sábado, 24 de diciembre de 2016

CAPITULO 36


Lali esquivó la caricia de don Mariano y puso todo el corazón en la mirada que
le echó a Peter pero él ya había vuelto la cabeza y no la vio. Su corazón y su
mente la daban ya por perdida. A ella no le quedó más remedio que dejar que don
Mariano la llevara fuera de aquella celda. Cuando la puerta dio un portazo al cerrarse a
su espalda, ella dejó escapar su nombre en un suspiro entrecortado. Don Mariano le
tapó la boca con una mano y se la llevó de allí a rastras.
Peter levantó la cabeza de golpe. Podría haber jurado que había oído a Lali
decir su nombre. Se dijo a sí mismo que la imaginación le debía de estar jugando una
mala pasada. Le había parecido que a Lali se le estaba partiendo el corazón.
Sacudió la cabeza para deshacerse de esas ideas tan absurdas. Pues ¿no había
reconocido ella que lo despreciaba y que disfrutaba de' que le dieran palizas y lo
torturaran? Había reconocido por su propia voluntad que se había convertido en la
amante de Martinez . "Tiene gracia", musitó, sombrío; nunca pensó que se fuera a
venir abajo por una mujer.
Una nave anónima entró en La Habana escondida bajo un manto de oscuridad
y fondeó en la profundidad del puerto. Poco después, un chinchorro partió de la
nave y se deslizó sobre el agua hacia la costa. El chinchorro alcanzó su destino y
depositó a los hombres que llevaba a bordo en el muelle desierto. Cinco hombres se
quedaron a bordo del bote mientras otros dos se alejaban y desaparecían entre las
sombras. Dos horas más tarde, aquellos hombres volvieron, cada uno por su lado, al
lugar donde habían dejado el chinchorro. Subieron a bordo y compartieron con su
jefe la información que habían recogido.
—¿Has conseguido enterarte de algo, Pierre? —preguntó Nico Riera.
Pierre, un francés de piel oscura que hablaba perfectamente el francés y el
español, escupió una palabrota tremenda.
—El capitán está aquí, tal y como habíais sospechado. Lo van a ejecutar
mañana.
—¡Maldita sea!
—El gobernador general ha decretado día de fiesta para que todos los
ciudadanos de La Habana puedan asistir a la ejecución. Todo el mundo habla del
Diablo. Ha sido fácil enterarse de dónde lo van a colgar. ¿Tú qué has averiguado,
Ramón?
—Dios, toda la maldita ciudad está deseando verlo colgado —reveló Ramón.
Ramón era el único miembro español de la tripulación de Peter , y tenía buenos
motivos para odiar a sus paisanos. La Inquisición había estado a punto de quitarle la
vida—. El capitán está en el calabozo de la ciudad esperando a que lo ejecuten.
Nico observó la luna, calculando las horas que faltaban para el amanecer.
—No es que nos sobre precisamente el tiempo para rescatar a Peter y volver
a bordo del Vengador. Vosotros habéis sido elegidos por vuestra capacidad de
trabajar bajo presión. ¿Estáis conmigo?
—Sí, señor Riera —exclamaron los marinos al unísono—, estamos con vos.
—¿Y qué pasa con la mujer? —preguntó Riera a sus espías—. ¿Alguno de
los dos se ha enterado de lo que ha sido de ella?
Pierre acertó en el agua con un escupitajo manchado de tabaco.
—Podemos olvidarnos de esa barragana. Los rumores dicen que ya le está
calentando la cama al gobernador general. Es increíble de lo que se puede uno
enterar en una taberna. De lo que no se habla es de boda.
—Da lo mismo —dijo Riera con amargura—. Tendremos suerte si
conseguimos sacar a Peter con vida, así que de la mujer mejor ni hablamos.
¿Dónde está el calabozo?
Un rato más tarde, siete marinos armados atravesaban con sigilo la oscuridad
hasta el edificio achaparrado que hacía las veces de prisión. Andaban en fila india,
pasando a toda velocidad de un portal a otro. Riera los guiaba, con la mano
aferrada a la empuñadura de la espada. Mandó parar al grupo cuando tuvo los
calabozos a la vista, y allí se agazaparon tras unos espesos arbustos, calibrando la
situación. Riera contó dos guardias que estaban apoyados contra la puerta con
las armas colgándoles perezosas de las manos. Tras una señal silenciosa de
Riera, Pierre y Ramón se arrastraron a hurtadillas hacia los guardias distraídos.
