El maestro del pecado y la seducción.
Su amante.
¿Aquellos grititos estaban saliendo de su propia boca, o es que lo estaba
soñando? ¿Era imaginación suya el relámpago de fuego que la recorría mientras él se
daba un banquete con sus pechos, mientras le devoraba los pezones? Se tensó contra
él, asombrada de las llamas que la estaban consumiendo. Sintió que se derretía hasta
la médula de los huesos, sintió que le hervía la sangre. Y cuando pensaba que había
experimentado el placer máximo, él añadió una dimensión nueva a su tormento
amoroso. Sus manos trazaron senderos de fuego líquido en sus labios, su estómago,
por sus caderas, avanzando inequívocamente hacia el lugar suave y húmedo de entre
sus piernas. Sus dedos se despegaron de ella para deslizarse a lo largo de la
resbaladiza hendidura, comprobando si ella estaba preparada.
PETER resollaba del esfuerzo que le estaba costando contener su ardor
mientras ponía a LALI a tono. Ella en respuesta gemía, con un torbellino de
necesidad brotándole del centro mismo de su ser.
—No hagáis eso, no puedo... no puedo soportarlo.
—Es todo parte del juego amoroso, querida. Se supone que debemos continuar
hasta que estés preparada.
LALI se agitó violentamente cuando el dedo de él encontró un punto
especialmente vulnerable oculto entre los húmedos pliegues de su feminidad.
—¿Preparada para qué?
PETER soltó un suspiro. Que Dios le librara de vírgenes ignorantes.
—Me refiero a que estés lo bastante húmeda y lo bastante caliente como para
que yo pueda introducirme dentro de ti. —La dura protuberancia de su sexo se
apretaba contra el estómago de LALI, proporcionándole una idea exacta de qué parte
de su cuerpo era con la que pensaba desflorarla.
—¡Dios, no! ¡Eso es imposible! Sois demasiado... —Se ruborizó hasta la raíz del
pelo—. Sois demasiado grande. Me vais a matar.
—Confía en mí.
Para distraer su mente de aquellos pensamientos PETER la besó a fondo,
imperiosamente, introduciéndole la lengua en la boca.
Dios, pensó LALI, ¿sentirían las mujeres decentes tan potentes emociones? Sin
intervención de su voluntad, sus dedos se enredaron en el abundante pelo de
PETER, y luego bajaron por sus hombros tensos y musculosos. Sintió bajo los dedos
la carne vibrante de vida, igual que el propio hombre.
Que Dios me ampare, rezó, preparándose para entregar su virtud al Diablo.
Un instante más y él habría acabado con su inocencia, justificando el nombre
que había elegido en su búsqueda de venganza. El Diablo.
La lengua de PETER deambulaba lenta y cálidamente por la piel del estómago
de LALI. Ella gemía y trataba de escabullirse, para volver a encontrarse sin darse
cuenta cada vez más pegada al tormento de su boca. Trató de negar los sentimientos
que le brotaban de dentro, pero le falló la voluntad. Él tenía las manos entre sus
muslos y seguía subiendo, con los dedos húmedos de ella.
—¿Qué me estáis haciendo? —le gritó con desmayo. La embriagadora
seducción de aquellas manos y aquella boca estaba pulverizando sus sentidos, y la
reconciliaba con el hecho de que PETER estaba decidido a salirse con la suya. E
incluso cuando ya no podía contener un ansia extraña, siguió teniendo la curiosidad
suficiente como para querer enterarse de todo lo que él le estaba haciendo, de todo lo
que estaba pasando entre ellos dos.
PETER soltó un gruñido y levantó la cara.
—Haces demasiadas preguntas. —Y deslizó un dedo en su interior, avanzando
con sus besos cadera abajo.
—¡PETER! ¿Qué estáis haciendo? Decídmelo.
Él suspiró profundamente.
—Te estoy poniendo a tono. Cuanto más húmeda estés, menos daño te va a
hacer cuando me meta por fin dentro de ti. Eres muy pequeña, querida; intenta
relajarte.
