miércoles, 22 de junio de 2016

CAPITULO 58

   Sí, definitivamente eres una bruja. Lanzas conjuros. Los hombres se enamoran de ti solo con verte en la portada de una revista. Se morirían por tenerte. 
— Y antes me estaba planteando ir a tu habitación y decirte las mismas palabras que tú me dijiste a mi. 
—Oh. 
—De no haber hecho esto, creo que me habría pasado algo horrible. Habría explotado. 
—¡Seguro que no! 
—Habrían caído trocitos de mí por todo el sur de Florida —dijo Peter. 
Lali sonrió, pero su sonrisa no tardó en desaparecer. 
— ¡Como los de esa pobre mujer! —musitó. 
Él meneó la cabeza, dándose cuenta de lo que había dicho. 
—Peor —le aseguró, y ella no pudo menos de sonreír, recostando la cabeza en su pecho. 
—Debería volver a mi habitación. 
— Ni se te ocurra. 
—Pero... 
Peter le alzó el mentón para poder mirarla a los ojos. 
—Ha sido la mejor experiencia sexual que he tenido en toda mi vida. ¿Y piensas que voy a dejar que te vayas ahora? Estás loca. 
Ella se quedó mirándolo. 
—Es extraño, ¿verdad? Creí que lo que sentía era simplemente curiosidad. Que tan solo necesitaba... 
—¿Probarlo y ya está? 
Lali sostuvo su mirada. 
—Creí que después podríamos seguir adelante con nuestras vidas, cada uno por su lado. 
-¿eso lo que quieres? ¿Ya has tenido todo lo que deseas? 
—No —reconoció ella. 
—Bien —Peter buscó sus labios y la besó. No tardó en poseerla de nuevo. 
A Pablo Esposito no le importaba en absoluto lo tarde que fuera. Podía seguir con ello toda la noche. Miré la página en la que estaba trabajando, profundamente satisfecho. 
El inspector jefe Jesús Hernández se agachó junto al cadáver, meneando la cabeza con consternación mientras combatía la náusea que burbujeaba en su estómago. El asesino mutilaba a las víctimas cada vez con mayor fervor. Había sido bella... antes. 
Joven, con sueños y esperanzas en aquellos ojos azules que ahora miraban ciegos hacia el cielo. Acaso, en sus últimos momentos, su alma había recorrido el camino al Paraíso. Hernández rezó por que así fuese. 
Pues lo que yacía tumbado en el suelo, los restos de su yo mortal, era una tragedia, una broma cruel contra los sueños y las esperanzas de la juventud. Había sido impecablemente diseccionada; sus órganos habían sido extraídos y esparcidos alrededor del cuerpo; práctica-mente le habían cortado la cabeza. La línea sanguinolenta en torno al cuello era tan gruesa 
que parecía que llevase puesto un lazo de un intenso color rojo...  

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