Se les echaron encima por detrás y los dejaron fuera de combate sin que apenas se
dieran ni cuenta. Entonces, los arrastraron hacia los arbustos, donde se cambiaron de
ropa con ellos, y ocuparon sus puestos.
Riera , con mucho cuidado, abrió la puerta de la prisión y echó un vistazo
dentro. La luz trémula de la única vela que había sólo le permitió ver a dos hombres
que estaban sentados a una mesa jugando a las cartas. Lo tenía todo perfectamente
calculado. No había duda de que los demás guardias debían de estar haciendo la
ronda y éstos no esperaban compañía. Y en caso de que apareciera una visita
inesperada, los guardias apostados delante de la puerta la despacharían.
Riera se detuvo en la entrada y les hizo señas a sus hombres para que lo
siguieran. Uno a uno se fueron colando por la puerta en la sala de los guardias.
Riera no necesitaba decirles lo que tenían que hacer, porque todos sabían
instintivamente lo que se esperaba de ellos. Los guardias sentados a la mesa debieron
de oír algo, porque dieron un respingo y empuñaron las espadas. Los hombres de
Riera les cayeron encima de inmediato. La batalla fue salvaje pero de escasa
duración. Los españoles fueron rápidamente reducidos, atados y amordazados, y allí
los dejaron, tirados en el suelo. Riera encontró un llavero colgado de un clavo en
la pared de la sala de los guardias. Dos de sus hombres se rezagaron por si los
guardias ausentes regresaban mientras los demás seguían a Riera .
Peter oyó a alguien correteando por el pasillo, pero prestó poca atención.
Siempre había gente de todo tipo yendo y viniendo en aquel lugar maléfico. Si
venían por él, esperaba que fuera para matarlo y no para seguir torturándolo con el
látigo. O, peor aun, para seguir atormentándolo con la idea de que Lal había
ordenado que le dieran más palizas. Eso lo laceraba aún más profundamente que las
correas de cuero que le desgarraban la espalda.
—Pssst, Peter , contéstame si estás ahí dentro.
Peter logró girar la cabeza hacia la puerta trancada. Por un instante temió
que las duras palizas que había soportado le estuvieran provocando alucinaciones.
Quizás el demonio había venido a buscarlo.
—Peter , soy Nico Riera . Contesta si puedes. Por los clavos de Cristo,
hombre, tenemos que salir de aquí a toda prisa antes de que nos descubran.
—¿Nico ? —Tenía la boca tan seca que apenas podía hablar más alto que un
susurro. Rezó para que alcanzase a oírse—. Aquí, Nico . ¿Tienes la llave?
Nico se sintió muy aliviado. No tenía ni idea de cuándo era el cambio de
guardia ni cuántas horas faltaban para que amaneciese.
—Sí, tengo la llave.
—Llevo grilletes, Nico . Espero que tengas también la llave que los abre.
La puerta se abrió con un crujido atronador. Nico sostuvo en alto una vela,
esperando a que sus ojos se acostumbrasen a la oscuridad. La vela estuvo a punto de
caérsele de la mano al ver a Peter sujeto a la pared, colgado de las cadenas con las
que estaba atado.
Nico contuvo el aliento al ver la condición lamentable de la carne lacerada de
Peter , la cara hinchada y el labio partido. Tragó saliva con mucha dificultad.
—Maldita sea, tienes suerte de estar vivo.
—Pues no me siento muy afortunado, amigo mío. ¿Tienes la llave, Nico ?
Rápido, tenemos muchas cosas que resolver antes de poder volvernos con el
Vengador a casa.
Probando una llave tras otra, Nico por fin dio con la que abría los grilletes de
Peter . En cuanto éste estuvo libre, se desplomó sobre Nico , incapaz de aguantar su
propio peso.
—¿Puedes andar? —susurró Nico —. Apóyate en mí.
