Lali se rió con modestia.
—No me he ofendido, señor Martinez, ya estoy acostumbrada. A vuestro modo
de ver, soy una forastera. Me alegro de saber que puedo contar con vos, pero tengo
que aprender a lidiar con los criados yo sola.
La admiración de Martinez por Lali aumentaba por momentos. Se preguntaba
cómo había podido Peter abandonar a una mujer tan irresistible, que parecía frágil
pero emanaba seguridad en sí misma.
—Os agradeceré que me informéis cada vez que llegue un mensajero de
Londres con noticias de mi marido.
—Por supuesto —concordó Peter —. Ah, casi me olvido de decíroslo: el
capitán Lanzani ha dejado la calesa para que dispongáis de ella. Hacedme saber si
deseáis ir al pueblo o visitar las otras propiedades y yo me encargaré de que os la
tengan preparada.
La entrevista concluyó en aquel punto y a Lali casi le dio pena ver a aquel
hombre tan afable marcharse. Por el momento, era la única persona de toda la casa
que había sido agradable con ella y le había mostrado el respeto debido a la esposa
de Peter.
Durante los siguientes días, Lali aprendió a manejarse por la residencia. Sabía
instintivamente que los que habían habitado aquella casa antes la habían querido
mucho. Había poco, si es que había algo, que quisiera cambiar. Las habitaciones eran
amplias, bien ventiladas y llenas de los fantasmas de la familia feliz que una vez
había recorrido aquellas salas tan majestuosas. Percibía que se habían oído muchas
risas en aquel hogar. Pero, por encima de todo, estaba triste porque ella nunca iba a
pertenecer sinceramente a aquella casa ni al hombre que ahora era su dueño.
Lali echaba de menos a Peter desesperadamente. Aunque no había recibido
ningún mensaje directamente de él, sabía que estaba en contacto con Pablo Martinez,
ya que él la informaba oficiosamente cada vez que recibía un mensaje. Parecía
abochornarse cada vez que se veía forzado a admitir que Peter no había incluido
ningún mensaje específico para Lali. Llegaron las Navidades con muy poca pompa.
Lali mandó decorar la casa con la esperanza de que Peter volviera a pasar las
vacaciones. En lugar de ello, él le mandó a un mensajero con un regalo.
¡Un regalo! ¿De qué le iba a servir un regalo si lo que ella quería era a Peter?
Miró el carísimo collar de esmeraldas sin ningún entusiasmo, y enseguida lo dejó de
lado. Ni siquiera había tenido la delicadeza de incluir una felicitación con el regalo.
A principios de enero llegó un mensajero con un paquete enorme de papeles
para Martinez. Lali esperaba con ansia a que Martinez le dijera si Peter había
incluido un mensaje para ella. Ni que decir tiene que no lo había hecho y la
decepción que se llevó fue un trago muy amargo. Decidió pasar por alto su orgullo e
interrogar al mensajero, con la esperanza de que le contase qué era lo que, aparte de
la reina, ocupaba las horas de Peter. Un hombre de sangre caliente como Peter
no era propenso a negarse a sí mismo la comodidad que una mujer le podía ofrecer, y
la idea de que Peter estuviera entre los brazos de otra la destrozaba.
Encontró al mensajero en la cocina, rodeado de los criados de la casa. Lali oyó
que estaban hablando y cotilleando entre ellos, y se detuvo delante de la puerta
cuando oyó que mencionaban el nombre de Peter. Entreabrió la puerta y entró. El
mensajero estaba sentado a la mesa y era el centro de atención. Lo que les estuviera
contando debía de ser fascinante, porque le prestaban la mayor atención.
—El capitán es el hombre más famoso de la corte entre las señoritas —farfulló el
mensajero entre bocado y bocado de pan con queso—. Se derriten todas por sus
huesos.
—Cuéntanos más cosas, Tom —lo animó la cocinera sobornándolo con una
gruesa loncha de carne asada—. ¿Cuál de esas mariposas crees que le gusta a nuestro
capitán?
—Le gustan todas —dijo Tom dándose importancia—; pero, cuando no está con
la reina, se le ha visto principalmente acompañado de la joven señorita Martina Stoessel,
un bocadito de nata, toda ojos y pecho. Y por si fuera poco, es una rica heredera. La
vieja Isabel hace que coincidan siempre que puede, y nuestro capitán no es de los que
deja pasar una oportunidad, no sé si me explico —se rió como un cerdo.
Risillas y sonrisillas de complicidad se sucedieron por toda la cocina, mientras
Tom arrancaba un pedazo de carne suculento y lo masticaba con visible delectación.
—Cuéntanos lo que dijo la reina Isabel cuando se enteró de que el capitán se
había casado sin su consentimiento —preguntó Daisy entusiasmada.
—Los rumores cuentan que se puso furiosa —reveló Tom—. Le dijo que podía
anular el matrimonio o conseguir el divorcio. Que quería enviar a esa rémora
española de vuelta a España y entregarle a Lady Jane como recompensa por haber
enriquecido sus arcas con el oro español —se rió con mucho estruendo.
—¡Lo sabía! —se exultó Daisy— ¡Pronto nos desharemos de esa puta española!
Lali apoyo la cabeza con mucha debilidad contra la pared. Aquel modo
desgarrador de ponerla en ridículo hizo que se pusiera físicamente enferma. Las
lágrimas amenazaban con salírsele de los lagrimales y la amarga bilis le subió por la
garganta. No era ningún secreto que Peter no la apreciaba como esposa, y ahora
sabía lo poco que significaba para él. Con Lady Martina esperando impaciente a que
Peter pusiese fin a su matrimonio, era sólo cuestión de tiempo que saliese de la
vida de Peter de una vez por todas. Si volviera a España, su padre la despacharía a
La Habana, de vuelta con don Mariano. No era más que un pelele en manos de los
hombres. Sofocando un sollozo, dio media vuelta y se marchó. Si se hubiera quedado
a escuchar lo que dijo Tom acto seguido, se habría animado.
—No cuentes con deshacerte de la señora tan deprisa. Se dice que el capitán
Lanzani todavía no le ha respondido a la reina si va a tramitar la anulación o no. ¿Os lo
podéis creer? Estando tan acaramelado con la señorita Martina, todos habían pensado
que estaría encantado de aprovechar la ocasión de quitarse de encima a una mujer
con la que le forzaron a casarse.
—¡Le forzaron a casarse! —varias voces se unieron para expresar su sorpresa.
—Sí, eso es lo que se dice. Los detalles no los sé, pero estoy seguro de que
deben ser muy sabrosos. —Se levantó de repente, se dio unas palmaditas en la
barriga y eructó—. Bueno, es hora de volver a Londres.
Sola en su habitación, Lali andaba de una punta a otra. Ese libidinoso malnacido,
farfullaba en voz baja. ¿Cómo se atrevía Peter a pasearse por la corte con otra
mujer? ¿Cómo se atrevía a hacer de ella el hazmerreír de su reina y de toda
Inglaterra? Ni muerta se iba a quedar en el campo para que la ridiculizaran y
vilipendiaran los criados. Ah, no, juró. Iba a hacer que Peter Lanzani y su amante se
arrepintieran de retozar a sus espaldas.
Sabía exactamente lo que tenía que hacer, y estaba lo bastante enfadada como
para hacerlo.
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