viernes, 30 de diciembre de 2016

CAPITULO 47

Él se quedó mirando el fuego de mal humor.
—Pensé que iba a ser lo mejor.
—Ya veo —dijo ella con un deje de rencor—. Buenas noches, Peter .
Negándose a mostrarle su profunda decepción, siguió al posadero por la
estrecha escalera con la cabeza bien alta a pesar de tener el ánimo por los suelos. En
cuanto había pisado suelo inglés, Peter había cambiado. Apenas reconocía a aquel
extraño tan distante. No le hacía la menor gracia tener que pasarse la vida confinada
en el campo mientras el hombre al que amaba buscaba otros placeres lejos de ella.
Aquel pensamiento le oscureció de imponente furia la mirada.
Peter se quedó sentado mirando el fuego hasta bien pasada la hora en que
debía haberse retirado. Le repateaba aquella debilidad que le entraba en todo lo que
a Lali se refería, y renovó su promesa de mantener el más estricto de los controles
al tratar con su esposa. Él era un hombre fuerte; esperaba firmemente ganar la ardua
lucha de contener sus deseos hacia Lali, sin importarle el precio que tuviera, que
pagar con el corazón. Una vez que hubiese dejado de necesitar a la zorra española,
sería libre de vivir el tipo de vida al que se había acostumbrado antes de verse
obligado a casarse.
El posadero soltó un sonoro suspiro de alivio cuando Peter , por fin, fue a
refugiarse a su cama. Tenía la mirada borrosa y andaba haciendo eses cuando pasó
por delante de la puerta de Lali. No se detuvo, sino que siguió hasta su propia
habitación, complacido por su capacidad de ignorar los latidos de su corazón.
A la mañana siguiente, Peter estaba esperando a Lali cuando ella bajó las
escaleras. Estaba un poco pálido y le temblaban las manos mientras sostenía una
jarra de densa cerveza. Lali trató de pasar por alto la actitud amarga con que la
recibió. Si a él le molestaba la indiferencia de ella, le estaba bien empleado por
haberla ignorado deliberadamente la noche anterior.
Ella se comió el desayuno, consistente en cordero frío, queso, pan y leche fresca,
en silencio, preocupada por el modo en que Peter la observaba con los ojos
inyectados en sangre. ¿Por qué la estaría mirando de aquella manera?, se preguntó
tratando de mantener la dignidad mientras él la atravesaba con la mirada. Se
revolvió incómoda varias veces antes de que Peter se diera cuenta de que la estaba
mirando.
Dios, qué guapa es, pensaba él desmoralizado. Aquella belleza oscura y
arrebatadora resultaba exótica e inocentemente seductora. Pensó que ella llevaba su
herencia española con orgullo. Con aquel pensamiento aleccionador, Peter se puso
en pie.
—¿Estás lista, Lali?
—Sí, Peter —dijo y se levantó con gesto elegante.
Él la acompañó hasta el carruaje que los estaba esperando y se fueron
traqueteando por el camino.
Peter durmió hasta llegar al pueblo de Haslemere. Entonces, se despertó de
repente, como si dormirse no hubiera sido más que un pretexto para evitar
comunicarse con ella. Lali se preguntaba cómo hacía para ser un hombre cálido
durante un minuto y frío durante el minuto siguiente.
—Ya casi hemos llegado a la Residencia de los Lanzani —dijo él con una
impaciencia que a ella la dejó sorprendida—. Te va a gustar. Es una finca preciosa
con un huerto, un bosquecillo y un riachuelo que la atraviesa. A mis padres les
encantaba este lugar, y cada vez que vuelvo me doy cuenta de por qué les gustaba
tanto.
—Si tanto te gusta, ¿cómo eres capaz de pasarte meses enteros tan lejos?
Él se quedó callado durante tanto rato que Lali pensó que no la había oído.
Cuando por fin se pronunció, lo hizo en un tono distante, como si estuviese
pensando en otra cosa.
—La intriga social y política de Londres me divierte y la finca requiere gran
parte de mi tiempo pero, tras una breve estancia en tierra, la mar siempre me atrae.
He formado un hogar en Andros; un entorno bien alejado de Londres y de su
sociedad estrafalaria.
Lali guardó silencio. Era evidente que Peter no necesitaba una esposa.