Peter se tambaleó y apretó los dientes para aplacar el dolor punzante de su
carne lacerada. Tenía un ojo tan hinchado que no lo podía abrir, pero el ojo bueno lo
tenía firme y bien enfocado. Asintió pesaroso.
—Puedo andar.
—Entonces, vamos —Nico se puso en marcha.
Morgan lo seguía de cerca. El pasillo estaba en silencio. Cuando llegaron a la
sala de los guardias, Peter hizo un gesto con la boca a modo de sonrisa al ver que
sus hombres tenían la situación bajo control. Nico , Peter y el resto de la tripulación
se escabulleron por la puerta y los dos hombres que se habían quedado de guardia
fuera los siguieron.
Riera , sin dudar ni un instante, los dirigió al Malecón donde los estaba
esperando el chinchorro. Le metió prisa a Peter para que avanzase, pero éste se
negó, rechazando la invitación de Riera de ponerse a salvo.
—Maldita sea, Peter , ¿qué pasa? ¿Necesitas ayuda?
—Hay algo que tengo que hacer antes —dijo Peter con una voz tan cargada
de rencor que Riera se alegró de no ser el blanco de aquella ira.
—Mierda, Peter , no puedes llegar hasta Martinez. Olvídate de ese
malnacido, no vale la pena que arriesgues tu vida por él.
A Peter se le puso un aire pétreo en la mirada; tenía en el rostro el reflejo de
un sentimiento que Riera nunca le había visto antes.
—No es a Martinez a quien quiero.
—¿No es a Martinez ? ¿Y a quién, si no? —De repente, se le hizo la luz—. No,
olvídate de ella. Deja que se quede con su amante.
—Lali es mi esposa, Nico . No puedo marcharme de La Habana sin mi
"amante" esposa —se rió con aspereza al ver la cara de asombro de Nico —. Preparad
el Vengador. Si no he regresado cuando amanezca, zarpad sin mí.
—¿Cuándo os casasteis Lali y tú? Según los rumores, Martinez y ella son...
—...Amantes. Ya lo sé. A pesar de todo, ella es mi esposa. Nos casó un cura a
bordo del barco de sus hermanos. Ya te lo contaré todo cuando vuelva de mi misión
de "rescate".
—Esas palizas te han afectado al cerebro, Peter . La residencia del gobernador
general está bien vigilada, no hay manera de que entres en ella sin ser visto ni oído.
No estás en condiciones de rescatar a nadie más que a ti mismo.
Peter apretó los labios con determinación.
—Todavía soy el capitán, señor Riera. ¿Vas a obedecer mis órdenes?
Riera contempló consternado a Peter . cuanto más tiempo perdieran allí
discutiendo, mayor sería el riesgo de que los capturasen. Pero se daba cuenta de que
Peter estaba decidido, por no decir algo peor.
—Muy bien, Capitán, supongo que no te puedo detener. Pero yo voy contigo.
—Voy yo solo, señor Riera , ¿queda claro?
—Perfectamente —dijo Riera entre dientes.
—Recuerda, si no he vuelto al amanecer, debéis zarpar sin mí. Dame una
espada.
Alguien le lanzó una espada con su vaina y él se la ató a la cintura.
—Por todos los demonios, espero que no tengamos que llegar a eso —musitó
Riera en voz baja mientras veía cómo desaparecía Peter al doblar la esquina
de un edificio.
Cuando Peter estuvo fuera de vista, se dirigió brevemente a sus hombres y
salió disparado tras su capitán. En ningún momento se paró a considerar las
consecuencias de desobedecer sus órdenes, porque pensaba que Peter había
perdido el sentido común. Cualquier hombre en la situación de debilidad de Peter
tenía que estar loco de remate para irse él solo a provocar a un enemigo tan fuerte.
Pero Riera estaba más loco todavía, y pensaba que podía salvar a su ofuscado
capitán de aquel suicidio.
Lali se pasó la tarde entera rezando. Si Dios hacía el milagro de salvar a
Peter , ella nunca volvería a pedirle nada para sí misma. Aceptaría cualquier
destino que le tocase vivir y estaría agradecida de que le hubiese perdonado la vida a
Peter . Por el lado contrario, si Dios permitía que Peter muriese, rogaba que le
diera valor para acabar con su propia vida y reunirse con él en la eternidad.

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