sábado, 24 de diciembre de 2016

CAPITULO 43


—Nuestra relación no tiene nada de normal. Tú eres mi enemiga. —Después de
aquella declaración turbadora, hizo una pausa momentánea. Uno no disfrutaba de
hacer el amor con su enemigo, ¿o sí? Dejó de lado aquel pensamiento que lo
confundía y continuó—: ¿Tienes la más mínima idea de cómo van a reaccionar mis
amigos de Inglaterra cuando te vean? La reina se va a poner furiosa conmigo por
casarme sin su consentimiento. Siempre he disfrutado de los favores de la reina, y no
estoy dispuesto a perderlos ahora.
Lali no oyó más que la palabra "Inglaterra".
—¡Si estás pensando en llevarme a Inglaterra, que sepas que no pienso ir!
Prefiero vivir en Andros.
—Andros está fuera de cuestión en estos momentos.
Él salió de la cama y recuperó su ropa, que estaba esparcida por el suelo, tal y
como la había dejado en las prisas por hacerle el amor a su esposa. Se vistió deprisa,
ajustándose la espada firmemente en su lugar.
—Creo que lo mejor va a ser que nos evitemos mutuamente en el futuro. Te
daré lo que necesites, pero no vamos a compartir la cama. He odiado a los españoles
durante demasiado tiempo para que tú me hagas cambiar ahora.
Lo que no dijo fue que tenía miedo de lo que le había hecho ella a su cordura.
Lali lo miró sorprendida.
—¿Que no vamos a compartir la cama? Con lo que a ti te gusta el sexo, Peter
Lanzani.
Él se encogió de hombros.
—Hay mujeres en abundancia.
—Y hombres en abundancia —razonó Lali con calma.
Peter de pronto se dio media vuelta, a punto de asfixiarse en su propia rabia.
—Como te eches un amante, lo mato. Y puede que a ti también.
Lali apretó la barbilla, desafiante.
—Pues como tú metas a otra mujer en tu cama, la mato yo. Y puede que a ti
también.
Peter frunció los labios divertido.
—Creo que serías capaz, mi fogosa monjita española. Ya lo creo que serías
capaz.
Soltó una carcajada que seguía resonando mucho después de que se hubiera
ido.
La circunspección de Peter lo abandonó al cabo de unos pocos días. El mero
pensamiento de que tenía a Lali durmiendo en su cama lo llenaba de un
sentimiento feroz de deseo. El barco era su prisión y su infierno. No había manera de
escapar a los encantos mágicos de ella. Lo llamaban, lo tentaban, lo llenaban de
lujuria, y a él le faltaba la fuerza necesaria para resistirse a su magnetismo. Había
librado una batalla gigantesca, y había perdido.
Lali oyó que se abría la puerta del camarote y supo que era Peter antes de
verlo.
—¡Maldita sea, Lali, me has embrujado! —Peter entró en la habitación
enfurecido como un toro bravo al que se le disparan las aletas de la nariz ante el olor
de una hembra.
Se quitó la espada, y para cuando llegó a la litera ya estaba desnudo.
El colchón se resintió por su peso y las botas golpearon la tarima cuando las
lanzó por los aires al quitárselas. Cuando se metió en la cama al lado de ella, la
temperatura de su cuerpo le hizo encenderse de los pies a la cabeza al abrazarla.
—Cómo voy a haber hecho yo eso —susurró Lali temblando en respuesta a
esa autoridad suya genuinamente masculina.
Dios, bastaba con que Peter la tocara para que empezara a arder en llamas.
—He intentado resistirme a ti con todas mis malditas fuerzas, pero este barco
no es lo suficientemente grande para poder huir de mi deseo hacia ti. Me flaquea la
voluntad en lo que a ti se refiere. Eres una enfermedad que tengo que purgar de mi
cuerpo. Antes de que lleguemos a Inglaterra espero haberme saciado de ti.
Lali sonrió para sus adentros. Si no estuviera enamorada de aquel pirata
arrogante, habría encontrado fuerzas para resistirse. Pero que a Peter le flaqueara
la voluntad en lo tocante a ella le dio casi lástima, porque ella sentía lo mismo. Abrió