Estaba casado con la mar. El hecho de que ella fuera española de nacimiento sólo
servía para empeorar las cosas entre ellos. Sus hermanos le habían hecho un flaco
favor insistiendo en que Peter y ella debían casarse. Pero, claro, lo que ellos no se
imaginaban era que Peter iba a vivir para reclamarla como esposa. Y su propio
error había sido enamorarse del pirata.
Lali observó con agrado la apacible mansión de ladrillo que se erigía
imponente sobre una loma en la pradera. Estaba rodeada de una vasta extensión de
césped bien cuidado y jardines exquisitos. Había un huerto que se extendía desde el
extremo occidental de los jardines hasta el río, que se internaba plácidamente en el
bosque que quedaba más atrás. Lali pensó que quienquiera que cuidase de la finca
de Peter en su ausencia, hacía un trabajo de mantenimiento magnífico. El lugar
conservaba una pátina de elegancia a pesar de las largas ausencias de Peter .
—Es preciosa —dijo Lali.
Peter se vio extrañamente complacido por su sinceridad.
—Es un poco pequeña —dijo Peter mientras el coche paraba delante de las
altas y finas columnas que guardaban la entrada delantera—. Sólo tiene treinta
habitaciones; pero creo que te sentirás cómoda aquí. Puedes redecorarla como
quieras, si te apetece. Han cambiado muy pocas cosas desde que mis padres vivían
aquí.
La puerta del carruaje se abrió y Peter se apeó. Para ahorrar tiempo, sacó a
Lali de dentro y la puso a su lado. Le quitó bruscamente las manos de la cintura
cuando la puerta principal se abrió y un hombre alto, demacrado y sombrío vestido
de rigurosa librea negra salió a recibirlos.
—Capitán —dijo, haciendo una leve reverencia—. En nombre de la
servidumbre y en el mío propio, me complace daros la bienvenida a vuestro hogar —
clavó la mirada en Lali , atravesándola—. Nos informaron de que veníais a casa con

vuestra esposa.
Aquel hombre, sirviente o no, resultaba intimidante y Lali dio un paso atrás,
chocándose con Peter. Él le puso las manos sobre los hombros para sujetarla.
—Forsythe, viejo gruñón —se rió Peter dándole a aquel hombre una
palmada en la espalda—. Me alegro de verte. No has cambiado nada. Todavía me
acuerdo del día que me diste unos azotes en el trasero por portarme mal con mi
hermana.
La cara de Forsythe hizo una mueca que podría haber pasado por una sonrisa.
—Y bien que os lo merecisteis, Capitán. —Su mirada se volvió a posar en Lali
como si la hubiera juzgado y la hubiese hallado en falta.
—Es justo que seas el primero en conocer a mi esposa —prosiguió Peter .
Lali, este individuo con cara de asco es Forsythe. Es el que se encarga de la casa con
mano de hierro y siempre lo ha hecho, desde que mis padres lo conocieron cuando
era joven. Ha hecho que todo lo referente a la casa marche en orden desde que yo era
un chaval. No sabría qué hacer sin él.
El semblante sombrío de Forsythe se llenó de orgullo. Y de amor. Lali se dio
cuenta de que el mayordomo sentía algo más que afecto por aquel tremendo Diablo.
—Gracias, Capitán —se inclinó ante Lali—. Encantado de conoceros, señora
Lanzani —la voz de Forsythe era fríamente diplomática pero claramente reprobadora,
muy distinta de lo que Lali habría podido esperar a modo de bienvenida al hogar
de Peter de haber sido una esposa inglesa. Se sintió fuertemente rechazada.
Lali murmuró una respuesta apropiada mientras Peter fruncía el ceño.
—Por favor, convoca al resto de la servidumbre en el recibidor. Quiero que
conozcan a su nueva señora —ordenó Peter a Forsythe con un aire de censura.
—Enseguida, Capitán —dijo Forsythe sin cejar en su actitud mientras se
marchaba para llevar a cabo las instrucciones de Peter .
Morgan se dispuso a seguirlo hacia el interior, pero Lali le tocó suavemente el
brazo. Él se detuvo y la miró receloso.
—No le gusto —dijo Lali temblando—. Todos tus criados van a tener motivos
para odiarme. Todos tus amigos me van a despreciar, porque desconfían de
cualquiera que sea español. ¡Hasta tú me odias! —gritó, dejándose llevar cada vez
más por el pánico.
