miércoles, 22 de junio de 2016

CAPITULO 60

—No he dicho tatuajes simplemente, sino rosas tatuadas. 
—No he oído que... 
—Ni lo oirás. La policía mantiene esa información en secreto. ¡Diablos, Lali, confía en mí! Dos víctimas tenían rosas tatuadas, y otra acababa de recibir un ramo de rosas. Ahora, haz el favor de decirme cuándo y dónde te hiciste ese tatuaje. 
Ella permaneció callada, mirando la mano que descansaba en su brazo. 
— Peter, he llevado ese tatuaje desde mi primer año en la universidad. Había salido con algunas de mis amigas. Fuimos a un club, tomamos unas copas y decidimos hacernos unos tatuajes. Por suerte, no íbamos demasiado bebidas, o me habría hecho uno mucho más grande. 
Peter arrugó la frente, meneando la cabeza. 
—¿Cómo se os ocurrió la idea de tatuaros? 
Ella se encogió de hombros. 
— Éramos universitarias. De vacaciones, con demasiado tiempo libre y demasiado dinero. 
Creo que el salón de tatuaje estaba en algún lugar de Virginia. Cerca de Manassas, estoy segura. Pero no recuerdo exactamente dónde. Hace mucho tiempo de eso. Fue 
una de esas cosas propias de crías. Una vez me teñí el pelo de azul —suspiré—. En cuanto a la rosa, bueno... 
— Supongo que me sentía culpable. 
—¿Culpable? ¿En qué sentido? 
—Había pasado mucho tiempo tratando de no parecerme a mi madre. Es algo que aún me preocupa, de vez en cuando, seguramente porque soy su viva imagen. Y no... no quiero llevar una vida como la suya, aunque parece que voy por ese camino, ¿verdad? —Lali no deseaba recibir una respuesta—. Yo amaba a Gimena. Era una esposa horrible, y muy egoísta, pero como madre era maravillosa, a su manera. Una vez estaba vestida y maquillada para actuar, y me tenía en el regazo. El director le gritó, diciéndole que me soltara o se le estropearía el vestido. Ella me abrazó con más fuerza y respondió que sus hijas eran más importantes que cualquier vestido o cualquier obra. Nos queria. En cualquier caso... Gimena tenía una rosa. 
—¿Tú madre tenía tatuada una rosa? 
Lali asintió gravemente, y luego volvió a sonreír. 
—¿Recuerdas que tu padre solía llamarla «mi rosa»? Solía decir que Gimena era como la más espléndida de las rosas, bella y fragante... y llena de espinas. Se hizo ese tatuaje por tu padre. Dijo que había incluido las espinas porque no quería que él olvidase que tenía sus propias defensas. Dijo que necesitaba aquellas espinas. Tú nunca se lo viste, porque mi madre no solía pasearse desnuda delante de vosotros, pero no tenía reparos en desvestirse en presencia de sus hijas. La noche que yo me hice el mío, había tomado unas cuantas copas de champán, y ya sabes cómo me afecta el alcohol. Probablemente me puse melancólica y me acordé de mi madre, aunque ya llevaba muerta mucho tiempo. Así que me tatué una rosa. 
Peter se quedó mirándola, y asintió transcurridos unos segundos. 
— Mi tatuaje no entraña ningún peligro en absoluto. 
— Supongo que no. Pero resulta curioso. Una increíble coincidencia — Peter vio que ella se dirigía hacia la puerta—. ¿A qué viene tanta prisa? 
—He de ducharme y prepararme. Hoy haremos otra sesión de fotos. 
—Lali, no son ni las seis y media. ¿Y de veras tenéis que hacer más fotos? 
Jaime debió de tomar centenares ayer. Debo regresar a Miami, y... 
—Y yo de he quedarme a trabajar aquí. 
Peter salió de la cama. Se acercó a ella y, mirándola a los ojos, le quitó la bata de 
las manos. 
—No tardaremos mucho, te lo prometo —juró solemnemente. 
—Peter... 
—No tardaremos nada. No sé cuándo volveré a verte. No me dejes así —Peter la atrajo hacia sus brazos y deslizó las manos hasta sus nalgas, apretándola contra su pelvis. 
Una sonrisa arqueó los labios de Lali. Eso fue suficiente para Peter. La tomó en brazos y la soltó en la cama, echándose encima de ella. 
Tardaron mucho más de lo que había prometido. 
—No me gusta dejarte aquí —comenté Peter meneando la cabeza. 
—Estaré a salvo con mis compañeros, te lo aseguro. 
Ya vestido, moreno y condenadamente atractivo con su traje de chaqueta, él asintió y sorbió el café, observando a Lali. 
— Lo más aterrador es que ese asesino en serie es alguien en quien todo el mundo confía. Alguien que lleva una doble vida y que parece perfectamente normal. 
—No me pasará nada — insistió ella—. Jaime vendrá a recogerme y me traerá luego a casa. Martique, la asistenta, estará aquí todo el día, y... —hizo una pausa, con una chispa de diversión en los ojos—. El sistema de alarma de mi padre es todavía mejor que el mío. 
—Mmm —murmuré él. 
—Además, se supone que yo soy la vidente. La bruja —le recordé Lali—. No percibo ningún peligro aquí. 
—Está bien —dijo Peter al cabo de un momento —. Pero esta noche volveré, y te llevaré a casa mañana mismo. 
—Eso no será necesario. 
—Yo creo que sí. 
Lali prefirió no seguir discutiendo. Momentos después, oyó que Jaime tocaba el claxon afuera. 
—Tengo que irme. 
Él no le besé la mejilla, ni la tocó. Simplemente asintió con gesto serio y la siguió hasta la puerta, observando cómo se introducía en la furgoneta con el resto de sus compañeros. 
Nico estaba siendo maravilloso. 
Fiel a su palabra. 
Dejó que Rocio durmiera hasta tarde, se ocupó de levantar a los niños, vestirlos y darles el desayuno. Insistió en que se tomara el resto del día libre y fuese a almorzar con sus amigas. 
Rocio jugó al tenis, se duchó y se reunió con algunas de sus amigas en el club. No tenía que conducir, de modo que bebió vino en el almuerzo. Hacia el final de la comida, el camarero acudió con una pequeña bandeja plateada, sobre la que descansaba una cajita envuelta en papel de regalo. En la tarjeta solo figuraba el nombre de Rocio. 
—¿Un admirador secreto? —inquirió Candy Fox, una morena casada con uno de los abogados del bufete de Nico. 
Rocio meneé la cabeza, sonriendo. 
—Seguro que será de Nico. Últimamente está siendo muy atento. 
—A ver qué es —sugirió Tara Anderson, madre de dos niños y entrenadora de 
tenis a tiempo parcial.  

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