jueves, 1 de diciembre de 2016

CAPITULO 21


Cuando PETER no estaba incitándola al pecado, a LALI la vida en Andros le
resultaba bastante agradable. Por suerte para su paz espiritual, PETER pasó la
mayor parte de los días que siguieron ocupándose de su barco. Todas las noches
cenaban juntos, y ella no lograba encontrar un solo fallo en su comportamiento. A 
pesar de todo, seguía sin atreverse a abandonar su táctica a la hora de vestirse, y
continuaba enfundándose todos los días aquel vestido de luto que le estaba grande y
la mantilla. Lo hacía para recordarle a PETER que ella estaba prohibida para él. A
pesar de la conducta ejemplar que PETER mostraba, LALI tenía la sensación de que
estaba jugando con ella.
Como era virtualmente imposible escaparse de allí, a LALI se le permitió vagar
por la isla a su antojo. Averiguó que PETER volvía a Andros a infrecuentes
intervalos. Sus largas ausencias las pasaba surcando los mares en busca de galeones
españoles, o en Inglaterra. Durante esas ausencias se ocupaban de su isla Lani y su
familia. Algunos habían fijado permanentemente su residencia en Andros: hombres
de confianza que se habían casado con nativas y preferían quedarse en tierra
supervisando la industria maderera de PETER.
Las dos semanas que duró la ausencia de NICO RIERAS, PETER las pasó
esperando, observando y especulando. Y manteniéndose ocupado, porque si no se
habría vuelto loco de deseo. Aquella pequeña beata española le estaba volviendo
loco. Sólo pensar en ella era ya un exquisito tormento. A pesar de su convicción de
que ella no era una monja como es debido, se esforzó en mantener el pensamiento en
otra parte, porque ella continuaba invocando a Dios cada vez que intentaba
seducirla. No tenía ni idea de por qué no la había mandado también a donde fuera
para deshacerse de ella. Para qué quería él andar irritándose por culpa de su belleza
sensual y sus tentadores ojos negros.
A las dos semanas y cuatro días de su partida, RIERA llegó de La Habana.
PETER le salió al encuentro en la playa.
—Me alegro de veros de vuelta, amigo. Vamos a casa para que podáis contarme
lo que habéis averiguado delante de unos refrigerios.
NICO RIERA asintió, preguntándose cómo reaccionaría PETER ante la
información que le traía de La Habana. Esperaba estar haciendo lo correcto al
contarle aquello al capitán, porque no soportaba la idea de que PETER pudiera
hacer daño a su prisionera.
Cómodamente sentado en su amplio gabinete, PETER esperaba impaciente a
que NICO hablara.
—Es justo lo que sospechabais, PETER. La hija del noble español se llamaba
LALI, no Carlota. El capitán del Santa Cruz y los supervivientes de su tripulación
fueron recogidos por otro galeón español y llevados a La Habana, donde informaron
del hundimiento del barco y del secuestro a don MARIANO MARTINEZ, gobernador general
de Cuba.
PETER juntó las puntas de los dedos y asintió pensativo.
—LALI ESPOSITO. Así que no es monja. Sabía que esa bruja me estaba mintiendo
desde el principio.
—Parte de su historia es cierta, PETER. LALI creció en un convento, y la
sacaron de allí contra su voluntad para casarla con MARTINEZ. El gobernador general
estaba esperando con impaciencia a su inocente novia. Y han vuelto a poner precio a
vuestra cabeza, compañero. Mil doblones de oro.
PETER lanzó un silbido.
—¿Tanto? Deben de estar locos por cogerme.
—Más que locos, especialmente MARTINEZ. Has secuestrado a la novia con la que
iba a casarse. Se despachó inmediatamente un barco a España para informar a don
Eduardo ESPOSITO, el padre de LALI. Según los rumores, don Eduardo está furioso
por la pérdida de la dote de LALI. Eso por no mencionar el asunto de su virginidad.
Todo el mundo da por hecho que el Diablo ya habrá violado a la muchacha para
cuando cobre el rescate y la devuelva a su familia.
—Qué perspicaces —dijo PETER sin que se le alterara la voz. En su rostro
había un rictus que no presagiaba nada bueno para LALI.
—Ya sé que yo mismo os aconsejé que le pegarais un buen revolcón, pero eso
fue antes de enterarme de su historia. En todo esto ella es inocente. No le hagáis
daño.
Los pensamientos de PETER tomaron un rumbo adusto.
—¿Que no le haga daño? Con lo bien que me conoces, NICO. Vamos a jugar este
jueguecito hasta su triste final, pero te aseguro que voy a ganar yo. Al final devolveré
