¿Confías en mí?
Él la miró por unos cuantos segundos, procesando las palabras que ella acababa de decirle. Observó las emociones en sus ojos, la forma en la que su agitada respiración hacía subir y bajar su pecho, el sonrojo de sus mejillas que se extendía más allá de su cuello. Levantó una mano y con un dedo recorrió su ceja derecha.
LALI respiró profundamente mientras sus ojos se... cerraban. Acababa de entregarle absolutamente todo. Sus miedos, anhelos, deseos. Esperó en silencio y con ojos cerrados a que él dijera algo, pero PETER no habló. Se armó de valor para abrir los ojos y enfrentarlo.
—Pides sin considerarlo, preciosa —le dijo él.
Ella negó con la cabeza antes de que las palabras salieran de sus labios.
—Estoy cansada de que me cuides. Quiero que tomes lo que quieres de mí… lo que ambos queremos.
—¿Y cómo sabes que es lo que quiero? —preguntó. LALI le entregó una sonrisa de labios sellados, una sonrisa traviesa y que le decía que ella veía más de lo que él creía.
Llevó sus pequeñas manos al firme muro que representaba su pecho, lo acarició y la casi imperceptible capa de bello que tenía allí le cosquilleó en las palmas. Era tan perfecto, tan masculino, tan fuerte y protector.
—Porque lo noto cuando me miras —susurró y bajó una de sus manos por su abdomen, contando rápidamente en su mente los músculos que los surcaban, hasta detenerse en los botones de su pantalón —A veces, cuando me estás mirando, siento que estas a un segundo de acercarte a mí y besarme con furia, como si yo te debiera algo… siento que no tienes ganas de ser considerado, ni suave, que ni siquiera te detendrás para quitarme la ropa. Que será así, rápido, fuerte, como si quisieras marcarme… ¿Es eso, verdad? Quieres marcarme, para que nunca más nadie dude de que te pertenezco.
Una fina capa de sudor perlaba la frente de PETER. Dios, ¿Cómo podía ella haber descubierto sus emociones de aquella forma? Siempre creyó que era bueno para que los demás no reconocieran lo que estaba pensando. Al parecer se había equivocado con ella.
—LALI, no podré controlarme, preciosa y yo no…
—Shhh —lo interrumpió —Ámame a tu manera. Úsame para sacar lo que te atormenta, lo que te lastima, lo que te da rabia.
Cerró los ojos. ¿Podría hacerlo? Ella parecía tan dispuesta, tan relajada. Sacudió la cabeza. No podía rechazarla. Le estaba dando un regalo. Su cuerpo. Para que él lo usará como quisiera. Su dulce, dulce LALI. Siempre tan generosa y sincera. Dios, la amaba tanto que a veces le daba miedo. Se alejó de ella y salió de la cama.
LALI se incorporó sobre sus codos y lo observó angustiada. ¿Iba a alejarse? ¿Así sin más? ¿Acaso sería más fuerte su miedo de hacerle daño, que las ganas de hacerle el amor? Sus labios temblaron con la amenaza de las lágrimas que se asomaban en sus ojos. Pero entonces vio como él caminaba hacia uno de los cajones. Esperó. Cuando PETER se dio la vuelta hacia ella, observó que tenía varias corbatas en las manos. Su corazón se aceleró, pero mantuvo la misma expresión. Él se acercó a la cama y se sentó a su lado.
—¿Confías en mí? —le preguntó. Ella mantuvo la mirada firme en la suya.
—Sí —le contestó.
—Bien —fue lo único que él dijo.
LALI suaves corbatas alrededor de sus ojos. Un suspiro de sorpresa escapó de su boca. La tela se sentía algo fría y olía a almidón.
Él terminó de sujetarlo bien detrás de su cabeza.
—¿PETER?
Ella sintió sus labios cerca de la comisura de los labios. La piel se le erizó. No podía verlo, no podía saber que era lo que iba a suceder. El resto de sus sentidos se agudizaron.
Mientras él dejaba besos imperceptibles cerca de su boca, la ayudó a recostarse nuevamente contra las almohadas.
Aquello era tan emocionante, parecía tan… prohibido. La adrenalina aumentó en su sistema, haciéndola sentir casi enferma de los nervios. Pero se forzó a calmarse. Ya no tenía 17 años, esta no era su primera vez. Aunque aquello tan nuevo lo hiciera parecerlo.
—Si es demasiado, quiero que me lo digas,LALI. Quiero que me lo digas y me detendré, juro que lo haré. Solo tienes que decirme: no puedo. ¿Sí?
—Sí —asintió moviendo la cabeza para acompañar la afirmación.
La verdad que aquello era realmente nuevo, pero por nada del mundo quería que parara. Estaba tan ansiosa que una risita estúpida escapó de sus labios. Estaba segura que él estaba sonriendo también. No podía verlo, pero lo presentía.
Entonces sintió que una de las manos de él, tomaba su muñeca izquierda y la alzaba hasta arriba de su cabeza. Otra vez la suave tela de una corbata se rozaba con su piel. Ella alzó las cejas, sorprendida, debajo de su improvisado vendaje.
PETER sujetó su mano contra el fino barrote de madera que atravesaba le cabecera de la cama y luego hizo lo mismo con el otro brazo. Ahora ella estaba total y completamente extendida sobre la cama. Incapaz de mover los brazos. Jamás había estado así. Jamás había dejado que un hombre la atara y la vendara. La respiración comenzó a escapársele sin ritmo de los labios. Sintió que él abandonaba la cama, porque el peso que estaba a su lado cambió. Se quedó quieta, tratando de escuchar lo que él hacía. Escuchó el sonido de un cierre al bajarse, la emoción la embargó y su cuerpo reacción. Sus pezones se endurecieron, haciéndose más visibles. Se lamió los labios. Deseaba verlo. Pero aquello era… no podía explicar la emoción de no ver. Escuchó un sonido metálico contra el suelo y supo que sus pantalones habían caído, junto con el cinturón.
—¿Sabes que estoy haciendo, verdad? —le preguntó él. Ella respiró profundamente, para que su voz no saliera temblorosa.
—Eso creo —contestó y cerró sus manos alrededor de las corbatas.
—¿Quieres saberlo?
—¿Te haz quitado los pantalones? —inquirió.
—Ajá —asintió —¿Y sabes que estoy mirando?
Su piel se erizó y juró por Dios que sintió su mirada sobre sus pechos, porque sus pezones se endurecieron más aun, casi imposibles.
—PETER… —susurró. Estaba a punto de salirse de su propia piel, solo por sentir su toque. Lo necesitaba cerca. Estaba acabando con ella.
—Dios, LALI, me pones realmente duro —le dijo. Ella gimió, estaba segura de que él había dicho eso porque estaba tocándose. Se lo imaginó perfectamente en su mente. Parado a un costado de ella, mirándola, tocándose un poco para tratar de consolarse —Tanto tiempo, mirándote sin poder hacer nada, con demasiado miedo para acercarme a ti. Pero ahora estas ahí, atada y vendada, solo para mí. ¡Diablos! Eres mi fantasía hecha realidad.
—Por favor, PETER…
—¿Es demasiado?
—Te necesito —gruñó. Un extraño dolor se había instalado en medio de sus piernas. Podía sentir el calor allí. Podía sentir como su cuerpo comenzaba a prepararse para recibirlo. Era insoportable. Necesitaba alivio. Lo escuchó reír.
—Ay, preciosa, eso tuviste que haberlo pensado antes de abrir esa bonita boca.
Hajaaj me hubiera gustado q su nuevo encuentro hubiera sido especial!
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