sábado, 4 de junio de 2016

CAPITULO 40

Ella se quedó totalmente inmóvil, dolida. Sabía que era infeliz. Pero no se le había ocurrido pensar que también él se sentía insatisfecho. Y se preguntó, más que nunca, si estaría teniendo alguna aventura.
Nico salió al dormitorio y empezó a vestirse. Temblando, ella se puso una bata y salió presurosa del cuarto, cerrando la puerta tras de sí.
Luego realizó mecánicamente las actividades de la mañana. Despertó a Justin y Shelley, empezó a preparar el desayuno.
Shelley no tardó en llorar y dar berridos porque no encontraba una de sus zapatillas de deporte. Anthony tiró su tazón al suelo y empezó a gritar llamando a su madre. Justin decidió ayudar, sirviéndose sus propios cereales, y derramó la leche por toda la mesa. Por supuesto, fue entonces cuando entró Nico.
—Dios, Rocio —dijo—. Parece que hoy llegaré un poco tarde —murmuro.
—Haber pensado en eso antes.
Nico procedió a limpiar a Justin, la mesa y el suelo. Rocio era consciente de hallarse al borde de las lágrimas.
—Deja, ya lo hago yo. Tú vete. No llegues tarde a tu precioso trabajo.
—Bueno, ¿sabes qué, Rocio? En el trabajo, por lo menos, la gente me aprecia. ¡No te imaginas lo feliz que eso puede hacerlo a uno!
Arrojó el paño con el que estaba recogiendo la leche y salió como una exhalación de la casa.
El resto de la mañana se hizo eterno. Rocio llevó a Justin y Shelley a sus respectivos colegios y, finalmente, consiguió que Anthony se sintiera contento y de buen humor. Llegó Anna, la asistenta. Anna era una latina maravillosa con un talento especial con los niños. Recogió la cocina en cosa de minutos, puso la lavadora y fue al cuarto de Shelley, donde Rocio estaba buscando la zapatilla perdida entre los montones de juguetes.
—Hoy tiene tenis, ¿no?
—Sí, iba a dar la clase, pero...
—Vaya y páselo bien. Yo me ocupo de la casa.
Rocio fue a dar la clase de tenis. Hacía un calor infernal. Vio a unos amigos en las pistas y accedió a comer con ellos. Después de llamar a Anna, quien no tenía inconveniente en ir a recoger a Justin y Shelley, almorzó en el club de campo. Bebió dos piñas coladas. La cabeza le daba vueltas.
Se despidió de sus amigos y volvió a los vestuarios para cambiarse. Reinaba en el pasillo un extraño silencio.
Justo antes de entrar en el vestuario de las mujeres, Rocio se sobresaltó y estuvo a punto de gritar cuando sintió una mano en el hombro.
—iRocio!
Ella se giró.
Él estaba allí. Y tan guapo... Había estado jugando al tenis. Iba de blanco. Lucía un bronceado perfecto. Mostró sus dientes en una sonrisa tierna e impecable.
— ¡Tienes un aspecto delicioso! —dijo él.
Ella sonrió. Se sentía un poco atontada; dos copas, unidas al ajetreo del día,
habían sido demasiado.
— GracÍas.
—¿Ya estás preparada para tener una aventura conmigo? —inquirió él. Su tono era desenfadado, pero sus ojos se mostraban serios. La arrinconó suavemente contra la pared, acariciándole el rostro con los dedos.
—No... puedo.
—Sabes que sí.
Ella sonrió, mirándolo, y meneó la cabeza.
—Es que no... no estaría bien. Nada bien.
Soltó una risita. Malditas piñas coladas.
Él se apretó contra ella. De pronto la estaba besando. Apasionada, ardientemente. Ella sintió un hormigueo. Las piñas coladas, se dijo. Estaba respondiendo al beso. Sus lenguas se fundieron. Era un beso húmedo. Asfixiante. Necesitaba más aire. Qué raro. Se sentía tanto excitada como...
Asqueada.
La invadió una leve sensación de pánico. Las manos de él estaban sobre ella, sobando sus senos, deslizándose por su muslo, hacia arriba. Sintió su caricia en la piel desnuda, peligrosamente cerca de su punto más íntimo.
—Acuéstate conmigo, ámame... — susurró él fervientemente contra sus labios.
Repentinamente ella sintió ganas de apartarlo de sí. Pero él se retiró de motu proprio.
—Te quiero. Puedo esperar hasta que estés preparada. Ya falta poco. Lo noto cuando nos besamos — susurró —. Hay muchas más cosas que quiero saborear, lamer. Besar. Quiero hacer que lo pases bien. Lamerte aquí... y aquí...
Movió los dedos para mostrárselo. Ella inhalo aire, horrorizada. Hasta entonces, solo había jugado con la idea. Pero era algo más que un juego. Más que una fantasía.
Era demasiado real.
— Pero puedo esperar. Esperaré. Porque si espero será mucho mejor... Me desearás. Te prometo que, cuando acabe contigo, me desearas.
—Yo...
Era incapaz de hablar.
Él le acarició la mejilla tiernamente, mirándola con una profunda comprensión.
Se alejó de ella silbando.
Un conocido pasó junto a él de camino a los vestuarios de hombres. Hablaron jovialmente, rieron.
Rocio permaneció apoyada en la pared, temblando.
Seguía sin saber lo que quería. La fantasía había sido muy divertida. Imaginarse a un amante guapo, encantado, dedicado exc1usivamente a hacerla feliz, a adorarla. Un amante que supiera cuándo, dónde y cómo deseaba ser acariciada...
Pero, de repente, se sintió.., sucia. Tenía ante sí exactamente lo que deseaba, salvo que no lo deseaba en realidad.
Otra vez sentía ganas de llorar.
Finalmente consiguió despegarse de la pared y entrar en el vestuario. Tenía que arreglárselas para que su relación con él volviera a ser de simple amistad. A menos, desde luego, que Nico tuviera una aventura. En tal caso, se pondría tan furiosa que se acostaría con el primero que llegase.
Con él.
Se detuvo delante de la taquilla, sonriendo. La sensación de repulsión hacia su posible amante se desvaneció. Era un encanto. Sabía cómo hacer para que se sintiera
de nuevo una mujer deseable y atractiva.

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