—A que Lali no es ninguna arpía. Se preocupa mucho por las personas que la rodean. ¿No es extraño? Se parece a Gimena en muchos aspectos, pero es completamente distinta a ella. Gimena era bella, caprichosa e increíblemente egoísta. Lali, en cambio, siempre se desvive por ser comprensiva. En realidad, es Rocio quien se está comportando como Gimena últimamente.
—Bueno, conmigo no hace falta que defiendas a Lali. Creo que es estupenda.
La mejor.
Cande le dio un codazo en el hombro.
— ¡Tampoco hace falta que lo digas con tanto entusiasmo!
Jimmy sonrió.
—Compórtate. Quiero mucho a tu hermana, y lo sabes. Pero de un modo completamente distinto. Ella no sabe hablar de vísceras y de sangre en términos médicos.
Cande dejó escapar una risita, pasándole los dedos por el cabello.
—Doy gracias a Dios por mis talentos ocultos.
Jimmy sonrió, pero su sonrisa se desvaneció rápidamente.
—Lali es una copia de Gimena, y eso me ha dado que pensar... No sé, esas mujeres, esas víctimas, recordaban a Gimena.
—Gimena murió hace mucho tiempo.
—Lo sé, lo sé. Supongo que es imposible que haya alguna relación. Pero...
—¿Pero qué?
Él se levantó y recogió los calzoncillos.
—Tengo que comprobar una cosa, Cande. Cierra bien la puerta. Tienes una pistola, ¿verdad?
—Desde luego. Y sé usarla.
—Buena chica. Luego hablamos —Jimmy le hizo un guiño y salió.
Desconcertada, Cande permaneció un buen rato despierta después de que él se fuera.
Lali...
No era una imagen, un espejismo. Un sueño.
Un sueño húmedo.
Estaba allí realmente.
Vestida de seda.
—Lali... —murmuré Peter al cabo de un momento—. Deberías haber llamado a la puerta. He podido dispararte.
Los ojos de Lali se centraron en él. Peter vio que los abría de par en par. Se había acostado desnudo. Casi se cubrió instintivamente con la sábana, pero no lo hizo. Permaneció como estaba, sentado, y dejó la pistola en la mesilla. Ella lo miró entonces a los ojos.
—No, tú jamás me habrías disparado. Eres demasiado bueno en tu oficio.
Él no contestó. Le pareció que Lali se ruborizaba. Quizá porque se había fijado en su creciente erección.
Peter se levantó, sin preocuparse por su estado de excitación. Al fin y al cabo, era ella quien había entrado en su cuarto.
—¿Y bien? ¿A qué has venido? —le preguntó, deseando que su tono no sonara tan áspero. Pero el corazón le latía desbocado, su respiración era entrecortada y sus músculos, y otras zonas, palpitaban por la tensión.
—Yo... —empezó a decir Lali. Se retiró el cabello, tragó saliva y empezó de
nuevo—. No podía dormir. Y creí que... quizá estarías despierto y te apetecería charlar.
— ¿Charlar?
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