a nuestra falsa santita a su prometido, pero no sin antes haberla despojado de su
virginidad. Y, cuando lo haga, te aseguro que ella participará activamente.
—No lo hagas, PETER, no le hagas eso a LALI. No se merece un tratamiento
tan vil. ¿Qué va a pasar si le haces un hijo? ¿Qué vida puede esperar a su vuelta si la
violas? Ya sabes lo rígidos que son esos malnacidos españoles para estas cosas.
PETER intentó no pensar en lo que pasaría si LALI llevara dentro un hijo suyo.
Sabía que no podría reclamar a un niño que llevara en sus venas sangre española. En
lo que se concentró fue en el recuerdo de sus años de esclavitud en un galeón
español, a base de palizas diarias y raciones minúsculas, y de que le torturaran hasta
más allá de lo soportable. Nadie se apiadó de él en todos esos años, le hicieron
sentirse menos que humano, así que ¿por qué iba él a perdonar a LALI? Pero tenía
una razón aún más imperiosa para reclamar su carnal botín. Una que nunca antes
había compartido con nadie.
—Esto no te lo había contado nunca, pero el galeón que atacó al barco en el que
viajaba con mi familia pertenecía a la flota de Eduardo ESPOSITO. Incluso llegué a ver
al padre de LALI una vez que visitó el barco en el que me tenían de esclavo. Así que
tengo que hacer lo que manda mi orgullo —PETER hizo una breve pausa—. Vete a
ocuparte de tus cosas y déjame a mí a LALI. No le voy a hacer daño físico, si es que
eso te tranquiliza. Es muy buena actriz, y la voy a dejar que siga un poco más con su
juego, pero al final pienso salirme con la mía.
Entonces sonrió, con una sonrisa genuina, que revelaba cuánto le complacía
aquella tarea que se había impuesto.
La seducción.
Si quedaba algún resquicio de remordimiento en algún punto cercano a su
corazón, intentó ignorarlo. Él no le iba a hacer daño a LALI, no, de ningún modo. Iba
a tejer una red de sensualidad alrededor de sus sentidos y le iba a dar placer, más del
que jamás hubiera sentido. Para cuando terminara con ella, ya la habría hecho
olvidarse de aquel absurdo empeño en ser monja. Más tarde, la devolvería a su
familia cubierta de vergüenza, y podría contarlo como un acto más de venganza
contra sus enemigos españoles. Si él fuera un salvaje, habría ejecutado de inmediato a
LALI, exactamente igual que los compatriotas de ella hicieron con su familia. Pero,
como había dicho RIERA, LALI no tenía ninguna culpa en todo aquello, y él no le
deseaba ningún daño. A decir verdad, si no hubiera sido por lo mucho que la
deseaba no le habría tocado un pelo y habría pedido por su rescate una cantidad
enorme. Pero esa opción la había perdido en el momento en que la besó y sintió
deseo.
—Ya está bien de hablar de Lucía. ¿Parecía contenta MERY cuando la dejaste en
La Habana?
—Parecía contenta con el dinero y los regalos que le diste —dijo NICO—, pero
enfadada por la forma tan brusca en que te has deshecho de ella. Aunque seguro que
se las apañará bien, como suelen hacer las de su clase. —Le lanzó a PETER una
plácida sonrisa—. A mí me ha hecho el viaje hasta Cuba muy agradable. Es
estupenda, PETER, estupenda. Me sorprende que te desprendas de ella. Cuando
LALI se vaya, Andros se va a quedar muy solitario. Tendrías que haber dejado por
aquí a MERY para entretenerte durante tus visitas a la isla.
PETER evocó la imagen de LALI, los ojos oscuros chispeantes de rabia, el
casquete de rizos negros que le cubría la cabeza en encantador desorden, los labios
lozanos inflamados por sus besos, y supo que nunca podría volver a desear a MERY
como lo había hecho un día.
—Era lo mejor —dijo, sin dar más explicación.
LALI y PETER cenaron esa noche en el cenador de invitados. La lluvia que
había empezado por la tarde continuó al parecer hasta bien entrada la noche. Lucía
se revolvía inquieta en su asiento, recelosa de la forma en que PETER la estaba
mirando, como si quisiera comérsela al mismo tiempo que la cena. Ella creía que ya
había desistido de intentar seducirla, pero algo en lo más profundo de aquellos ojos
azules la advirtió de lo contrario. ¿Acaso llevaba todo ese tiempo esperando
solamente el momento oportuno? Inspiró profundamente y empezó a bendecir la
mesa, un ritual al que se había acostumbrado en el convento y que había continuado
en Andros.

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