los brazos y lo recibió ansiosa, hambrienta. Eran marido y mujer; ella iba a conseguir
que él la amase.
Tras el encuentro apasionado de ambos, a Lali se le concedió la libertad de
deambular por la cubierta. La tripulación sabía que estaba prohibido acercarse a ella
y, entre Peter y el señor Riera, rara vez quedaba sin vigilancia. El clima había
empezado ya a ser más frío ahora que estaban en aguas septentrionales; era
diciembre y los fuertes vientos soplaban con lluvia y aguanieve contra los portillos.
Los hombres iban forrados de ropa hasta las cejas y había días en los que Lali tenía
que permanecer en el camarote para no coger frío. Era difícil creer que hacía unos
pocos días había estado en los trópicos, disfrutando del sol y de brisas cálidas.
Hacía un tiempo horrible y lluvioso pocas semanas después, cuando pasaron
navegando por delante de Plymouth y entraron en el Canal de La Mancha. Lali
estaba de pie en un lugar resguardado en la cubierta mirando consternada el enorme
contingente de barcos reunidos en el puerto de Plymouth. Estaba a punto de ir a
buscar a Peter para preguntarle qué hacían cuando él justo apareció a su lado.
—¿Qué crees que hacen todos esos barcos en el puerto? —le preguntó Lali
llena de curiosidad.
Peter dudó si decirle la verdad y decidió que no podría hacerle daño.
—Sospecho que la reina está reuniendo fuerzas para enfrentarse a la armada
que tu rey ha enviado para atacar a Inglaterra.
Lali lo miró con cautela.
—Si el rey Felipe ha enviado una armada, será para rescatar a la reina católica
María Estuardo.
—Ya es demasiado tarde, y bien que lo saben. La reina María fue ejecutada en
Fotheringhay en febrero de este año.
Lali palideció.
—¿Ejecutada? Qué salvajes. ¿Qué tipo de mujer es tu reina?
—Es una mujer precavida y sabia en lo que a las costumbres mundanas se
refiere —replicó Peter.
Lo que no le dijo fue que también era una mujer vanidosa y posesiva. Quería
tener a sus cortesanos constantemente a su alrededor y les exigía su completa
atención, amor y devoción. Ninguno de los caballeros que orbitaban en torno a la
más brillante de las estrellas habría llevado a su esposa a la corte a menos que la
propia reina se lo ordenara. Incluso llegó a exigir que sus cortesanos la acompañaran
en los periplos veraniegos en los que viajaba de finca en finca, visitando sus
dominios. Y pobre del que se casara sin su consentimiento. La reacción de Isabel a su
propio casamiento inesperado iba a ser una dura reprimenda, pensó Peter para
sus adentros.
—Si la reina María de Escocia ya ha muerto, dudo que el rey Felipe esté
considerando un ataque contra Inglaterra.
Peter le echó una mirada reprobadora.
—Sabes muy poco de política, Lali. Estoy deseando llegar a Londres y
enterarme de lo que se está cociendo allí. Eso de pasarse semanas y meses en la mar a
veces tiene sus inconvenientes.
—Pensé que habías dicho que íbamos a atracar en Portsmouth. —Durante uno
de sus arrebatos más comunicativos, Peter le había revelado que iban a
desembarcar en Portsmouth y que viajarían por tierra hasta su casa, en West Sussex.
—Y eso es lo que vamos a hacer. El señor Riera se quedará con el barco y
navegará hacia Londres con la parte que le corresponde a la reina de nuestro botín.
Tuvo la precaución de embarcarlo a bordo del Vengador antes de salir de Andros.
Cuando te haya acompañado a mi casa de campo, me marcharé a Londres a toda
prisa para presentarme ante la reina. Admito que estoy impaciente por saber lo que
está pasando entre España e Inglaterra y por poner mi barco al servicio de Inglaterra.
—¿Vas a dejarme en West Sussex? —Lali se tragó una bocanada de pánico—.
Yo... yo no conozco a nadie allí. ¿Qué voy a hacer?

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