sábado, 24 de diciembre de 2016

Capitulo 34

¡Eso no es cierto! Lo que mi padre espera es que os caséis conmigo, no que me
humilléis.
—¿Cómo voy a humillar a una mujer que ya de por sí es una puta?
A Lali se le encendió la cara. Por desgracia, todo el mundo opinaría de ella lo
mismo que don Mariano. A pesar de todo, se sentía sorprendentemente poco culpable
por haberse entregado a Peter . Aquel atisbo de felicidad que había encontrado
entre sus brazos era, probablemente, la única felicidad que iba a conocer en la vida.
Pero quizás, pensó astutamente, podría sacarse algo en claro de aquella burda
parodia.
—Si me convierto en vuestra amante, ¿me concederíais una cosa a cambio? —
Aquella pregunta tan directa lo cogió a él por sorpresa.
—No estás en situación de pedir nada, querida.
—¿Qué preferís: una amante servicial, o una que luche contra vos con uñas y
dientes?
Él se la quedó mirando.
—¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Bonitos trajes? ¿Joyas? ¿Oro?
—Nada de eso. Quiero que liberéis Peter Lanzani . Haré todo lo que me pidáis
si no lo matáis.
Mariano le echó una mirada especuladora. Luego se echó a reír con tantas ganas
que se le saltaron las lágrimas. Se las secó con un pañuelo y sacudió la cabeza.
—Te prestes o no a ello, pienso tomarte cuando me apetezca. En cuanto a ese
infame Diablo tuyo, su destino ya está escrito. Mañana firmaré los papeles para su
ejecución. Antes de que haya pasado esta semana, España tendrá un enemigo menos.
Lali palideció, luchando por no desmayarse.
—Quiero ver a Peter antes de... antes de...
Mariano esbozó una sonrisa desagradable.
—Qué tierno. Ese hombre debe de ser un amante espectacular. Pero yo soy
mejor que él. —La atrajo hacia sus brazos, pero ella se resistió con todas sus fuerzas.
Entonces la cogió en volandas, y ya se encaminaba con ella hacia el dormitorio
cuando las patadas y los puñetazos que ella le iba dando acabaron por ponerlo
furioso hasta el punto de rugir de enfado.
—¡Caramba! Tal vez me aprecies más cuando haya enviado a ese pirata tuyo al
infierno. Soy un hombre paciente, puedo esperar. —La soltó, de repente, en el
suelo—. ¡Largo de aquí! No estoy de humor esta noche para luchar por tus favores.
Lali se levantó del suelo y fue a trompicones hasta la puerta.
—¡Espera! —dijo él taimadamente. Ella se detuvo para volverse a mirarlo. Él
entornó los ojos con gesto astuto—. He cambiado de parecer. Puedes ver a tu maldito
pirata. Un carruaje te estará esperando en la puerta mañana a las cinco de la tarde. —
Él se dio la vuelta y Lali salió huyendo de la habitación.
Peter se revolvía incómodo sobre el duro suelo de tierra. Sus dolores y
pesares eran muchos y muy variados, y el hedor repulsivo de la paja sobre la que
yacía lo ponía enfermo. La noche anterior, sus carceleros se habían dedicado a
torturarlo. Las costillas le ardían por culpa de los golpes tan brutales que le habían
dado y tenía la cara toda amoratada. Encima de la ceja derecha tenía un corte que le
goteaba sangre en el ojo.
Encadenado e indefenso, ni siquiera había podido protegerse adecuadamente.
Cuando los carceleros dejaron de divertirse a su costa, él se quedó acurrucado y trató
de dormir. Se levantó por la mañana sintiéndose como si tuviera rotos todos los
huesos del cuerpo. Pero no habían utilizado el látigo de nueve puntas, y eso era muy
de agradecer.
Pasaba del mediodía cuando le sirvieron un rancho a modo de almuerzo que
Peter despreció, asqueado. Sabía que iba a morir, y prefería morir con hambre a
comerse semejante porquería. La muerte. Qué definitivo sonaba eso. Si de algo se
arrepentía, era de cómo había tratado a Lali. Debía haberla mandado de vuelta al
convento como ella quería en lugar de haberla utilizado en aquel desencaminado
acto de venganza contra los españoles. Ella no se merecía la crueldad con la que él la
había tratado. Ella era una inocente hasta que cayó en sus manos y se convirtió en la
víctima de su venganza lujuriosa.
Rememoró la boda apresurada a bordo del Santa María. Lali era su esposa;
suya hasta que la muerte los separase. Aquel pensamiento lo reconfortó un poco.
Rogó a Dios que lo perdonase por haberla tomado en contra de su voluntad.
Pero Dios sabía que no habría logrado mantenerse apartado de ella ni aunque
hubiera querido. La había deseado con toda su alma, más que a ninguna otra mujer
que hubiera conocido. Y ella también lo había deseado a él. La forma apasionada que
tuvo de responder a su amor demostraba que ella también lo necesitaba. Cuando él
ya no estuviese, ella se convertiría en la esposa del gobernador general de Cuba. Él
habría dado su vida por salvarla de semejante destino, pero al parecer su vida ya no
le pertenecía. Pronto se la iban a arrebatar con la misma facilidad con que se apaga
una vela.