—Lali, deja de imaginarte cosas. Forsythe no está en posición de que le guste
o le disguste su señora. Cumplirá tus órdenes porque me es fiel a mí, y a los míos.
Peter podía contemporizar cuanto quisiese, pero era lo suficientemente
astuto como para darse cuenta de que Lali lo iba a tener difícil para encajar en
aquella casa inglesa tradicional suya. Pero no quedaba otro remedio. Todo el mundo
estaba al tanto del odio acérrimo de Peter hacia los españoles. ¡Maldita sea! ¿Cómo
iba a explicarles el hecho de haber traído a casa a una esposa española?
Lali entró en el recibidor, intimidada por el enorme grupo de criados que
había allí reunidos para recibirla. Para su desgracia, no había entre ellos ni una sola
cara amiga. Lo que encontró fue curiosidad, hostilidad y frío desdén.
Forsythe le presentó primero a la cocinera; una mujer corpulenta envuelta en un
delantal inmaculadamente blanco que miró a Lali con la nariz levantada,
mostrando su desprecio. Después vino el turno de los ayudantes de cocina y de los
friegaplatos. Las doncellas, todas jóvenes y guapas, le hicieron reverencias con más o
menos la misma condescendencia que la cocinera. Eran doce criados en total, y todos
ellos, cada uno a su manera, hicieron patente su falta de respeto por la esposa
española del patrón.
Según Peter , lo que mostraron fue amor, respeto y una lealtad intachable. Las
doncellas se reían como tontas y se lo comían con los ojos sin el menor pudor. Hasta
le hacían ojitos. Si Peter se daba cuenta del descaro con el que lo miraban, prefería
ignorarlo. Una en concreto, una jovencita insolente llamada Daisy, miraba a Peter
insinuándose con una desfachatez que disgustó a Lali profundamente.
Después de haberle presentado a todo el mundo, menos al administrador, a los
jardineros, a los mozos de caballerizas y a los cocheros, a quienes conocería a su
debido tiempo, Peter sorprendió a Lali eligiendo a Daisy como su doncella
particular. De todos los criados, Daisy era la última que Lali habría elegido para sí.
Cuando se les dijo que siguieran con lo suyo, se fueron como una marea de
delantales, cuchicheando entre ellos como suelen hacer los criados. Lali sintió que
le habían cogido una manía tan sólida que habría podido cortarla con un cuchillo.
Peter habló con Forsythe a solas durante unos instantes y luego se reunió con
Lali al pie de las escaleras.
—Mañana tendrás tiempo suficiente para ir haciéndote a la casa. Te recomiendo
que descanses una hora o dos. Luego, por la tarde, vendrá la modista del pueblo a
tomarte las medidas para hacerte vestidos nuevos. No puedo permitir que mi mujer
vaya hecha una zaparrastrosa. Aquí se cena puntualmente a las ocho. Te estaré
esperando al pie de las escaleras. —Le ofreció su brazo—. Voy a enseñarte tu
habitación. Daisy te ayudará a desvestirte. Pídele cualquier cosa que desees. Si tienes
hambre, te puede traer un tentempié para que aguantes hasta la cena.
—Peter , hablando de Daisy, ¿no valdría igual cualquier otra para ser mi
doncella?
—¿Qué tiene Daisy de malo?
—Nada, en realidad. Es sólo que me resulta muy lanzada y muy descarada.
—¿Cómo puedes decir eso sin siquiera conocerla? Dale una oportunidad, Lali.
Si no estás a gusto con ella, puedes elegir a otra. Todo te va a resultar mucho más
fácil si aprendes a llevarte bien con los criados durante mi ausencia.
Lali se detuvo de repente.
—¿No estarás pensando ya en marcharte?
—Sí. De hecho, me marcho mañana. Quiero estar presente cuando el Vengador
atraque en Londres. Ahora, voy a consultar con el administrador, Pablo Martinez. Él
sabrá ocuparse de todo en mi ausencia.
A Lali le entristeció que Peter estuviera deseando abandonarla tan pronto.
Evidentemente, no podía esperar para gozar de la emocionante vida nocturna
londinense ni para unirse a la disoluta corte de la reina Isabel. Después de todo el
tiempo que llevaba en el mar, debía de estar muerto de ganas de zambullirse en la
intriga política.
Peter salió de allí bruscamente, dejando a Lali con el nefasto sentimiento de
que la abandonaba

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