LALI ahogó un puchero.
—Si no queréis hacerme daño, entonces no me hagáis esto.
—Eso es como pedirme que deje de respirar.
Sintió la provocación de los besos de PETER entre los muslos. Sus caricias
sembraban en ella fuego líquido, tan íntimas, tan absorbentes, que se puso a temblar.
Él empezó a mover el dedo de dentro a fuera, primero despacio, luego más deprisa.
Ella gemía y se contorsionaba contra la ardiente presión de su mano, aguijoneada por
asombrosos fragmentos de éxtasis.
—Enseguida, querida, enseguida —dijo él con voz cantarina. Entonces encontró
con la lengua aquel botón sensible escondido entre sus lozanos pliegues y ella se
enardeció, gritando su nombre en jadeante súplica. Innombrable era el esplendor que
se estaba disparando en ella—. Ahora. —PETER respiraba entrecortadamente—. Ah,
sí, ahora.
Subió hacia ella, contemplando su rostro asombrado.
—Voy a meterme dentro de ti, LALI. Puede que esta parte te duela, pero seré
todo lo suave que pueda.
Al principio ella no entendió lo que decía, pero en cuanto lo hizo sacudió la
cabeza con fuerza.
—¡Nooooo! Sois demasiado... Yo soy demasiado... Eso no va a poder ser.
—Confía en mí —la tranquilizó él—. Ocurre todos los días. Hay niñas que se
casan con trece años y sobreviven a esto. La mayoría acaba disfrutando de ello. Y
ahora, querida, mírame: quiero verte la cara mientras te penetro.
Unió al de ella su cuerpo, mientras su carne tensa y resbaladiza se abría
cuidadosamente paso. Su mirada de plata se trabó en la de LALI mientras hacía cuña
con su enorme fuerza entre los muslos desplegados de ella. Empujó hacia su interior
la punzante protuberancia de su sexo, luego hizo una pausa y volvió a empujar.
LALI se puso rígida, tratando de deshacerse del peso de él, desesperándose por
evitar aquel empalamiento.
—Relájate, querida —susurró él con los labios pegados a los suyos. Luego
arqueó las caderas y volvió a empujar, traspasando el vello púbico de LALI—. ¡Ya
estoy dentro! —exclamó, exultante.
Dolor. Implacable. Prolongado. Las lágrimas se le agolparon en los ojos. Le
supieron a sal.
—¡P... para! Me estás matando. —Tensó y arqueó el cuerpo en un intento de
quitarse a PETER de encima.
—Calma —musitó él—, calma. Te prometo que no te va a doler mucho tiempo.
—Hizo unos movimientos tentativos, y LALI se estremeció. ¿Es que no había forma
de escapar a aquel tormento?
—Cómo duele, oh, Dios, cómo duele.
—Ahora no puedo parar, querida.
Le apartó con la mano el pelo moreno de la frente húmeda y la besó con
ternura, dándole tiempo para que se acostumbrara a aquella intrusión en su cuerpo
de virgen. Siguió besándola hasta que ella empezó a relajarse y a devolverle los
besos, y entonces empujó hacia dentro, despacio, y luego hacia fuera. Ella gimió, pero
no opuso resistencia a aquel balanceo sutil.
Estaba asombrada de la suavidad de PETER, del tierno cuidado con que la
estaba tratando. Dudaba que el hombre al que estaba prometida hubiera sido tan
cariñoso, tan atento con ella en su noche de bodas. Se sentía casi como si fuera la
novia de PETER.
A PETER le brillaba la frente de sudor, del que también se le iba empapando el
cuerpo en su lucha contra el impulso de penetrarla hasta el final. No debería
preocuparse tanto por la comodidad o el placer de LALI, se dijo a sí mismo. Debería
hacer lo que le exigía el cuerpo y al demonio con aquella mujer. Ella era española. Y
era la hija del hombre al que él tenía todos los motivos para despreciar.