Las divagaciones de Peter sufrieron una abrupta interrupción cuando oyó el
sonido de unos pasos que se acercaban a su celda. Se puso de pie con dificultad,
gimiendo del esfuerzo que le costaba.
La puerta se abrió de golpe y entró don Mariano Arrugó la nariz, como ofendido
por el hedor pestilente de Peter combinado con el de la paja cochambrosa. El
estrecho bigotillo que llevaba sobre el labio le tembló de repugnancia. Se quedó
mirando a Peter con hostilidad manifiesta.
—Buenas tardes, Capitán. ¿Habéis dormido bien?
Peter frunció sardónico los labios.
—Todo lo bien que era de esperar.
—Pues yo he dormido extraordinariamente bien. Es lo que ocurre normalmente
después de haber pasado una noche harto satisfactoria en los brazos de una mujer
apasionada. Debo elogiaros por lo bien que se desenvuelve Lali. Muy fogosa y,
sobre todo, muy creativa. La habéis enseñado bien.
—¡Será canalla! —Peter trató de agarrar a don Mariano por el cuello, pero las
cadenas frustraron el intento. Don Mariano retrocedió para quedar bien fuera de su
alcance.
—¿Os he comentado ya que Lali es desde anoche mi amante? Estoy seguro de
que vos mismo comprenderéis que no me puedo casar con ella después de que la
hayáis mancillado. La habéis hecho indigna de llevar mi apellido. Pero va a ser una
amante maravillosa. Cuando encuentre a una mujer respetable para casarme,
entregaré a Lali a alguno de mis hombres, o la enviaré a un burdel.
Peter sabía que Martinez lo decía para mortificarle, y lo estaba consiguiendo.
La idea de que el español le pusiera las manos encima a Lali le daba ganas de
vomitar.
—Lali es demasiado buena para vos.
Mariano sonrió.
—¿Eso creéis? Tal vez cambiéis de opinión al saber con qué dulzura me suplicó
que os castigara por hacerla indigna de casarse. Os desprecia por haberla mancillado,
Capitán. De no haber sido por vuestra inoportuna intervención, ella se habría
convertido en mi esposa. Podría haber tenido todo lo que hubiera sido capaz de
desear.
—Lali nunca ha querido casarse con vos.
—¿Creéis que no? Puede que Lali venga en persona a deciros lo mucho que os
odia. ¿Os parece que me iba a molestar en daros una paliza cuando ya estáis
sentenciado a muerte? No; es Lali quien ha pedido que os castiguen y os hagan
sufrir por los pecados que cometisteis contra ella. Me complació de tal modo anoche
que no le puedo negar nada. ¡Corles, trae el látigo!
En el umbral de la puerta apareció un hombre con un látigo de nueve puntas.
Se lo alcanzó a don Mariano y se hizo a un lado.
—¡Descúbrele la espalda y engánchale las cadenas en la pared!
Cortés reaccionó enseguida, rasgándole la camisa a Peter y sujetándole las
muñecas encadenadas a una argolla que había a media altura de la pared mohosa,
mientras Mariano blandía amenazador su espada por si Peter se resistía. Peter
apenas tuvo tiempo de tomar aliento antes de oír el látigo silbar por el aire. Se
preparó para sentir su mordedura, pero sin alcanzar a prever el tormento que le
sobrevino cuando los cabos separados le cortaron la carne. Se le puso el cuerpo
rígido y se mordió los labios para no ponerse a gritar. Tenía la espalda ardiendo;
sentía cómo le chorreaba la sangre hasta la cinturilla de los pantalones.
Mariano le sacudió otro golpe despiadado antes de que Peter se hubiera podido
recuperar del primero. A partir de ahí ya perdió la conciencia de cuándo terminaba
uno y empezaba el siguiente. De repente, cesó la flagelación. Peter se desplomó,
colgado de las cadenas, sin fuerzas para levantar siquiera la cabeza.
Mariano sacó un pañuelo de un blanco inmaculado y se secó el sudor de la frente.
—Me parece que Lali estará satisfecha por hoy con este castigo. Tampoco
queremos que muráis antes de tiempo. La Habana entera está deseando que os
ejecutemos mañana. Se ha declarado día de fiesta. Si Lali así lo desea, mañana
volveré a visitaros antes de la ejecución para asegurarme de que os arrepentís
convenientemente antes de ir a reuniros con nuestro hacedor.
Las palabras de Mariano levantaban chispas en el cerebro de Peter . El dolor de
la paliza había espantado de su mente todos sus pensamientos tiernos sobre Lali.
Esta quería que lo castigaran, era la culpable de aquel dolor insoportable, lo odiaba.
No le bastaba el hecho de que fuese a morir. ¡Por todos los diablos, no! Aquella
pequeña bruja sedienta de sangre disfrutaba haciéndole sufrir. Si salía vivo de
aquélla, lo cual era altamente improbable, la iba a hacer pagar por ello, y le iba a salir
muy caro. Lo último que pensó antes de perder el conocimiento fue que, por más que
mereciera morir por lo que había hecho como pirata, no merecía sufrir semejante
tormento por culpa de una mujer vengativa.
Ya le resultaba gracioso y todo. ¡Había empezado a enamorarse de aquella
pequeña bruja!

No hay comentarios:

Publicar un comentario