—Lali —VICO le dio una palmadita en el hombro, hablando en susurros—. Por aquí. Es por aquí.
La condujo a través de una puerta que daba acceso a una habitación
aneja. En una de las mesas metálicas había un bulto cubierto con una
sábana verde. Junto a la mesa aguardaba una ayudante del forense. VICO
miró a Lali.
Ella miró hacia el bulto, sintiendo que una sensación escalofriante la invadía de pronto.
La corazonada de VICO había resultado ser cierta. Lali ya podía sentir algo.
Oh, Dios. No le gustaba aquello. No le gustaba en absoluto.
—Eh... prepárate —advirtióVICO a Lali, e hizo un gesto de asentimiento a la ayudante del forense.
La mujer retiró la sábana. Lali sintió instantáneamente ganas de
vomitar. El bulto era una cabeza, con la base del cuello ostensiblemente
roída. Los ojos habían sido devorados La carne aparecía tan pálida que
podría perfectamente no ser real, sino uno de esos efectos especiales de
estudio.
Un gemido escapó de los labios de Lali se llevó las manos al vientre.
Sorprendentemente, oyó la voz de Peter.
—VICO, ¿qué demonios pasa contigo? ¿Cómo se te ocurre traerla a ver algo así?
—estaba furioso.
— ¡ Ah, vamos, Peter! Lali quizá pueda ayudamos.
— ¡ VICO, por Dios bendito! — Peter la rodeó con el brazo, sosteniéndola.
—Maldita sea, Peter, estamos hablando de Lali, no de una niñita
quejica. Su hermana es una de las mejores forenses que tenemos. Y ella
sabe muy bien qué aspecto tiene la sangre.
— Yo mismo me horroricé al ver esa cabeza, Vico, y te aseguro que he visto algunas de las peores cosas que puedan verse.
Lali no quería que discutieran, ni quería mirar la cabeza.
Pero aguantó en pie y enderezó la espalda, resuelta a resistir sin la ayuda de Peter.
Una escalofriante sensación se había abatido sobre ella y, de pronto,
la imagen de la cabeza empezó a desvanecerse; Lali ya no veía que tenía
delante. Veía a una rubia guapa vivaracha. No sabía seguro si se trataba
de la misma mujer que había visto antes, pero tenía una estatura y una
constitución similares, y el mismo cabello largo y precioso. Se estaba
riendo mientras abría la portezuela de un coche y se sentaba en el
asiento del conductor. Había alguien con ella. Estaban circulando... por
la autopista. Luego se encontraban en otra carretera. De vez en cuando
se veía el nido de alguna gran ave sobre un poste de teléfonos, y había
agua a ambos lados.
Pasaron junto a un cartel indicador. Lale
Surprise. Lali supo el punto exacto por el que circulaban; la nacional
Uno, en dirección a Cayo Largo.
—Los Cayos —dijo súbitamente.
—¿Qué? —inquirió Peter.
—Los Cayos —repitió ella, todavía mirando la cabeza.
—¿Hace el favor de tapar eso? —pidió Peter a la ayudante del forense.
—Espera un momento —protestó Vico— Lali está captando algo. Está viendo algo.
La sábana volvió a su sitio.
—¡Pues ya no ve nada más! —tronó Peter. Y decía la verdad, aunque Lali no tenía idea de cómo podía saberlo.
— ¡Estoy bien! —mintió. Sería fuerte. Estaba decidida.
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