Pero también era una dulce inocente a la que estaba utilizando para saciar su
sed de venganza al mismo tiempo que su lujuria. ¡Dios! Algunas veces se odiaba a sí
mismo.
—¿PETER? —exhaló ella, despacio.
Él supo lo que ella quería preguntarle.
—Quiero llevarte al clímax —le dijo—. Quiero darte placer. ¿Te duele mucho
todavía?
Ella sentía la plenitud de su virilidad en su interior y soportaba aquel sutil
movimiento con el que él la iba penetrando más a fondo. Tan lento, tan cuidadoso,
tan suave. Tan seductor. El dolor le rondaba aún los márgenes de la consciencia, pero
se estaba desvaneciendo velozmente.
—Ya no me duele tanto, pero... no sé cómo llegar al clímax.
—Yo te voy a llevar a alcanzarlo. No te resistas a sentirlo, y vendrá. Eres de
sangre caliente, LALI, lo sospeché desde el principio. Muévete hacia mí. Ah, eso es
—dijo, sujetándola de las caderas para clavarse más hondo—. Sigue moviéndote, no
te pares.
De pronto, tocó algo dentro de ella. Algo que ella no sabía que existía. Ella soltó
un respingo y se arqueó hacia él, invitando a su endurecida prolongación a
adentrarse aún más, mientras él se estremecía y se tensaba, hacia dentro y hacia
fuera, una y otra vez. Se movía despacio, luego con desenfreno, luego otra vez
despacio, penetrando y retrocediendo, ágil, seguro, magistral.
LALI se dio cuenta de que el dolor había desaparecido, sustituido por una
punzada nueva, más placentera. Una punzada que la abrasaba como fuego en las
venas. Cerró los ojos y dejó que aquel sentimiento la invadiera, la desbordara. Ya le
venía. Estaba cerca, muy cerca. Alzándose, girando, arremolinándose. Un dulce
esplendor se elevó desde su punto de unión en ondas concéntricas. Ya le venía...
Gritó y estalló en una explosión de algo que de tan increíble resultaba indescriptible.
Llamarlo sin más placer habría sido no hacerle justicia.
Entonces PETER empezó a empujar con urgencia, con la tensión tan a flor de
piel que sus brazos parecían barras de acero. Levantó a LALI hacia él, llevándose sus
pechos a la boca. Parecía vagamente consciente de que a ella le había ocurrido algo
asombroso, pero ahora estaba enfocado en su propio placer. Se estremeció contra ella
y, en su resbaladiza humedad, volvió a estremecerse y rindió su semilla. Entonces se
quedó quieto.
Sintió que algo le empujaba, y soltó un gruñido. Se sentía débil y desvalido
como un gatito. Sorprendido todavía por el más increíble clímax al que había llegado
en su vida, PETER se percató de que seguía tumbado encima de LALI. Reticente, se
salió de su cuerpo y se tendió junto a ella.
—¿Estás bien? —le preguntó, solícito—. ¿Te ha dolido demasiado?
—Sí, me has hecho daño —le dijo LALI. El rostro le ardía de vergüenza al
añadir—: Pero... pero el dolor no me ha durado mucho. ¿Qué ha pasado? Nunca
había sentido nada parecido. ¿Qué me has hecho? —¿Habría sido don MARIANO un
amante tan tierno como PETER? Tenía sus dudas.
PETER le dedicó una sonrisa lobuna.
—Te he llevado al clímax. ¿No ha sido tan maravilloso como te había dicho?
LALI se quedó pensativa.
—Ha sido... agradable. —Acababa de decidir que él se pasaba de arrogante—.
¿Les pasa a todas las mujeres? ¿Podría llevarme a sentirlo cualquier hombre?
PETER apretó el ceño. ¿Sólo agradable? El pensamiento de que otro hombre,
cualquier hombre, pudiera darle placer a LALI le irritaba. No; le enfurecía. Él había
sido el primero, y ella le pertenecía.
Woooowww siento q comento y no me haces caso :( jajaj subi mas!
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