al resto de nuestra delegación, y
así nos cuentas lo que te ha traído a este país. Es mejor que permanezcamos todos
juntos en esta corte inmoral.
De pronto Lali vislumbró a Peter, y el aliento se le ahogó dolorosamente en
la garganta. Lo vio entrando en la sala por una puerta que había en el otro extremo,
acompañado de una hermosa mujer que se agarraba posesivamente de su brazo. Una
mujer joven, rubia, regia, con la encantadora melena alborotada de un modo
inconfundible. Los ojos de Lali volvieron a posarse en Peter, que tenía aspecto de
haberse vestido deprisa y corriendo. Llevaba la ropa torcida, y parecía ensimismado.
A Lali se le ocurrió pensar que había visto esa expresión de su cara muchas veces...
después de hacer el amor. Apretó los puños. Dios, ¡quería matar a aquella mujer!
—¿Qué te pasa, hija? —le preguntó el cura, siguiendo la mirada de Lali hasta
Peter y Lady Martina .
—¿Quiénes son ésos? —inquirió Lali, señalando con un gesto de la cabeza
hacia donde estaba Peter.
El cura frunció con fuerza el ceño.
—Esos son el feroz pirata Peter Lanzani y su puta, Lady Martina Stoessel. Él ha
mandado más galeones españoles al fondo del mar que ningún otro hombre en la
Historia. Se dijo que había encontrado la muerte en La Habana, pero hace poco
apareció en Inglaterra, vivito y coleando. Ha causado sensación en la corte. La reina
siente predilección por él. Hoy le ha otorgado el título de Sir por su lealtad hacia
Inglaterra.
A Lali se le cayó el alma a los pies. Había hecho Sir a Peter, y ella ni
siquiera se había enterado. Estaba claro que él había decidido olvidarse de que tenía
una esposa. Ella no era más que un estorbo para él. Cuando vio que Lady Martina le
susurraba al oído a Peter algo que le hizo reír, tuvo que contener un sollozo.
—Olvídate de esta gente impía, hijita. Ven con nosotros. Rezaremos juntos por
la conversión de Inglaterra al catolicismo.
Demasiado desconsolada para oponerse, Lali siguió dócilmente al cura fuera
de aquella sala, lejos de Peter y su amante.
Me da tanta pena lali, y el estupido d peter no se da cuenta q ella la ama. Creo yo q lali regresara con ese cura,y cuando peter se d cuenta q ella se marcho ahi se dara cuenta q no la puede dejar ir.
ResponderEliminarEspero pronto mas capitulos y gracias por la maraton.
Feliz año :)